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Retos de los movimientos sociales ante el problema urbano

Retos de los movimientos sociales ante el problema urbano

Las transformaciones vividas por los espacios urbanos dan paso a la expresión de nuevos movimientos y reivindiaciones sociales. Aquí una mirada panorámica a esa realidad.

 

El proceso de globalización ha subordinado todas las relaciones sociales, económicas y políticas configurando nuevas realidades no sólo económicas y culturales sino también espaciales, que inciden en las formas organizativas y configuran un entramado en el que la ciudad, con su espacialidad, cultura y reivindicaciones, vive un sinnúmero de cambios que impactan los contenidos, formas de hacer y proyecciones de los movimientos sociales.

Los cambios que corresponden a la ciudad y el movimiento social en los últimos cuarenta años van desde los barrios autoconstruidos y sus diferentes formas de organización –Juntas de Acción Comunal JAC, movimientos cívicos y de protesta–, hasta las urbanizaciones de construcción vertical que muestran otro tipo de formas de rentabilizar el territorio por parte de las empresas constructoras de vivienda y, con ello, despiertan otros conflictos y otras maneras para el actuar social y político.

Son cambios que también tienen tiempos específicos. La aplicación del modelo neoliberal en Colombia a partir de 1991, valga retomar, marca un punto de inflexión que define nuevas realidades para las expresiones sociales que buscan transformar sus condiciones de vida y/o configurarse en alternativa política. Por ejemplo, en los años 80 y 90, en los barrios populares se dieron luchas por la vivienda y los servicios públicos domiciliarios, pero luego de esas décadas en el conjunto de la sociedad comenzó a primar una visión neoliberal que, en lugar de cuestionar críticamente la situación social y sus causas, acepta que el asunto de los servicios y derechos sí puede recaer en la responsabilidad individual, una negación de derechos que también renuncia a la revisión de las causas estructurales que ocasionan la desigualdad social que reina en el país, y con ella, el marginamiento espacial de amplios grupos sociales; una negación que no se preocupa en forma debida por las soluciones para superar tal realidad.

Son tiempos en los que se transforma el espacio urbano, por ejemplo, toman forma los centros comerciales y urbanizaciones, lo que implica otra valoración de los espacios de encuentro y de consumo, relegando poco a poco el sentido de lo público y propiciando nuevas realidades en las que priman los conflictos entre vecinos. Igualmente, se suscitan cambios en la forma como se administran los espacios públicos y colectivos, imponiéndose una lógica neoliberal y coercitiva que impide apropiaciones más sociales y colectivas, con lo que se desconocen aspectos básicos de la Constitución del 91, como los derechos fundamentales de la ciudadanía. Ejemplo paradigmátaico de ello son, sin duda, muchas de las medidas tomadas durante los años 2000 de cerramiento y apropiación de zonas de cesión públicas por parte de los conjuntos residenciales.

En este devenir, y tomando en consideración la diversidad misma del país y la configuración de la ciudad, es que toman forma y prolifera gran variedad de movimientos sociales, expresión de nuestras realidades culturales, ambientales, de salud, educativas (estudiantiles), deportivas (barristas), comunales, entre otros; incluso, movimientos de un corte más poblacional comienzan a surgir para reivindicar luchas concretas y de reconocimiento social y político como los de jóvenes, mujeres, adultos mayores, grupos étnicos, Lgtbiq. Toda esta amplia gama de expresiones busca tener incidencia en la vida de la ciudad y en las políticas públicas.

La articulación alrededor de problemáticas socioambientales ha sido una característica importante en las primeras décadas del siglo en curso, como las mesas de trabajo por parte de la comunidad. Ejemplos más concretos, para el caso de Bogotá, son la Mesa Cerros Orientales, Mesa de la cuenca del Tunjuelo, la Mesa por el cierre del relleno Doña Juana, así como experiencias en la Comuna 8 en Medellín, todos, espacios que han ganado legitimidad y han obligado a las instituciones a concertar con las comunidades las políticas que afectan sus territorios.

Es una historia en la que, en los últimos 30 años, el movimiento social urbano crece de manera paulatina en sus formas de protesta. Por ejemplo, los paros de los años 90 en Bogotá, como el de Ciudad Bolívar –1993–, Kennedy –1996–, caracterizados por ser convocados por comités cívicos, con reivindicaciones muy puntuales, con un fuerte liderazgo de sectores comunales, paros con varios días de duración, y asediados por una fuerte represión y militarización de los barrios.

Como parte de esta constante, el 9 de marzo de 2012 se presentó un paro promovido por usuarios del Transmilenio, en el que se bloqueó toda la ciudad, y que, a pesar de la aparición de los perfilamientos, logra la rebaja y el congelamiento de las tarifas de transporte. En los últimos años, a nivel nacional, los paros han adquirido un mayor componente urbano, incluido el primer paro campesino –2013– en el que la sociedad en su conjunto se solidarizó con sus reivindicaciones.

Las expresiones de descontento en las principales ciudades como Cali, Medellín Bogotá, durante los últimos años, se caracterizan por la movilización y protesta descentralizadas, en los territorios periféricos, alejados de los centros de poder, evidenciando las características de las urbes colombianas, tales como la segregación socio-espacial, el desarrollo de ciudades expandidas y clasistas. También se caracterizan por su atomización, por la falta de una mayor articulación que recoja las aspiraciones del movimiento urbano y su configuración como sujeto político.

El reciente estallido social (abril-junio) revela un componente más popular en las protestas juveniles y de mujeres, con reivindicaciones generales que incluyen temas de equidad, justicia social, entre otros. Los paros van creciendo en el número de días de resistencia y en cantidad de participantes; los estudiantes comienzan a retomar las calles, a hacer presencia en diferentes zonas de las urbes, desarrollando proyectos concretos con una visión de transformación de relaciones y problemáticas concretas, llegando a ganar legitimidad entre los pobladores más disímiles y sumándose a las movilizaciones convocadas por las centrales obreras. Sin embargo, estas últimas, a pesar de su capacidad de interlocución con el establecimeinto, no alcanzan a conducir y representar a los sectores que participaron masivamente en las protestas y movilizaciones.

Un proceso en el cua surgen nuevas formas organizativas, como las primeras líneas, ollas comunitarias, grupos de DDHH, de comunicación, salud, jurídicos y expresiones culturales que se apropian de los territorios, disputándolos simbólicamente, generando nuevos escenarios que traen consigo la construcción de identidades y nuevas subjetividades, al igual que realidades políticas y retos por superar.

 

¿Cuáles son los principales retos que enfrenta el movimiento social en Colombia?

 

El primer gran reto obedece a la articulación de las luchas sociales y movimientos agrupados en ellas. La “unidad”, como suelen ser entendidos los procesos, no logra superar coordinaciones que, por diferencias políticas o ideológicas, no alcanzan la construcción de puntos programáticos. Es necesario superar esquemas heredados que no han sido evaluados y que, a todas luces, no dan respuesta a las necesidades del momento. Las Ciencias Sociales, desde los años sesenta han tenido inmensos desarrollos que no han sido tenidos en cuenta o, en el peor de los casos, no se conocen.

En este sentido, parafraseando a Chantal Mouffe, “Construir una voluntad colectiva exige dinámicas que pongan el acento en la construcción de sujetos, en el papel de la práctica política como generadora de cultura y la configuración de nuevas subjetividades que sean capaces de colocar nuevos “límites al mundo” y cimentar la base para una ideología que de cuenta de la transformación social por medio de la hegemonía y una nueva dirección política y moral”. (Labastida, 2011, p. 143 y 144).

Afortunadamente, para el movimiento social en Colombia, las protestas y los procesos de movilización, desarrollados durante estos dos últimos años, ponen de manifiesto la acción colectiva y los procesos de conducción autónomo que configuran esa “voluntad colectiva” y que han dado paso a nuevos protagonismos que, lamentablemente, se encuentran aislados de los desarrollos de las ciencias sociales y de las luchas políticas libradas en otras partes; lo cual configura un segundo reto, que es la apropiación de los desarrollos teóricos y académicos generados al lado de innumerables procesos sociales en todo el globo.

A propósito de esto, vale la pena reconocer el papel de profesionales y personas que han accedido a la educación y que hoy, desde diferentes espacios, acompañan procesos sociales en todo el país; sin embargo, la participación y acompañamiento son insuficientes; es necesario difundir de manera más amplia y continúa el estudio y la reflexión entorno a la obra, por ejemplo, de Orlando Fals Borda, el pensamiento decolonial y a los estudiosos de la obra de Gramsci, entre ellas a Chantal Moffeu y feministas como Judith Butler.

En otro plano, y como reto, es necesario definir objetivos políticos concretos y, entre muchos caminos, están los planes de vida que recogen los objetivos sociales que se han trazado las comunidades, para que sea el movimiento social el que determine el ritmo y la agenda política a las organizaciones políticas, porque la crisis generalizada de las instituciones y las formas tradicionales de hacer política no han dado salida a las expectativas de una sociedad que ya ha comenzado a avanzar.

La actual crisis económica y las convulsiones sociales de estos últimos años permiten ver que “los hombres toman conciencia de sí mismos y de sus tareas” (Labastida, 2011) y que, sólo asumiendo un papel protagónico y con nuevos actores se podrá consolidar una dirección política y moral que sea capaz de ser articuladora y representante de las más variadas expresiones de lo que es hoy la ciudad y el país.

Quedan sin mencionar diversos temas, pero uno de ellos radica en la pegunta de si las instituciones son el camino válido o no para el movimiento social.

En Latinoamérica quedan claras las apuestas y, en ese debate se encuentran tanto el mundo social como las miradas que sobre el qué hacer presentan diversos investigadores sociales o políticos. Debates, busquedas, construcciones, que con independencia de las opciones elegidas, reconocer que serán los movimiento sociales, los encargados de marcar los avances y cambios que la sociedad necesita.

 

Bibliografía

Labastida Martín del Campo, Julio. 2011.Hegemonía y alternativas políticas en América Latina Seminario de Morelia Hegemonía y Alternativas Políticas en América Latina. México, D.F Editorial siglo XXI.

 

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Autor/a: Héctor Jair, Paloma Merchán y Mauricio Duarte
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