Cierto o no, en el Palacio de Nariño hablan de una encuesta sobre inclinación presidencial con: “5,5 por ciento para la Marcha Patriótica” y “39 para Uribe Vélez”. La Mesa parece amarrada a cuatro fases: “inicial”, “aprovechamiento”, “definición” y “KO o estocada”. La tensión o contradicción interburguesa Santos-Uribe, como inercia o en aumento, es un palo en la rueda para la paz. En el terreno de la maniobra política están: ¿Reelección?, ¿Candidatura de Timochenko? ‘Dejación del uniforme’. Ni blanco ni tricolor, ¿cuál será el color de la paz?
…las últimas brasas de un conflicto son a menudo las más vívidas y siempre las más trágicas y conmovedoras.
John Laffin,
Grandes batallas de la historia
Como en las peleas de boxeo, los jabs, rectos y ganchos de izquierda y de derecha van y vienen. Marcan puntos los golpes, lo mismo que los gestos duros y blandos. A uno blando de la guerrilla –proponer una tregua unilateral por dos meses, desde el 28 de noviembre 2012, que aplazó los hostigamientos, los “paros armados” y otras respuestas–, vino un puño duro del gobierno: mantener el discurso y la acción del ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón, quien al hablar parece un ventrílocuo de Uribe. En seguida, ante uno duro de la insurgencia –proponer un “acuerdo de regularización de la guerra”–, el Gobierno ripostó con otro (militar): una operación de aniquilamiento y bombardeo contra dos campamentos de la insurgencia en el sur, que no produjo un knock-down de la guerrilla, caída menor a los 10 segundos de conteo.
Esta acción en medio del conflicto sacó a relucir el nuevo dispositivo militar y la orientación de las fuerzas armadas. En la confrontación, los blancos y las localizaciones ya no son sólo para ubicar y batir a dirigentes como Reyes, Mono Jojoy y Cano sino que además busca un efecto más disuasivo y desmoralizante contra el grueso de la tropa guerrillera y sobre “mandos medios”. Y con la Mesa de La Habana encima, las operaciones de la “guerra política” tienen como misión ‘identificar’ dentro de la insurgencia a “sectores radicales” opuestos al diálogo, que la inteligencia militar trata de señalar en las estructuras del Bloque Sur y de los Comandos Conjuntos Occidental y Central de las farc.
Aunque crudo, no sobra decir que la prolongación de la “tregua unilateral” pudiera producir una imagen de ‘debilidad’ de la guerrilla. Pero, al variarla, ¿puede reducir la imagen que en general tiene la negociación en las encuestas?
Días después, en otro round, al trueno de la guerra siguió una finta gubernamental. Un esguince de cintura, de balance o estudio del contrincante en el argot de los guantes: amplió el tiempo para la discusión de la agenda (noviembre de 2013) como máximo plazo límite. Se trata de una indicación clara de que la pelea no es de resistencia y no será a doce rounds. Envuelto entre los guantazos, los jabs y uppercuts, hay ya un anuncio de acción dura (jurídica) oficial. “Si en nuestra nueva orientación encontramos que las farc han cometido violaciones sistemáticas o generalizadas contra la población que puedan ser calificadas como delitos de lesa humanidad […], para el próximo semestre se harán acusaciones de esta índole” (Eduardo Montealegre, fiscal general, en entrevista con María Jimena Duzán, revista Semana del 17 al 24 de diciembre de 2012, pág. 29).
El match en La Habana, espacio y tiempo de maniobra y proselitismo para cada uno de los rivales, en forma aparentemente invisible tiene varios pies: movilización/opinión (inteligencia, contrainteligencia e información, de un lado y otro), lucha político-‘diplomática’ y lucha militar-jurídica. Para el Gobierno, su objetivo político es ambientar o propiciar una división de la insurgencia entre “duros” y “blandos”.
A la par, en caso de no obtener una “desmovilización-entrega de armas”, presentará el conflicto como inmerso en el “delito común”. De este modo, buscará granjearse apoyo con los vecinos y la acción conjunta con los organismos secretos y los ejércitos para “enfrentar bandas de secuestro y narcotráfico”. Es éste un propósito sin muchas dificultades, cuando por estos días el conjunto de la sociedad no tiene a la paz como eje actual y de movilización. Mucho menos una paz justa
La paz en tercera persona. No hay un “somos la paz” colectivo, o un “soy la paz” de cada uno
Sin una solución de raíz a la vista y sin ver las aglomeraciones de apremio que la paz merece, la nación colombiana sigue tarda en la movilización y la polarización de una mayoría por la paz justa. Pudiera ser que el resultado de la “Zona de despeje” del Caguán tuvo implicaciones que en un error de cálculo las farc no previeron. Cómo no, cuando domina en el sentir de las grandes urbes y de los cascos municipales la inercia por la “salida militar” que ascendió a Álvaro Uribe a ocho años en la Presidencia y desconectó a extensos sectores de un ideal de organización y lucha.
En la realidad, aun con la irrupción de la Marcha Patriótica (MP), no hay todavía una deliberación ni un “actor nacional” por la paz, con protagonismos y liderazgos ‘desinteresados’ o no incursos en campañas de candidaturas –no en plan de sencilla consulta ni delegadas–, por tanto, con el tradicional sesgo individualista y parcial de país. No hay por ahora en Colombia un referente que elabore las iniciativas y proponga una ¡plataforma obligante! (correspondería su proposición al Congreso de los Pueblos) que incluya los asuntos básicos al respecto de la exclusión, desposesión, injusticia, democracia, energía, participación, además de poder social y económico– con presión para las dos partes. Estaríamos ante un escenario político o cuadrilátero en el cual, más allá de la agitación y las referencias habituales, urge analizar la curva un tanto convencional que, bajo la iniciativa del Gobierno, puede tener la Mesa, cuyas fases con sus diferentes puertas son: 1) Inicial. Lucha político-‘diplomática’, de posicionamiento y “conveniencia común” de las partes. 2) De aprovechamiento. Cada parte exprime las debilidades de su contrario. 3) De definición. Con rechazos explícitos y presión mediante el uso de todas las herramientas a su alcance. 4) De la estocada o KO. Como en el clinch o cuerpo a cuerpo entre las cuerdas, en días cercanos a noviembre habrá un lenguaje intransigente que avizora tres variantes (ver adelante, al final del siguiente intertítulo).
Es aquella una curva a todas luces insalvable, sin el poder congregante de la irremplazable participación social y popular en la Mesa que encoja los índices acusadores de “la paz son ellos”.
El factor militar está sobre el ring
Entre octubre de 1998 y febrero de 2004 fueron las farc quienes no admitieron el cese de fuegos. Ahora el Gobierno impone el fuego abierto. Abordar algunos aspectos de la correlación militar y sus haberes por parte del poder y la insurgencia requiere, como aspecto previo, constatar el tamaño y el tono de la movilización/lucha social que existe en el país. Al respecto, la consigna de paro cívico nacional, que en 2012 repitió lema, no tuvo meta de salida ni llegada. Un vacío, reflejo de una situación defensiva del movimiento social y del campo popular, que el Estado y el Gobierno colombianos aprovechan y explotan al máximo.
Así, con el escenario metropolitano y urbano a favor, son dueños de la iniciativa, tienen margen ventaja en puntos –gritan los locutores– para “exigir” la “desmovilización”, en un mínimo marco de concesiones políticas. De unas aquiescencias que no ponen en democracia al país y que sólo usan para acuñar legitimación –tras el desprestigio que introdujo Álvaro Uribe como presidente– y darle paso a otra locomotora o estrategia santista de liderazgo o juego regional, y de interés geopolítico en relación con el Pacífico y sus dinámicas, y de llave centro-sur de América y el Caribe. Circunscritos al entorno que provocó e irradia la Mesa, veamos aspectos del asunto militar:
- A) En el poder. Con los Estados Unidos a la espera y el grueso social pasivo, llegó a las Casonas de Protocolo, blancas y de verdes prados sin mancha, que están en el Laguito del reparto Siboney de La Habana, después de los años y maquinarias de guerra del ‘plan Colombia’ y el ‘plan patriota’. Con sus objetivos para intimidar la posición política de la guerrilla, maneja la espada de un dispositivo militar que pende sobre las conversaciones y que también gravita desde los sectores negados a la solución política, con las bacrim, los organismos de inteligencia de vuelta en las “acciones encubiertas”, y una nueva generación de paramilitares y sus variantes de terror. El Alto Mando está alerta en neutralizar una acción de alcance de la guerrilla que pueda tener impacto ante una ruptura de la Mesa.
- B) La insurgencia. Sin disponer de un nexo o retaguardia inmediata que la provea de artillería liviana y antiaérea, como llegaron a tener Nicaragua y el FMLN en El Salvador, y con la que contó Vietnam –nada menos que con Rusia y China, y Vietnam del Norte–, pasa o quedó en un “repliegue forzado”, sin que el Estado pudiera rebajarla hasta una retirada estratégica. En todo caso, una vez en encuentro y reunión –es casi seguro– que tras mucho tiempo, sin hacer revista de tropa, su delegación en cuanto al abecé de los planos estratégico, de conducción y de estructura militar, podrá abordar y resolver: a) la apreciación sobre el Estado y las particularidades de continuidad de su estructura de mando, dado el tramo largo desde sus artífices Marulanda, Jacobo y Cano, hasta el mando actual de Timochenko, las cooptaciones al Secretariado –y los niveles intermedios–; b) el cotejo ‘colectivo’ y la apreciación acertada o no acertada sobre las directrices últimas de sus comandantes Marulanda y Cano; c) el minucioso análisis de personal y de capacidades; d) los ejercicios sobre el mapa para valorar el estado y la situación de su “plan estratégico” en un preciso diagnóstico de capacidades y limitaciones; y e) de la reorganización para un siguiente paso: ¿de configuración política? o ¿de reorganización operativa?, con mayor rigor en las normas clandestinas.
Hay una constante militar que, con sus desarrollos en una y otra orilla, pudiera poner al país en un noviembre con: a) ruptura escabrosa y hasta anticipada; b) ruptura con acuerdo sobre “regulación de la guerra”; y c) aplazamiento (en medio del conflicto), no ruptura, tal vez, con designación de dos interlocutores.
Ad portas de la maniobra política: ¿Reelección? ¿Candidatura de Timochenko?
En palabras del catedrático Alberto Cienfuegos, hay sectores que en su análisis ponen a depender el desenlace de la Mesa de la “aspiración reeleccionista” del Presidente. Con un efecto inmediato, la dinámica de la Mesa obra y afecta a la Marcha Patriótica, que afronta al menos tres interrogantes. ¿A inmediato plazo, la MP tendrá un candidato presidencial en la campaña de 2014? En contrario, ¿asumiría en público un interés por proyectar a mediano plazo un activismo de organización popular? Un romper, un no llegar a un acuerdo en La Habana, con retirada de la Mesa ¿obligaría a su ‘clandestinización’? y ¿la MP reeditaría la experiencia de una Unión Patriótica (UP)?
Al llegar noviembre, y ante el interrogante por la participación política y su instrumento para competir en un mundo con preeminencia mediática y no de razones ni justicia, en busca del máximo tiempo y espacio político posibles para ganar la mayor fuerza/influencia –antes de una escalada del conflicto–, la guerrilla pudiera anunciar una decisión dentro del marco institucional, como prueba irrefutable: proyectar la candidatura presidencial de Timochenko.
‘Dejación del uniforme’, un margen de concesión ante la ‘entrega’, “dejación de armas”.
El Estado, el Gobierno, la mayoría de la sociedad y su eco de opinión pública tienen como punto culminante en La Habana la interpretación del acuerdo sobre “dejación de armas” –”entrega” para unos, “no utilización” para la guerrilla– como la cláusula máxima cum laude de solución del conflicto.
Con base en este presupuesto, en combinación con “golpes de mano” militares y “golpes de opinión”, el Gobierno presionará el plazo inmediato de tal “dejación”, cuya esencia sobrepasa una supuesta aspiración del Presidente para no exigirla (imponerla) con el uso de todos los instrumentos del poder. Es un hecho que la guerrilla no podrá preservar su unidad más que en una “no utilización” que, abocada a un paso de flexibilidad táctica, pudiera llegar a una propuesta de dejación del uniforme.
Una ¡plataforma obligante!, y la tarea del Congreso de los Pueblos
El Gobierno tiene la apuesta de dos leyes –Tierra y Víctimas– y anuncia otra sobre la “participación política”. Con la tarea en marcha de culminar con éxito Congresos Regionales, dado el origen y la proyección representativa de las dinámicas sociales y populares, pero más todavía en su función alternativa de poder y mecanismo de legislación paralela y de disputa; el Congreso de los Pueblos tiene al frente una labor de profundizar las leyes y los proyectos de efecto inmediato para un entorno de paz: 1) Tierra, 2) Víctimas, 3) Nueva participación política, y con fondo estructural elaborar proyectos para 4) “abrir en forma permanente y en el extranjero la inscripción electoral de los colombianos”, que rompa el monopolio de las clientelas y, al respecto del espacio radioeléctrico, 5) abrir canales de televisión informativa y cultural, tanto en la señal analógica como en la digital, para acercar y garantizar la inclusión y el cumplimiento de un pacto por la paz.
A dos, rectangular; o trilateral, hace coqueteos la paz.
…cuando se comprometió con el proceso de paz, una fase aún con más dificultad para triunfar que la lucha armada, cruzamos los dedos para que alcanzara sus fines
(Nelson Mandela, introducción del libro Arafat, de Amnon Kapeliok, pág. 14.).
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