Colombia vive momentos excepcionales. El proceso de paz, diálogo con los insurgentes y acción incesante de la sociedad desde bases sociales y territoriales, se está convirtiendo en el catalizador de viejas aspiraciones de reconocimiento, equidad social y dignidad nacional.
Hoy estamos cerrando el conflicto armado interno por la vía política, sin vencedores ni vencidos, aunque con enorme incertidumbre originada en los avatares de negociar en medio del conflicto. Sin embargo, desde ya sectores sociales populares están procurando proseguir la construcción societal de paz positiva, paz con más democracia, justicia social y vida digna.
La paz de hoy es el comienzo de la paz de mañana. Parece sencillo, pero no lo es. Este presente nacional está preñado de distintas posibilidades de futuro. Estamos en el tiempo político de la transición de la guerra a la paz. Desde hace más de 20 años el país busca, por muy diferentes vías, que las armas salgan de la política, tanto las de tinte izquierdista como las de tinte derechista.
La transición de la guerra a la paz supone, requiere, es condición sine qua non, un sujeto consciente y activo que sea el soporte de y luche por un proyecto de país diferente porque el actual es inaceptable. La paz para este nuevo sujeto, hay que enfatizarlo, es un proyecto de país auténtica y profundamente democrático. Tal sujeto se está configurando hoy en la epifanía de la paz.
La centralidad de la paz articula, cataliza y proyecta el horizonte de un país que se transforma. Las transiciones contemporáneas se han entendido como el paso de la dictadura, casi siempre militar, a la democracia, caso países del Cono Sur en los años 80, o como paso de la confrontación violenta a la paz, caso Centroamérica, Suráfrica e Irlanda en los años 90.
Colombia en su transición postergada involucra los dos pasos: el de la confrontación violenta a la paz y el de un régimen de democracia disminuida a un régimen de democracia expansiva. La salida de las armas de la política, en el curso de varias décadas, puede leerse en el país como el paso de una situación de semi democracia poblada de violencias a una situación de democracia creciente sin violencia abierta.
Período que se abrió con un momento constituyente y que bien podría cerrarse con otro momento constituyente porque hay materias y actores que hace falta involucrar en el pacto fundante de la nación colombiana*.
No hay proyecto sin sujeto, ni sujeto sin proyecto. El sujeto de la transición en el país no puede ser, en las condiciones de hoy, sino un sujeto plural, una inmensa e incontenible convergencia de partidos, movimientos, etnias, corrientes de opinión, dinámicas regionales y territoriales, ejercicios comunicativos y expresiones culturales, que en conjunto abra ancho camino a las múltiples resistencias ejercidas no solo ante el conflicto interno armado, sino también ante el modelo económico depredador de vidas humanas y de naturaleza, y también ante la cortedad, deformación y envilecimiento de la política.
En esa perspectiva está la gran tarea que le corresponde realizar a un frente amplio, frente común, o de fuerzas alternativas por la paz. El frente es amplio porque es incluyente, al máximo, de fuerzas revolucionarias, progresistas, democráticas, transformadoras, emancipatorias; es común porque quienes se adscriben a él, mujeres y hombres, personas y colectivos, tienen en común un horizonte y un camino estratégico hacia el poder, societal y estatal, y la construcción de una nueva hegemonía (direccionalidad incluyente); el frente mismo de carácter alternativo puede ir aún más lejos y entrar en convergencia, coalición, unidad de acción con fuerzas que no son de carácter definidamente alternativo pero probadamente amigas de la paz. El objetivo a través de estos diversos caminos es crear una nueva realidad política, desatar el avance hacia la constitución de nuevas mayorías en un ejercicio de pluralidad dinámica que supera la fragmentación.
Marcha Patriótica y Congreso de los Pueblos, Movimiento Progresistas, Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular, Unión Sindical Obrera, con sus correspondientes entornos ensanchados: Frente Amplio por la Paz con Justicia Social y Clamor Social por la Paz, a los cuales se han asociado, sin confundirse, las iniciativas ciudadanas de paz con trayectoria de décadas, como Redepaz, y otras basadas en la lucha por los derechos humanos, las víctimas, el desarrollo local y regional, el reconocimiento y derechos de los géneros y opciones sexuales, y los movimientos que surgen por objetivos de carácter social –tierra, educación, salud, vivienda, servicios, empleo– que en conjunto configuran una postura de civilismo radical democrático, expresan el núcleo básico del frente al cual estamos haciendo referencia en este artículo.
Es posible pensar y construir de otra manera, innovadora, un verdadero movimiento social de paz en cuanto, hoy por hoy, la paz se constituye en el vínculo que anuda las otras grandes variables del proceso: democracia, vida digna y sentido de nación.
La visión expuesta permite identificar los elementos que facilitan el surgimiento del frente por la paz: El contenido de la paz: paz con transformaciones sustantivas, a partir de, pero más allá de los diálogos y acuerdos con los insurgentes, la paz como proyecto de país. La necesidad sentida de un polifónico movimiento de paz, que asuma la proyección política de lo social, que se encamine a cumplir el papel de tercería política y se proponga ser gobierno de transición en los diferentes niveles territoriales. La utilización, por vía de una praxis renovada, de un método de construcción que incluye movilización, deliberación, mandato, pacto y voto. La necesaria y legítima interlocución societal con las guerrillas, cada día más intensa, que prepara el camino de su conversión en actores políticos no armados. El empleo de tácticas flexibles –electorales, parlamentarias, en planeación y políticas públicas– hacia objetivos de cambio perseguidos con claridad y decidida voluntad política.
Igualmente permite sacar a la luz los elementos que dificultan el surgimiento del frente: El ritmo desigual de acceso a los diálogos políticos por parte de los distintos movimientos insurgentes porque ello impacta las dinámicas societales. El mantenimiento de estructuras estáticas en las fuerzas alternativas que impiden liberar la capacidad política de las bases ciudadanas. La inestabilidad de los espacios de convergencia, llamados a menudo comités de impulso; el entusiasmo de un día se torna en el desánimo o deserción del día siguiente; no aguantamos la marcha plural cogidos de la mano. La falta de persistencia en objetivos de carácter estratégico. No pasamos de la unidad de acción ocasional para la salir a la calle, o de la precaria coalición electoral. La conquista de espacios de poder societal y estatal es absolutamente inestable e inconsistente, por no decir inexistente. La prioridad que aún damos al proyecto particular de grupo o de persona sobre el proyecto común lo cual deriva en prácticas de no apertura, no inclusión, no democracia, no sinergia.
Por un camino de cambios light, reformas de superficie o gatopardistas, las élites por arriba van presurosas sacando adelante su proyecto político y buscando acomodar a él el ineludible paso a la paz. En contraste, las fuerzas alternativas, lentamente, con poco sentido del ritmo político, adelantan con parsimonia la conformación del frente por la paz que, después de la Semana por la Paz (segunda de septiembre), transita por el camino de los 100 días de acción convergente por la paz, con tibio entusiasmo, aspirando a expandirse con la movilización que anuncian indígenas y campesinos alrededor del 12 de octubre y visualizando, para noviembre o diciembre, un encuentro de articulación –ya no un gran Congreso Nacional e Internacional que sigue en perspectiva. Las aspiraciones electorales comienzan a sentirse, sin que esté claro que van a contribuir a facilitar las necesarias articulaciones.
Los 100 días de Acción Convergente por la Paz, de los cuales ya transcurrieron 30, vale la pena darles relieve y servirse de ellos sanamente como una especie de gimnasia, en perspectiva de proceso, para la interlocución y la construcción de entendimientos hacia el Encuentro cercano. Es sorprendente la forma como se van multiplicando las acciones por la paz, desde Soy Capaz y acciones eclesiales por Cese de fuegos, hasta congresos y foros, casi diarios, de universidades y entidades de todo orden, imposibles de sincronizar, acciones todas que pueden ir adquiriendo un sentido común si existe una iniciativa política que sistematice información, procure aproximaciones, se atreva a la interlocución y con ello, paciente pero efectivamente fortalezca la apropiación de objetivos e impactos centrales, prioritarios y estratégicos.
Existe hoy en Colombia una estructura de oportunidad política, en virtud de las circunstancias excepcionales creadas por el proceso de salida política del conflicto interno armado, que no puede perderse en medio de los particularismos, egoísmos y narcisismos, personales o grupales.
Los dos retos centrales –que hacen que la paz no se quede en el champú de la retórica pacifista– están en la disputa redistributiva y en la disputa por la conciencia histórica. Bienes públicos y consciencia pública son la materia prima de los cambios que la paz, si es real y verdadera, debe aportar al país de hoy y de mañana. La paz, si es integral y duradera, se constituirá en una ganancia neta tanto para el país económico, como para el país político y el país social.
La paz posible es la paz imperfecta pero perfectible en virtud de la acción sostenida de un movimiento social de paz portador de un proyecto de país. El movimiento social de paz es una dinámica muy amplia no encasillable en estructuras rígidas, pero puede materializarse en un acuerdo o consenso ciudadano básico que se exprese en el frente común por la paz. ¿Estaremos a la altura de este reto elemental?
Bogotá, 3 de octubre de 2014.
* Ver mi texto en Desde Abajo Nº 198, enero de 2014.
** Investigador Social, Coordinador del Centro de Estudios Democracia HOY, columnista de El Espectador, Presidente Colegiado de Redepaz.
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