
Hechos recientes en Estados Unidos abren la discusión sobre el significado de los monumentos. En Colombia, el derribamiento de la estatua de Sebastián de Belalcázar en Popayán el 16 de septiembre responde a una necesidad de los pueblos indígenas de reivindicar sus espacios sagrados y de reafirmar su lugar en la historia del país.
En junio de 2020, Cristóbal Colón fue decapitado en Estados Unidos. En algunas plazas públicas conservó su cabeza, pero en cambio fue derrumbado de los pedestales en diferentes ciudades del país por manifestantes de las protestas por la muerte de George Floyd, quienes también le escribieron mensajes acusándolo de haber llevado el genocidio a América.
Las estatuas de algunos líderes del ejército de los Estados Confederados corrieron con una suerte parecida: fueron tumbadas o intervenidas con mensajes que aludían a su actividad esclavista o por promover la segregación de los afrodescendientes.
La caída de las estatuas forma parte del discurso político en vísperas de las elecciones en el país norteamericano: el 26 de agosto, durante la Convención Republicana, el vicepresidente Mike Pence se refirió a las protestas en Minneapolis, Portland y Kenosha, desencadenadas por la agresión de la policía contra Jacob Blake el 23 de agosto, y afirmó que el presidente Trump y él apoyaban el derecho a la protesta pacífica, pero “derribar estatuas no es libertad de expresión”.
“El poder que representan varios monumentos fue impuesto y por eso generan malestar – dice Patricio Mora, de la iniciativa Monumentos IN Cómodos (Chile) -. Muchas veces representan los sentimientos de injusticia e incomodan a quienes han sufrido discriminación a lo largo de su historia”.
La segregación de los afrodescendientes en Estados Unidos es una acción más antigua que derribar o intervenir monumentos, por lo menos en sus territorios. Como dice Carolina Vanegas Carrasco, docente del Instituto de Investigaciones sobre Patrimonio Cultural de la Universidad Nacional de San Martín (Argentina), “derribar monumentos ha acompañado a la humanidad en su historia”, pero en los hechos recientes de Estados Unidos va más allá de ser libertad de expresión, como dijo Pence: es un acto político que refleja viejas tensiones y evidencia la relación de la ciudadanía con el poder y sus símbolos.
La molestia no es nueva
La guerra civil estadounidense terminó en 1865. Sin embargo, sigue viva la lucha de los afrodescendientes por reivindicar sus derechos ciudadanos. Casi dos siglos después, los símbolos del ejército de los Estados Confederados, fuerza que se opuso a la abolición de la esclavitud, incomodan a una parte de la población estadounidense, que ya ha presionado para que se retiren del espacio público.
En 2015, por ejemplo, la masacre de feligreses afro en una iglesia de Charleston (Carolina del Sur) fortaleció la presión ciudadana para que el gobierno del estado retirara la bandera confederada de las sedes de algunas instituciones públicas por considerarla un símbolo de la promoción al racismo. Algo similar ocurrió en Charlotsville (Virginia), cuando en 2017 grupos ciudadanos exigieron que se retirara la estatua ecuestre de Robert E. Lee, general del ejército de los Estados Confederados del sur.
Ambas iniciativas reunieron en las calles a quienes las respaldaban y a opositores de grupos de ultraderecha y supremacistas, como Alt-Right. Los enfrentamientos fueron tanto físicos como simbólicos: hubo muertos y heridos, y también monumentos intervenidos con consignas de ambos lados, como ha ocurrido desde junio de 2020.
Patricio Mora recuerda que también en Chile, durante las protestas del año pasado, las estatuas de algunos colonizadores fueron intervenidas y grupos de extrema derecha, como el Frente Nacionalista Patria y Libertad, respondieron. “Pintaron de verde el mural en homenaje al manifestante Mauricio Fredes (quien murió en 2019 al huir de la policía chilena), aludiendo a los carabineros, y rayaron estatuas de Allende”, explica.
“George Floyd fue linchado –afirma Beatriz Gomes Dias, diputada portuguesa y fundadora de la asociación de afrodescendientes Djass – y los linchamientos fueron comunes en la esclavitud del colonialismo. Lo que estamos viendo es que, después de siglos, aún existe la idea de la supremacía blanca y hay monumentos que la refuerzan. Vivimos una disputa acerca de qué estamos hablando en los espacios públicos”.
Reivindicación monumental
El asesinato de George Floyd y el ataque a Jacob Blake proyectó ante el mundo la discusión sobre las narrativas de los monumentos en los espacios públicos. Antes de los sucesos de este año en Estados Unidos, la reflexión tenía espacio en otros países, sobre todo después de manifestaciones y conflictos que tuvieron lugar en las calles.
A finales de 2019, miles de chilenos y colombianos marcharon en sus países contra sus actuales gobiernos. Los encuentros, conflictos y la muerte de manifestantes les dieron nuevos significados a ciertos espacios públicos: la Plaza Italia, lugar de encuentro de las marchas del año pasado en Santiago de Chile, es ahora reconocida por los marchantes como Plaza de la Dignidad. En Bogotá, la esquina de la calle 19 con carrera 4 se convirtió en un memorial construido por la ciudadanía para recordar que ahí el Escuadrón Antidisturbios de la Policía Nacional asesinó al estudiante Dilan Cruz. Incluso existe la iniciativa ciudadana de nombrar a la calle 19 como Avenida Dilan Cruz.
El 16 de septiembre de 2020, un grupo de indígenas Misak derribó la estatua de Sebastián de Belalcázar que desde 1940 estaba ubicada en el Morro de Tulcán en Popayán (Colombia). Lo hicieron como consecuencia de un juicio simbólico en el que el conquistador fue culpabilizado por el genocidio, despojo, acaparamiento de tierras y la esclavización de los pueblos indígenas del Gran Cauca. Con el acto, también se buscaba la reivindicación del morro como un espacio sagrado para las poblaciones prehispánicas, en el que no debería ubicarse la estatua del acusado. El 24 de septiembre, el Ministerio de Cultura cedió a las peticiones de los Misak y confirmó en una asamblea en el resguardo La María del municipio de Piendamó (Cauca) que la estatua de Belalcázar no sería erigida de nuevo en el Morro de Tulcán.
Es una resistencia/reconfiguración de amplio espectro. Beatriz Gomes Dias, desde el parlamento de su país, impulsa la construcción en Lisboa de un memorial en homenaje a las víctimas de la esclavitud del imperio portugués. “Queremos hablar de la humanidad de los esclavos, porque fueron tratados como mercancías. Aún hoy se vive el racismo aquí”, afirma.
La construcción del memorial también tiene sus opositores, quienes afirman que la decisión significaría borrar la historia del país. “Al contrario –dice Gomes–: buscamos mirarnos desde diversas narrativas. Si hablamos de luchas colectivas, igualdad y justicia, crearemos discusiones más sólidas que si celebramos la memoria de personajes que muchas veces están inscritos en los conflictos que han aquejado a la sociedad”.
*Comunicador social.
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