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Chabuca Granda, la mujer transgresora

Chabuca Granda, la mujer transgresora

Chabuca Granda (Cotabambas, departamento de Apurímac, Perú, 1920 – 8 de marzo de 1983, Florida, EEUU), su nombre de pila, María Isabel Granda y Larco, cantautora y folclorista, se la conoce principalmente por dos canciones: “Fina estampa”, y “La flor de la canela”, pero muy poco por la manera cómo llegó a esas composiciones y lo que tuvo que luchar para que ella, mujer blanca, aristócrata, artista, rompiera en parte la mentalidad patriarcal y el machismo que la persiguió por redescubrir la música afroperuana y hacer homenaje a un revolucionario, el poeta Javier Heraud, caído en combate en 1963. Una breve semblanza de la artista.

Cuando Chabuca se separó de su marido, el señor Enrique Fuller en 1952, quien odiaba que ella fuese cantante –en vez de ser la señora elegante de las fiestas limeñas– la demandó para quitarle la potestad de sus hijas e hijos, litigio en el que argumentó –apoyado por el juez– que “ella canta valses”; ese fue su crimen.

No ocurrió hace siglos, sucedió en Perú en pleno siglo XX, con largas décadas durante las cuales era mal visto, juzgado y criminalizado, que una mujer cantara valses, gusto, capacidad o acto que no era digno de una mujer “decente”, mucho menos si era casada. Imposición patriarcal con excesos como que, cuando se hizo famosa la canción “La flor de la canela”, un productor musical sacó un sencillo marcado en la tapa: “La flor de la canela”, rumba flamenca del autor peruano Chabuco Granados”. Claro que en ese entonces no era solamente a ella a quien las disqueras “pordebajiaron”, era a todos los cantantes y compositores latinos.

Reflejo de una realidad

En varios aspectos su música es considerada como notas de una transición entre el viejo y el nuevo Perú, país en camino del semi-feudalismo al capitalismo dependiente; canciones en la búsqueda de motivos modernos, pero al mismo tiempo cantando a la tradición. “Fina estampa”, la melodía que le dedicó a su padre, resume precisamente esa ambigüedad:

“Fina estampa caballero/ Caballero de fina estampa/ Un lucero que sonriera bajo un sombrero/ No sonriera/ Más hermoso, ni más luciera/ Caballero/ En tu andar, andar, reluce la acera al andar/ Andar”.
Te lleva hacia los zaguanes/ Y a los patios encantados/ Te lleva hacia las plazuelas/Y a los amores soñados/ Veredita que se arrulla/ Con tafetanes bordados/ Tacón de chapín de seda/ Y justes almidonados”.

Tremendos versos y música de vals para mostrar las tradicionales casas limeñas. Ella decía, con sencillez, que no era poeta sino letrista.

Ese proceso de transición en los modos de producción se encuentra en diversidad de sus canciones, entre ellas: “Lima de veras”, “José Antonio” y “Señora y dueña”. “Callecita escondida”, “Gracia”, todas ellas valses criollos y también algunas marineras. En 1950 compuso “La flor de la canela” en honor a una señora afro-peruana llamada Victoria Angulo en la que comienza a rescatar el orgullo de los afros mezclada con lo señorial de Lima:
“Déjame que te cuente limeño/ Déjame que te diga la gloria/ Del ensueño que evoca la memoria/ Del viejo puente, del rio y la alameda.
Jazmines en el pelo y rosas en la cara/ Airosa caminaba la flor de la canela/ Aroma de mixtura que en su pecho llevaba”.

Poeta a flor de su tiempo, vive una segunda etapa en su creación artística con expresión de protesta social, con creaciones como: “Bellos durmiente” o en homenaje a Violeta Parra, como en su canción “Cardo y ceniza”:

“Como será mi piel junto a tu piel/ Como será mi piel junto a tu piel/ Cardo o ceniza/ Como será”.

Etapa en la cual escribe una canción en homenaje al poeta Javier Heraud, muerto en 1963 siendo guerrillero, parte del Ejército de Liberación Nacional peruano: “El fusil del poeta es una rosa”, “Silencio para ser cantado”, “Una canoa en Puerto Maldonado”.

Con su amplia capacidad investigativa, vena sociológica activa, Chabuca trabajó con los valses mezclándolos con Jazz y Bosa nova. En la década de 1970 redescubre la música afroperuana, con ritmos como la marinera, el landó y la zamacueca, sino que también introdujo instrumentos como el cajón peruano, las castañuelas, y el zapateo en los bailes y acompañamientos, trabajando con importantes músicos afros como Caitro Soto, el cajista Eusebio “Pititi” y Álvaro Lagos. Descubrió a cantantes afros de la talla de Susana Baca y Eva Ayllon, musicalizó el poema de César Calvo “María Landó”:
“María no tiene tiempo (María Lando)/De alzar los ojos/ María de alzar los ojos (María Lando)/ Rotos de sueño/ María rotos de sueño (María Lando)/ De andar sufriendo/ María de andar sufriendo (María Lando)/ Solo trabaja/ María solo trabaja/ solo trabaja/ María solo trabaja/ Y su trabajo es ajeno”.

Fito Páez homenajeó a Chabuca en su álbum El amor después del amor, mientras que Joaquín Sabina es chabucologo, sesgún él porque fue una de las más grandes canta-autoras de América Latina y fue la mujer que transformó la música peruana llevándola a coordenadas universales. Sufrió por Perú y por ella misma:

“Tengo tanto dolor, tierra querida/ Que si suelto a llorar/ Me vuelvo un río/ Que, al represarlo la cuenca/ De mis manos, diez caudales/ Te diera por mis dedos.
Tengo, como mi tierra, la garganta, ya no sabe llorar, ni rogar puede; ya todo lo lloró/ Lo rogó todo, solo es un gesto ya/ el dolor gemido.

Chabuca, una inmensa mujer que sufrió la violencia, la opresión y el estigma que sobre ellas descargaba (descarga) el Estado a través del patriarcado y sus núcleos vitales como la familia. Y como todas aquellas que fueron superiores a su época, enfrentó y superó todo tipo de señalamientos, persecuciones, censuras, silencios, negaciones.

Una mujer con un mar de creatividad y templanza, que marca senda para las luchas feministas de nuestros días.

 

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Información adicional

Autor/a: Pedro Miguel Tapia
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