¿Cómo se construyen los Planes de Ordenamiento Territorial? ¿Es posible elaborarlos desde una perspectiva de género? Este artículo pretende brindar algunos elementos de análisis en torno a cómo el género atraviesa el ordenamiento territorial y la forma en que se han construido las ciudades, con el ánimo de avanzar hacia un ordenamiento que nos garantice a las mujeres la posibilidad de habitar la ciudad de manera autónoma y segura.
En el marco de la Revisión General del Plan de Ordenamiento Territorial de Bogotá se han planteado debates importantes en torno a las decisiones de ciudad y su planeación; hemos asistido a discusiones fundamentales, en las que resaltan el modelo de ciudad, ambiente, movilidad, región, infraestructura, modelo de ocupación, participación ciudadana, los elementos económicos y sociales. Todos estos temas resultan pertinentes en un momento en que se requiere con urgencia la actualización de dicho instrumento de planeación, sin embargo, existe un elemento que pasa desapercibido pero que resulta fundamental para pensar una ciudad que ponga en el centro de su ordenamiento a quienes la habitan, esta es la perspectiva de género.
Ordenamiento territorial y perspectiva de género
El género es una categoría de análisis, pero también una construcción social que determina las formas de ser y estar en el mundo para mujeres y hombres, haciendo imposiciones en la configuración subjetiva de las personas. Este, también da cuenta de las relaciones de poder que se traducen en condiciones de desigualdad y opresión, que afectan a las mujeres y que implican violencias estructurales, simbólicas y directas. El género es un elemento inherente a todos los aspectos de la vida de las personas; desde dichas imposiciones las personas actúan, sienten, piensan e incluso habitan los espacios de manera diferenciada, por lo que el ordenamiento territorial no escapa de sus lógicas.
Resulta importante reconocer que el género juega un papel fundamental en las formas de habitar, recorrer y apropiarse de los territorios, la división sexual del trabajo históricamente ha generado una imposición de roles de género para lo masculino y lo femenino, “lo que conlleva una distribución desigual de los espacios públicos y privados y, por tanto, construye un espacio sexuado” (Muxí, 2011, p.6). Los diferentes territorios y las ciudades han sido planeados y ordenados desde una lógica androcéntrica, reproduciendo patrones patriarcales que han relegado a las mujeres al espacio privado, excluyéndolas de las decisiones de ciudad, que se toman en su mayoría por hombres.
Desde la perspectiva feminista se ha rescatado la idea de que
el espacio nunca puede considerarse neutral desde el punto de vista del género y que, por tanto, merece un análisis que se interrogue acerca de sus usos, las experiencias vividas en el mismo, las percepciones que comporta para diferentes actores sociales y su mediación por relaciones de poder patriarcales (Muxí, 2011, p.8).
Contribuciones del enfoque de género para analizar el ordenamiento territorial
La ciudad ha sido pensada para el beneficio de las actividades productivas remuneradas, por lo que se ha priorizado un ordenamiento territorial que pone en el centro las dinámicas de exclusión o inclusión que resultan rentables para el sistema económico capitalista, dejando de lado las tareas reproductivas no pagas y de sostenimiento de la vida que hacen posible la producción económica, incluso los
roles de género juegan un papel fundamental en la construcción del espacio, pues la experiencia de las mujeres, tradicionalmente ligada a la exclusión del ámbito productivo y remunerado, les ha privado del poder y del prestigio necesarios para participar en la toma de decisiones sobre la gestión de la ciudad y, en pocas ocasiones, se las ha considerado lo suficientemente presentes en el ámbito urbano como para hacerse eco de sus deseos (Muxí, 2011, p.10).
Así mismo, debemos reconocer que el género también determina unas diferencias entre hombres y mujeres respecto a sus dinámicas de vida, formas de habitar la ciudad, roles sociales, expectativas de los territorios. Muestra de ello, son las diferencias que existen en las trayectorias particulares que realizamos las mujeres y las cargas de trabajo no remunerado que debemos asumir de manera obligada.
Es evidente, que la forma como se ordena y planifica el territorio incide directamente en las decisiones que tomamos las mujeres, la percepción de inseguridad determina nuestra forma de apropiarnos el espacio y la posibilidad de habitarlo de manera autónoma se reduce considerablemente; incluso las cargas de trabajo de cuidado no remunerado que nos son impuestas y los largos tiempos de desplazamiento de las múltiples trayectorias que se derivan de estas, pueden llevarnos a elegir trabajos de medio tiempo y con menor remuneración, así pues “las experiencias vividas por las mujeres y [nuestras] percepciones subjetivas del espacio van a configurar las condiciones que determinan [nuestro] bienestar en la ciudad” (Muxí, 2011, p.10).
Respecto a la actual propuesta de POT de Bogotá, es posible señalar que se presenta un avance significativo para las mujeres, que ha sido producto y resultado de las luchas de las mujeres y sus organizaciones, así como del movimiento feminista en la ciudad. La inclusión del cuidado reconocido como una labor que, históricamente, ha sido impuesta a las mujeres como un elemento importante para el ordenamiento territorial de Bogotá es un avance importante, el reconocer que se requieren equipamientos del cuidado en la ciudad que estén distribuidos en todas las localidades resulta fundamental para mejorar las condiciones de vida de las mujeres, reconociendo que las actividades reproductivas “dan lugar a una posición y una experiencia distintas con respecto al espacio y al tiempo disponibles” (Muxí, 2011, p.11).
El cuidado como eje del ordenamiento, pone sobre la mesa la discusión de que este es un elemento que no debe ser asumido únicamente por las mujeres, aunque hayamos sido nosotras quienes lo hemos realizado de manera casi exclusiva, sino que es una responsabilidad del conjunto de la sociedad, dinámica en la cual el Estado también tiene parte de la responsabilidad.
Horizonte cercano
Si bien existe un avance, con la inclusión del cuidado en el ordenamiento territorial, la propuesta actual parece reducir a las mujeres a la estructura funcional y del cuidado, no plantea otras acciones u orientaciones de ordenamiento territorial, más allá de este, que nos beneficien de manera significativa y que aporten al mejoramiento de nuestra calidad de vida. Así pues, podría decirse que al reducirnos al cuidado, se está reproduciendo una lógica patriarcal que nos ha obligado a asumirlo como una actividad exclusiva de las mujeres.
De esta manera, resulta fundamental repensarnos el ordenamiento territorial con perspectiva de género o incluso feminista, que reconozca el trabajo de cuidado no remunerado que hemos realizado, históricamente, las mujeres como una responsabilidad del conjunto de la sociedad e incluso del Estado; pero que no nos reduzca a cuidar, sino que plantee acciones u orientaciones de ordenamiento territorial que garanticen que las ciudades puedan ser habitadas y recorridas por las mujeres de manera equitativa, autónoma y segura, rompiendo con paradigmas como la exclusión de las mujeres del ámbito urbano público.
Por ello, se hace necesario avanzar hacia un ordenamiento territorial que le apueste a la construcción de territorios que no reproduzcan las lógicas patriarcales que se traducen en desigualdades, opresiones y violencias hacia las mujeres, aportando a subvertir el orden simbólico masculino bajo el cual se ordenan las ciudades en la actualidad.
Referencias bibliográficas
Muxí Martínez, Z. (2011). “¿Qué aporta la perspectiva de género al urbanismo?”. Feminismo/s. N. 17. ISSN 1696-8166, pp. 105-129
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