El 25 de octubre en horas de la noche, Enrique Peñalosa y sus asesores, radiaban de alegría. Igual semblante cubría el día 26 el rostro del vicepresidente Vargas Lleras, así como el de varios ministros del gobierno nacional. No era para menos: con el triunfo del candidato del cemento para la alcaldía de Bogotá, los negocios y las ganancias hacían cosquillas en los bolsillos y las chequeras de estos empresarios devenidos en políticos. Business, dicen quienes los formaron, así como muchos de los que están detrás o junto a ellos, sin duda, todos aquellos que integran ProBogotá, la fundación “sin ánimo de lucro” constituida un año atrás por grandes firmas nacionales e internacionales, para quienes era fundamental ganar –recuperar– las riendas directas del gobierno capitalino (ver desdeabajo edición No. 216. Business es lo que interesa, lo demás –el ambiente, la calidad de vida de los habitantes más populares de la urbe bogotana, la extensión sin límites del territorio capitalino–, que esperen.
Veinticuatro horas después, tras un día lleno de reuniones del recién elegido alcalde para el periodo 2016-2019 con funcionarios del gobierno nacional, entre ellos con los ministros de transporte y vivienda, el director de la Agencia Nacional de Infraestructura (Ani), y el vicepresidente (las que recuerdan una vez más que para poder hacer marchar un proyecto local de cambio –como pretendió Petro, o uno de continuidad como lo hará Peñalosa– debe contarse con el músculo nacional), reuniones extendidas a los empresarios de diferente matiz proponentes de Alianzas Público Privadas (App), en las cuales les debieron confirmar, sin duda alguna, que podrán contar con la alcaldía distrital para llevar a cabo la multiplicación de sus capitales. Peñalosa explicaba así las obras con las cuales él –y ellos– consideran que los habitantes de la capital del país ganarán en movilidad y calidad de vida:
(haremos las) “[…] autopistas para las entradas y salidas de Bogotá; la ampliación de la carrera 7 al norte; la ampliación de la autopista norte; la gran vía Cota, 170 y desde aquí hasta la carrera 7; autopista longitudinal de occidente (avenida Cundinamarca), que será la vía de mayor tráfico en Colombia en los próximos cien años, una vía tan ancha como la avenida El Dorado, que va desde la autopista norte, pasa por Suba, va a Engativá, Fontibón, Kenedy, Bosa, Mosquera, Soacha; ampliación de la calle 13 (entrada a Bogotá); prolongación de la avenida de las Américas al occidente y luego, no sólo llegará a la Alo sino que saldrá de Bogotá e irá hacia el occidente; autopista elevada que vaya desde Soacha hasta Bogotá; calle 63 –con la que sueño– una vía subterránea que va desde la Circunvalar, sale en la NQS, sale en la 68, sale en la Boyacá, sale en la Ciudad de Cali, sale en la Alo y sale de Bogotá por el costado norte del aeropuerto El Dorado […].
Y ampliaba el ahora titulado por los creadores de opinión como “uno de los personajes que más conoce sobre ciudades en el mundo”: “Estas son algunos de los proyectos que vamos a destrabar […] para que mejore la movilidad en la ciudad de Bogotá” (Enrique Peñalosa entrevistado por Yamit Amat, 26 de octubre, 9 pm).
Cemento y más cemento, para continuar pavimentando uno de los territorios más bellos y fértiles con que cuenta el país, donde la mayoría de sus humedales ya fueron desecados, sus ríos entubados, y sus principales aguas llevadas hasta la muerte por falta de oxigeno y exceso de químicos y desechos de todo tipo, depositados sobre sus corrientes por una industria que no depara en las consecuencias de su falta de control a sus procedimientos, y una población que estima a la naturaleza como algo ajeno, externo a la misma, algo para “usar y tirar”.
Proyectos para destrabar, según el recién elegido burgomaestre capitalino, es decir, para retomar la vía obstaculizada por la administración de la denominada “Bogotá humana”, que pretendió todo lo contrario, es decir, impedir el crecimiento sin límite de la ciudad, no patrocinar ni estimular el poblamiento de la periferia de la urbe, conservando la misma como reserva ambiental, a la vez que evitando que los más pobres de sus pobladores lleguen a habitar terrenos que se inundan con facilidad; desestimular el uso del carro privado haciendo innecesario por ese conducto la construcción de nuevas vías; densificar el centro de la ciudad como espacio para que los sectores populares de esta ciudad accedan a mejores terrenos para vivir, etcétera.
Pero como “al que no quiere caldo le dan dos tasas”, las obras serán muchas más, incluyendo entre ellas el metro, con un nuevo trazado –elevado– que dará al traste con más de miles de mil millones de pesos invertidos por la alcaldía de Gustavo Petro en estudios; al tiempo que la construcción del Centro Administrativo Nacional (Can), reubicando el mismo en el centro de la ciudad. Es decir, miles de metros cuadrados para el negocio.
¡Felicidad total! No es de extrañar que el mismo Presidente se apresurará a reafirmar que el nuevo alcalde cuenta con el apoyo suficiente para concretar el metro, y su segundo aborda le confirmara que cuenta con todos los recursos para ejecutar los planes ya descritos.
Disposición y amabilidad –total– oficial que desentona con el tratamiento dado a Gustavo Petro para quien, a pesar de los aciertos en muchos de sus proyectos, o la verificación empírica que la vía a seguir por el desarrollo es aquella que coloca en el centro al ser humano, de la mano de la naturaleza, no solo le sabotearon durante los años que estuvo al frente del Palacio Liévano su plan de gestión, sino que incluso hasta último momento maniobraron en su contra para que no quede su registro en la historia como el alcalde que logró darle inicio al metro que requiere esta urbe.
Una disputa de modelos de ciudad y de poderes. La puja se amplía a otros ámbitos, como quedó claro días después cuando Enrique Peñalosa confirmó –luego de reunirse con los mandos de la Policía– que con él todo el que infrinja las normas deberá ser encarcelado, tomando distancia del alcalde que termina funciones el 31 de diciembre de 2015, para quien el tema de los delitos menores debe ser tratado con prevención y tratamiento extramural. La lógica reclamada por Peñalosa, tras decenas de años de implementación, tanto en Colombia como en otros países, no deja duda sobre sus nefastas consecuencias y fracaso total.
Populismo punitivo, negocios a manos llenas, persistencia tras un modelo de ciudad fracasado –el impuesto por la Ford desde los años 20 del siglo XX– y llamado a ser superado en el menor tiempo posible aquí como en todo el mundo, cobertura total para el nuevo gobierno en ciernes y propaganda desbordada a su favor por cuenta de los grandes medios de comunicación y sus conductores –los llamados creadores de opinión–, son parte de los elementos que entran en el escenario nacional para favorecer, al mismo tiempo, la campaña electoral del 2018 que desde ya encabeza, con todos los recurso del Estado colocados a su favor, Germán Vargas Lleras, en la cual enfrentará, entre otros posibles contrincantes, a Gustavo Petro.
¿Servirá Bogotá para catapultar al delfín llerista hacia la Casa de Nariño? O, ¿una vez medida por la ciudadanía capitalina, y por extensión mediática, por el conjunto nacional, las bondades de muchas de las propuestas, ejecutadas o no, por la administración Petro, le darán su aval para que encabece un gobierno nacional? De ser así. ¿tendrá el exalcalde la capacidad autocrítica para superar los errores que impidieron que de su mano bastos sectores sociales de Bogotá se transformaran en pueblo movilizado, tomando en sus propias manos el destino de sus vidas?
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