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¿Periodismo?

¿Periodismo?

Los cínicos no sirven para este oficio.
Ryszard Kapuscinski

La renovada disputa por el poder en Venezuela, con una nueva escalada a partir de enero de 2019, deja al descubierto diversidad de intereses en juego, en lo internacional y en lo local, así como el sentido profundo del periodismo.

Para comprobarlo, en relación al periodismo, varias perlas: en la edición matutina del radionoticiero Caracol, a cuya cabeza aparece Darío Arizmendi, figura connotada de lo que pudiéramos denominar periodismo oficioso, al referirse el 25 de enero a la situación en el país vecino, sentencia: “Lo que hay allí es un régimen militar presidido por un civil chafarote que es el dictador Maduro” (franja 5 am–6 am: 41’52”–41’56”).

¿Ayudan al periodismo bien argumentado los adjetivos y los calificativos sin soporte previo? Como es conocido, para no volverse propagandista y perder su misión de informar, el periodista está obligado a explicar, entregándole a quien lo escucha –en este caso–, o a quien lo lee o ve, elementos de contexto, argumentos, soportes de diverso tipo (por qué, para qué, tras de qué…), permitiendo así que puedan formarse un criterio propio y, de ser necesario, tomar partido por una u otra posición que esté en pugna como en el caso de Venezuela. Llenar de epítetos y calificativos una realidad, en que la noticia queda sometida a la subjetividad y los intereses de quien la brinda –y del grupo de poder que representa–, no aporta a informar… aunque sí a desinformar.

En el mismo noticiero, al aludir a una foto en la cual aparecen varios generales de aquellas fuerzas armadas, el mismo personaje sentencia: “[…] aparecen todos los chafarotes, todos los generales, son más de mil que ha nombrado Maduro, con las mejores prebendas, salarios y gabelas, la mitad del gabinete está en manos de generales ineptos, incapaces, cómplices, empezando por el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino, que tiene en los Estados Unidos un prontuario lleno de cargos y acusaciones por todos los delitos que se le puedan imputar […] (9’36”–10’10”).

Como todos sabemos, las fuerzas armadas son un factor decisivo del poder y de la correlación de fuerzas en todo país; como brazo armado del poder tradicional, hacen parte de la casta dominante, en Venezuela y en Colombia, en China y en Estados Unidos. Y como factor decisivo, la clase que los unge les garantiza beneficios de todo tipo, comprando así su lealtad. Para el caso de Colombia, sueldos altos, sistema de salud y de seguridad social especial, casas fiscales para ellos y sus familias, administración de las empresas adscritas al Ministerio de Defensa, protección legal, esquemas de seguridad especiales, en no pocas ocasiones impunidad, etcétera. Los militares –oficialidad–, que en la mayoría de nuestros países, para ascender, deben cursar estudios en los centros de entrenamiento de los Estados Unidos, quedan desde entonces bajo su lupa.

Lo que corresponde ante esta realidad no es despacharla con un calificativo sino preguntarse: ¿Qué hacer con las fuerzas armadas y con el aparato represivo de que están dotados los Estados? ¿Cómo hacer para que no funcionen como brazo del poder sino, realmente, como instrumento de protección de la sociedad toda?

En todo caso, queda una inquietud: ¿Qué se diría de ellos si hubieran dado el golpe de Estado que desde hace meses-años pretenden diversos sectores de la comunidad internacional?

De igual manera, al referirse a la votación surtida en la OEA sobre el caso Venezuela el día 24 de enero: herido en honor propio porque se suponía que tal organismo ya estaba inclinado ante la coyuntura del país vecino, y al recibir una noticia contraria a lo que ya daba por hecho, luego de desnudarse como propagandista de una causa al expresar que “[…] se necesitaban 18 votos y lamentablemente sólo se lograron 15 […], al aludir a quienes inclinaron la balanza para el lado contrario al que a él le parece correcto, Arizmendi descarga tamaña perla: […] esto sucedió porque esos paisitos del Caribe y Centro América…” (franja 6 am–7 am, 36’53”).

De acuerdo al criterio periodístico de quien está al frente de este informativo, ¿cuáles son los países dignos de ser llamados como tal y cuáles “paisitos”? ¿Los grandes? ¿Los pequeños? ¿Los administrados de acuerdo a su parecer? ¿Cuáles factores son los que determinan que un país sea “país” y no “paisito”? De ser así, ¿quienes habitan el “país” son más capaces genéticamente que quienes habitan en el “paisito”?. El borde de racismo y chovinismo en que transita esta expresión es claro, cargado de un profundo peso eurocéntrico y anglosajón, racista. Es claro que, en periodismo, al referirnos a un país u otro, debemos hacerlo como iguales. Esto a pesar de su PIB y otras características que cada uno haya acumulado en el curso de su historia.

Claro. A un periodista le puede parecer que la mayor democracia del mundo es Estados Unidos y los demás simples caricaturas, pero por ello no puede taparse los ojos ante los hechos de cada día ni borrar de su mente la realidad histórica, esa que indica que tal ‘democracia’ queda quebrada cuando leemos una constante de racismo defendida allí por los grupos de poder, o cuando revisamos sucesos, crímenes de lesa humanidad, cometidos por aquella ‘democracia’, como los de las bombas arrojadas sobre poblaciones japonesas por el simple afán de obligar a la URSS a no proseguir su avance sobre esa parte del Pacífico, lo que le hubiera asegurado su dominio sobre tal región, en alianza con el Partido Comunista Chino, que ya estaba venciendo al Kuomitang. Para no refrescar la memoria con la barbaridad extendida sobre el territorio vietnamita con guerra química, sin diferenciar, además, entre combatientes y población civil, por no relacionar más ejemplos.

Antes de él, valga enfatizar, una periodista que lo acompaña en tal emisión, al referirse a estos mismos países, expresa: (votaron así porque) “[…] dependen de Venezuela en temas petroleros, entonces reciben órdenes también de Venezuela, deciden no votar o no reconocer al señor Juan Guaidó como presidente” (36’40”–36’53”). ¿Y los que votaron reconociéndolo serán autónomos respecto a los Estados Unidos? No es posible ‘informar’ con una visión tan chata de la realidad, en ella la geopolítica y sus signos reales.
Hay que insistir y recordar: más allá de sus gustos y sus deseos, el periodista se debe a la realidad y está obligado, por tanto, a poner en el fiel de la balanza los sucesos tal y como ocurren, sin matizarlos con su opinión, relacionando allí los pros y los contras de cada circunstancia, siempre pensando en las personas a las que informa, quienes –hay que recordarlo– son su razón de ser. Hacer lo contrario es actuar no como periodista sino como opinador, por lo general pagado por algún grupo de poder. De ahí sus opiniones insistentes.
Siquiera este señor no es médico, pues, al recibir un paciente, lo pasaría por el tamiz de su ideología, de tal manera que quien no pensara igual que él ahí quedaría, a merced de la enfermedad o de la muerte.

 

C.G.

Información adicional

Autor/a: Carlos Gutiérrez
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