Home » ¿Y qué tan histórico será este Pacto?

¿Y qué tan histórico será este Pacto?

¿Y qué tan histórico será este Pacto?

Que las listas del Pacto Histórico hayan sido, en estas elecciones de 2022, las más votadas, tanto para el Senado como para la Cámara de Representantes, no es poca cosa. Naturalmente, en términos de curules, esto no se expresa de la misma manera; mientras en el Senado alcanza 16 ocupando el primer lugar junto con el Partido Conservador, en la Cámara llega a 25, siendo superado por los liberales que completaron 32. Todo esto, de acuerdo con los resultados reportados por la Registraduría al momento de escribir estas líneas. ¿Fraude?

Pero lo más notable ha sido el desplome de los más representativos de la era del “embrujo autoritario”, es decir el Centro Democrático, el Partido de la U y Cambio Radical. Con algunas preocupantes excepciones como el Departamento de Antioquia, particularmente Medellín. El hecho histórico en este caso consistiría, según se dice, en que, sumando las curules de los Comunes, las circunscripciones indígenas y afros (una parte de las de paz) y las de la Alianza Verde Esperanza, pudiéramos decir, con cierta condescendencia, que por primera vez, en más de medio siglo, la oposición progresista se acerca, en el legislativo, a un equilibrio de fuerzas con los partidos del establecimiento.

Sin embargo, esto no justifica excesivas demostraciones de euforia. De entrada, porque las cifras no son nada tranquilizadoras y obligarán seguramente a un complicado juego de alianzas. Además, forzoso es reconocer, como una ironía de la historia, que, al mismo tiempo, los viejos y tradicionales partidos de antes de aquella era, del siglo pasado (y antepasado), esto es, el liberal y el conservador si bien no rejuvenecen parecen conservar una salud de hierro. Finalmente, lo más significativo, porque detrás de las cifras alcanzadas por el Pacto Histórico, que no fue una simple “alianza de los grupos de izquierda”, como dice la opinión mediática, se esconden desplazamientos y trasvases de votos que la decadencia del uribismo y el imparable ascenso de la popularidad de Petro hicieron posible.

Señas de identidad

En realidad, no es tan raro que la identidad, tanto en las personas como en los grupos, sea en buena parte atribuida por los otros, pero sí obliga a tomar ciertas precauciones a la hora del análisis y sobre todo del quehacer político. Una exagerada dependencia del juicio ajeno, conlleva el riesgo de pérdida de la identidad cuando el otro deja de juzgar. Y esto está a punto de suceder debido a la caída en el ridículo de la cantinela acerca del peligro del “castrochavismo”. Queda, por supuesto, la imagen de la “izquierda”. Y últimamente, por parte de algunos, un concentrado muy antiguo, patrimonio de la derecha. Se vuelve a la amenaza del “comunismo”, al espectro de la “expropiación”. Puede ocurrir entonces el riesgo contrario: que la existencia se agote en una lucha angustiosa por demostrar una y otra vez que es falsa la identidad atribuida.

El “Pacto” no es propiamente una corriente política y mucho menos ideológica. Ni siquiera lo es, en sentido estricto, la “Colombia Humana” su principal impulsora, que no pasa de ser un agrupamiento o, mejor, una suma de simpatizantes, atraídos por el éxito de su líder, especialmente después de su paso por la Alcaldía de Bogotá. Su existencia es, por lo tanto, puramente electoral.

Este es un cambio sustancial en la historia de Colombia: antiguamente las agrupaciones que se sentían socialistas o nacionalistas, comenzaban por ser fuerzas dentro del movimiento social (a veces también, grupos conspirativos) y sólo después de muchas dudas aceptaban la actividad electoral; en cambio, desde hace unos treinta años el objetivo, por excelencia, casi puede decirse que el único, es la participación electoral, entendiendo que en eso consiste la política. Con un agravante, dicho sea de paso, y es el manto de sospecha que suele tenderse sobre quienes intentan comprometerse en los movimientos, como si fuera una actitud oportunista, de manipulación o algo peor. Hasta los propios activistas de las organizaciones sociales llegan a decir que “no debemos meterle política”. Sospecha que muchas veces se convierte en asunto de derecho penal y justificación de agresiones militares. Como sucedió en el pasado paro y movilización social.

Hay, sin embargo, una particularidad en este proyecto electoral. El Pacto es ciertamente más amplio, pero desde su enunciación, quedó claro que no consiste en una coalición, en un espacio de alianzas entre grupos. Si así lo fuera, bastaría hacer el balance de los acuerdos programáticos. Pero no es así. La denominación de histórico, precisamente, hace alusión a una confluencia ciudadana que por fin, después de muchos años, haría posible el “cambio” hacia el “progreso”, mediante unas mayorías en el Congreso que garantizaran la viabilidad de las propuestas formuladas desde un nuevo gobierno, el de Petro. Una corriente de opinión en la cual quedan, como rasgos comunes, solamente un par de ideas fuerza, el anti-uribismo y la búsqueda de la paz.

Ni organización ni programa

La virtud que se reclama es entonces la diversidad, como un valor, en sí misma. Y ciertamente tiene sus bondades. Por ejemplo, ha permitido la vinculación, al lado de sus fundadores, de buena parte de los grupos de izquierda o progresistas, como el Polo, la UP, el Mais y Ada o militantes de ciertas causas como los derechos humanos, basados o no en Ong’s. Lo importante, aquí no son tanto sus nombres y carteles sino la incorporación, a través de sus candidatos o activistas, de núcleos provenientes del movimiento social. Esto es lo que, en el fondo, diferencia el Pacto, o la coalición Verde esperanza, de los partidos tradicionales. Pero también permitió la vinculación de empresas electorales personales desprendidas de los partidos del establecimiento. El antiuribismo y la búsqueda de la paz quedaron reducidos al respaldo a los acuerdos de La Habana con lo cual se entregaba carnet al Santismo, un objetivo principal, algo no dicho pero intuido por muchos desde el principio. Pero además, en esta fluidez ideológica la diversidad es abierta; la identificación pasa a ser completamente subjetiva: basta con que el aspirante lo afirme. Caben no sólo los “afines” más lejanos sino todo tipo de “arrepentidos”, y hasta falsarios.

Se hizo entonces moneda de curso corriente la doctrina que, a propósito de Antioquia y Luis Pérez, repitió Isabel Cristina Zuleta, hoy senadora: “es que la paz se hace es con los enemigos, no con los amigos”. ¡En nombre de la tolerancia y la reconciliación! El mismo argumento que años atrás había utilizado Petro para justificar en el Congreso su voto por Ordóñez para la Procuraduría. Lo menos que se puede decir es que se está confundiendo el ejercicio de gobierno con la previa y necesaria presentación de opciones políticas. -Yo no le niego a nadie su derecho a expresar sus posiciones, pero no tengo por qué estar de acuerdo con ellas; por el contrario, es por eso que hago valer mi derecho a expresar las mías y a tratar de persuadir a los demás.

Sin duda hay argumentos menos doctrinarios y más prácticos que nos cuesta trabajo entender a quienes no estamos metidos en estos tejemanejes. Por ejemplo, es claro que Antioquia es un bastión del Uribismo, en consecuencia hay que hacer lo que sea necesario para quebrar el unanimismo. Resulta de la mayor astucia –se diría– llegar a acuerdos con fracciones de la clase política como la de Luis Pérez o el grupúsculo de Daniel Quintero, el alcalde de Medellín. No se necesita mayor formación de politólogo para percibir que en estos acuerdos cada parte entrega algo a cambio.

Lo anterior, evidentemente, tiene implicaciones organizativas. Se entiende fácilmente que, en una corriente de opinión que gira, en lo fundamental, en torno a un caudillo, así haya entre sus componentes, en la cúpula, grupos o partidos organizados, los pronunciamientos públicos generales y la toma de decisiones de conjunto, disueltos en una atmósfera donde predomina lo afectivo y lo “útil”, se concentran en el caudillo y su entorno más cercano. Sin embargo, hay algunas decisiones que, detrás de los discursos, proceden en realidad de acuerdos entre los actores con mayor poder. Ello tiene que ver con las “nuevas vinculaciones” y la selección de personas que van a desempeñar funciones de representación. Tal es el problema de las “Listas cerradas”. En principio, sería lo lógico en una competencia de la democracia representativa; aquello de votar por personas no deja de ser una manifestación de la corrupción clientelista. Pero esto supone una corriente política organizada con principios comunes y un programa claro y explícito. Es justamente lo que aquí no sucede.

Es por eso que alguien, ante la pregunta de dónde están la doctrina y el programa, podría responder, y no le faltaría razón, que no es una falencia sino que, por definición, el Pacto es libre y abierto y no tiene por qué tenerlos. ¡Es la expresión y la celebración de la diversidad! No faltará el intelectual que, para sustentarlo, recurra a la teoría de los movimientos sociales basistas, al concepto de “multitud”, o a la razón populista de E Laclau. Pero la realidad como se verá en los próximos años, es mucho más prosaica. En síntesis, lo que tenemos en Senado y Cámara no es una organización política, son simples “bancadas”.

¿Y qué esperar?

 

Tenía razón Petro: para gobernar, desde la presidencia, es necesario contar con un respaldo significativo en el Congreso que asegure lo que llaman “gobernabilidad”. En sentido estricto tal concepto se refiere es al conjunto de fuerzas, en la sociedad y en el campo de la política, pero hay que reconocer la agudeza del candidato. Quería entre otras cosas llamar la atención sobre la importancia de la votación para el Congreso, cosa que en general no es aceptada por la mayoría de los colombianos. Ni por las clientelas que con su comportamiento expresan su desprecio, ni por los asqueados con la política, incluso dentro de la izquierda social. El pretende, sin embargo, anticipar, en la campaña electoral, lo que sería el ejercicio de gobierno. De ahí el énfasis en las alianzas y por tanto en las concesiones. No es muy original. Así lo hicieron la mayoría de los que llegaron a ser “gobiernos populares” en América Latina, incluido Lula. Siempre ha habido que defenderse de la calumniosa acusación de “comunista”. Además hay que tener en cuenta que la gran burguesía siempre tiene en la manga el recurso (chantaje) de retirar sus capitales, propiciando un colapso financiero.

Pero también es cierto que, para que pueda funcionar una bancada con posibilidades de éxito (sobre todo cuando no se es mayoría abrumadora), lo mejor es contar con un presidente de la misma línea. Ya se verá. Si gana Petro, al día siguiente muchos harán cola para buscar alianzas y ofrecerán negociar. Hasta los menos pensados, porque ya se sabe que las empresas electorales están interesadas no en doctrinas sino en ventajas concretas en sus regiones. Por el contrario, si es otro el gobernante (¿Gutiérrez?) la bancada del Pacto se verá presionada y obligada a pelear, aunque ya no condenada como siempre al ostracismo. Ahí es donde resulta clave la posición y la ética de cada uno de los individuos que la componen. Vistos los nombres, lo más probable es que, dependiendo del tema en debate, se ubiquen en uno u otro lado, por convicción o por conveniencia, contenidos tan sólo por la famosa e inoperante “ley de bancadas”.

Es por todo esto que el “programa de Petro”, que cualquiera podría pensar serviría de guía para la bancada, es lo menos importante. La verdad es que resulta más impactante que comprometedor. Ha dicho que se trata de abandonar el modelo “extractivista” y de recuperar el papel del Estado, sobre todo en la garantía de los derechos económicos sociales y culturales (servicios públicos, salud y educación), pero, aunque abundan las propuestas, a cual más ingeniosa, no puede decirse que hay un programa de acción. Al parecer hay un importante margen de maniobra.

A esta altura, como se dijo, se ha anticipado la necesidad de las alianzas. No se trata de cómo vamos a gobernar, y ni siquiera de qué se pretende hacer desde el gobierno, sino de “ganar las elecciones”. En este sentido pragmático vuelve a tener razón Petro: el objetivo primordial es ahora ganar en primera vuelta; es obvio que en una segunda operaría el “todos contra Petro”. De ahí que se esté hablando, ya no de Pacto Histórico (al parecer ya hizo lo suyo y carece de sentido perpetuarlo) sino de un “Frente más amplio”. Curiosamente nadie en el Pacto ha hablado de alianzas con la coalición verde; tal vez piensen que es imposible, tal vez piensen que no vale la pena. Se ha repetido, en cambio, una y otra vez que la clave es el Partido Liberal.

Desde hace unos meses Petro ha venido aclimatando, entre las bases, la aceptación de semejante acrobacia ideológica y ética, repitiendo los mitos del “glorioso pasado progresista” del liberalismo. Pero sabe muy bien que falta otra aceptación muy importante: la de los propios beneficiarios, los elogiados liberales. Y no ha ocultado que está buscando su respaldo. No el de las bases como, en ejercicio retórico, dice todo el mundo en circunstancias parecidas, no, y abiertamente lo ha reconocido, se trata del Partido, de su dirección, o, mejor, de César Gaviria. En ese caso, como ya se ha comentado, y no hay lugar a engaños, se abre una negociación y habrá concesiones de parte y parte.

Siendo justos, no es algo circunstancial, de pequeña maniobra, al contrario, se ubica en una línea de pensamiento estratégico, discutible pero consistente. Como también se comentó, es generalizada la convicción de que no es posible ganar las elecciones si no se brinda, a la burguesía y sus partidos, una garantía; la iniciativa no se limita, pues, al acuerdo con Gaviria, es la oferta general que se está haciendo al establecimiento. Las condiciones de posibilidad están dadas.

Téngase en cuenta que con un gobierno como el actual, tan primitivamente reaccionario, ultraderechista, cavernícola y despótico, es fácil, aun para la burguesía ilustrada tomar distancia respecto de múltiples aspectos de la política. Por ejemplo, en elementos de la política exterior, en el presupuesto para salud y educación, en los temas de la paz, las drogas y la fumigación, en la política de género y frente a las diversidades de orientación sexual, en lo relacionado con el medio ambiente, mientras “no entorpezca el desarrollo”, y seguramente otros más. Podría aparecer un acuerdo, que, bien publicitado, cumpliría los requisitos de lo “políticamente correcto”.

De llegar a ser gobierno, es posible también que se logre avanzar en la implementación de lo pactado en La Habana, lo cual significa, para tranquilidad de la burguesía, que la cuestión agraria sólo volverá a la agenda del país en relación con lo poco o mucho que allí se avanzó. Pero el acuerdo mencionado, sin duda, conlleva un conjunto de renunciaciones. Probablemente va a significar que los “fundamentales” del neoliberalismo, como dicen los tecnócratas, no se tocarán. Por supuesto, ninguna reforma del Banco de la República, conservando la política monetaria “ortodoxa” y una estricta “disciplina fiscal”. La mayor controversia va a versar sobre el modelo de seguridad social (salud y pensiones) en el cual, aunque se admita una mayor presencia del Estado, tendrá que mantenerse el énfasis financiero y de mercado. Difícilmente se considerará un cambio en el modelo de Servicios Públicos con base en la privatización. Todo ello, desde luego, sin contar el respeto de la actual doctrina militar.

Este listado, superficial y obviamente incompleto, configura lo que podría ser un acuerdo, no sólo con el liberalismo, que pudiera abrir el camino de una pacífica contienda electoral y un posible triunfo de Gustavo Petro. De ser así, fácil es prever que el punto inicial de mayor y pública discusión, aunque paradójicamente no el decisivo, será el tan anunciado cambio de la matriz energética y del modelo de exportaciones centrado en el petróleo. Pero no tomará mucho tiempo; téngase en cuenta que, aparte de discusiones reformistas, el nuevo gobierno tendrá que dedicar toda su atención a la resolución de la cada vez peor crisis económica y social.

Como se podrá haber deducido rápidamente, no se ponen muchas esperanzas en el papel que puedan jugar las bancadas, por sí mismas, y ni siquiera en un gobierno del Pacto. Los movimientos sociales tienen que seguir su camino y al mismo tiempo, dado que las circunstancias son distintas, obrar como mecanismo de presión desde abajo. Nadie, desde luego, ha pedido revoluciones socialistas, que por cierto nunca han estado en las agendas, y ni siquiera “nacional- populares” (a la manera de Perón) que probablemente han sido la inspiración de muchos, desde los tiempos del M-19.

Pero sí se aspira a que esta experiencia se convierta en un sustancial cambio de dirección y por lo tanto en el punto de partida de transformaciones mayores. La tarea no es fácil para el movimiento popular. Se trata de seleccionar objetivos (programa inmediato), de priorizarlos en el tiempo, de organizar la presión. La pregunta inmediata, pero que se va a renovar de manera permanente es ¿cómo hacerlo? Supone un ejercicio constante de elaboraciones teóricas, de investigación y de propuestas. Simultáneamente la acción: demostraciones y si es necesario acciones de calle.

Llegados a este punto es entonces cuando aparece el principal obstáculo, el más grande: se dirá que no es justo, que hacer todo esto es atentar contra un gobierno progresista, que simplemente se le está haciendo el juego a la reacción y al imperialismo. Pero ¡no ensillemos antes de traer las cabalgaduras!

 

Para adquirir suscripción

https://libreria.desdeabajo.info/index.php?route=product/product&product_id=179&search=suscri

Información adicional

Autor/a:
País:
Región:
Fuente:

Leave a Reply

Your email address will not be published.