Luego de un año de pandemia, con la crisis del capital ahondada por doquier, la sociedad pudo comprobar una vez más que, por profundas que sean las crisis llamadas sistémicas que hoy conmueven al sistema mundo capitalista, si el sepulturero no agarra la barra y la pala, el martillo y el palustre, y toma el cuerpo que trae la masiva marcha libertaria de la humanidad para taponarlo con cemento o tierra, el cuerpo en agonía o insepulto, que conmueve al mundo con sus fétidos olores, con el paso del tiempo y las medidas de corrección aplicadas a la cadena de producción y de relacionamiento social, tendrá la oportunidad de retomar vitalidad. Increíble que así pueda volver a suceder pero, mientras los sepultureros no actúen así será, como quedó plasmado en crisis que se consideraban profundas, de todas las cuales ha salido el agonizante con más potencia, pues no se enfrenta a quien pretenda aplicarle los “santos óleos”.
Es una realidad conocida por el conjunto social: de la agonía a la muerte se puede dar un prolongado tiempo. Pero, además, el cuerpo del capital en agonía, en estado zombi, tiene la capacidad de actuar y solo deja de hacer daño si una fuerza superior se le interpone y lo lleva a la sepultura. Aunque, mientras ello no suceda, presenta batalla, se reconstruye y vuelve –como en la película– recargado. Es un cuerpo, debilitado, “en las últimas” –como dicen de quien está en agonía– pero no por ello sin iniciativa.
De ahí que ese cuerpo, corporalidad del capital global, desde la explosión pandémica haya puesto en marcha una diversidad de medidas para ahondar el control de la población, disciplinar, atemorizar, llevar a cabo reformas de diverso tipo que en otras circunstancias no se hubiera atrevido a jalonar o lo hiciera tomándose más tiempo para ello –debiendo enfrentar una amplia y prolongada resistencia social.
Pero igualmente, como si lo anterior no fuera suficiente, en diversidad de países militariza la vida social y la seguridad pública, sin renunciar a seguir estimulando el consumo desenfrenado –según dicen, para salvar la economía y con ello el empleo, ocultando que el propósito tras ello es salvar sus ganancias–, como si nada sucediera, como si el origen del covid-19 no se relacionara con lo resumido como “desarrollo” y, con este, con el cambio climático y todo lo asociado con el mismo; como si el mundo mismo del trabajo y el mercado estuvieran por fuera de la crisis.
Es este un devenir con aprendizajes y prioridades. Entre lo aprendizajes más notorios está el de no confinar a la totalidad social, pues ello implica la parálisis del modelo productivo y el ahondamiento de la recesión. Contrario a lo realizado en una primera etapa de la pandemia, ahora actúan por territorios, por sectores y en forma más flexible. De esta manera, además, evitan asumir el sostenimiento de amplios conglomerados humanos (así sea con los míseros subsidios que entregan), bajándole potencia a la reivindicación de la Renta Básica Universal, al tiempo que descargan en cada individuo el problema de su sostenimiento, como la culpa por los contagios.
Es paradójico: retomar la actividad productiva potencia el ritmo infeccioso, pese a lo cual el sistema oculta esta realidad y difunde por todos sus medios que los nuevos picos de contagio responden a la “irresponsabilidad de los individuos”. Estamos ante una inmensa capacidad de manipulación, solapada por los grandes medios de comunicación que le hacen eco a una evidente desinformación. Y al tiempo que así actúan, invierten miles de millones públicos para financiar la investigación y la producción privada de una vacuna con supuesta capacidad para derrotar el virus, decisión que responde al culto de la razón que alimentó siempre el protagonismo de la civilización occidental y, según la cual, la naturaleza debe ser dominada por la especie humana.
Estamos ante un proceder que oculta las causales profundas de la crisis de salud pública y la necesidad de superarla si de verdad se desea privilegiar la vida sobre la muerte. No siendo así, con la vacuna les rebajan la fiebre a los pacientes, pero la infección permanece; oculta, pero permanece. No es sorprendente que cualquier funcionario diga que el verdadero propósito de los inmunológicos –todos los hasta ahora difundidos como eficaces– en realidad sirven solo para reducir el impacto del virus sobre el cuerpo del paciente, evitando así que colapsen las UCI y el conjunto del sistema de salud.
Por demás, hay que anotarlo, la producción de vacunas está en pleno proceso de experimentación, ninguna de ellas ha llegado al ciento por ciento de su desarrollo, y la humanidad, por millones, es el laboratorio donde se prueban. Sus efectos, de mayor o menor impacto, los sufrirán miles de personas, pero ello es secundario, según dicen, pues los beneficiados son muchos más que los afectados.
Asistimos, pues, sin duda, a un juego de intereses espurios, de ganar tiempo a favor del capital, y el cual solo estará resuelto para el Sistema Mundo Capitalista cuando los magnates y los gobernantes logren tapar los puntos de quiebre sistémico que ya los afectaba antes de finales de 2019. Es decir, cuando hayan logrado recuperar el cuerpo del moribundo, como ya anotamos, repotenciado, lo que lleva a la aprobación de inmensas partidas presupuestales para inyectar en la cadena productiva, al tiempo que en la capacidad de consumo de la población, a la modernización de la infraestructura productiva, pero también a la reconstrucción-reordenamiento de los canales de mercado global, así como al despoblamiento de territorios específicos de países o regiones vía desplazamiento de amplios grupos sociales, liberando esos espacios para el extractivismo.
Mirando desde las graderías
El moribundo tiene iniciativa, y no poca. Mientras ese cuerpo zombi actúa, resiste y va recomponiéndose, los llamados sectores alternativos se repliegan, esperando que la pandemia pase, aunque sin atinar a desplegar una inmensa campaña nacional y global por medio de la cual le expliquen a sus sociedades el origen profundo de la crisis que tiene en vilo sus vidas, así como las medidas mínimas para evitar que la misma se prolongue a través del actual o de otros nuevos virus.
La ausencia de iniciativa los lleva a aceptar el proceder imperante frente a la vacuna, sin explicar –tampoco en este caso– cómo ella es un simple paliativo; una concesión que incluso renuncia a la disputa por otro modelo social que subyace en la confrontación al reino de la razón y todo lo que soporta la categoría ‘desarrollo’.
Tal ‘inexplicable’ actitud tampoco confronta la efectiva anulación de diversos derechos humanos –movilidad, reunión–, bajo la mampara de privilegiar el derecho –principal– a la vida, que, valga la pena resaltar, en ningún momento queda unido al derecho a ingresos dignos, vivienda, salud, alimentación y otros requerimientos humanos, sino simplemente a vivir, es decir, a sobrevivir, a sobrellevar una existencia precaria.
La iniciativa ausente deja pasar la incapacidad del actual modelo social para resolver temas fundamentales para la vida en general y para la vida en comunidad, en particular, por ejemplo, derechos elementales como agua, luz, alimentación, vivienda, ambiente sano, transporte, educación, internet, trabajo, pero también ocio y recreación, con asuntos asociados que debieran ganar preeminencia en el debate público y la protesta social, como el de quebrar la indigencia y la pobreza, lo cual va más allá de una iniciativa que sí ganó espacio, la de renta básica, que aún está en el punto de subsidio y lejos de ser universal.
Quebrar la indigencia y la pobreza tiene ver con aclarar el modelo de vida por construir en el país, y, con ello y para ello, precisar los factores históricos, naturales y culturales de los que debemos valernos para alcanzar una producción en diversas áreas de la economía para vivir de manera digna y alcanzar divisas fruto de su exportación, obteniendo con ello una anhelada convivencia con la naturaleza. Es decir, dejar de vivir del extractivismo y entrar por una senda de vida con mirada de futuro.
Todos estos retos y propuestas están por ser asumidos de manera colectiva, con imaginación, propagándolos de modo creativo para así ganar la atención de amplios sectores sociales, estimulando la reflexión y el debate en los barrios, para el caso de las ciudades, pero también en territorios rurales, de suerte que, con la imaginación que caracteriza a los sectores populares, se diseñen mecanismos sustitutivos de las marchas y las grandes concentraciones que caracterizaban la protesta y la demanda popular, y que por razones de salud pública hoy no se pueden realizar, obteniendo por otras vías unos efectos superiores que permitan emplazar al actual gobierno, por ejemplo, por vida digna y democracia directa y radical, reivindicación que, como es sabido, reúne todos los derechos hasta ahora negados y aquí resumidos.
El primer año de pandemia fue de confusión social; el segundo, tiene evidencias de prologando temor y falta de liderazgo que estar por superarse; el tercero no puede llegar y coger a la sociedad en dinámicas todavía hoy dominantes, como la atomización, el individualismo, el temor y la desmovilización. Es tiempo de comprender y saber convivir con la pandemia, imposible de derrotar en el corto plazo. Es tiempo de ingenio y de emplazamiento al poder.
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