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La pandemia más allá de los muertos

La pandemia más allá de los muertos

El predominio del conteo de muertos por la pandemia de covid-19 y la expectativa creciente por la vacuna no nos dejan ver el fondo. Estas son caras de una misma moneda: las del individualismo contemporáneo. Me muero por el contacto con otros o me salvo con una vacuna. Este predominio individualista no es natural. Es una construcción social e histórica que comenzó desde el siglo XV, con el Renacimiento europeo y se consolidó a través de los cinco siglos que llevan al capitalismo expansivo y colonial. Si existió algún período con cierta conciencia de interdependencia que condujo a las experiencias socialista y socialdemócrata durante el siglo XX, el neoliberalismo y la globalización económica del régimen de financiarización y capitalismo informacional parece no dejar espacio para otra cosa.

Y es que el individualismo es funcional a los procesos de producción-explotación de la naturaleza, de distribución y consumo masivo desenfrenado, para sostener el cual, por ejemplo, la forma de explotación industrial de los animales, en condiciones de hacinamiento deplorables, es el mejor caldo de cultivo para la generación de las cada vez más frecuentes pandemias. Y seguir alimentando el modelo biomédico individual y las vacunas no hace más que continuar consolidando la lógica individualista, pero también los grandes negocios de la atención médica y el agronegocio, ligados ambos por los derechos de propiedad intelectual.

Es necesario ir más allá de los muertos, las vacunas, el confinamiento y las unidades de cuidado intensivo. El autoritarismo estatal del confinamiento y la afrenta al constitucionalismo democrático, impulsado por el miedo al contagio y a la muerte, no ha hecho más que consolidar la demanda de seguridad, resuelta con más control y represión. Este Estado autoritario impulsa los negocios, mientras la pandemia crea el marco justificativo para profundizar la desigualdad acumulada a todo nivel: clase social, género, etnia, territorio y generación, de quienes no pueden confinarse o viven la violencia en el confinamiento. Si las desigualdades tenderán a aumentarse con la pandemia, el empobrecimiento de los que algo podían reconocer como ascenso social, empeorará el panorama.

Pero se piensa sólo en pobres. El resto, que acuda a un crédito. La respuesta de los Estados, en especial el colombiano, refuerza la lógica individualista por medio de subsidios focalizados para pobres y ultrapobres a través del sector financiero, y créditos para individuos y empresas que puedan pagar, mientras ejerce el control poblacional e impulsa la medicalización, también atada a la intermediación financiera del aseguramiento. El autocuidado viene a cerrar el círculo: ‘si te contagias, es tu responsabilidad’.

No es posible romper este enorme círculo inconsciente y naturalizado, si no se realiza un desplazamiento del punto de observación, el cual llega de la mano del reconocimiento de la interdependencia entre los seres humanos para trabajar y sobrevivir. Y trabajar, siempre con otros y otras, se concreta en una relación permanente sociedad-naturaleza. Un metabolismo tenso, contradictorio, del que surge la historia, la vida y la muerte, no de cada uno sino de todas las formas de organización de los seres humanos. El capitalismo no puede ser ni ha sido la única ruta. La apropiación individual de la tierra, el trabajo, el dinero y el conocimiento ha llegado al límite. La uniformidad hace inviable la vida. Diversidad y reciprocidad, puede ser una ruta de transformación.

Democracia y solidaridad podría ser la combinación más potente. Lo común construido en la praxis, desde la diversidad, como proponen Laval y Dardot**. Se trata de construir una alternativa al desarrollo, no un nuevo modelo de desarrollo, aunque se le ponga el adjetivo ‘sostenible’. Esto lo han dicho hasta el cansancio los pueblos ancestrales con su idea del ‘buen vivir’, en ‘armonía’ con la naturaleza. Una sociedad movilizada puede romper con el individualismo si encuentra en la praxis del mutuo reconocimiento para la construcción de lo común. Vivimos y morimos fatalmente juntos y juntas. Nadie se salva en soledad. Aprendamos las lecciones y asumamos los retos abiertos por la pandemia: rompamos la dinámica social que la antecedió y propició e impulsemos como conjunto social una pospandemia con cambio de rumbo. n

 

* Médico, historiador, profesor asociado, Departamento de Salud Pública, Facultad de Medicina, Coordinador del Doctorado Interfacultades en Salud Pública, Universidad Nacional de Colombia
** Laval C & Dardot P. Común. Ensayos sobre la revolución en el siglo XXI. Barcelona: Gedisa, 2015.

 

 

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Información adicional

Autor/a: Mario Hernández Álvarez
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