Los que han abogado por la Tercería Vía, la gran alternativa del “centro”, han afirmado por más de dos décadas ser la ideología del futuro, la receta para superar el clivaje del siglo XX entre los intereses del capital y los intereses de las clases trabajadoras. Pero en la actualidad, tras dos años de ingobernabilidad de Duque, ese proyecto político del “centro” ya demostró ser obsoleto.
El reto político al cual nos enfrentamos hoy como sociedad no es tomar una decisión entre la izquierda, la derecha y un centro hipotético que vendría a hacer de conciliador y a poner a todo el mundo de acuerdo. Los problemas que tenemos que superar, que persisten o se han agudizado durante los últimos gobiernos, incluido el de Duque, son profundos y múltiples.
El manejo de la emergencia sanitaria puso al desnudo los intereses de este gobierno y su profundo desprecio por la realidad de la gente. Su respuesta ante la crisis pandémica beneficia a los bancos, no a la gente. Al analizar más de 800 decretos expedidos en el marco de la emergencia, las soluciones para la gente han sido créditos y endeudamiento. Las mujeres han sido las principales víctimas de la crisis. El Observatorio Colombiano de las Mujeres registró un aumento del 72 por ciento en las llamadas a la Línea telefónica 155 para denunciar casos de violencias intrafamiliar, esto sólo en el primer mes de aislamiento. En cuarentena y en casa es donde las mujeres están corriendo riesgo. Nos piden aislamiento social en medio del hambre; nos piden que esperemos –como el coronel Aureliano Buendía– unas ayudas que no llegarán. Mientras contamos los días hasta la llegada de una vacuna contra el coronavirus, estando sometidos a la violencia estructural del hambre, de la exclusión sanitaria y laboral, y de la violencia doméstica, queda nítido ante el país que la prioridad de Duque no es el pueblo colombiano, sino que su prioridad es reformar la justicia, cambiar la Constitución y salvar a Álvaro Uribe Vélez.
Respecto a la educación, el gobierno Duque presume de haber logrado la inversión más alta en la historia nacional, y de aumentar la cobertura en educación superior según lo estipula su Plan de Desarrollo. Pero la financiación individualizada, ya sea a través de subsidios o préstamos, no corresponde ni a la financiación de la educación superior pública del país ni a su fortalecimiento. Transferir fondos públicos para el desarrollo de las instituciones de educación superior privadas no cumple con la garantía de la educación superior como derecho fundamental, pero sí representa una inyección colosal de fondos públicos al mercado de la oferta educativa privada.
Del mismo modo, el “histórico” acuerdo logrado con el Movimiento Universitario a finales de 2018, en el cual el gobierno se comprometió a inyectar más de cuatro billones de pesos a la educación superior, resultó en meros incumplimientos. Paradójicamente, lo único que tiene para mostrar este gobierno en materia de educación ni siquiera es de su autoría. Fue el movimiento estudiantil que con audacia y valentía enfrentó y llevó al gobierno a adoptar la única medida por rescatar, Matrícula Cero.
En cuanto a construcción de paz y derechos humanos, sólo en lo corrido de este año los asesinatos de liderazgos sociales y de quienes defienden los derechos humanos ascienden a 173. Cada día y medio asesinan a un líder social. Una cifra alarmante que crece sin control ni atención contundente por parte del gobierno, y que profundiza la impunidad histórica en nuestro país. Más aún, las plataformas y organizaciones defensoras de derechos humanos del orden nacional suspendieron su participación e interlocución con el Gobierno por falta de garantías para la participación de la sociedad civil.
Finalmente, con relación a la cultura, dos años después de las promesas de Duque sobre el “impulso a la economía naranja para que nuestros actores, artistas, productores, músicos, diseñadores, publicistas, joyeros, dramaturgos, fotógrafos y animadores digitales conquisten mercados, mejoren sus ingresos, emprendan con éxito”, los resultados son nefastos. Estamos presenciando el exterminio de la producción cultural y creativa del país. Medidas contra la estabilidad laboral, la seguridad social y contra el arte y la cultura nacionales, como la reducción de la cuota de pantalla de producciones nacionales, la falta de regulación a las transnacionales, dejándolas en total libertad para manejar los contenidos, la información y el mercado, sin contrapeso. La apuesta Naranja de Iván Duque es otra promesa incumplida. Seguramente será recordado como el presidente que destrozó y enterró la identidad cultural colombiana.
La respuesta sistemática del gobierno a una sociedad que protesta y exige ayuda humanitaria, educación superior pública gratuita, condiciones de trabajo digno y garantías para defender la vida en los territorios, no ha sido otra que el uso excesivo de la fuerza, la represión y beanbags, como lo testimonia el asesinato del joven Dilan Cruz. Con respecto a los problemas que no logramos tratar en esta ocasión, las comunidades y los movimientos sociales han manifestado firmemente, en las calles y en las redes, sus reclamos y reivindicaciones arriesgando en ello hasta su propia vida.
Precisamente, a esas necesidades clamadas desde las ventanas de las viviendas de Colombia, con banderas rojas o cacerolazos, en torno al hambre, a la salud, a la exigencia de la educación superior gratuita, contra la violencia en los territorios y contra el cambio climático, ante todo esto el “centro” no propone un cambio de rumbo sino continuar por el medio, por la cuerda floja del centro.
Para entender qué es lo que proponen los del “centro”, ese punto equidistante entre la izquierda y la derecha, es necesario traer a la memoria lo que ha sido la Tercera Vía en países donde sedujeron con su fresco lenguaje a sociedades ávidas de cambios sustanciales. El modelo político y económico desarrollado por el sociólogo Anthony Giddens en los años 1990, la Tercera Vía, se presentó como una ruta a medio camino entre el socialismo europeo de la posguerra y el neoliberalismo de los años 1980.
Con el final de la Guerra Fría se creó en ambos lados del Atlántico, tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido, la necesidad de formular otro rumbo ideológico en este nuevo orden mundial que surgía. La propuesta de Giddens de la Tercera Vía apareció como la solución salvadora para Bill Clinton y Tony Blair que la adoptaron sin ambages desde entonces. Con ocasión del lanzamiento oficial en 1998 de esa nueva ideología, ambos declararon rechazar la creencia neoliberal que todo lo soluciona el mercado, descartando al mismo tiempo el intervencionismo estatal que calificaban como anticuado.
La Tercera Vía promete el advenimiento de una nueva era, una era donde la gestión pública sería independiente de la polarización política y de los interminables conflictos ideológicos. Aparecen entonces responsables políticos que pretenden posicionarse como árbitros de esa oposición histórica entre poseedores y desposeídos, entre ricos y pobres, entre calificados y no calificados. Nace un gobierno aparentemente neutro, apolítico, integrado por tecnócratas y altos gerentes, que aportan toda su pericia para el mejoramiento y la eficiencia de la gestión del Estado. Es lo que se logra recoger de los mensajes de campaña del “centro”.
Sin embargo, el votar por el “centro” trajo con ello graves consecuencias, en Estados Unidos y en el Reino Unido, al mantener el curso del modelo neoliberal y al empoderar una nueva figura en el trono del ejecutivo, que sigue ambiciosamente los consejos de sus visionarios asesores.
Por un lado, Bill Clinton tomó partido por la liberalización de los mercados y desregularizó la banca comercial y de inversión, decisión que ayudó a provocar el colapso financiero de 2008 y la consecuente recesión mundial. Por otro lado, la historia imperial de Gran Bretaña alcanzó a Tony Blair y su nuevo gobierno de la Tercera Vía. Se pegó como rémora a la máquina de guerra despojadora de petróleo de Bush y se fue a contravía de la oposición masiva del pueblo británico a una intervención militar en Irak. La superación de la polarización a través de desregularización de los mercados y guerras invasoras prueba que el “centro” no se escapa del modelo neoliberal e imperial, sino que es su apuesta política renovada, mejor dicho, un update electoral.
Su receta por la estabilidad, que combina marketing micro-focalizado y grandes consignas por la justicia social, dio lugar a algo inesperado: el resurgimiento de nacionalismos reaccionarios y proteccionistas. Lejos de modernizar la política, el “centro” echó de reversa el debate político hasta crear las condiciones para confrontaciones políticas, ideológicas, sociales y raciales, que tuvieron lugar en la primera mitad del siglo XX. Gramsci ya nos lo había advertido en sus Cuadernos de la Cárcel: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”. Irónicamente, la Tercera Vía, la ideología del futuro, fue alcanzada y vencida por el pasado que quería dejar atrás.
Nos heredaron una de sus “innovaciones”, al modificar las dinámicas de los partidos políticos, alejándolos de los electores y sus comunidades, e imponiendo un fenómeno de embellecimiento de sus políticas al promoverlas favorablemente en los medios de comunicación. De esa forma, a pesar de fuertes críticas al modelo económico por parte del electorado, lograron avanzar en la agenda neoliberal y anclar sus partidos políticos en posturas a favor del mercado.
La opción del “centro” que no va ni con Uribe ni con Petro, que rechaza las dos visiones que se opusieron en la segunda vuelta de las presidenciales de 2018. Es una propuesta por defecto. Ni fu, ni fa. Es ahí donde reside la peligrosidad de esa propuesta electoral. No hay claridad sobre el rumbo de esa elección, sobre los intereses de esos sectores políticos, y finalmente sobre la agenda de política pública que implementarán. Su visión de futuro es de ciencia ficción, donde las cosas ya no necesitan cambiar, están en orden y en su lugar. Debajo de ese barniz conciliador, que nos pondrá a todos de acuerdo, se esconde una política del estancamiento y del mantenimiento del statu quo.
El “centro” llega con su brillante capa de héroe y se presenta ante el país como la única vía de salida al atrincheramiento ideológico entre los intereses de una oligarquía zángana y parásita, y los intereses de las personas trabajadoras. Esa exclusividad en ser la poción mágica para sacarnos del lodo ideológico del siglo XX, que se manifiesta en el veto a Petro, es groseramente antidemocrática. Cubren su obsolescencia con marketing neurolingüístico importado, y su modelo de progreso no deja de ser el capitalismo neoliberal de siempre disfrazado de caperucita roja.
En oposición a las propuestas almibaradas y engominadas del “centro”, la gran coalición alternativa que ha de conformarse por todas las fuerzas sociales del país para las elecciones legislativas y presidenciales del 2022, tendrá como agenda la afirmación de la vida. Tanto la construcción de paz, como la lucha contra el cambio climático, la lucha contra el hambre y la pobreza, y la superación del modelo neoliberal son mandatos inaplazables para Colombia. El declive del uribismo, el ascenso de nuevas fuerzas políticas, y la esperanza manifiesta del pueblo movilizado con su cacerola en mano, nos indica que es el momento de recoger los pasos andados por varias generaciones y de plantear con claridad, sobre este acumulado, la formación de un frente histórico por la paz, la democracia y la justicia social.
La formulación de políticas públicas desde el legislativo y desde el ejecutivo será nuestro instrumento de transformación. La afirmación de la vida en Colombia se sustenta en cambios necesarios para la emancipación del pueblo y de cada uno de sus integrantes. Son cambios que están a nuestro alcance: salud pública gratuita y preventiva, reforma agraria, educación superior pública gratuita, pensiones públicas garantizadas, transporte masivo subsidiado, vivienda asequible para los más vulnerables, y algo que no hemos logrado experimentar en carne propia, vivir en nuestros territorios libres de violencia contra las mujeres y respetando la vida de las comunidades que los habitan. Se trata de erradicar la pobreza, respaldándonos en el poder transformador del trabajo productivo. Necesariamente, se requiere reformar el modelo económico extractivista y orientar la economía hacia la defensa de los bienes comunes y los ecosistemas, que sirva a la preservación de la vida, que sirva al pueblo y no a los señores feudales, dejando atrás los combustibles fósiles y recurriendo a las energías renovables. Se invertirá de manera significativa en la educación a todos los niveles, para que cada cual decida libremente sobre su destino, con mira a su liberación, no a su precarización.
La gran coalición alternativa de fuerzas ciudadanas es una respuesta a la actual crisis de ingobernabilidad, a la exacerbación de la violencia en los territorios, a la amenaza, coerción y represión de la sociedad en el ejercicio de su participación política. Es un camino que recorremos juntos y que tiene como rumbo la garantía de los derechos, las libertades y el buen vivir de las generaciones presentes y futuras. Solamente una fuerza democrática capaz de unir esa diversidad política, social, de género, étnica y religiosa, podrá hacerse portadora de los cambios tan esperados por generaciones, las mismas que no han conocido sino una incesante noche de guerra y exclusión.
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