Tras las hinchadas

A pesar de la forma simplista de encasillar entre medios y autoridades a las barras futboleras, existen múltiples dinámicas que van desde el simple coreo para animar el equipo de los amores hasta actividades más organizadas que implican formas de intervención en la comunidad. Entender estas formas de asociación será clave para comprender las nuevas formas de ciudadanía que están en gestación.

Hace algunos de días, en pleno cierre del campeonato del fútbol profesional colombiano, visité nuevamente mi ciudad para acompañar al equipo de mis amores, el Deportivo Pasto. Pese a la pésima campaña, volví de Ecuador y mi barra, “La banda tricolor”, me recibió con la boleta para el ingreso, además de compartir el cruce de las anécdotas con los muchachos. Viajar en medio de las ocupaciones se ha convertido ya en una costumbre para ver fútbol y entender a la muchachada. En cada fecha comprendo algo distinto que cada uno se guarda en medio de sus cotidianidades, haciendo de la barra y del fútbol el lugar perfecto para la catarsis, la expresión de los sentimientos y de las repulsiones.

El pasado sábado, el 14 de mayo, el Pasto cerraría de visitante frente al Deportivo Independiente Medellín, la barra viajó por más de 20 horas y el lunes 16 de mayo el grupo “Barrismo en paz” publicó en sus redes un registro fotográfico interesante, captando en cada imagen que un fútbol en paz, sin líos ni altercados, es posible, registrando la alegría de quienes conozco y considero mis hermanos y hermanas de cancha, así como el esfuerzo infinito que cargan al ser el corazón del equipo, esto es lo que en los códigos de barra conocemos como el “Sí al visitante” y cuando afirman, sin dudarlo: “El Pasto nunca jugará solo”.

Esto me convence, cada vez más, de la existencia de otras formas posibles de alentar a nuestros equipos. Hemos desaprendido, resignificando más allá del estigma de las barras “bravas” (Ver recuadro), “duras”, “sujetos animalizados”, “desadaptados” con los relatos biologicistas que mantuvieron y mantienen nuestra relación, especialmente los señalados por la prensa amarillista que jamás indaga por entender más allá de la primicia.

¿Cómo entender la resignificación? Otras formas posibles

Los cambios que están surgiendo en las barras para el caso colombiano, quieren resarcir, de a poco, las manchas del pasado. Propuestas como las de Fernando Bolaños (2007) buscan una sustitución de “las bravas” para hablar de “barras populares”, con una pedagogía que entrelaza el componente teórico sobre el tema y la acción colectiva de los jóvenes en las calles, a partir de la convivencia, el crecimiento del sentir y el vivir en comunidades grupales.

Otras emanan desde el enorme paradigma del “barrismo social” que, con más fuerza gana espacios importantes tanto en la academia, la praxis y el activismo, entendiendo una sumersión en la pasión por el mundo del fútbol, y la creación de vínculos sociales (y por qué no, hasta políticos) cuya identidad trasciende el mero carácter clubístico, es decir, los mismos actores y actrices han reconocido más allá de una congregación masificada entorno a los 90 minutos del que rueda el balón, unas formas diferentes de ser y de estar juntos con la potencia del componente de la heterogeneidad, que sólo es posible encontrar en una barra. Algunos como Ramírez y Salazar* piensan que se trata de formas nacientes de movimientos sociales que hoy entienden la magnitud de su accionar en el escenario de la ciudad y su incidencia en el cambio.

No sólo se trata de evidentes intervenciones comunitarias de forma intermitente, sino que aluden al encuentro de un proceso más consolidado; recordemos que, desde el 2006, los primeros acercamientos entre las barras llevaron a la creación del “Colectivo barrista colombiano” con la reunión de los esfuerzos de las 19 barras más importantes del país. Hoy, en 2022, con una participación masiva, el establecimiento de códigos mejorados y las interacciones mutualistas, “Barras por la convivencia colombiana”, toman la bandera y le dan la vuelta al mundo con diferentes formas de vivir y sentir el ser barrista, en una sociedad como la colombiana, cuando estamos ya exhaustos de los escenarios de conflicto.

De vuelta con la muchachada del Pasto, nos resulta emergente y responsable rescatar estos procesos, que, si bien son únicos en Latinoamérica, también son polémicos por quienes aún le acuñan el carácter rígido y radical de mantener la violencia en las filas de la hinchada. Sea como fuere, hoy, de la mano de nuestros referentes, le apostamos a una diferencia en construcción con el esfuerzo, como lo diría mi amigo “Menor”:

Habemos todos los sectores sociales, desde el “man” que piensa diferente, hasta el “man” que tiene más, tiene menos, pero todas las clases sociales […] nosotros somos una cultura social, una cultura urbana y futbolera. La apuesta es esa, que desde La Banda nos apropiemos de todos esos procesos sociales, culturales, porque entendimos que tenemos que crecer como organización, sabemos que como personas y como barristas influimos dentro de esta sociedad […], tenemos la diversidad de Colombia, de Nariño y de banda tricolor, la idea es hacer un barrismo diferente, un aguante diferente (“Menor”, miembro de “La banda tricolor” (Deportivo Pasto, 2021).

Así, esta relación entre barrismo y sociedad concluye, no sólo con un nuevo tópico o línea a explorar en mi ejercicio como investigador académico, sino que señala también ese compromiso con las causas que sabemos y merecemos por ser justas en la vida, en un activismo frecuente y consonante sobre la incidencia de mi barra en los escenarios deportivos, pero también por fuera de ellos, en la construcción de una sociedad mejor. Como lo dicen en sus consignas ¡Sean bienvenidos y bienvenidas todos a Pasto porque somos la ciudad!

* Ramírez, Jacques y Salazar Santiago. “Hinchas organizados: ¿barras bravas o barristas sociales? Una mirada desde Colombia y Ecuador”. Revista Argumentos, Vol. 18, 83-110. Montes Claros, 2021


Del origen de “bravas”

¿Por qué sucedió todo este embrollo? Existen múltiples significados para definir barra: como “pieza de metal u otra materia”1, como “mostrador de bar u otros establecimientos similares en el que se sirven bebidas”2. En Argentina, el término barra, también se entiende como un espacio en el que un cierto número de personas organizadas, comparten un interés en común.

Una de las primeras historias, remonta a la década de 1920 cuando los seguidores del Club Atlético San Lorenzo de Almagro crearon La barra de La goma: “Esta agrupación amedrentaba a jugadores e hinchas rivales con pedazos de goma, que eran lanzados y producían fuertes contusiones a quienes los recibían”3.

Como barra brava, el significado de la RAE, en Argentina, Bolivia, Colombia, Ecuador, Paraguay, Perú y Uruguay, contiene: “Grupo de hinchas fanáticos de un equipo de fútbol que suelen actuar con violencia”4.

La terminología de barra puede en este contexto atraer muchos sentidos, pero siempre tendrá una connotación de algo duro, infranqueable, rudo y fuerte; la connotación de brava, marca algunos hitos en particular de la historia futbolera argentina.

Uno de los primeros, data de 1958, que aún evoca la memoria de Mario Linker. Hay múltiples versiones sobre el caso, unos dicen que era hincha de River, otros se aproximan a una simpatía por Boca, algunos dicen que la misma hinchada de River provocó su deceso, otros dicen que la policía; pero, lo único cierto del caso es que “se vio a un hombre tirado en el suelo, víctima del impacto de una bomba de gases en su cabeza […], murió unas horas después en el hospital Salaberry, de Buenos Aires. Era el joven Alberto Linker”5. Algunos diarios argentinos como El Clarín, según la crónica de Szlifman, calificaron el hecho como ““bochornoso” y atribuido a un “pequeño grupo de exaltados” (20/10/1958)”6. Otros como La Razón le dieron otro calificativo: la existencia de “barras fuertes”, públicas y conocidas. La gravedad de los incidentes ocurridos en Liniers modificarían drásticamente las presentaciones que se hacían de los hinchas en la prensa argentina. Por primera vez se afirmaba que existían grupos de hinchas con jerarquías y cierta organización interna, que por sus rasgos se separan en las crónicas de la masa de hinchas que concurría a los estadios7.

Si bien después del incidente de Linker se agudizaron otros hechos de violencia relacionados con el fútbol en Argentina, especialmente en Buenos Aires, casi una década después se pasó del calificativo de barras fuertes a barras bravas. “El apelativo de barras bravas surgió a partir de un hecho trágico […] El 9 de abril de 1967 fue asesinado a golpes Héctor Souto de 15 años de edad, seguidor de Racing Club, por uno de los líderes de la barra de Huracán”8. El ingreso de Souto, según se relata, fue por equivocación a la tribuna de Huracán, y las barras que tenían el denominativo de duras, se convirtieron en bravas. En definitiva, se trata de un origen que “está vinculado históricamente al surgimiento de la violencia política argentina, a mediados de la década del 60”9.

1 Real Academia de España. rae.es. 2020. https://dle.rae.es/intra-?m=form (último acceso: 05 de 04 de 2020).
2 Ibíd., https://dle.rae.es/local?m=form (último acceso: 04 de 05 de 2020).
3 Castro, John, Germán Gómez, y Rafael Jaramillo. Fútbol y barras bravas análisis de un fenómeno urbano. Bogotá: Siglo del hombre editores, Universidad Nacional de Colombia, 2018, p. 320.
4 Ibíd., https://dle.rae.es/barra (último acceso: 05 de 04 de 2020).
5 Szlifman, Javier. «El crímen que dio nacimiento a las barras bravas argentinas.» Revista Líbero, 2020.
6 Idem.
7 Idem.
8 Castro, John, Germán Gómez, y Rafael Jaramillo, op. cit., p.168.
9 Alabarces, Pablo, y otros. «Aguante y represión. Fútbol, violencia y política en la Argentina.» En Peligro de gol, Buenos Aires: CLACSO, 2000, p. 221.


Los últimos «salileros»*

Nos persiguieron, señor, nos persiguieron. Mismamente que animales, no que cristianos. Nos echaron de todas partes, señor, nos quitaron todo. Usted nos ve ahora así, débiles y desparramados, señor, pero los salileros supimos ser fuertes.

Claro, no estábamos aquí, estábamos en otra parte, lejos de aquí. Y era un gusto vernos en los domingos de fiesta, señor, cuando había partido. ¡Así de gente los carros y los camiones llenos de salileros hacia la cancha! Con estos colores, señor, los que usted ve en la vincha. Y la cancha, señor. No sé si había alguna mejor en todo el país, vea lo que le digo, no sé si había alguna mejor. Y venían Boca y River y también San Lorenzo y se iban humillados, señor. Los grandes decían que eran, señor, los grandes, pero de ahí se iban con la cola entre las piernas. Y era una fiesta eso, señor.

Ahora nadie se acuerda de los salileros, nadie se acuerda de cuando éramos fuertes y llenábamos de banderas y trapos las canchas. Nadie se acuerda, señor. Ni saben por qué nos llamamos «salileros», señor, ni eso recuerdan las gentes. Venían River o Boca o San Lorenzo con esos equipos bárbaros y cuando se venían al ataque todos nosotros gritábamos «¡salile! ¡salile!» a los nuestros, para que les hicieran cara, señor. Por eso nos decían los «salileros».

Ellos se venían con esas estrellas famosas que salían en las figuritas y en las tapas de «El Gráfico», señor, una vez por año venían, y ahí, en nuestra cancha se hacían pequeñitos, así quedaban los pobrecitos cuando nos veían a nosotros en las tribunas repletas, que cuando me acuerdo me vienen lágrimas a los ojos, señor.

Y siempre la justicia en contra. Siempre la justicia en contra. Como no podían con nosotros los porteños, nos ponían los jueces en contra. Nosotros éramos buenos, señor, buenazos. Gritábamos nomás, a grito pelado, para alentar a los nuestros. Alguna piedra de vez en cuando, también, cuando ya veíamos que la injusticia era muy grande o los contrarios muy superiores. Ésa es la verdad, señor. A nadie le gusta verse humillado en su propio campo. Pero nada más que eso. Y empezaron a perseguirnos, señor. Siempre los jueces en contra, nos penalizaban, señor. Nos echaban jugadores por pavadas, señor. Y los linieres, señor, cierro los ojos y veo todavía esas banderas amarillas o solferinas levantadas, señor, porque alguno de los nuestros había invadido terreno prohibido. ¡Terreno prohibido, señor, si la cancha era nuestra! La habíamos ido levantando nosotros mismos, con esfuerzo, señor. Con sacrificio. Era nuestro orgullo. Siempre los porteños persiguiéndonos. Es cierto que degollamos a Cándelo, señor. ¡Pero ellos habían quebrado a Solibarrieta! Cándelo, el juez Cándelo. Permítame que escupa, señor. Y al domingo siguiente tuvimos que ir a jugar a otra cancha porque nos habían suspendido la nuestra. Por ahí cerca, pero en otra cancha. Y también hubo lío porque los salileros ya estábamos enojados, señor, muy enojados. Nosotros somos buenos, pero la injusticia era mucha. Los porteños nos perseguían, señor, como a animales. Nos provocaban para que nosotros más nos enojáramos, señor, y más nos castigaran. Al Junín tuvimos que ir a jugar después señor. Daba pena, le juro, ver esa caravana de hombres, ancianos, mujeres y niños, en carros y camiones, yendo hacia el

Junín para seguir los colores de nuestro equipo señor, los mismos que usted ve en esa vincha, señor. Con un frío terrible y la lluvia. Con los abuelos, con enfermos, con los perros. Le pegamos a un linier en Junín, señor, un infame, y de ahí también nos echaron, también de ahí. ¿Adónde íbamos a ir a jugar, señor, adónde íbamos a ir?

Cada vez éramos menos, castigados por la policía, por las cárceles, los salileros cada vez éramos menos. Los más viejos se fueron quedando en el camino, por esos caminos, cansados de seguir la divisa. Y perdimos la divisional, señor, la perdimos, nos fuimos a la «B», que no es deshonra, señor, pero no es lo mismo. Los tiempos de gloria se habían alejado de nosotros señor, nos habían dejado de lado.

Y siempre la justicia en contra señor. Siempre en contra. Nos castigaban por cualquier cosa, por pavadas señor, por tonterías. De la «B» también bajamos, señor.

Ya ni cancha teníamos para jugar, nada era nuestro. Algunos de los muchachos jugaban descalzos, señor, tan pobres éramos. Y casi nadie para alentar, sólo un grupito, chico. Las otras hinchadas se aprovechaban, señor, y nos pegaban, nos corrían, nos humillaban. A nosotros a los salileros, que habíamos sido fuertes y poderosos y que cuando gritábamos todos juntos no dejábamos que se escuchara ningún otro canto, señor. No nos perdonaban el haber sido fuertes, señor. A la «C» nos fuimos señor, pero ya no teníamos más ganas de pelear, ni jugadores, ni cancha, y éramos un puñadito los que alentaban, señor. Cada vez más lejos de nuestras tierras, cada vez menos parecidos a nosotros mismos. Si hasta el color de las camisetas se había borrado con el tiempo, señor, con las lavadas, con el tierral de los potreros inmundos donde teníamos que ir a jugar, señor, nosotros, que habíamos sabido del césped verde y el olor del césped verde recién cortado, señor.

Y aquí estamos, señor, para que cada tanto venga alguien como usted para investigarnos como a animales raros. Los últimos que quedamos, señor. Los últimos salileros. Los porteños nos persiguieron mucho, señor. Muy mucho nos persiguieron. Si hasta los domingos nos quitaron, señor. Hasta los domingos.

* Fontanarrosa, Roberto, Puro fútbol, Todos los cuentos de fútbol, Ediciones de la Flor, Argentina, p. 24,


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Información adicional

Autor/a: Santiago Salazar
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente:

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