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¡Desnudos!

¡Desnudos!

Como en el refrán, así anda la izquierda en política comunicativa. En días recientes, decenas de opinadores de este perfil ideológico, regulares en las redes sociales, no cesaron de expresar su inconformidad y su desconcierto una vez conocido el despido de Daniel Coronell de la revista que por años acogió sus escritos (Ver pág. 6). “Censura” era uno de sus razones para explicar la cancelación de las funciones del periodista. A renglón seguido estaban, en otro plano, la manifiesta preocupación por las denuncias en contra del uribismo y otros comentarios sobre el establecimiento que ya no circularían de manera regular.

“Desnudos” de información, así se sentían o al menos así dejaban traslucir en sus correos y trinos quienes lamentaban la decisión de los propietarios de la revista. ¿Quién podía suplirles ahora lo que regularmente brindaba el cesado? No se equivoca el refrán de marras cuando sentencia que “Al que de ajeno se viste en la calle le desnudan”.

Es una sentencia del saber milenario plenamente comprobada en esta ocasión, cuando aquellos que siempre han integrado la cúspide del poder nacional deciden, como lo permite la propiedad de una empresa –en este caso una casa editorial–, zanjar las diferencias que puedan tener con uno de sus empleados informándole –no se sabe si con la formalidad del sobre sellado o si con la informalidad hoy impuesta por las redes sociales o si, como gesto de respeto con el otro, en reunión privada, acompañados de un aperitivo y de las remembranzas de mejores épocas compartidas. ¡Vaya usted a saber!

Lo cierto es que la noticia progresó como mecha detonante por variedad de círculos, no solo de izquierda sino también liberales –como apenas es obvio– y de otro carácter, todos concitados por iguales razones y razonamientos, como si no tuvieran diferencia alguna en la manera de encarar el reto de las comunicaciones y de la información en general.

Tal reacción y la ausencia de disconformidad preocupan, por decir lo menos, ya que exteriorizan una vez más una realidad que caracteriza a los sectores que pretenden cambiar la estructura económica, social, militar, política, cultural, del país: su desinterés por la construcción de una política en comunicaciones propia –¡en plena época del Big Data!– de un carácter y una potencia que precisamente impidan que en cualquier momento les quiten la ropa facilitada de manera ‘gentil’ por quienes, contradictoriamente, dicen querer confrontar y desplazar del control del país.

Ese desinterés no es de ahora sino de siempre, con desprecio y desperdicio de la información que reúnen y no procesan las organizaciones sociales –sindicatos y otras– pero que en los últimos 20 años es más notable, toda vez que la información dejó de ser complemento de algo –la política o cualquiera de los vectores sustanciales del gobierno y del Estado– para constituirse en el centro de la sociedad misma –en tanto la atraviesa por todos sus poros–, en factor fundamental para la lucha por la vida y, con ella, en la disputa por la cultura –esencial en cualquier pretensión de verdadero cambio social– y la opinión pública como un todo.

Sorprende que esta realidad perdure en el tiempo y que estos sectores depositen su posibilidad de informarse sobre asuntos del poder, así como sobre sus disputas internas, en una casa editorial que hace parte del corazón del propio poder, como también lo son los pocos diarios con pretensión nacional que aún sobreviven en el país.

Y sorprende, pero al mismo tiempo es incomprensible tal actitud, porque ahora nos encontramos insertos en una revolución industrial de colosal tamaño y que desprende posibilidades de nuevo tipo, para, entre otros asuntos, encarar con éxito un proyecto comunicativo de nuevo tipo, uno del tamaño del sueño que cada proyecto social tenga. Y si esto es así, ¿por qué seguir apegados a la mano de aquellos a quienes se pretende desconocer? ¿Por qué no aprender a caminar por cuenta y riesgo propios?

Estamos ante una fuerte dependencia informativa, histórica y presente, que tiene explicaciones desde la primera de todas: los sectores dotados de vocación por un país distinto no se han apropiado de la realidad que constituye la revolución industrial en curso y sus implicaciones en multiplicidad de planos y órdenes. En efecto, además de las implícitas en lo que aquí abordamos, existe el hecho real de que hoy la información es patrimonio del conjunto humano, información que –bien tratada– permite intuir, deducir y comprender las particularidades del poder y las disputas desatadas a su sombra. Pero aquellos sectores tampoco han construido, como segunda de estas razones, un proyecto político con vocación y sentido propios y que no dependa de los ires y venires de su contraparte sino que se soporte y proyecte, profundamente, en un ideario de largo plazo y que dé cuenta de la totalidad de la estructura sobre la cual está parado, avivado por lo mejor de la historia y las luchas de las generaciones que le anteceden en el territorio nacional, así como de las luchas, los sueños, los idearios, de lo mejor de la humanidad en su conjunto, retomando también de tales experiencias y sueños, alimento ideológico y político.

Así, parece ganar terreno una preocupante incomprensión, acompañada de desinterés, de la revolución industrial en curso, lo que impide percibir que la construcción de un proyecto comunicativo, que otrora demandaba la inversión de un capital imposible para sectores alternos, hoy no bordea las cifras de antaño. Con una potencia mayor: actualmente resulta en alguna medida fácil un proyecto alterno, que de verdad quiera trascender o asuma la integridad de lo comunicativo como bastión para concretar su utopía, o simplemente reconozca que nunca dejará de ser marginal, aferrado a lo ideológico como balso para no desaparecer, pero con altas posibilidades de convertirse en referente.

Miremos el panorama. Hasta hace poco, para construir comunicación era necesario definirse por un segmento de la misma: escrita (periódicos, revistas y similares), visual (televisión y cine), oral (radio). Esos eran los sectores en que antes se podía incursionar, y cada uno por separado. Desde hace años, esto dejó de ser así. Hoy es posible –mucho más que factible, para ser enfáticos– irrumpir de manera simultánea e integrada en estos tres sectores de la comunicación, pero además como extensión de los mismos o vehículo para concretarlos, en redes sociales, la producción de libros, así como la materialización de una política educativa de índole masiva, todo esto como lo más evidente, y todo ello al mismo tiempo, si así se pretende, y de manera colectiva, además, como concreción de un sueño de nueva sociedad que demanda cooperación y complementariedad, dejando atrás los afanes protagónicos, competencia y sed de ganancia. Claro, así ha de ser si de verdad se pretende construir un proyecto diferente de comunicación.

Tenemos ante nosotros todo un mar de posibilidades, factible de acometer, sin necesidad de grandes edificios y grandes máquinas o equipos físicos. Y esas posibilidades se pueden asumir en una misma edificación (casa, bodega, oficina), en forma descentralizada (varios equipos humanos, cada uno de ellos desde lugares diferentes), entrelazados vía chat o similar. ¿Qué es lo determinante a la hora de afrontar este reto? Sencillo: el proyecto por liderar debe tener sentido propio –de país, región, mundo–, así como sentido histórico –de tiempo.

Un proyecto así, por sus demandas técnicas –unos cuantos computadores, cámaras de video, software para edición–, es factible de ser encarado por cualquier grupo social y político que lo pretenda. ¿Qué es lo fundamental al tomar esta decisión, como segunda demanda por resolver? Es claro: el conjunto humano que afronte y lidere el reto, el cual, sin duda alguna, es el sine qua non que habrá de resolver las dificultades, en este aspecto como en cualquier otro que se encamine hacia el cambio social.

Formar un equipo humano es la principal de las labores por desarrollar, de modo que con toda conciencia logre apropiarse del momento, las posibilidades que le rodean, el territorio que habita, las formas de ser y relacionarse de quienes allí viven, sus demandas, aspiraciones, sueños y disposiciones, simultáneamente con un amplio bagaje cultural que le permita moverse con libertad por la filosofía, la sociología, la antropología y las más diversas ciencias sociales, tanto con raíz de antaño como de reciente surgimiento. La comprensión de su tiempo habrá de permitirle la operación de las nuevas tecnologías, adentrándose y ganando solvencia en el manejo de software libre y web profunda, proponiéndose en todo momento la necesaria autonomía ante el software comercial, desde la conciencia de que ahora todo está controlado y bajo sospecha, además de que todos los programas tienen puertas traseras desde donde el poder existente puede llegar a conocer los quehaceres de los grupos contraculturales, por lo cual también pueden explosionarlos cuando así lo defina quien está interesado en controlar y dominar.

En la realización de estas finalidades, no es exigible la garantía de cada una de las personas que integran el equipo social y político comprometido en tal propósito. Debemos tener claro que el trabajo ha de estar fundamentado en la acción del conjunto humano como equipo y no simplemente como agregado físico y sin unidad. Un proyecto histórico depende de la complementariedad de quienes lo integran y no de la virtud de alguno de sus líderes.

Justo en esa lógica se ha movido el proyecto comunicacional que lleva por nombre desdeabajo, no ahora sino desde hace dos décadas, cuando en el año 2000 realizamos el foro “La prensa se hace a diario y entre todos”, propuesta que no logró recepción positiva, como tampoco la consiguió años después la propuesta de constituir, entre el conjunto social por el cambio, un Sistema Nacional de Comunicaciones Alternativo (Snca). Esas propuestas han carecido de la necesaria fuerza social que rompa el enconchamiento, el protagonismo y la incomprensión del momento histórico que estamos viviendo. Tal incomprensión por parte de las fuerzas alternativas nos lleva a seguir vistiéndonos con la ropa que nos presta el establecimiento, el mismo que decide cuándo dejarnos desnudos.

Información adicional

Autor/a: Equipo desdeabajo
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