La relación entre el movimiento social y la deuda pública
El movimiento social de estos días, tanto en causas, como en sus consecuencias, tiene relación con la deuda pública.
En sus causas porque el mal manejo de las finanzas públicas no ha permitido una intervención del Estado que lidere la dinámica de la economía y que favorezca los intereses de la mayoría. En Colombia el gasto público es muy bajo, pero la tributación es todavía más baja. Este desbalance ha ido aumentando el tamaño de la deuda pública. La poca acción del Estado se manifestó de manera contundente durante la pandemia, causando malestar y descontento.
Y el movimiento social tendrá consecuencias sobre la deuda, porque el gobierno no tiene más remedio que incrementar el gasto, e impulsar la participación del Estado en la economía. Y mientras no se apruebe una reforma tributaria que sea progresiva y mejore el recaudo, la deuda pública continuará aumentando.
El pago de la deuda tiene un elevado peso en el presupuesto, y reduce la disponibilidad de recursos para la inversión y la política social. En el 2021 el costo del servicio de la deuda es de 70 billones de pesos. Esta cifra es altísima. Para tener puntos de referencia, el presupuesto anual de la Universidad Nacional es de 2 billones, y el valor de todas las transferencias monetarias es de 12 billones.
El análisis de la deuda es fundamental porque si continúa aumentando, continuará reduciéndose la disponibilidad de recursos públicos.
La deuda sigue aumentando
En los últimos años, en el mundo entero, la deuda pública está creciendo de manera significativa. La relación que más se utiliza en las comparaciones internacionales es el saldo de la deuda con respecto al PIB.
Tal y como se observa en la gráfica, el crecimiento ha sido especialmente notorio en los países de ingresos altos. Entre 1991 y 2021 el saldo de la deuda pasó de 55 por ciento del PIB al 122,5. En los países de ingresos medios (entre los que está Colombia) subió de 40,8 en 1997 a 65,1 por ciento en el 2021. Y en los países de ingresos bajos, en el mismo período, pasó 40,8 por ciento a 48,6. Las proyecciones que se hacen para el 2022-2024 son optimistas. Es factible que la deuda continúe su tendencia creciente.
Esta dinámica era impensable en los años 80. Por aquellos días, cuando se puso en primer plano la crisis de la deuda latinoamericana, el saldo de la deuda argentina, oscilaba entre el 40 y el 50 por ciento del PIB. Estos porcentajes se consideraban inaceptables, y por esta razón Argentina tuvo que firmar el plan Brady con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que llevó a una renegociación de los créditos, en la que se exigió una reducción del gasto público.
Tal y como se observa en la figura, actualmente se han superado con creces los niveles que se observaron en los años 80. Y a pesar de que la situación se ha empeorado de manera notable, no se está dando ningún mensaje de alarma. A nivel internacional se ha modificado completamente la percepción sobre el límite de deuda pública que podría ser admisible. Ahora se mira el panorama con mucho mayor laxitud. Sobre todo, porque los países más endeudados son los de ingreso alto.
La caída de los impuestos y el aumento del gasto
La deuda pública está creciendo por una razón sencilla. A partir de los años 90 se redujeron de manera drástica los impuestos, pero ningún país ha podido disminuir el gasto. Se dijo, como lo repiten los empresarios colombianos todos los días, que los menores impuestos estimulan la inversión y el empleo. Con este argumento, los gobiernos fueron complacientes con las empresas y les disminuyeron los tributos, además de que les aumentaron las exenciones y los descuentos. También recibieron un tratamiento amable los grandes ricos. Mientras que a finales de los años 80, las tarifas marginales del impuesto a la renta, en el último rango de ingreso, podrían llegar al 98 por ciento como en Inglaterra, ahora a duras penas se acerca al 50 por ciento.
En los países desarrollados esta caída de las tarifas de los impuestos no ha estado acompañada de una disminución del gasto público, que sigue subiendo. En Francia, por ejemplo, el gasto público es cercano al 55 por ciento del PIB. Y el gasto no baja por dos razones. Primera, porque la ciudadanía no lo permite. En cualquier pueblo de Europa los vecinos se revelan cuando se cierra una guardería pública. Y de manera general, las personas protestan cuando los servicios públicos caen. El segundo motivo de aumento del gasto son las mayores necesidades colectivas. Algunos ejemplos. La ampliación de la esperanza de vida es más costosa a medida que la población envejece, los grandes proyectos científicos tienen que ser financiados por los gobiernos, la lucha contra el cambio climático exige subsidios elevados. A estos gastos se le suman todos los asociados a la guerra.
Si el gasto sube, y los impuestos bajan, el único camino que queda es aumentar la deuda pública. ¡Es una ecuación sencilla!
La deuda pública en Colombia
En Colombia la deuda pública también está creciendo. Y aunque el tamaño del Estado es pequeño, y el gasto público apenas representa el 19 por ciento del PIB, los impuestos son especialmente bajos, y difícilmente llegan a 15 por ciento del PIB. A pesar de que es un Estado raquítico, la tributación tan pequeña no permite financiar el gasto.
El crecimiento del saldo de la deuda es notorio. Pasó del 34,2 por ciento del PIB en el 2021, a 65,6 en el 2020. Las últimas reformas tributarias han tenido impactos muy débiles en los tributos. Y en lugar de crear condiciones que favorecen un mayor recaudo, se han incrementado las exenciones, y se han reducido las tarifas, así que el ritmo de aumento de los impuestos es muy lento. Y si los tributos crecen a un ritmo inferior a los gastos, la deuda aumenta.
A partir de 2021, en el Marco Fiscal de Mediano Plazo se supone que la deuda irá disminuyendo de manera progresiva hasta llegar al 42,9 por ciento del PIB en 2031. Estas proyecciones son inverosímiles. Apenas son el sueño del exministro Carrasquilla. En las actuales condiciones del país, es imposible reducir el gasto y, mucho menos, disminuir la deuda. Las proyecciones no son creíbles y, seguramente, la deuda continuará aumentando.
Frente al aumento de la deuda pública algunos autores, entre los cuales se encuentran dos premios Nobel de economía, Krugman y Stiglitz, consideran que no es el momento de la austeridad fiscal y que el Estado tiene que gastar. Desde su perspectiva, en las actuales circunstancias, el endeudamiento es necesario para recuperar las economías y, además, no es tan grave porque las tasas de interés están en niveles muy bajos, y el crecimiento del PIB será superior. Se considera que una deuda es sostenible si la dinámica del PIB es mayor a la de las tasas de interés. Esta mirada contrasta con los enfoques apocalípticos, como los del exministro Carrasquilla, con su propuesta de austeridad y reducción del gasto. En su último informe Oxfam, El Virus de la desigualdad, ha dicho que la austeridad es una política “desfasada”.
Es indudable que Colombia necesita una reforma fiscal. Pero no ahora, cuando la tercera ola de la pandemia está en auge, y la pobreza está subiendo. Y, de todas maneras, cualquier modalidad nueva de tributación tiene que aumentar los tributos a los ricos. Deben subir las tarifas del impuesto a los patrimonios altos, a los dividendos, a la tierra, a la renta en los rangos superiores. No es justo que los ricos sigan sin tributar. La tarifa efectiva del impuesto pagado por las personas que pertenecen al 1 por ciento más rico apenas es de 2,5 por ciento. Y en estos momentos difíciles, cuando el descontento social es evidente, no queda más remedio que continuar aumentando la deuda.
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