Capítulo 5
Después de redactar a toda prisa algunos informes urgentes, Marlowe vuelve a salir y sube en su auto. Ha dejado de llover pero el cielo continúa gris y la atmósfera pesada. Marlowe conduce algunas cuadras hasta la sede de la Universidad Central que ocupa un amplio campus cerca al Palacio de Justicia. Después de preguntar en la recepción camina hasta la Facultad de Filosofía ubicada en el costado oriental del campus en un edificio colonial que ha pasado por varias reformas. A lo largo del corredor Marlowe observa varias fotografías lujosamente enmarcadas de filósofos eminentes. Una de las fotografías le llama la atención. El hombre de la imagen tiene algo particular en la mirada. Algo que lo hace distinto. Una mirada que Marlowe reconoce, que ha visto otras veces en el pasado. De súbito recuerda que el nombre bajo la foto es el mismo del libro sobre la mesa de Zubiria.
Al final del corredor, una secretaria rubia habla animadamente por teléfono. Marlowe estira el brazo y corta la llamada. La mujer lo mira indignada. Intenta decir algo pero Marlowe la interrumpe mostrándole su placa. “Philip Marlowe de la policía metropolitana, necesito hablar con el decano Ruiz”. La rubia lo encara por algunos segundos y después marca un número en el conmutador. “El señor Philip Marlowe de la policía…”. Se queda en silencio un instante. Después cuelga y mira a Marlowe. “En un momento lo atiende, señor Marlowe”. Pasados algunos minutos un hombre joven cargado de libros sale de la oficina del decano y pasa rápidamente a su lado lanzándole una mirada furtiva. El decano Ruiz se asoma a la puerta y hace un gesto con su mano derecha. “Puede seguir detective”.
Ruiz es un hombre de unos sesenta años, negro, de complexión delgada. Todavía restan algunos cabellos en su cabeza que brilla bajo la luz de una lámpara de cristales. Está vestido con saco y corbata oscuros y lleva unas gafas doradas con pequeños aros redondos. Sus maneras son delicadas, lentas y elegantes. “Es terrible lo que ha pasado con Eliseo”, dice Ruiz sentándose en su silla atrás del escritorio y mostrándole una de las sillas del frente a Marlowe. “Es terrible”, dice Marlowe, “sabe usted de alguna amenaza, de algún motivo para asesinarle”. “No, por Dios”, dice Ruiz moviendo las manos en el aire. “No entiendo quién pudo haber hecho algo así. Eliseo era un excelente profesor. Un ser humano excepcional”. Ruiz habla de manera pausada y melódica como si estuviera dando una lección o recitando un poema. “¿Tenía problemas con algún colega en particular o con algún estudiante?”. “Había diferencias de opiniones sí, pero nada que llegara a configurar un enfrentamiento violento más allá de la confrontación puramente intelectual”. “¿Con quién, por ejemplo?”, pregunta Marlowe de manera directa. Ruiz duda un instante. “Bueno… Eliseo discordaba de algunas líneas de pensamiento propuestas por otros colegas de la Facultad”. “¿Quién?”, repite Marlowe. “No podría decirle un nombre…”. “¿Por qué no?”. “Bueno… no quiero que se piense que estoy señalando algún sospechoso”. “Lo que se diga en esta sala no saldrá de esta sala, no se preocupe”. Ruiz se queda pensativo un instante. Junta ambas manos sobre el escritorio. “Eliseo discordaba radicalmente de las tesis defendidas por De Quincey y su grupo de investigación. Llegaron a tener algunos altercados en congresos y seminarios. Todo, como le digo, dentro de un espíritu académico y de confrontación de ideas”. “De Quincey”, piensa Marlowe, el hombre misterioso de la fotografía. “Pero eso no quiere decir que el doctor De Quincey fuera capaz de algo así. De ninguna manera”, dice Ruiz, como arrepentido de haber señalado a su colega, “las discusiones entre el doctor Zubiria y el doctor De Quincey estuvieron siempre pautadas dentro de las normas académicas e intelectuales más rigurosas. Era una disputa de ideas, restringida exclusivamente al campo teórico de la filosofía y siempre con el mayor respeto y cordialidad que existe entre colegas”. “No se preocupe decano, no soy alguien que saca conclusiones a la ligera”. “Eso espero detective. La Facultad y la Universidad tienen una reputación que mantener. Estamos en un centro tradicional de formación de pensadores y profesionales. De hombres que han servido al país en muchos campos. Usted entiende lo que quiero decir…”. “Lo entiendo. Muchas gracias”, dice Marlowe levantándose de su asiento de improviso y alargando la mano hacia el decano. “Quisiera pedirle que me mantenga informado sobre la investigación, detective. Es muy importante para mí y para la Universidad”. “Lo mantendré informado”, dice Marlowe al salir.
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