Tras quince años de su aprobación y ante los festejos que sin rubor alguno realizaron en la Casa de sus jefes, es necesario preguntar, ¿qué celebran? ¿la muerte de miles? ¿el desplazamiento de millones? ¿la destrucción de viviendas y enseres?¿la contaminación de tierras y aguas? ¿el triunfo de quién? ¿la derrota de quiénes?
No se inmuta. Su cara es la misma de hace 15 años, aunque las arrugas se insinúan en su rostro con mayor fuerza. Su escaso pelo, totalmente cano, luce diferente al casi ennegrecido –con un solo mechón canoso en el medio de su peinado hacia atrás– que portaba al momento de la foto con Manuel Marulanda. Era la época del Caguán. Su bozo, por el contrario, aún soporta pintas negras, aunque las blancas son mayoritarias. En su rostro no hay rubor. Sin esconder la mirada, orgulloso, Andrés Pastrana afirma: “A mí me tocó ser el padre y la madre del Plan Colombia, el padre por concebirlo y la madre porque nos tocó parirlo en el congreso de los Estados Unidos […]”.
No hay rubor por ninguna parte. Su mirada es la misma que sostuvo como Presidente al momento de presentarle al país el “Plan Colombia”, un plan de injerencia de una potencia extranjera sobre el suelo patrio, presentado por un supuesto estadista como un gran logro para todos. ¡Increíble!
Pero el rostro inmutable también fue nota destacada de Juan Manuel Santos el pasado 4 de febrero, cuando con mirada y risa alegre aprieta la mano de Barak Obama. Santos, Ministro de Defensa en épocas aciagas como la imborrable de aquellos crímenes de lesa humanidad eufemísticamente denominados “falsos positivos”, ejecutados por efectivos de un ejército recuperado, preparado y potenciado en desarrollo de las diversas estrategias desplegadas por el Plan que ahora recuerdan en su quince aniversario, el mismo que a lo largo de sus 38 páginas originales alude una y otra vez a la protección de los derechos humanos. Para él, como para su par de clase, con el Plan Colombia todo fueron logros.
Pero hay uno más que no se inmuta, que mira con fiereza, que no reconoce que entregaron la soberanía nacional por unos cuantos dólares: sí, es el innombrable, ejecutor de la parte más intensa del mismo Plan, aquella en donde los desplazados se multiplicaron por miles, así como los desaparecidos, los perseguidos, los obligados al exilio, desnudando su real esencia la estrategia de dominio y control estadounidense, sustentada sobre una superioridad aérea y del despliegue de nuevas tecnologías para la inteligencia sobre el terreno.
Pero estos rostros no son los únicos que no sintieron ni sienten vergüenza por lo hecho. En su entorno están los del presidente del Congreso de entonces –Miguel Pinedo Vidal– que no tuvo la dignidad suficiente para interponerse en el camino y torpedear en el recinto de las leyes la aprobación de un “acuerdo” que hacía trizas lo poco que aún podía hondearse de soberanía nacional. Y, como no, tampoco puede olvidarse la mirada complaciente y la rodilla inclinada de sus compañeros de ambas cámaras, ninguno de los cuales levantó la voz a tiempo para llamar la atención del país por lo que estaba sucediendo y por las consecuencias aciagas que vendrían para Colombia.
¿Qué decir de los magistrados y jueces? ¿Y qué de los periodistas?
Por un puñado de dólares
La cifra total “donada” por los Estados Unidos para la ejecución de esta estrategia de dominio y control ahora dicen que sumó diez mil millones de dólares. En su inicio estaba proyectada para siete mil quinientos millones para invertir en programas de “modernización” del Estado en un plazo de seis años (que implicaban diez estrategias, entre ellas para reafirmar el estado de derecho a través de la justicia y los derechos humanos, para fortalecer las Fuerzas Armadas, para mejorar la economía y crear empleo, de ajuste fiscal, de paz, antinarcóticos, de desarrollo alternativo), porcentaje importante de los cuales fue financiado por los recursos sumados y aportados por el país dentro de los sucesivos Planes Nacionales de Desarrollo que soportaron la acción de cada uno de los gobiernos existentes durante esta década y media de historia nacional.
Millones prometidos que con seguridad hicieron cosquillas en todos los bolsillos de una clase dominante acostumbrada a vivir de la renta y de la especulación.
Pero los gringos no dan puntada sin dedal. A dólar entregado, destinación específica asegurada. Así fue como los billetes que tan alegremente sumaron en sus mentes los gobernantes criollos, terminaron usados para comprar los 30 helicópteros Black Hawk y 75 Hueys UH1H, 4 aviones de reconocimiento para la policía Nacional y 1 para el Ejército, al tiempo que un avión de transporte y 16 de patrullaje –algunos de ellos para la Armada–, la compra de radares tierra-aire, la adquisición de un avión para tanqueo en el aire y combustible, equipos de observación infrarrojos, lanchas para patrullaje, armas de precisión, equipos de inteligencia móvil, repuestos, y el mismo pago de los instructores y de los mercenarios llegados al país bajo el aura de “contratistas”. Y mucho más.
Vale la pena no olvidar la reconstrucción del ejército. En su primera etapa el Plan proyecta la conformación, instrucción y asesoramiento operativo de una fuerza especial, así como de tres batallones para el ejército nacional, además de la instrucción en la Escuela de las Américas, al tiempo que la formación en la Academia Interamericana de la Fuerza aérea Lacklan AFB, así como formación en la Escuela Naval de pequeñas embarcaciones. Iniciaba de esta manera toda un reingeniería de las Fuerzas Armadas, en especial del ejército y de la Policía, para superar las derrotas operativas sufridas a manos de la insurgencia durante los años finales del siglo XX.
Lo que sí llegaría para su beneficio, pero como préstamo, fueron 3.500 millones de dólares desembolsados por el Banco Mundial en el 2003, con auspicio de los Estados Unidos1, para cubrir el déficit en que se encontraba el país producto de la recesión que lo agobió desde finales de los años 90 del siglo anterior. Dinero entregado por cuotas y bajo la condición de un apretón fiscal que implicó: recorte de personal –despidos– en el sector público, eliminación del Instituto de Seguros Sociales, revisión de la Ley 80 –eliminar clausulas que dificultaran la participación de empresas extranjeras en las licitaciones del sector público–, acabar con los regímenes especiales de pensión –con excepción del que tienen las Fuerzas Armadas–, vender Granahorrar y Bancafé, elevar el IVA al 16 por ciento, abrir (privatizar) el sector público –empresas para el suministro de agua y electricidad– al sector privado, etcétera.
Como puede deducirse, tras su beneficio particular entregaron el país al mejor postor. Privatizaciones por doquier, y como coletazo, incremento de tarifas, de impuestos, etcétera, todo lo cual haría más difícil la vida de las mayorías. Para ese momento, la vida en el campo ya era insoportable por los bombardeos, la fumigación con glifosato, las incursiones por tierra, los señalamientos, el copamiento de regiones cada vez más amplias, las avanzadas paramilitares, las masacres, etcétera.
Guerra abierta. Esa fue la consigna del Plan Colombia, y así fue aplicado. Como parte fundamental de la misma la guerra política tomó el escenario nacional, por radio y televisión los creadores de opinión se dedicaron sin descanso a su labor. Y así el país como un todo quedó inmerso en una confrontación que terminó por reorganizar el territorio nacional, dejando sus mejores tierras en manos de unos cuantos y multiplicando las ciudades con miles de nuevos miembros llegados solamente con lo que traían puesto.
La Estrategia Andina
En la aplicación y desarrollo del Plan que aquí nos ocupa se presentaron presiones de todo orden. Así quedó patente el 15 de febrero del año 2000 en la Sesión de la subcomisión de justicia criminal y política antinarcóticos de la Cámara de Representante de los Estados Unidos, cuando Lawrence Meriage, por entonces vicepresidente de Occidental Petroleum Company pide que la presencia de las fuerzas militares en Colombia, con asesoría de los Estados Unidos, se extienda al Norte de Santander así como a Ecuador, donde también tienen operaciones petroleras.
Su demanda coincide con los intereses de su país en esta parte del mundo. Así pudo constatarse en el año 2002 cuando el Plan Colombia toma en buena parte de Sur América la forma de Iniciativa Regional Andina, partiendo para su aplicación de en una primera partida de 731 millones de dólares.
En esta ocasión, como lo fue con nuestro país, la injerencia de la potencia del Norte se escuda en la lucha contra los narcóticos, pero su propósito real era el control territorial de esta parte del mundo, tratando en primera instancia de neutralizar los avances soberanos de un país como Brasil, al igual que el potencial energético de Venezuela, así como el total dominio comercial del subcontinente.
Andrés Pastrana lo confirma: “Una de las condiciones del Plan Colombia era el Tratado de Libre Comercio entre EE.UU. y Colombia…”2, el que finalmente fue aprobado el 10 de octubre de 2011, empezando a regir desde el 15 de mayo de 2012.
Pretensión que se extendía a toda la región. Con lo que no contaban los gringos era con el surgimiento de un conjunto de gobiernos que darían al traste con su estrategia regional, suerte que en parte quedó sellada en Mar de Plata –Argentina– en noviembre de 2005. La exigencia de devolución de la base de Manta por parte de Ecuador también entorpeció parte de su despliegue regional.
El regreso
La fiesta finalizó en Washington. Los agradecimientos, sin rubor, de los voceros nacionales por la intervención, control y dominio de Estados Unidos sobre Colombia, estuvieron presentes, una y otra vez. La memoria por los muertos, desaparecidos, desplazados, violentados, por quienes lo perdieron todo y ahora deambulan por calles de ciudades donde no tendrán futuro, no encontró lugar. Tampoco lo encontró la tragedia de quienes fueron fumigados una y otra vez con glifosato, con secuelas sufridas por sus hijos quienes soportan dolencias de diverso tipo. La historia siempre tiene el tinte de quien domina el poder, y con el Plan Colombia no es la excepción. Lo resaltado resume la visión del poder sobre el país que creen tener, la sociedad que los soporta y el futuro que deberá llegar.
Y al final, la promesa de más “ayuda”. Con el símbolo de otros 450 millones de dólares que recibirá el país, en esta ocasión para el posacuerdo, Santos regresó al país. Su felicidad es total. Habrá más negocio y posibles beneficios particulares, inmediatos o mediatos. El discurso será el mismo –el beneficio general– pero los resultados reforzarán lo contrario.
Los ojos de la potencia del Norte miran hacia la altillanura, con proyectos de cultivos en extensión e industrializados, el control de recursos hídricos, la explotación de selvas en todas sus variables –apropiación de especies animales, registro de vegetales para uso farmacéutico, etcétera–, presión y concreción de privatización de los pocos bienes de calado estratégico que aún quedan, el control y orientación de la doctrina de las Fuerzas Armadas y su involucramiento en operaciones internacionales que impliquen los intereses de la potencia del Norte, injerencia para impedir un posible giro del país hacia posiciones de izquierda, sostener agencias de inteligencia sobre los países de la subregión, todo ello, y mucho más, hace parte de sus intereses y dan cuenta del porque prosigue aportando unos dineros que sacará por otras vías.
Propósitos que no dan espera. El pasado mes de enero con auspicio de la Agencia de los Estados Unidos para el desarrollo –Usaid– tuvo lugar una reunión en Bogotá. La presencia oficial era destacada. Los temas tratados: valoración y proyección de la inversión de 50 millones de dólares que han entregado para financiar los estudios y proyectos para los programas de desarrollo regional y local que deberán tomar cuerpo una vez la firma de la paz sea un hecho. Los municipios que más resaltaban sobre el mapa: aquellos localizados en zonas de conflicto. Vías terciarias, generación y transmisión de energía, son otros de los proyectos calculados.
Con el país mapeado, saben de la necesidad de controlar territorios, levantando para ello proyectos de todo orden con los cuales cooptar a los pobladores del campo, colocando diques sobre posibles luchas que debieran tomar lugar en pos del derecho a la tierra y abriendo aún más el camino para sus multinacionales. El TLC ya en operaciones hará el resto. Unas fuerzas armadas potenciadas y controladas con manejo político militar del territorio, harán el trabajo restante.
Vendrá el posacuerdo pero aún no es muy claro que llegue el posconflicto. Ni el Plan Colombia, ni el ahora llamado Paz Colombia han sido diseñados para ello. Quienes controlan el poder lo saben, pese a lo cual no se ruborizan.
1 Declaración de la Secretaria de Estado Madeleine K. Albright: “Los Estados Unidos no están solos en su ayuda para Colombia. Con nuestro fuerte apoyo, el Fondo Monetario Internacional ha aprobado un programa de US$ 2.700 millones. Estamos apoyando la petición de Bogotá por US$ 3.000 millones en préstamos del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo” (Lo que no se sabe del Plan Colombia, suplemento especial No. 2, desdeabajo, p. 15, marzo de 2000).
2 Andrés Pastrana: “El Plan Colombia es una historia de éxito” , Diario de la Américas, 5 de febrero.
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