Salimos a caminar la palabra por uno de los rincones empobrecidos de Bogotá, la capital. El proceso Asamblea Sur dirigió el recorrido por la localidad de Ciudad Bolívar, explicando la realidad de este territorio urbano-rural. Primero, la minería es un problema visible. El río Tunjuelo desviado en una parte, montañas convertidas en paredes de escombros y áreas inundadas que antes fueron barrios. Debido al trabajo de Cemex y la Arquidiócesis de la Iglesia, que llevan más de 60 años sacando piedra y arena para cemento.
El desordenado crecimiento de barrios por la ladera de la montaña también se nota a simple vista. Las fachadas sin pintar, tejas de zinc, una que otra calle pavimentada, son resultado del desplazamiento de comunidades de departamentos del Meta, Casanare, Boyacá, la Costa Caribe, entre otros, cuya razón común es el conflicto armado y social que vive el país. Es así, como desterrados de paramilitares, fuerza pública y guerrilla se asentaron en este territorio desde los años 70-80, pagando a los llamados terreros lotes con neveras, estufas, y otros bienes, pero también con cuotas mensuales, y hasta con hijas para hacerse a un pedazo de tierra donde levantar un rancho. Según nuestros guías, los terreros son apadrinados por concejales y políticos grandes de la ciudad. Mafia rentable.
Ocurre que en sus inicios estas comunidades traían con ellas, y desde su tierra natal, los conflictos. Los grupos paramilitares que se disputaban el territorio en Casanare, se encontraban en este rincón de la capital, y se encendían aquí también. Pero fueron entendiendo que eran víctimas de un problema común, la pobreza. Pobreza propiciada por las políticas de los distintos gobiernos, y por sus alianzas con gobiernos y grandes empresas extranjeras.
El vecino problemático del territorio, es el basurero Doña Juana. Cuyo proyecto se expuso a los campesinos y les aseguraron que duraría 10 años, ya llevan 30 y nada que dejan de depositar ahí los desechos de toda la ciudad. Moscas, zancudos, ratas, malos olores, problemas respiratorios, todo ello invadió la salud de la gente. La empresa Consorcio Centro de Gerenciamiento Doña Juana, que administra el basurero, recibe plata de la Suez Vivendi francesa (dueño de aguas de Barcelona). A esta relación económica la rodea la sospecha de un proyecto igual o más grande que Doña Juana, pues la Suez también tiene como negocio el agua en Panamá, Chile, Brasil y México, con inversiones en tratamiento de aguas residuales; y al estar cerca el páramo del Sumapaz (el más grande del mundo) despierta grandes sospechas. Blanco es, gallina lo pone y frito se come.
A medida que vamos subiendo la loma, vamos dejando atrás el barrio para llegar a la vereda. Pasquilla y Pasquillita nos reciben con fresas orgánicas, tinto, buñuelos y abrazos. Doña Tere, Salvador, Mechi nos cuentan desde el calor de su casa cómo han resistido por medio de la organización y paros a Doña Juana, al incremento de los robos, al abandono estatal y al empobrecimiento. Desde 1997 este territorio se moviliza contra las basuras y sus enfermedades. Las respuestas de la empresa y Alcaldía son platos amarillos y cintas con pegamento para atrapar moscas.
Junto a los paros, este proceso ha generado escuelas agroecológicas, fincas ecoturísticas, recorridos por el territorio conociendo las rutas muiscas y la permanente movilización para defender los bienes comunes, como el agua. Es así como el caminar de Asamblea Sur ha construido un sentido popular de la tierra, con cuatro enfoques:
– Transicional: Manejo y transformación de los conflictos a un escenario deseado.
– Diferencial: En lo biofísico: diversidad de ecosistemas, cultural, socio-económico, formas de apropiación y producción del territorio. Político-jurídico, diferentes regulaciones, institucionales y comunitarias
– Territorial: Gestión del territorio y construcción de Autonomía territorial realidades locales
– Participante: tarea conjunta y coordinada con la comunidad.
A pesar de las circunstancias cambiantes de su territorio, de las basuras, del desprecio gubernamental, estas comunidades organizadas se rehúsan a salir de los espacios que aún conservan como agro, pero teniendo una vida digna. ¿Qué les garantiza esa vida digna? La protesta social y la capacidad de organizarse con lo que construyen el tejido y fuerza social para exigir al Estado condiciones dignas de vida.
Es una disposición de vida, a pesar de las moscas, siempre zumbando sobre la comida. A pesar de ello, estos habitantes urbano-rurales siguen sonriendo y ofreciendo rica aromática con yerbas del jardín, y sonrisas sinceras que no acalla una multinacional extranjera o el vecino molesto que traga y traga basura.
*Secretaría de Comunicación y Formación
Coordinador Nacional Agrario
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