La coyuntura política, asociada al período social, económico, nacional e internacional en que hemos entrado, enfrenta a los actores alternativos colombianos ante el inmenso reto de cómo proceder para lograr: 1. Reencontrarse con el país nacional, o las mayorías de pobres y excluidos; 2. Propiciar la unidad de la izquierda; 3. Crear y desplegar una metodología que permita que estas mayorías tomen el futuro en sus propias manos, dejando a un lado las delegaciones y, como efecto inverso, las suplantaciones.
Para lograr el primero de estos propósitos, esta vez la coyuntura abre un interrogante: ¿Cómo construir una metodología que lleve a las mayorías a actuar desde una agenda propia, sin dejarse distraer por la agenda institucional que, como se sabe, entra en el ciclo del formalismo electoral?
Y la preocupación que subyace en esta ruptura con lo formal-institucional no es de segundo plano ni se reduce al dilema eterno: votar vs. abstenerse, ni implica, por tanto, adelantar campaña en favor de uno u otro proceder. No. La preocupación va mucho más allá, situándose en el dilema: ¿construir y desplegar un accionar político propio, que devele y contradiga los procederes y limitantes del poder o limitarse al discurso y lógica institucional, a sus tiempos y propósitos, a sus formas y métodos?
La alternativa es el accionar político propio, cuyo objetivo en los días que corren es procurar el reencuentro con el país nacional. Para materializarlo, nos preguntamos por lo que es más procedente en la coyuntura: ¿tensionar los lazos institucionales (electorales), que, como se sabe, no logran movilizar a las mayorías nacionales? o, haciéndole un vacío a tal realidad, buscando no encallarnos en la inmediatez de tal coyuntura, ¿tendrá mejor recibo desplegar una agenda de reencuentro con ese país de excluidos que desde hace más de 60 años no se identifica con una opción nacional?
En desdeabajo nos inclinamos por esta segunda opción. Un primer paso en tal dirección, en procura del reencuentro nacional, lo denominamos Vuelta a Colombia. Un recorrido por el país del ‘centro’ y de la ‘periferia’, un viaje al país profundo para compartir opiniones entre iguales; para desentrañar pesares, angustias y esperanzas que disponen para la movilización a los siempre negados(as); para aprender a escuchar, estructurando en común una plataforma de acción o de combate que identifique un norte por perseguir.
De la misma manera, se trata de concentrar fuerzas y de poner en práctica formas alternas de poder y de gobierno con las cuales tejamos una real dualidad de poderes, cimentándola a través de los espacios y las prácticas necesarias para recuperar y potenciar la confianza en que otro mundo sí es posible. En nuestro caso puntual, para reconocer que otra democracia sí posee posibilidades de tomar forma, una democracia mucho más allá de la realmente existente e imperante, la desplegada por una clase dominante valida de ella para propiciar la concentración de poder en unos pocos, así como para justificar la injusticia extendida por siglos entre los nuestros, sometiéndolos(nos) unas veces con el discurso y las formas institucionales, otras con la “violencia legalmente instituida”, pero a lo largo de nuestra historia con una combinación de ambos procederes (garrote y zanahoria le dicen a tal accionar del poder).
Tras estos propósitos, para potenciarlos, planteamos una metodología de diálogo y compartir que torne a la democracia en tema central de toda la sociedad, develando las limitaciones que hoy porta, y diseñando entre todas las manos aquello que consideramos que la recupera y potencia en su real y necesaria configuración.
¿Por qué la democracia, como tema central? Porque en ella, como columna vertebral del régimen político, descansa la legalidad y la legitimidad del proyecto burgués. Pero principalmente porque, radicalizándola, podremos vivir de modo diferente en este país, de forma mucho mejor que como vivieron nuestros antepasados inmediatos (primera y segunda mitad del siglo XX) y como han vivido las nuevas generaciones (finales del siglo XX y lo corrido del siglo XXI).
Como podrá recordarse, en su lucha contra reyes y monarquías, la burguesía reclamó igualdad y otros derechos fundamentales, ofreciendo justicia y participación al conjunto social. Participación social, como formalidad a través de las elecciones, sí garantizó(a), pero el resto de promesas en ello quedaron. La participación le sirvió para justificar el dominio de la minoría sobre la mayoría, en el siglo XIX a partir del voto condicionado (por capacidad patrimonial, porque sólo votaban quienes sabían leer o eran hombres, quienes tenían esclavos, etcétera), y en el siglo XX-XXI a través de la aplicación de la tensión de todos sus recursos económicos, mediáticos, clientelares, etcétera o, de ser necesario, mediante la misma tensión abierta y sin disimulo de la fuerza.
Este ejercicio y concreción de democracia parcial, dejó un vacío por llenar: la intervención de las relaciones de producción y de distribución, que la democracia se torne vida allí donde se produce vida; en todos los puntos de trabajo, debatiéndose allí, entre todos, cómo administrar lo colectivo, planificando la alocada producción que hoy llena todos los rincones del mundo de cosas innecesarias que nos están ahogando entre necedades y consumos compulsivos, garantizando con ello, con la producción ordenada y colectiva, que la riqueza generada entre el conjunto social también tenga una redistribución social, equitativa, bajo la máxima “De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades”.
La democracia real que hoy padecemos, sumón del poder oligárquico, acumuló un agravante en las últimas décadas, producto del despliegue neoliberal: la riqueza terminó (re)concentrada de manera evidente en cada vez menos manos, las que a la vez determinan el poder político. Ambas realidades –la económica y la política– implican una tercera realidad/negación de la democracia: la militarización de sociedades como conducto privilegiado para contener opositores y disidentes; conducto por medio del cual, como consecuencia evidente, hasta la mismísima participación terminó desnudada en su real ineficacia, pues quedó reducida a su mínima expresión –el voto.
Entonces, alrededor de la temática de la democracia, de todos y cada uno de los derechos conquistados por la humanidad –arrebatados al poder, no concedidos sin lucha ni sangre–, reflexionando sobre las formas de actuar del poder para perpetuarse, procederemos a la discusión colectiva, explicándonos cómo se articula y funciona el poder entre nosotros, e imaginándonos cómo actuar para confrontarlo.
A partir de esas reuniones-diálogo como concreción de la Vuelta a Colombia, de ese conversar alrededor de sorbos de líquidos fríos o calientes, de risas y caras duras, proponemos que se vayan constituyendo comités de impulso de la campaña en favor de otra democracia que sí es posible y necesaria, y que, de acuerdo a la acogida y la multiplicación que logre la propuesta, entre el conjunto interesado, se cite a la realización de asambleas periódicas (como mínimo semestrales), citaciones de las cuales deberán emerger los planes de acción colectivos, las consignas, las acciones puntuales y/o las campañas de acción pública o de formación de amplios sectores sociales. Las vocerías, cada vez más colectivas, descentralizadas si fuera necesario, rotativas, también.
Proceder de otra manera muy seguramente será para instrumentalizar e imponer criterios e intereses de grupo, actuando, por tanto, de espaldas al país nacional. De lo que se trata acá, tanto como metodología, como propósito, es de invertir lógicas y prioridades: a quienes les corresponde diseñar y liderar la confrontación contra aquellos que han negado la felicidad de las gentes deben ser, precisamente, esas mismas gentes, con el afán y los ritmos que ellas mismas impongan, sin los afanes ni las agendas que despliega el calendario institucional. Hay que tomar el tiempo de la realidad, que es muy distinto al de los activistas, mucho más cuando son profesionales de los partidos de izquierda.
La izquierda tiene el deber histórico y moral de alcanzar la unidad, pero ésta, más allá del deseo y la buena voluntad, es imposible por fuera de las dinámicas y los procederes sociales: así lo ha demostrado la historia. Las lógicas de izquierda que hacen creer a cada grupo que el suyo es el fundamental, solamente pueden romperse por acción de las gentes, que en sus procederes desnuda las formas del poder y de la negación incubadas también en quienes se dicen alternativos. Unidad que, para ser posible, también requiere un tiempo de rupturas donde no prevalezca la ideología sino el proceder y la prioridad social –el encuentro con el país nacional–, una política de irrupciones demandada por la realidad, donde la confrontación con el poder dominante, con su violencia “legalmente desplegada”, obligue al accionar común de todos, como forma de protección pero igualmente de concentración de fuerzas, de todo lo chico y “despreciable” para neutralizar y superar a los aparatos del poder ungidos por la formalidad democrática.
De manera tradicional y rutinaria la izquierda cree que puede construir la unidad por fuera de la agenda social, pero las matrices ideológicas, así como las lecturas dispares de la coyuntura atentan contra su buena voluntad. Impuesta la realidad, terminan distantes por la manera de proceder en la coyuntura electoral. Una vez más, todas las veces, la agenda institucional impone sus determinantes. De lo anterior cabe sacar una enseñanza: hay que construir una agenda propia, con una metodología y unos tiempos que estén más allá del reloj institucional.
Si así se despliega una y otra vez la realidad, ¿por qué seguir haciéndole el juego?
Es un tema de procederes y de primacías-, en los cuales no hay lugares yuxtapuestos, pero sí prioridades. Las de los tiempos que hoy corren invitan a tres cosas: 1. Darle partida a la Vuelta a Colombia; 2. Definir como premio mayor Otra democracia sí; 3. Decidir como premio de montaña la unidad de la izquierda.
La diferencia en esta Vuelta es que aquí no caben los espectadores; aquí hombres y mujeres, de cualquier edad, pedaleamos para hacer realidad el encuentro de iguales y la construcción de sueños. Pero también el batirse por su concreción. Aunque esto es cuestión de tiempo, pues sin escucharnos y sin definir entre el conjunto no es posible pasar a la confrontación en contra del poder realmente existente.
¿Cómo imagina, todo aquel que haya leído este texto, que pudiéramos darle partida y concretar esta Vuelta a Colombia? ¿Cuáles debieran ser sus etapas? ¿Cruzando cuáles territorios? ¿Bajo cuáles consignas y referentes? ¿Cuál el ritmo por imprimir en cada una de ellas?
Todos tenemos algo por decir y proponer. No deje de escribir a desdeabajo sobre ello.
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