En la foto de la promulgación de la nueva Constitución política (julio 4 /1991) están las dos cabezas del monstruo: el ímpetu neoliberal, y la consagración del Estado Social de Derecho. Los rostros del establecimiento, Serpa, Gómez Hurtado y el presidente Gaviria y su esposa y del otro lado, Navarro Wolf, recién reinsertado. Cada una podría devorarse a la otra. Hasta ahora, catorce años después, es claro que ha ganado la neoliberal. Las instituciones no pudieron acompasar sus pies a la nueva propuesta de país. Para Gaviria (90-94), lo importante era la carta de derechos e incluso estaba dispuesto –de labios para afuera– a cambiar la cartilla económica. No así sus equipos de gobierno. La política lo intentó todo para la paz. Pero Tlaxcala y Caracas terminaron en fracaso, y en los derechos humanos y en la educación el propio gobierno aceptó que no había podido hacer casi nada.
Hubo política y algunas definiciones sobre democracia y hubo esperanza en las primeras páginas de la Constitución y en aquello del multiculturalismo y la plurietnia. Pero el sabor de frustración quedaba debajo de la mesa: el presidente, ministro de Gobierno de Barco (86-90), admitió la proliferación de grupos de autodefensa, paramilitares y errores protuberantes en la idea de las Convivir; defendidas por el político de provincia Álvaro Uribe Vélez.
Ernesto Samper (94-98) usó mecanismos de exploración para la paz y creó un sistema general de Educación a través de una Ley. Se enredó con la responsabilidad de Estado en una matanza y a los pocos días los medios hablaron del rumor de un ruido de sables. En ése momento Pastrana destapó los narcocasetes y la gobernabilidad se vino a pique. El papel de Estados Unidos se hizo evidente. Hacer fracasar a Samper de cualquier modo, con presiones extremas para que no se le ocurriera gobernar de forma autónoma. Samper no tuvo alternativas. Se plegó, aún después de perder la visa, y el zafarrancho del proceso 8.000 hizo perder legitimidad a la sede de la política: el Congreso.
La Corte Constitucional dejó constancias históricas y a nadie se le habría ocurrido que debiera limitar sus responsabilidades. Pero se sospechaba que iría perdiendo poder. La tendencia de aceptar la ingerencia de Estados Unidos, que había sido evidente en el manejo de los tópicos de seguridad durante Gaviria, cárceles seguras e inseguras como La Catedral, se preparaba a dar su manazo definitivo. El Plan Colombia. El país ya no podría definir soberanamente el papel de la política. A los políticos se les dejaba el trámite de las leyes pero las diligencias del poder se redactaban en inglés y se pasaban a ejecución sin visitar el Congreso. La Corte Constitucional no pudo más, guardiana del Estado Social de Derecho, le faltaron dientes para juzgar el papel de una iniciativa gringa manejada desde Washington sin debate nacional; si hubiera que decir cómo se perdió la política en el cuatrienio Pastrana ( 98-02) diríamos que el 70% de su fuerza de debate se perdió con la aprobación del Plan Colombia. Pastrana manejaba paralelamente unaagenda de paz: con fotos y toques mediáticos enredó al país en un diálogo de sordos, impolítico. La guerrilla se fortalecía mientras el gobierno le ofrecía becas y taxis, los diez puntos de negociación política de las Farc, el gobierno nunca los leyó. La guerrilla promulgó unas especies de leyes 1 y 2 y la burguesía mandó a sus jefes de contabilidad a negociar. Se secuestraron niños, se burlaron de todo el mundo y Estados Unidos, la mañana del nueve de enero del 2001, a través de CNN, difundió al mundo el comentario-amenaza de que el gobierno de Pastrana le estaba mintiendo al país y a la comunidad internacional. En marzo, las conversaciones se rompieron. Tres gobiernos, 12 años y poca política.
Espiral infernal de la violencia
En los dos últimos años, Uribe que comenzó con el dos por ciento en las encuestas de favorabilidad no necesitó segunda vuelta en 2002. 5 millones setecientos mil colombianos votaron por una política de seguridad democrática que sería un desastre anunciado. En febrero del 2003, expertos nacionales concluyeron en Callejón con Salida, Naciones Unidas, PNUD, que el país debería hacer exactamente lo contrario de lo que estaba haciendo el presidente. Ahí mostró Uribe su intemperancia tildándolos de “despistados intelectuales”. Las Ong. Humanitarias publicaron El Embrujo autoritario, mostrando el segundo elemento del régimen presidencial de la seguridad democrática, la profunda inseguridad de los colombianos de a pie. Creyendo en la política, el presidente fue derrotado en elreferendo y en un efecto de ironía política, en un mismo fin de semana, el voto de opinión de los bogotanos escogió a un candidato de centro izquierda para la Alcaldía. La política se volvió espasmódica y la derrota del referendo condujo a Uribe a insistir en el componente de seguridad, olvidando la democracia. La política agoniza.
Los paramilitares, sin entrar en la contradicción que implica admitirlo, confesaron que el 35% del Congreso era elegido por ellos, armados. Y se inicia la comedia política de las conversaciones de paz con las autodefensas, llamadas por periodistas de opinión el mayor lavado de activos de los señores de la guerra transformados en señores de la tierra. Para este mes de abril del 2005, se han desmovilizado teatralmente, un doce por ciento de las autodefensas y continúa la sensación de que en Colombia todo el mundo ha decidido hacer la política por otros medios: la corrupción, los peajes, los consejos comunitarios, la tenencia de la tierra, el chantaje al gobierno, la impotencia del Congreso y una política “democrática” sólo para calmar a los espantados miembros de las comunidades Europea y de Naciones Unidas. El mundo del Urabá antioqueño es un buen ejemplo de lo que espera al país en política. La polarización política sin política es una característica evidente de lo que pasó y pasa en Colombia. Así nos echamos encima 270.000 muertos entre el 48 y el 62.
“Espiral infernal de violencia” llamó Gabo a lo que se venía para los años futuros en el editorial del último número de Alternativa, febrero, 1980. En este balance del sobresalto, la política es una ausente presente, enferma de hacer el papel que no le corresponde en el libreto de las democracias occidentales. Amanecerá y veremos, dijo el ciego.
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