En estos días tengo la oportunidad de realizar un gesto que podría rotular de solidario, pero, a la luz de la candela, a la luz de la realidad, más bien se trata de la donación de un pequeño firulete tecnológico, un juguetico que tal vez nos alegrará algunos ratos.
Aunque puedo afirmar, con más pretensión que atino, que la razón fundamental de brindar este aparatico al señor Alfonso, es la de ayudarle a registrar digitalmente los relatos milenarios de sus paisanos, en realidad esperamos, que el pretexto siempre sea el de reunirse, como en una especie de Dabukurí de los datos, que siempre será más relevante a los ojos de las comunidades, que el de rendirle cuentas a la noción de lo patrimonial y sus “patrimonializaciones tan patrimonialmente patrimoniales”.
El olvido que me ha patrocinado, el asumirme no ser un investigador de las músicas tradicionales (sólo para las formalidades infidentes de las hojas de vida), me ha permitido acceder a otro tipo de sorpresas coincidentes; sólo, ante la denominada capacidad de asombro. Lamentablemente, en el mundo de situaciones paradójicas y contradictorias que viven los portadores de los saberes tradicionales, nada parece ser coincidencia, sino más bien, consecuencia de un plan concertado que juega en su contra.
Guardadora de memorias, de inconformidades
En la grabadora de periodista sobrevivían las voces de Eleuterio Sabogal y Moisés Vargas, campesinos músicos, copleros y sabedores que vivían en la vereda Potrerogrande, del municipio de Fómeque (Cundinamarca). Sus voces se entremezclaban con las de Diego Garzón, Lina Paola Forero y mi persona, quienes íbamos a persuadirlos (convencerlos) de que nos acompañaran en la celebración municipal del día del idioma, por allá en el año 2010. A pesar de las estafas que les han hecho históricamente a estos campesinos-actores, con el tiple, el chucho, las coplas, y la pandereta, nos acompañaron.
Transvasando al computador el relato que la grabadora guardó, escucho de nuevo las inconformidades de los dos mayores. Nombres y apellidos citados por ellos, confirman que a ellos los buscaron muchas veces desde la institucionalidad, para ellos seguir quedando insatisfechos desde su ruralidad. ¡Qué juego de interpretaciones políticas genera el combinar las palabras promesa, torbellino y copla! Pues, por las peregrinaciones sagradas de Muisca raigambre, los descendientes mestizados bajo el ámbito de la Corona española y la Iglesia católica, generaron la tradición de pagar la promesa a la Virgen de Chiquinquirá, estrategia iconográfica de los curas, desde esa época, para que la “diosa” Madre de la tierra, fuera vista en la figura de María de Nazareth. Pues bien, esas promesas y romerías, generaron coplas cantadas entre torbellinos y guabinas.
En contraste, las promesas que ahora hacen los nuevos predicadores, en un territorio fumigadísimo por los carbofuranos del progreso y sus espectáculos, generan en buena medida, merengues, rumbas y rancheras mediocres, éxitos comerciales para las ferias y fiestas de tropel y borrachera, en que el presupuesto que alimentaría a una escuela de formación musical durante un año, se va, se va, se fue… en un concierto del imitador del émulo de Pipe “Charrito” Ayala.
Sea en las inmediaciones de las selvas que dibujan al río Guaviare, como en el caso del señor Alfonso Nariño, o en las montañas pedregosas del oriente cundinamarqués, la gestión cultural parece ser la respuesta a una pregunta que jamás se hicieron los depositarios de estos saberes. Conocimientos que tientan a creer que la poética se le escapa a los reyes, a los presidentes y demás jerarcas de los poderes entronizados. A la institucionalidad. Tal vez por eso, el señor Moisés era un capitán, pero un capitán de mojigangas, danzas, sátira y juglaresca. Paz en su tumba, y una que otra copla.
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