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Confesiones de un primera línea

Confesiones de un primera línea

Ver en cualquier calle a un montón de muchachos con las caras tapadas y escudos improvisados, parados frente a la policía mientras el humo de los gases ahoga el ambiente, puede ser aterrador. Ver los trapos negros que cubren sus cabezas es un signo de alarma para las señoras que hacen las compras del almuerzo, o el taxista que sin querer se encontró con el bloqueo. Es algo disruptivo que si uno observa desde una óptica amplia desde los años 70 sucede con alguna periodicidad en el país, aunque en esta ocasión gana presencia a lo largo de días y semanas; es decir, no es algo tan exótico como ahora lo difunden.

Jóvenes que con su indumentaria y acción propician reacciones diversas: ¿Quiénes son? ¿no tendrán nada que hacer? Esos están porque son marihuaneros sin oficio, ¡que trabajen! ¡A mí nunca me dieron nada regalado!

Lo que no se ve en esa escena tan “macabra y poco democrática”, es a un sujeto cabizbajo parado frente a un computador porque no fue admitido en las listas de la universidad, o a la chica que tiene un trabajo en la oficina de fidelización del banco de Bogotá a la cual le toca aguantarse las morbosidades de su jefe porque sino la despiden, y si lo hacen ¿quién va a comprar los pañales? Los gases, por su parte, no alcanzan a difuminar los recuerdos de un cualquiera que a los 15 años en la plaza de Paloquemao le tocaba de siete cargar distinta mercancía desde la mañana y hasta las diez de la noche porque su profesora de inglés no se lo aguantaba y su papá decidió que era mejor que lo acompañara en el trabajo.

En algo pudiera cambiar la apreciación de quien simplemente mira y se asusta, si las aturdidoras o las escopetas lanzagranadas pudieran contarnos que el tropel ya no es tan chévere cuando hay una arremetida de perdigones que te laceran el abdomen, instante en el cual vuelves a recordar al policía que te violó en un camión mientras salías del colegio cuando te atraparon porque eras bonita. Si tan solo el chorro de agua de la tanqueta pudiera gritar el día en que el dueño del restaurante más lujoso te humilló porque se partieron los vasos cuando ibas camino a la cocina…

No, a ti solo te ven cuando tomaste la decisión de ponerte un casco de obrero y una máscara antigás para hacerle frente a lo único que ves que es el “Estado”, porque en tu trabajo, en tu barrio, en el parque nunca lo ves, no sabes quiénes son, porque en la oficina es tu jefe y le mereces respeto, porque en la cocina en la que trabaja tu mamá es la señora de la casa, porque en la calle es el señor que tiene un traje lujoso y no debes atreverte a irrespetarlo.

Prevenciones y manipulaciones, con expresiones concretas como: “Eso del Estado es una palabra mamerta”, “estudiar cómo funciona la sociedad es cosa de guerrilleros”, “y también tema para los profesores de sociales”, “no inscriba a la niña en una universidad pública porque termina adoctrinada en contra de nosotros y de la ‘democracia’”. Y, “No cuestione, no diga, no haga, aguante, acaso no sabe ser pobre…”.

¡Pues no señores y señoras! Hace mucho me puse la capucha y quiero confesarles en estas letras que no es divertido levantar las piedras cuando el día anterior mataron uno de los míos; que no me gusta correr 10 cuadras con el temor que me van a coger y quizá llevarme a un CAI del cual no vaya a salir caminando sino empacado en bolsas negras. Quiero confesar que yo no elegí la violencia, sino que ella me eligió cuando vi morir a mi padre después de 20 años de trabajo en una empresa que no le dio ni las gracias y sí se gastó su vida esforzándose para poder trae comida a la casa y darme un techo.

Recuerdo cuando inició este paro que mi abuela me preguntó, mijo ¿qué es eso de las primeras líneas? de inmediato pensé en las líneas de perico que muestran en las narco novelas que ella ve, porque líneas hay muchas, pero ¿cuál es la primera? ¿La del metro de Bogotá? O ¿la línea de pacientes muertos por covid en el hospital del Tunal? En medio de tanta confusión las líneas se bifurcan, son tangentes y paralelas.

Terminé contándole a mi abuela que la primera línea se utiliza en la guerra, que los romanos fueron quienes innovaron en el frente de batalla con sus tácticas de escudos y organización en bloque, que unos muchachos “quien sabe quién” decidieron igualar los escudos de la policía y ponerse gafas para que no les sacaran los ojos. Son la primera línea de enfrentamiento, no la ofensiva sino la resistencia, son esos que volean piedra como David doblegó a Goliat, pero que en esta historia pareciera que Goliat es invencible, como sacado de uno de los versículos del Apocalipsis y el rey David sigue intentando tumbar al gigante.

Pero también la primera línea del hambre, porque después del tropel toca ir a comer empanadas con los compas o llegar rapidito a la casa a ver si hay arroz con huevo. Somos la primera línea de desesperación y de valentía porque aquí nos estamos jugando la vida, nos estamos jugando el baloto y llevamos las de perder hasta ahora. Aquí nadie sabe cómo me lleno de miedo cuando me quito la capucha esperando que nadie me haya visto. El trapo negro lleno de vinagre no me lo puse para que las señoras se asustaran sino para que nadie me tome fotos, para llegar a consentir a mi gatico o darle un beso de buenas noches a mi hermana.

Esta es una confesión anónima porque no me interesa figurar en los columnistas más leídos de la revista Semana, ni en El Tiempo, ni del Espectador. Me gustan las cosas clandestinas y ello no carece de rigor académico porque soy un primera línea que ama leer crónicas, ensayos, literatura, filosofía y política. Además de cargar la capucha mi cabeza piensa y está posicionada en esta realidad incolora que quiere el mundo gris y triste. Asimismo, me pongo de frente contra la policía con mis compañeros que saben que algo anda mal y no necesitan de tanto intelectualismo para comprenderlo. Puedo hablar del materialismo dialectico, pero también saludar a mis socios con un “buena perro” porque nunca he dejado de ser del barrio y amo mi clase, la explotada, la humillada y maltratada.

Es sencillo. Es vida. Es aguante, pero también acción. Detrás de las piedras hay muchas historias y me gustaría que la gente las leyera, que supiera que no somos un mito ni que nuestras capuchas están tan ajenas a sus hogares; que no somos asesinos ni terroristas. Como dice la consigna: “Terrorista el Estado que desaparece y asesina”, bajo un marco de legalidad.

Así que no soy solo la primera línea de batalla sino también la primera línea de escritura, porque este es otro actuar que también asumo: así como alisto las rocas y las molochas también afilo mi pluma y desgarro los mitos y miedos colectivos.

Con toda la fraternidad: Anónimo

 

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Autor/a: Anónimo
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