La calle 82 atraviesa la zona rosa. Rodeada de bares, restaurantes y centros comerciales, en las noches concentra buena parte de la actividad social de la ciudad. A la altura de la carrera novena, un tanto alejada del ruido de los bares y discotecas, una vieja casa de dos pisos alberga la Librería Bucholz.
Después de estacionar, Marlowe entra a la librería y sube unas escaleras en forma de caracol que conducen al café en el segundo piso. Desde lo alto de las escaleras Marlowe observa las filas de estantes llenos de libros y algunas personas que los hojean descuidadamente, entre ellas dos hombres de saco y corbata que parecen más preocupados por vigilar la puerta principal de la librería que por el destino de la literatura contemporánea. En una de las mesas del fondo del café hay una mujer sola, elegantemente vestida. Marlowe se dirige directamente hacia su mesa.
Flora Suskind debe tener unos 55 años, aunque aparenta tener menos. Su piel es brillante y de color canela, como si acabara de volver de unas vacaciones en la playa. Es más delgada de lo que Marlowe recordaba. Tiene las cejas pobladas y juntas, la nariz recta y alargada y labios finos. “¿Quiere tomar algo, detective?”. “Un café estaría bien”. Flora le hace una señal al mesero que de inmediato desaparece atrás de una puerta de madera. Sólo hay otra mesa ocupada donde un hombre viejo escribe concentrado en un cuaderno de tapa oscura. “Es Chandler, el escritor”, dice Flora mirando hacia la otra mesa. “No leo mucho últimamente”, dice Marlowe. “Bueno, no importa”. El mesero coloca una taza de café frente a Marlowe y después vuelve a desaparecer atrás de la puerta.
“¿Quería hablar conmigo?”, dice Marlowe, después de darle un sorbo largo a su taza de café. “Detective, lo que voy a decirle ahora no lo sostendré en ningún otro momento. Espero que me entienda. Sólo lo hago porque creo que mi vida está en riesgo”. “No se preocupe, la entiendo”. “Como usted ya debe imaginar, los asesinatos de los últimos días, no son casos aislados”. “Tenía la vaga intuición”. “Veo que no ha perdido el sentido del humor, me alegro”. “En este país es nuestra única defensa”. “Estoy de acuerdo”, dice Flora con una sonrisa. “Zubiría, Laura, el Coronel Fernández, se conocían y yo los conocía a ellos. Hacíamos parte de un grupo, de una cofradía…”. “¿El Club del Fuego del Infierno?”, dice Marlowe. “Ha estado investigando”, dice Flora un poco sorprendida. “Pensé que era una broma de intelectuales ricos y desocupados”. “Touché”, dice Flora, “algo por el estilo. O por lo menos eso creíamos hasta que comenzaron las muertes”. “¿Y cuál era el objetivo del grupo exactamente?”. “Bien, creo que esto no sorprenderá a un detective de homicidios. El grupo reúne a aficionados, conocedores del arte del asesinato, personas cultas que estudian el asesinato: sus diversas formas, métodos, historia…”. Marlowe la mira fijamente a los ojos. “Detective, encaramos el asesinato desde un punto de vista estético, no desde un punto de vista moral. No planeamos, ni queremos la muerte de ningún ser humano, analizamos hechos consumados que están ahí como una obra de arte, como una pintura o una novela. Ninguno de nosotros es… o era un asesino”. “¿De Quincey hacía parte del grupo?”. “Más que eso, De Quincey es uno de los miembros fundadores, uno de los mayores conocedores del tema y defensor intelectual del asesinato considerado como una de las bellas artes.” “Pero no un asesino”, dice Marlowe. “Me cuesta creerlo, pero en este momento no estoy segura de nada”. “¿Y Zubiría?”. “Ah, Eliseo nunca debió entrar al grupo. Comenzó a frecuentarlo en compañía de su esposa, más por curiosidad que por verdadera afinidad, como nos dimos cuenta después. Tras las primeras reuniones comenzó a atacarnos, a decir que lo que hacíamos era inmoral y peligroso y amenazó con poner al descubierto las actividades del grupo”. “Algo que no sería nada agradable para importantes figuras públicas”. “Exacto. Decidimos terminar con las reuniones para no correr el riesgo.” “¿Cuándo fue eso?”. “Hace más o menos un año”. “¿La señora Braun también hacía parte del Club?”. “Sí, era un miembro antiguo de la cofradía desde sus años en Berlín”. “Ah, así que el grupo es internacional”. “Tiene una larga tradición detective, en varios países”. “El Club Rotario de Asesinatos”, dice Marlowe irónico. “¿Quién más hacía parte del grupo?”. “A eso precisamente quería llegar. Mi buen amigo Oscar Cardoso.” “¿Cardoso, el arquitecto?”. “Sí, llevo varios días tratando de comunicarme con él y no lo consigo. No atiende su celular, ni el teléfono fijo, no responde los mails. Nadie lo ha visto recientemente”. “¿Dónde vive?”. “En una casa de campo a las afueras de Chía. Esta es la indicación para llegar”. Flora le pasa un pequeño papel blanco con un mapa. “¿Por qué decidió contar todo esto ahora?”. “Tengo miedo, detective. Ando todo el día con escoltas. Cualquier movimiento me parece sospechoso. No puedo dormir. Quiero que esto termine, que se capture al responsable. Quiero volver a vivir en paz”. La voz de Flora se quiebra un poco antes de terminar la frase. “Por ahora le recomiendo que tenga mucho cuidado. Llámeme si ve algo sospechoso”, dice Marlowe mientras le pasa una tarjeta. “Lo haré detective”, dice Flora recuperando la firmeza de su voz. “Gracias por su ayuda”.
* Este es el último capítulo que aparecerá impreso en el Periódico desdeabajo, para continuar la lectura de “Crímenes sublimes” puede ingresar a:
https://crimenessublimes.wordpress.com
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