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Remar con fuerza y ruta propia

Remar con fuerza y ruta propia

Bajo el dominio de la dispersión-atomización, y sin una propuesta común para el quehacer nacional, así prosiguen su persistente trajinar los diversos movimientos sociales colombianos. Dinámica dominante desde hace varias décadas, constante pese al esfuerzo que cada sector realiza por acumular fuerzas en procura de una mejor situación para sí mismo, como para el país en general. Actuar disperso que al mismo tiempo reconfirma la ausencia de una propuesta común de país por construir, desde la cual se desprenda un diseño de actividades comunes por emprender.

El diagnóstico se desprende de cuatro sucesos conocidos en el país en los últimos días de septiembre y las dos primeras semanas de octubre: la pretensión de paro en el sur bogotano, la masacre padecida por campesinos en el territorio de Tumaco, la huelga de los pilotos de Avianca y la jornada de protesta del 12 de octubre.

Movimiento territorial urbano. Si existe un sector social que evidencia la fractura que los actores sociales mantienen con las mayorías que habitan nuestro país, ese es el urbano. Realidad persistente, pese a que centenares de colectivos juveniles, artísticos, feministas, ambientalistas, sindicales, etcétera, conservan su presencia y actividad en diversidad de barrios, centros de estudio y de producción. Voluntarismo y buena fe resaltan en todos y cada uno de estos colectivos sociales, pese a lo cual su incidencia real en el imaginario urbano y su capacidad de afectar la vida diaria es precaria, por decirlo en una sola palabra.

 

Un paro por realizarse

 

Así quedó evidente, una vez más, el pasado 27 de septiembre, cuando debía concretarse el llamado a un paro en el sur bogotano, el mismo que no trascendió más allá de una débil jornada de protesta, pues quienes tenían que haber parado salieron, como cualquier otro día, a cumplir con sus obligaciones laborales, de estudio y de otro orden, quedando aislados los activistas en los territorios, concretando una jornada de denuncia.

Convocado por una coalición de organizaciones urbanas con asiento en Bogotá, esta demostración de ‘fuerza’ le recuerda a todo aquel que quiera de verdad preguntarse por el ¿qué pasa?, ¿por qué la comunidad no responde de acuerdo a lo convocado?, que en política los activistas no pueden decidir su quehacer a partir del deseo sino con sensatez, determinada, en este como en otros casos, por una lectura ponderada de la correlación de fuerzas y, cómo no, por un enraizamiento que les permita potenciar en toda ocasión las fibras más profundas de la comunidad.

Como es testigo el país en infinidad de convocatorias de este tipo, el deseo de que las protestas masivas tomen forma lleva a los activistas a confundir paro con jornada de inconformidad o de protesta, resultado de lo cual –en este como en otros casos conocidos– terminan por proyectarle a la sociedad en general un mensaje errado sobre el real estado y la capacidad real del activismo social. Si el llamado fuera a una jornada de protesta, el resultado final no sería tan pobre como realista, proyectando con toda claridad las tareas por emprender entre todos para seguir acumulando fuerzas y construyendo una propuesta de ciudad y de país por erigir. Al no proceder así, la sensación que deja esta convocatoria es de debilidad enquistada.

 

Necesaria innovación y renovación

 

Jornada de protesta del 12 de octubre. Si bien en esta ocasión el nombre fue el correcto, la diversa y tradicional participación social refleja, sin miramiento alguno, la prolongada dispersión que conserva lo social, entre cuyos actores más persistentes se encuentra el mundo sindical, resumido en las marchas –en muchas de sus expresiones– a pasacalles y dirigentes sindicales. La base de sus procesos y/o la comunidad a la cual debieran estar enfocados brilla por su ausencia.

 

La jornada, producto de una convocatoria que va tornándose rutinaria año tras año, evidencia que ese tipo de citación está agotándose paulatinamente, como el agua en muchas de nuestras municipalidades, sin encontrar el punto de entronque con la sociedad en su conjunto.

Así queda plasmado cuando se revisa la composición de las marchas, donde resalta la atomización que sobrelleva lo social –cada sector por su lado–, el agitar de consignas –sin prioridad ni énfasis–, la estética de las columnas de marchistas –sin propuesta alguna–, el corear de propuestas ahogado por el eco de reclamos.

De allí surgen algunos interrogantes: intentando comunicación con la sociedad en general, ¿no fuera más procedente realizar concentraciones y actividades programadas colectivamente, en diferentes sitios de la ciudad? ¿No pudiera tener más sentido darle énfasis a actividades culturales y artísticas que a la rutinaria marcha?

Valorar, en todo caso, que en esta ocasión la presencia masiva de estudiantes, obligados a la protesta por la crisis presupuestal que padecen y ahoga a sus centros de estudio, les inyectó dinamismo y potencia a las marchas. ¿Se mantendrá su movilización más allá de su afán de lograr que en el Presupuesto General de la Nación 2018 las universidades públicas sean reconocidas como lo merecen?

 

Paro de pilotos de Avianca

 

En la marcha del 12 de octubre se destacaba un nutrido grupo de uniformados, con sus trajes de trabajo, tal vez por ser la primera vez que hacen allí presencia, tal vez por la novedad de ver a profesionales altamente calificados en marcha, como cualquier trabajador y/o poblador, en procura del respeto a sus derechos.

Ellos, los pilotos de Avianca, resumen al mismo tiempo la novedosa realidad ante la cual se enfrenta el movimiento sindical: el trabajador ilustrado (ver página 2), nuevo actor de los tiempos que corren, trabajador que, pese a su cualificación académica, ahora está clasificado como un obrero más: está sujeto a una horario de trabajo flexible –más allá de los 3 ochos–, mal remunerado, obligado a trabajar horas extras si quiere mejorar sus ingresos, amenazado por sindicalizarse, temeroso de que lo expulsen del trabajo.

Es un trabajador que, además, presenta una característica: su rol de clase media, sometido a una intensa y rutinaria demanda de consumo, la misma que, sin mucha dificultad, hace añicos su salario. Es decir, mantener su tren de vida le obliga a someterse a una sobreexplotación ante la cual aspira a un mejor reconocimiento salarial.

Es en esas condiciones como también están obligados a buscar reconocimiento y alianzas dentro del movimiento social, y de ahí su presencia, como uno más, en la marcha del 12 de octubre. Presencia que, al detallarla, dentro de las huestes de la CGT, nos recuerda al mismo tiempo que el movimiento sindical sobrevive en su precariedad, altamente fracturado, cruzado por variedad de celos y debilitado por su frágil empalme con el conjunto social o el país nacional.

Pudiéramos preguntar aquí: ¿Dónde está la propuesta de los pilotos para la construcción de una política nacional para el transporte público aéreo? ¿Dónde, su propuesta para quebrar el monopolio real que sobre este tipo de transporte ha logrado la multinacional Avianca? ¿Dónde, su propuesta para quebrar las altas tarifas que caracterizan a este transporte? ¿Dónde está, en pocas palabras, su propuesta de país?

 

Movimiento campesino -cocalero

 

Vive en territorios de periferia pero está sometido a los coletazos de la geopolítica global. Esta es la contradictoria realidad del campesinado cocalero, el mismo que esperaba ver mejorada su situación en el corto plazo, producto de los acuerdos Gobierno-Farc.

La masacre acaecida en territorio de Tumaco durante la primera semana de octubre envía un claro mensaje a todo el país: al frente del establecimiento prevalece una visión militarista de lo social, visión que continuará marcando su relación con el conjunto social, por lo menos, en el corto y el mediano plazo. Desmilitarizar las fuerzas policiales sería la primera señal de que la institucionalidad asume de manera consecuente que la guerra va quedando atrás. Superar la guerra contra las drogas sería otra señal de lo mismo.

Para el campesinado cocalero, el proceder estatal que con estupor conoció el país en esos primeros días del décimo mes del año es una dura bofetada –y como prolongación para el conjunto del país nacional–, al recordarles de manera seca y ardiente, a uno y otro, que los Acuerdos en cuestión se concretarán, en el mejor de los casos, a través de un lento y prolongado cuentagotas controlado desde las altas esferas del poder, con el cual pretenderán romper a los insurgentes ahora desmovilizados, quebrando, por lo demás, su conexión y su relacionamiento con las bases campesinas.

Sin liderar una reforma agraria integral, sometido a la tensión de fuerzas escenificada en sus territorios cada día, sin propuesta medioambiental consecuente por liderar ante el país, con una economía que no lo relaciona de manera positiva con los pobladores de las regiones donde siembra la coca, este campesinado toma más bien la forma de un proletariado agrícola que, como tal, no está ligado ni determinado por la tierra y el territorio sino por la necesidad de mejorar su economía. Como se sabe, muchos de ellos son desempleados urbanos que han terminado por emigrar al campo en procura de mejores –y prontos– ingresos.

 

Tejiendo entre todos

 

Como es claro desde hace décadas, la necesidad de un proyecto nacional alternativo, que ayude a superar la dispersión del tejido social, conserva su prioridad. Identificar un eje que así lo permita, y lo dinamice, es uno de los principales requerimientos por encarar de parte de los activistas de distinta matriz política. Para lograr lo cual, una condición fundamental es remar con ruta y fuerza propia.

No proceder así es, nada más y nada menos, que someterse al más nefasto coyunturalismo, determinado en muchas ocasiones por la visión y los intereses del establecimiento, que, con todas las herramientas a su favor, logra que su agenda política marque el ritmo de las acciones del mayor porcentaje de agrupaciones que se autodefinen como de izquierda o alternativas.

Ante nuestros ojos tenemos una lección de lo dicho: las elecciones de 2018, a cuyo alrededor y ritmo vuelven a doblegarse las agendas alternativas, dejando a un lado sus pretensiones de confrontar al establecimiento, cimentar un proyecto de poder alterno que gane confianza entre las mayorías nacionales. Sectores y proyectos alternativos que así actúan, esperanzados en lograr algún escaño en el Congreso para dejar constancias históricas y, por fortuito suceso, el mismo control de la Casa de Nariño.

Perdido su rumbo, estas agrupaciones reman con fuerza ajena y con energía dispersa, sin lograr un resultado estratégico que atice una dualidad de poderes con la cual le muestren al país nacional que sí es posible construir otro modelo de sociedad. Críticos de la democracia realmente existente entre nosotros, se someten a todo su ritual, para dentro de unos meses tratar de retomar su rumbo, tras cuyo propósito deben controlar los dispersos vientos que airean el acontecer nacional. Cuando logran este propósito, de nuevo la agenda política institucional, con su rito de democracia formal, libera y controla los vientos y las fuerzas de la coyuntura nacional. ¿Hasta cuándo?

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