En esta selva de cemento no son los fuertes los que ganan… sino los que le encuentran la grieta al sistema, y desde su cotidianidad transforman las formas de relacionarse con su entorno.
Abro los ojos y los primeros rayos del sol me avisan que mi día ya comenzó. Un poco más tarde de lo previsto, sin embargo eso no impide que la roña y la pereza para levantarme invadan mi cuerpo por unos segundos. Me levanto, un baño rápido, la cama, la comida del gato, un tinto bien cargado y a rodar se dijo. Lo primero que pienso es en la lluvia que se vislumbra en el ambiente, y en mi cabello que acabé de peinar… Creo que al final eso no importa.
Me subo a la bicicleta, consciente de lo lejos que estoy de mi punto de destino y de lo tarde que voy a llegar… desde Suacha es lejos cualquier parte de la capital.
Al llegar a la autopista me encuentro con un panorama que a pesar de ser cotidiano no pierde lo violento y desmedido. “La carrera de la calle” en la que los actores son: peatones, transmilenios, Sitp, colectivos, flotas, cebolleros, mulas, camiones, taxis, motos, bicitaxis y otros ciclistas como yo.
Me siento como en una selva de cemento, luchando por un poco de espacio, en el que la llamada selección natural urbana beneficia el motor y el acero. El ganador es el más veloz, y el que pueda imponerse ante los demás con su prominente tamaño. No ve a los demás… tal vez ni le importa hacerlo, y de atravesarse en su camino no dudaría en responder de forma agresiva imponiendo la superioridad que el hierro y el motor le otorga. Sin embargo, la facilidad de esquivar, pasarlos y evitar la congestión me da un poco de ventaja. Ellos, estresados porque la ciudad les ‘vende’ la idea de la velocidad… pero en los hechos no andan más rápido que yo. Un pequeño fresquito me invade jejeje.
Pasando a mis compañeros de ruta, los accidentes no demoran en aparecer, ya sea por imprudencia propia o de aquellos que me acompañan, lo que propicia que aumente la tensión y, por ende, los trancones. Dos motos estrelladas, vidrios por el suelo, y groserías en el ambiente; más adelante me golpeo con un peatón al bajarse de un colectivo. Ni él ni yo nos fijamos… por fortuna, no pasa a mayores… prosigo en mi ruta… Aún estoy lejos.
A pesar del monumental trancón trato de evitar la cicloruta, mientras veo a otros ciclistas subiendo y bajando los andenes inconclusos, algunos se pinchan, mientras otros aprendieron la maña para sortear el andén o sus bicicletas resisten aquel trajín. La mía no resiste, por lo que sigo optando por la calle, evitando cualquier policía que me pueda retener por el simple hecho de usar el espacio público. Ellos no entienden mis razones, solo quieren lucrarse.
A unos pocos minutos de llegar a mi destino, me percato de todo el tiempo transcurrido desde que salí de casa… y que efectivamente llegaré tarde al lugar que me dirijo, ya es inevitable. Bueno… pero también pienso que hubiera sido peor si mi selección de transporte hubiera sido otra…. Estaría aprisionada en aquel trancón. Para completar, un auto alcanza a chocarme por la parte de atrás al subirme en un puente vehicular, lo que hace que mi indisposición aumente, no le digo nada –el afán me impide detenerme– pero esto me recuerda lo invisibles que podemos ser en un escenario en el que cada uno lucha por un poco de espacio, sin importar las necesidades y la vida de los otros.
Al estar muy cerca de mi destino, y ya con la tranquilidad de haber logrado mi cometido, siento que la bicicleta me ha liberado un poco: un poco de la monotonía, de escoger entre almorzar o pagar los pasajes del transmilenio, de la pasividad física, del encierro, de la pérdida de tiempo y vida en trancones, de ver mi ciudad como un espacio simplemente para transitarlo, y no como lo siento: un espacio para vivirlo, apropiarlo y reconocerlo como propio.
Todo un deseo de vida que me alienta a pensar que en esta selva de cemento no son los fuertes los que ganan… sino los que le encuentran la grieta al sistema, y desde su cotidianidad transforman las formas de relacionarse con su entorno, logrando que no sean tan automáticas y robóticas, y sí más humanas y autónomas, como el hecho de usar una bicicleta.
Leave a Reply