Algunos dicen que Enrique Peñalosa es un alcalde arrogante, distante y frío, que “no sabe comunicar a la ciudadanía sus ideas” otros, incluso, le reprochan que hable como un muchachito gomelo de universidad privada, pese a sus 63 años, en realidad eso son nimiedades. Lo grave y verdaderamente sustantivo es que Peñalosa está llevando a Bogotá por una senda que a mediano plazo no puede concluir sino en un despeñadero. Por desgracia la gente en Bogotá no ha tomado consciencia suficiente del rumbo equivocado del Alcalde Mayor.
Más allá de su estilo arrogante y su contumacia en persistir en sus caprichos que son presentados por él y por muchos áulicos de la gran prensa, como fruto de la más esclarecida mente de visionario urbanista y excelso tecnócrata que haya gobernado la ciudad, lo serio e importante es que hay desentrañar las consecuencias de su enfoque y su modelo de ciudad. Es necesario recordar que lo que suele caracterizar a los tecnócratas no es propiamente su visión estratégica integral sino la imposición de decisiones y modelos de gestión unilaterales, rígidos y sin consideración alguna por las consecuencias, sobre todo, las consecuencias e impactos sociales desfavorables para los sectores sociales más excluidos y segregados.
Su modelo de ciudad está al servicio del gran capital y de los grandes intereses que se mueven alrededor de la jugosa contratación pública y la aplicación del enfoque neoliberal privatizador. Sus políticas de expansión urbana mantienen y refuerzan la segregación social y espacial de una ciudad, así como le sirven en bandeja la Sabana de Bogotá a los monopolios de la construcción. Basta mirar lo contenta que está Camacol con su “reactivación de la industria de la construcción” y el apetito que ya se les nota ante el suculento plato que les ofrecerá el nuevo POT que debe ser formulado a partir de este año.
La senda de las equivocaciones
En el Plan Plurianual de Inversiones 2016-2020 llama la atención como es la inversión proyectada por sectores. Integración Social recibirá 5 billones 310 mil millones, Hábitat 5 billones y medio, Salud 10 billones 887 mil millones, Educación 15 billones, mientras que para Movilidad, esto es, fundamentalmente lo que se destinará a las troncales transmilenio y el metro elevado, se invertirán 33 billones de pesos, esto es 3 billones más que salud, educación e integración social, sumadas. Esto indica a las claras cuáles son las prioridades de la actual administración en relación con la proporción entre la inversión social y la inversión en infraestructura.
Para Peñalosa la inversión social de su plan es una moneda de cambio, o peor aún un garrote para amenazar y chantajear, si no se le acepta su modelo neoliberal y privatizador. Luego de conocida las prioridades de la inversión peñalosistas, resulta descarado, por decir lo menos, su amenaza de que si no se le acepta la venta del 80% de las acciones de la Empresa de Telecomunicaciones de Bogotá, ETB, suspendida por un fallo en primera instancia de un juez en días pasados, se reducirá la inversión social en hospitales y colegios. Es decir, si no se le acepta desmantelar y privatizar una empresa fundamental en los activos de la ciudad, con un promisorio mercado de usuarios y en momentos en que el desarrollo de las telecomunicaciones exige potenciar y proyectar la empresa como un bien público, entonces los paganinis y los damnificados serán los sectores populares. Sobran los demás comentarios a esa infantil soberbia de chico neoliberal, rabioso, consentido y altanero.
Mientras tanto Enrique Peñalosa se empecina en la construcción de más troncales de Transmilenio, (su Plan de Desarrollo tiene contemplado construir 57 km, esto es, construir en su administración el equivalente a más del 50 % de los 112 Km ya existentes) a sabiendas de que este modo de transporte no resuelve el grave problema de la movilidad de la ciudad.
En ediciones anteriores de Desde Abajo y en numerosos artículos de otros medios de comunicación se ha denunciado incontrastadamente como él, hoy Alcalde Mayor de Bogotá, tiene claros intereses en la venta de los sistemas transmilenios en el mundo, así como sus estrechos vínculos con una entidad patrocinada por la transnacional Volvo, fabricante de buses articulados, para la cual trabajo y recibió importantes pagos hasta el 2015.
Aparte de los intereses creados señalados, con una tremenda irresponsabilidad y por un mezquino capricho, que ya le va constando miles de millones de pesos a la ciudadanía, decidió desconocer lo adelantado por la administración Petro en relación con el Metro para Bogotá. Claro está que con la inestimable ayuda del Gobierno de Santos a través del incompetente DNP.
Este aplazamiento, que hecha por la borda los años y los miles de millones de pesos ya pagados en estudios y en diseños del metro subterráneo, no es otra cosa que escamotear la anhelada idea de empezar a construir un Metro Pesado en Bogotá. Un metro de verdad, que sea la espina dorsal de un gran sistema de transporte masivo, multimodal e integral que recupere en este aspecto, el retardo de décadas de Bogotá y su región metropolitana. Región que ya sobrepasa los 9 millones de habitantes.
Como la oposición frontal al metro era políticamente insostenible en los días de la campaña electoral, lo cual explica sus ambigüedades y balbuceos sobre este tema por aquellos días, Peñalosa, una vez ya en el gobierno, sin ningún tipo de sustento serio, decidió que el metro tenía que ser elevado, con el peregrino argumento de que sale más barato. Peo no contento con esto, se le ocurrió la “brillante idea” de hacerlo en sus tramos más importantes por encima del transmilenio de la Avenida Caracas y la Autopista Norte.
Un metro elevado en principio es más barato que uno metro pesado subterráneo, pero a largo plazo resulta más costoso, mientras que con un metro pesado subterráneo pasa todo lo contrario. Un metro elevado, por definición tiene que ser liviano y jamás tendrá la capacidad de carga de uno subterráneo. Un metro de verdad requiere ser pensado no para tener una sola línea sino a futuro tener muchas líneas y por lo tanto, requerir de estaciones de interconexiones entre ellas. Esto exige grandes estaciones subterráneas, con andenes de abordaje de 80 o a veces 100 metros de longitud y tener dos y tres niveles, con sus respectivas escaleras de entrada y salida de miles de personas. Esto resulta prácticamente imposible de hacer en estaciones elevadas, por sus costos y por el exabrupto arquitectónico de situarlas encima de grandes avenidas y de zonas peatonales. Basta recordar la cicatriz urbana, que cual cuchillada en la cara, estropea el centro de Medellín por donde pasa el metro en su tramo elevado y la grotesca mole alzada donde se conectan las dos líneas.
La densificación de las grandes ciudades metropolitanas requiere de edificios de mayores alturas, grandes zonas verdes, muchas vías peatonales y muchas vías vehiculares y ferroviarias de superficie, elevadas en algunos tramos, pero sobre todo, requiere y exige construir hacia abajo, adecuar el subsuelo para las grandes infraestructuras del transporte y la movilidad. Ello permite aprovechar los espacios subterráneos brindando dotaciones y equipamientos urbanos para usos comerciales, de servicios, institucionales y de recreación cultural, anexas a los grandes flujos de personas en el subsuelo.
Basta imaginar cómo será la construcción del metro peñalosista por encima del actual Transmilenio. Un metro elevado requiere gruesos pilones, con cimientos de entre 3 a 5 metros de profundidad (exactamente la profundidad por donde pasan las instalaciones de acueducto y alcantarillado de la ciudad) a intervalos de no más de 50 o 60 metros, sobre el cual y a una altura de más de 8 metros se tendrán que colocar gruesas vigas en concreto armado. Una obra de esas características, que no se hace en uno o dos años, sino en mucho más, dado el alto riesgo e impacto urbano, no podrá hacerse por encima de un Transmilenio en funcionamiento, con miles de personas moviéndose en los buses articulados, saliendo y entrando a los vagones estaciones. Ni hablar de los que sucederá con las supuestas estaciones elevadas conectadas además con los supuestos grandes centros comerciales.
Por más que Enrique Peñalosa quiera mostrar su preocupación por los temas ambientales y desvaríe en relación con la recuperación de la ronda del río Bogotá, con lanchitas y todo, o que proclame la conversión de los cerros orientales en un inmenso parque forestal, lo cierto que su política de urbanización expansiva, adentro y fuera del perímetro de Bogotá y sus desacertadas decisiones en torno a la Reserva Thomas van der Hammen, para él unos simples potreros, retratan palmariamente su despreocupación por un urbanismo sostenible y por tomar en serio el problema del cambio climático.
Según el artículo 65 de la Ley 134 de 1994, la motivación de la revocatoria de una persona al frente de una alcaldía o de una gobernación puede proceder, luego de un año de gobierno –Peñalosa lleva ya más de año y medio– por dos causales o razones: “por insatisfacción general de la ciudadanía” o por “incumplimiento del programa de gobierno”.
Peñalosa, podría pasar a la historia si se convierte en el primer alcalde revocado por dos razones, aparentemente contradictorias pero que en el fondo son una sola, la primera, por el descontento general ante su gestión y la segunda, curiosamente, no por incumplir, sino todo lo contrario, por persistir en su nefasto programa de gobierno.
La ciudanía de Bogotá tiene la palabra.
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