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¿Qué hago con tanta felicidad en plena pandemia?

¿Qué hago con tanta felicidad en plena pandemia?

A diferencia de los sombríos primeros tres meses, ahora, con 25 semanas de embarazo, me dejo llevar por la borrachera del optimismo y la euforia, agarrada a esos sentimientos que supongo están dominados por un complejo y exquisito flujo hormonal que no sé si volveré a sentir. Ser madre en una pandemia inédita me suma a la lista de situaciones por las que me parece que vale la pena hablar de la maternidad, así sea cliché. Entonces me dice mi oráculo feminista: ¿Pero qué cliché va a ser hablar sobre nuestras experiencias como mujeres, tan diversas como humanas que somos, si se han trivializado tanto al punto de reducirlas a aburridos estereotipos?

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Me agarro a esta euforia maternal desbordada de optimismo, porque me toca llenarme de argumentos frente al nacimiento inevitable de una generación de la que mi hijo hará parte. Generación probablemente más triste que esta de la contemporaneidad, y a la cual miro con asombro, desde mi alegría vintage, lejos del mindfulness y del aquí y ahora, y donde “Rodrigo D. No futuro” operaba como una distopía cyberpunk y no esta realidad tan diferente.

Bebé: pues esta felicidad tan en contravía con este mundo nos unirá siempre en un vínculo de rebeldía. ¡Desde ya somos insurrectas!

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Mientras los titulares de los noticieros siguen insistiendo en el conteo de víctimas, yo escogí crear una vida y eso me llena de un sentimiento parecido al placer culposo. Mientras yo estoy feliz pensando en bebés, manuales de crianza, parto respetado, baby showers, foto estudios de mí –barrigona-ojalá-sexy– y papá besando la barriga, afuera hay gente con crisis de ansiedad por una muerte que se anuncia muy cerca. De hecho, en mi familia hay tres personas que se acaban de salvar de la parca que trajo este virus de la covid-19. Ronda en el ambiente esa onda mortecina y no la podemos ver, pero sabemos que está. Es como si estuviera de moda no estar tan feliz, pues ya no es iconoclasta ser un joven irresponsable haciendo fiestas pro-inmunidad de rebaño, eso es simplemente estupidez.

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Si antes me parecía haberme autorrealizado vía meditaciones guiadas y haber alcanzado un nivel de evolución más al disfrutar el presente, dejando el control sobre el proyecto de vida y el presupuesto mensual en Excel, ahora me devolví tres pueblos en el viaje, para situarme en la angustia de un futuro que los titulares con su morbo macabro anuncian como oscuro, y me pregunto: ¿Qué será de este nuevo sujeto que decidí invitar a este mundo?

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Zacha, la perra azabache que adopté en un pueblo a cinco horas de aquí y que se vomitó como setecientas veces en la camioneta en la que viajamos con todo el trasteo, se me adelantó. Metió las patas y parió 11 cachorros. Al menos fue con el perro de la casa y yo misma presencié impotente el acto sexual al que llegué tarde para despegarlos. Estrené el sentimiento de mamá con adolescente problemática. Zacha tiene mucho que ver con mi maternidad, porque ella era mi propia prueba de fuego sobre el cuidado hacia otro ser, esta vez en pareja y sin que mi pareja supiera mis misteriosos planes. La primera semana a mi cargo, que era la misma de mi primer amancebamiento, se la dejé a mi mamá para que la cuidara, incapaz siquiera de entender que mi relación no era el cuento de hadas que habitaba inocentemente en mi cabecita. Por eso Zacha me advirtió del fracaso que posiblemente seré como cuidadora y del que afortunadamente muchas mamás modernas se sienten orgullosas de admitir, como exorcizando una culpa que desde ya me exonera y me hace sentir menos perdida.

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Zacha: fue importante sentirme identificada con tu mirada perdida, cansada, huyendo de 11 cachorros, que al poco tiempo ya tenían dientes y garras capaces de sacar sangre de tus tetas. Estaban siempre a tu acecho y por eso me indignaba verlos tan parásitos.

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Así que me cuesta enunciarme continuamente desde el lugar de madre, porque se convierte en una categoría totalizante que me define, margina y opaca mi papel como sujeta, y que me acerca al terrible lugar desde el cual pertenezco o me identifico, a través o en conjunto con un bebé. Un bebé de sexo masculino, y se me vienen a la cabeza la lista de micromachismos y pienso si él, que todavía no tiene nombre y es completamente inocente, encaja desde ya en alguna.

Así que ¡No me robes protagonismo bebé!

¿Sabías que por ti ya no podré ser una feminista separatista? ¿Sabías que tendré que tomarme más en serio lo del lenguaje incluyente y no sólo poner una x porque en muchas cosas estarás tú?

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Y es que han sido varias fases: al inicio eso de parir en río, con sonidos guturales y como una mamífera me parecía una escandalosa alegoría de la “mística de la feminidad”, que me daba urticaria por esencialista. Luego me di cuenta que por puro y físico miedo, necesitaba agarrarme de otros referentes que me parecieran más rebeldes, pues en esta sociedad a las madres nos paternalizan.

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A veces aparece ella; la culpa, vieja y ancestral amiga. Y por algunos segundos me parece obvio por qué algunas feministas son maternofóbicas: de tan repetido, el sempiterno lugar de cuidado nos sabe a rancio y reclamar por su colectivización nos agota. Pero hacer tribu marca la diferencia y ahora pienso que el problema no es maternar, sino hacerlo en un mundo capitalista, racista y patriarcal. Por eso bebé: ¡Vamos a cambiar este sistema!

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Creo que el peor escenario que esta coyuntura me ha dejado es el de no poder socializar libremente. Me imaginé teniendo una barrigota que automáticamente me uniera por identificación morfológica a otras madres, en largas conversaciones sobre bebés, nombres, actitud de los padres, anécdotas y atención de las EPS’s. Nada de eso ha pasado porque casi no salgo. Ni qué decir de mis ganas de fiesta, que esperaba canalizar impúdicamente en el baby shower y que día a día se posterga porque la pandemia se alarga también. En mis mejores días conspiro sobre hacer una fiesta de sólo gestantes: explotaremos nuestros picos de endorfina ya que estamos en mero cóctel hormonal, orinaremos cada dos segundos gracias a los litros de cerveza ceroalcohol y bailaremos twerking hasta que la ciática aguante. Pero en los peores me avergüenzo de mi optimismo: Sí, esta es una montaña rusa de las largas, así que bebé: este mundo es nuestro y vamos a comerlo a mordiscos.

 

* Decirle a una mujer que es una perdida es decirle que ha incumplido con todo lo que se esperaba de ella, así que nosotras queremos reivindicar ese perderse de las mujeres, porque han fracturado el molde patriarcal que las acecha. En Relatos de Mujeres Perdidas presentaremos tres narraciones acerca de la maternidad, ese mandato del patriarcado que parece ineludible para las mujeres, pero que algunas han tomado como su lugar de resistencia, erigiéndose como “mamás desobedientes”.
Estas narrativas están hiladas como un tritono disonante y subversivo. Esa figura musical se ha considerado siniestra desde el Medioevo, y las mujeres que aquí tejen sus historias, se han hecho cada vez más feministas y más siniestras. En sus historias perdidas encontraron algo de conexión con su identidad y potencia, así que aquí está la primera entrega de nuestro tercer tritono.

 

 

 

 

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Información adicional

Autor/a: Valentina Montealegre Melo
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