Incipientes pero novedosos movimientos sociales surgieron por todo el mundo a lo largo de la primera década del siglo XXI, su devenir dejó lecciones de diferente tenor, entre ellas que la lucha de clases está de vuelta A finales de 2018 una nueva expresión de éstos, los “chalecos amarillos”, toma cuerpo en Francia. Examinar tal realidad, y por su conducto la relación dialéctica entre las fases atravesadas por el modo de producción capitalista, el desarrollo de las fuerzas productivas y la dinámica del conflicto de clases, es el sustrato de este artículo.
No solo fueron sorprendidos quienes viven fuera de Francia, también quienes allí habitan. Un sábado cualquiera de noviembre de 2018 miles de trabajadores franceses, identificados con el chaleco fosforescente que identifica a quienes conducen sus vehículos, usados para apoyar las actividades laborales que les proveen el sustento básico, ocuparon avenidas no solo en París sino en diversidad de ciudades del interior. Su grito, expresión de la insurrección ciudadana, era –sigue siendo– masivo.
Entre los miles de inconformes e insurrectos, de manera llamativa, mujeres adultas ocupaban las primeras líneas de la protesta. Jubilados con pensión precaria, trabajadores/as informales o contratados por salarios bajos y de manera flexible y precaria, todos asfixiados por crecientes y arbitrarios impuestos que deben pagar al Estado –por cualquier ingreso, gasto o propiedad familiar–, ciudadanos afectados por el desmonte lento pero continúo que allí y en toda Europa vive el Estado de bienestar, es decir, los “desechos” de un modelo económico agudizado en sus dinámicas por el neoliberalismo. Por quienes lo integran y reclaman, puede decirse que los “chalecos amarillos” son herederos de la Revolución acaecida en aquel país en 1789, cuyos ecos cubrieron todo el siglo XIX, llegando incluso hasta cerca de 1950 cuando los derechos humanos y del ciudadano, aprobada por aquel entonces, fueron incorporados en la carta reivindicada por la ONU de manera universal para la especie humana.
Iguales o peores efectos por la aplicación del neoliberalismo se conocen por doquier, con expresiones de descontento evidente en Egipto y Túnez, lo que llevó a lo que desde los inicios de la segunda década del presente siglo es conocido como la “Primavera árabe”, pero también a levantamientos sociales, confrontación de clases que destacó la consolidación de una oligarquía cada vez más opulenta (1%) y unas mayorías (99%) cada vez más excluidas de los beneficios de un modelo social que dice garantizar la democracia y el progreso.
En esta lógica, en 2011, tomó forma en Nueva York el movimiento Occupy Wall Street, antecedidos en su lucha contra la Organización Mundial de Comercio y la dinámica de los llamados tratados de libre comercio –que someten de manera más patética a la periferia al centro– por el movimiento zapatista en México que alzó su voz con eco mundial en 1994. Le seguirían con diferente propósito pero activado por el malestar social contra la exclusión, las huelgas de noviembre y diciembre de 1995, acompañadas por el levantamiento social con centenares de vehículos incendiados en las barriadas de la periferia parisina, que recordaron al mundo que en esa sociedad perdura a lo largo de 230 años una tradición de solidaridad obrera, de activismo, unidad, organización, disciplina e insurrección ciudadana.
En América Latina y el Caribe, desde finales de la década de 1990 y hasta entrada la segunda década del siglo XXI una ola rosada (integrada por variopintos movimientos populistas, centro izquierdistas, progresistas, socialismos del siglo XXI o socialdemócratas) recorrió el territorio, accediendo vía electoral al control del gobierno y llevando a la práctica un proyecto que osciló entre el neo-desarrollismo, el asistencialismo, las transferencias de ingresos a los pobres y la redistribución del ingreso, pero sin sustituir las relaciones capitalista de producción y propiedad, ni intentar dar inicio a una revolución política y menos social o cultural. La marejada rosa solo alcanzó a acariciar el umbral de la segunda década del siglo XXI; el tsunami provocado por las fuerzas defensoras de viejos y nuevos privilegios, entre ellos el monopolio total del poder, pronto comenzó a restituir el autoritario, explotador y excluyente poder oligárquico tradicional. México es la excepción, la reciente posesión del presidente López Obrador (diciembre de 2018) da continuidad a la menguada ola rosa, aunque desde ahora es obstaculizado y amenazado por el Fondo Monetario Internacional y el capital financiero global ante cualquier intento de implementar políticas de izquierda.
Otra manifestación de esta reacción contra el poder de unos pocos, tratando de confrontar al 1 por ciento, tomó forma a través del Foro Social Mundial que se dio su primera cita en Porto Alegre –Brasil– en 2001, expresión renovada de un internacionalismo necesario para confrontar al capital. En 2018, el Foro tuvo lugar en Salvador de Bahía (Brasil) con la consigna «Resistir es crear, resistir es transformar».
Estos movimientos, unos y otros, a pesar de su dinamismo e intensidad, no lograron levantar una alternativa nacional por fuera del sistema capitalista o la democracia formal, por lo cual fueron neutralizados por el poder realmente existente. Hoy podríamos decir que todos y cada uno de ellos reflejan el aprendizaje de los de abajo para futuras y decisivas confrontaciones que vendrán. De así ser, dos clases vuelven a estar claramente enfrentadas, la del 99 por ciento representada no sólo por los trabajadores –proletariado como eran conocidos hasta 1968– sino por el pueblo en general.
Tras dos décadas y media del nacimiento y decaimiento de la resistencia de los excluidos, cuando el mundo se adentra en un túnel que concentra las energías del poder en procura de no perder todo aquello que arrebató a las mayorías en escasas cuatro décadas –lo conquistado en un siglo y medio de intensas confrontaciones sociales por una vida digna–, un simbólico amarillo, energía que da potencia, fuerza que gana las calles en Francia en pos de democracia real –no solo normativa–; situación generada y reproducida por las oligarquías nacionales, sus organizaciones políticas y fuerzas de represión, el Estado clasista y el poder mundial del capital. La represión no se ha hecho esperar, el gobierno precedido por Emmanuel Macron (el consentido de la burguesía financiera francesa) con la violenta represión desatada contra la protesta ciudadana empujó a una docena de manifestantes a la muerte en lo corrido de noviembre de 2018 a enero de 2019, otros 2.000 fueron reportados como heridos, algunos con pérdidas de uno de sus ojos, parte de su dentadura, contusiones en diversas partes del cuerpo, todo ello como efecto de la acción violenta de las “fuerzas del orden”.
Amarillo de vida, igual que el rojo que acompañara a los negados desde las postrimerías del siglo XIX. El movimiento de los “chalecos amarillos” nació en pocas semanas al margen de los sindicatos y los partidos políticos. El detonante esta vez fue la carga insoportable de impuestos que deben pagar los trabajadores y comunidades populares para el beneficio de las clases dominantes.
Como es conocido, los presupuestos generales de las naciones o finanzas públicas de ingresos y gastos de los estados capitalistas, en todas partes, expresan una lucha de clases cuidadosamente perfilada y planeada para exprimir aún más a los pobres y hacer más ricos a los poderosos. Por esta razón el movimiento de los “chalecos amarillos” augura una lucha prolongada, amenazando con extender sus ecos, aunque con menor fuerza, a otros países vecinos, principalmente Bélgica, Países Bajos, Alemania, Reino Unido, Irlanda, Grecia, Italia, y España. Estados Unidos, país con escasa historia de confrontación clasista, comienza a experimentar también de manera reciente y creciente el antagonismo entre el capital y la clase trabajadora.
En la memoria
La Revolución Francesa, la ciencia económica y la revolución industrial inglesa generaron la época moderna y la hegemonía mundial del capitalismo, cuyo rasgo distintivo, cuando toda la sociedad va dividiéndose, cada vez más, en dos grandes clases enemigas, es el enfrentamiento directo entre la burguesía y la clase trabajadora.
La imposición del modelo privatizador y del desmonte de la responsabilidad social del Estado, verdadera contrarrevolución promovida por las oligarquías nacionales, los Estados capitalistas y las instituciones multilaterales, iniciada a principios de la década de 1970, en medio de una profunda crisis económica y energética, impuso el régimen neoliberal en el mundo. Las empresas y sus aliados políticos, militares, iglesias, tecnócratas e intelectuales de derecha agitaron la lucha de clases implacablemente contra los trabajadores y los sectores populares.
Una imposición que llegó de la mano de una reingeniería social a la que sometieron al sistema mundo capitalista la que incrementó la explotación y la expoliación, la opresión del trabajo y la precarización del mercado laboral. Una reingeniería que lleva a la clase dirigente a romper el Contrato Social que los trabajadores y pobres habían conquistado tras un siglo largo de lucha cruenta; el Estado de Bienestar colapsó, a la vez que la simbiosis entre el gran capital privado y el poder del Estado se fortalecía, en consecuencia, la democracia entró en descredito, para unos años más tarde colapsar bajo el peso de la concentración de riqueza que lleva al 1 por ciento a reducirse al 0,1 por ciento –con los 26 megaricos que tienen, según Oxfam, igual que lo reunido por 3.800 millones de pobres (1)– , destruyendo activamente toda forma de unión, organización, sindicalización y participación del poder popular.
Fases del capitalismo y conflicto de clases
El cuadro adjunto resume y describe las distintas etapas recorridas por el capitalismo durante sus dos siglos y medio de existencia, en relación con el conflicto de clases. El movimiento de las organizaciones obreras y la lucha de clases son parte integrante de las leyes del movimiento capitalista.
De acuerdo con los clásicos del pensamiento crítico, en la medida en que millones de familias viven bajo condiciones económicas de existencia que las distinguen por sus modos de vivir, por sus intereses y por su cultura de otras clases y las oponen a estas de un modo hostil, aquellas forman una clase. Según Marx y Engels, la clase obrera empeñada en su lucha contra la burguesía constituye la fuerza política que lleva a cabo la destrucción del capitalismo y la transición al socialismo: «es la clase a la que pertenece el futuro».
La clase trabajadora pasa por diferentes etapas de desarrollo. Su lucha contra su contraria comienza con su surgimiento. Al principio es entablada por obreros aislados; después por trabajadores de una misma fábrica hasta alcanzar, más tarde, a todos los asalariados de la misma industria o rama de actividad económica. Al final, señalan los autores en el Manifiesto Comunista, las luchas locales se van centralizando con la ayuda de las modernas tecnologías de la comunicación y la información hasta quedar convertidas en luchas internacionales entre clases.
Clase dominante
Marx escribió en El Capital (Tomo III, cap. 47) que es siempre la relación directa entre los dueños de las condiciones de producción y los productores directos lo que revela el secreto más íntimo, los cimientos ocultos del edificio social entero.
El término clase dominante abarca dos nociones: i) una clase económicamente dominante que en virtud de su posición económica subyuga y controla todos los aspectos de la vida económica, social y cultural; ii) la clase dominante, a fin de conservar y reproducir el modo actual de producción y forma de sociedad, tiene que ejercer necesariamente el poder estatal, es decir, dominar políticamente.
A partir del siglo XX, los conflictos sociales han implicado no sólo, ni siquiera principalmente, a las clases, sino a grupos nacionales, étnicos, culturales o religiosos, así como a una cantidad de amplios movimientos sociales: feministas, ecologistas, animalistas, antinucleares, derechos humanos, identidades sexuales. Esto ha implicado un reexamen del conflicto de clases, no simplemente en términos de confrontación entre burguesía y clase trabajadora, sino más bien en términos de alianzas entre diversos grupos sociales que, por un lado dominan y dirigen la vida económica, política, social y cultural y, por otro, se ven subordinados y dirigidos.
En resumen, seguimos viviendo en sociedades clasistas, en las que los antagonismos y conflictos despliegan relaciones de fuerza, de sentido, significado y propósito en torno a las condiciones materiales y espirituales de vida (2). Se trata, entonces, de identificar la naturaleza específica de las perspectivas de clases en relación a las conciencias, las cosmovisiones, la praxis social, las alianzas, la lucha y el antagonismo.
Movimientos y lucha de clases
Igual que el capitalismo, el movimiento de la clase trabajadora se desarrolla a través de etapas bien definidas; en lugar de transitar a lo largo de una curva suave a medida que maduran las contradicciones internas del capitalismo y del conflicto de clases, sigue un camino quebrado compuesto de segmentos bien diferenciados. El desarrollo en tiempos y lugares diversos es desigual pero también combinado. La dialéctica del conflicto de clases es impulsada por una violenta historia de fuerzas antagónicas, de revoluciones y contrarrevoluciones.
Una revolución política, cuando se articula en nombre de la mayoría, tiende a convertirse en una revolución social. Tras los acontecimientos de 1789 cada día se torna más evidente el alcance de un factor desencadenante de toda revolución: la estructura de las necesidades de amplios sectores sociales y su miseria social, al igual que su defensa instintiva y consciente de la dignidad humana. La conciencia revolucionaria se ha convertido en un potente factor de las luchas sociales de los últimos dos siglos y medio de historia moderna.
Esa consciencia gana hoy nuevas manifestaciones, que responden de manera dinámica a los tiempos que vivimos, donde el proletariado clásico ha dejado de ser el centro de la transformación social, para ganar su lugar un proletariado –trabajadores– ilustrado(s), con experiencias varias en asuntos públicos-administrativos, virtuoso en muchos casos en el conocimiento y la utilización de lo mejor de los desarrollos técnicos desplegados por la tercera y cuarta revolución industriales en curso, excluido de diversidad de derechos sociales, y sin seguridad alguna sobre un futuro que le parece cada vez más esquivo. La dignidad humana es amenazada por el sistema mundo capitalista.
Unos trabajadores que, por demás, tienen una identidad plural, bien como mujeres, activistas ambientales, opuestos a la guerra nuclear, etcétera, pero que aún no logran desarrollar una teoría de la revolución que sitúe de manera adecuada el papel del Estado en un periodo de transición hacia una sociedad postcapitalista, ni la forma cómo las multinacionales (muchas de ellas grandes concentradoras de lo mejor del pensamiento acumulado por la humanidad) pasarán a ser un bien colectivo global, paso a dar en el camino hacia la fundamentación y construcción de otra economía posible y sostenible, proyectada e integrada para el beneficio general de la especie humana y de las demás especies que habitan nuestro planeta.
Por ahora, todas las manifestaciones de rebeldía estalladas en estas dos décadas del siglo XXI, verdadero resurgir de la lucha de clases, son pequeñas luces de esperanza, también los “chalecos amarillos”, su bondad estriba en que nos llaman a ganar confianza en la fuerza de los negados y excluidos de siempre para hacer realidad el sueño de justicia, solidaridad, libertad, para la humanidad toda, al tiempo que nos emplazan a construir las bases de una teoría que sustente de manera cabal la superación del capitalismo en los tiempos que vivimos. La esencia del problema consiste, en consecuencia, en ver en la historia, teoría en acción, realizada; y en la teoría, historia comprendida.
1. “Poseen 26 millonarios más dinero que los 3 mil 800 millones en mayor pobreza”, La Jornada, México, consultado el 21 de enero de 2019, https://www.jornada.com.mx/ultimas/2019/01/21/poseen-26-millonarios-mas-dinero-que-los-3-mil-800-millones-en-mayor-pobreza-4117.html
2. Gómez, Marcelo. (2014). El regreso de las clases. Editorial Biblos, República Argentina, pp. 23-24.
* Economista político y filósofo humanista. Escritor e investigador independiente. Integrante de los consejos editoriales de los periódicos Le Monde diplomatique, edición Colombia, y desdeabajo.
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