Se dice que el sindicalismo carga una grave crisis desde hace por lo menos 30 años. Durante esas mismas tres décadas se anuncia su renovación, para lo cual se han abocado distintos análisis: flexibilización y precarización laboral, neoliberalismo, trabajo por cuenta propia, recorte de garantías laborales, desindustrialización, economía informal, “debilidad del sujeto”. Estas y otras muchas categorías y explicaciones han servido para acercarse al núcleo de esta crisis. Pero más allá de si el diagnóstico es efectivo, lo cierto es que la crisis se prolonga.
Desde las direcciones de estos sindicatos, el tema se ha abordado con inquietud o preocupación, pero sin resultados efectivos. Lo refleja con toda luz la pervivencia de tres centrales que se disputan el millón de trabajadores sindicalizados, esto sin relacionar la Confederación de Pensionados de Colombia, modelo organizativo que todavía separa trabajadores efectivos de los jubilados.
Entre las medidas implementadas para intentar el recambio sindical, está la decisión de superar los sindicatos de base pasando a los de industria, hasta ahora con resultados precarios; lo mismo sucede con su dirigencia: la continuidad en la dirección de la CUT ha sido tal que los bloques instalados en el ejecutivo nacional practicamente se conservan inamovibles, desde hace varios años, en su número y rostros. Lo mismo sucede en Fecode (ver más adelante). Otra medida es la democratización de su funcionamiento interno, para lo cual se realizan elecciones abiertas y simultáneas, del orden nacional, departamental y municipal. Así sucedió el pasado 7 de junio, cuando la Central Unitaria de Trabajadores (CUT, 700 sindicatos inscritos) y la Federación Colombiana de Educadores (Fecode) llamaron a todos sus afiliados y afiliadas para que eligieran a sus dirigentes para las diversas juntas en que están integrados.
En esta oportunidad, con mayor intensidad que en otras ocasiones, la consulta pública asombró a propios y extraños, tanto por la abstención registrada, como por el voto en blanco en ciudades como Bogotá, así como por el cúmulo de denuncias registradas, votos anulados y, en general, corrupción electoral.
Los votos
El total de la votación registrada refleja la crisis que se carga, que no es muy distinta a la del conjunto nacional. Por la Junta Nacional de la CUT depositaron su voto 268.000 trabajadores y trabajadoras, de 535 afiliados/as, de los cuales 466.000 estaban habilitados para sufragar, es decir, votó el 57,5 por ciento de las personas afiliadas; 31.815 los registraron en blanco; pero los votos por listas inscritas tan sólo fueron 236.191, los otros aparecen depositados por personas afiliadas a un sindicato de base pero no así a la Central de Trabajadores.
Se dice que la crisis del sindicalismo no dista mucho de la nacional, y en efecto, detállese que el nivel de votación es más o menos similar al que se registra en los comicios nacionales, es decir, el nivel de inconformidad con la dirigencia política tradicional y con la que encabeza los sindicatos va de la mano, lo cual puede significar varias cosas, entre ellas, que mucha gente asocia en sus métodos a la dirigencia sindical con la política tradicional, de ahí que les indilgue prácticas recurrentes de clientelismo, corrupción, manipulación, favorecimiento de sus fuerzas políticas y amigos, etcétera.
De parte de la dirigencia sindical no se reconoce estos señalamientos, y siempre insiste en la necesaria renovación del gremio. Pero lo cierto es que la dirección sindical persiste en prácticas organizativas y vicios políticos y de otra índole que son los que explican la permanencia casi eterna de ciertos dirigentes, la manipulación para conservarse en ciertas dignidades, pero también la misma despolitización de las personas afiliadas a distintos sindicatos.
De hecho, por ejemplo, pese a que se reclama para otros escenarios, para los comicios sindicales no existe el voto programático, y las campañas para motivar al voto no pasan de ser reuniones donde poco se educa y mucho se promete, reuniones que no se repiten luego de pasada la coyuntura electoral, y donde el o la candidata “amarra” votos a punto de comprometerse con mandados o favores para sus representados. Esto es común, por ejemplo, dentro del magisterio.
Pero tampoco se garantiza, con excepción de la Asociación Distrital de Educadores, la contratación de veedurías externas para que vigilen el voto y su conteo o reconteo; mientras tanto, pese a que la CUT lo solicitó, la Registraduría Nacional del Estado Civil, y el mismo gobierno nacional se niegan, bajo el supuesto “respeto” de la autonomía sindical, a financiar la contratación de veedurías así como a la realización de procesos educativos –sobre el procedimiento electoral– para los propios sindicalistas.
Entre los requerimientos que se exigen para afuera, y que tampoco se garantizan hacia adentro, está el conteo de los votos. Como se sabe, entre más trascurra tiempo sin resultados efectivos, más oportunidad hay para el fraude. Pues bien, en estas elecciones, luego de una semana de efectuada la consulta no se tenían resultados totales. Sin duda alguna, algo que se tiene que solucionar a como de lugar. Así mismo el transporte de las urnas, su sellamiento y su deposito en lugar seguro.
Fecode
Es obligatorio detallar la votación dentro de la Federación pues, como se sabe, es el mayor sindicato del país, casi la mitad de la misma CUT.
Respondieron al llamado de su organización gremial, o votaron, 153.186 docentes; en blanco sumaron 20.253, nulos fueron 3.351 y no marcados 634. El número total de habilitados para votar (de un total de 223.000 afiliados/as) sumaban 208.000 personas: es decir, la abstención representó el 26,35 por ciento.
Llama la atención de la votación en Bogotá, donde conceden un compensatorio de un día por ir a las urnas. Con un potencial de 23.358 docentes habilitados para concurrir a las urnas depositaron su voto 14.787 lo que indica que la abstención fue del 36,69 por ciento; el voto en blanco sumó 4.750 papeletas. Sin duda, estos registros señalan a todas luces una gran inconformidad de la base con su dirección sindical. No es para menos. En las negociaciones que hasta junio pasado se llevaron a cabo entre el Gobierno nacional y la Fecode un sector no pequeño de docentes –los conocidos como del 1278– esperaban que sus aspiraciones fueran incorporadas en los debates adelantados con el Ministerio de Educación, pero esto no sucedió.
El ambiente entre los docentes incorporados por este decreto pareciera ser de disposición para una lucha frontal contra el Gobierno de turno –o así lo dejan entrever algunos de sus voceros–, pero la dirección de la Federación no lo interpretó así. El nivel y tipo de votos depositados refleja la opinión y expectativas del gremio. Pero lo que si es seguro es que dentro de la Fecode se escenifica –aún de manera larvada– una disputa entre dos generaciones de trabajadores/as: los antiguos –muchos de estos esperando y anhelando la jubilación– y los nuevos, en su inmensa mayoría sin tradición de lucha ni politización efectiva, pero que padecen inestabilidad laboral, desmejora en ingresos y alto ritmo de trabajo bajo las órdenes de gerentes, y no de directores de los centros educativos, a los que están inscritos.
Las denuncias y la anulación de votos
No fueron pocas las denuncias presentadas y los votos anulados, producto de ello dirigentes sindicales ficticios, que en otros comicios habían sido “elegidos” o “ratificados”, en esa ocasión fueron descabezados. Entre los casos más sonados está el del candidato por la Unión Nacional de Trabajadores del Transporte.
Las denuncias y los conceptos del Tribunal Nacional Electoral –nombrado e integrado de una lista seleccionada y acordada por mismo ejecutivo nacional de la CUT– no dejan dudas que se presentó manipulación del voto. Grave. Siempre se ha criticado lo electoral por farsa y parece que en este caso no fue la excepción.
Ante todo lo sucedido en este ejercicio “democrático” queda un reto para el conjunto del sindicalismo, y en especial para su dirigencia y las fuerzas políticas que representan: no se podrá superar la crisis que se carga mientras no se superen las prácticas heredadas de un sistema político espurreo. Como tarea inicial para que así sea está la renovación de su dirigencia y la politización de toda, o por lo menos la mayoría de sus afiliados, ganando con ello un acercamiento cotidiano entre base y dirección, que vaya mucho más allá de ciertas coyunturas, abriendo las puertas de todas las organizaciones a la participación efectiva de quienes las integran. Así debe ser. Negarse a este giro es autoinmolarse.
Quedan pendientes otras medidas también urgentes, como conectarse con los llamados trabajadores ilustrados, con todos aquellos que laboran por cuenta propia, con los que viven del rebusque, insertarse en el territorio y levantar procesos organizativos, producción y vida digna, para que el cambio y la representación dentro del ejercicio sindical se acerquen a la realidad.
Mientras esto se torna realidad, hay que mirar con estupor la manipulación y los vicios políticos ejercidos por quienes levantan banderas de cambio y justicia social.
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