Pero tanto elogio y defensa del sistema de transporte deja muchas dudas, sobre todo cuando lo mismo ha sucedido con otros proyectos de gran envergadura como la Planta de Tratamiento de aguas Residuales, o la avenida ciudad de Cali, que más que un cambio positivo de mentalidad y cultura ciudadana, han desencadenado más endeudamientos, corrupción y obras inconclusas.
De la misma manera, por estos días hemos asistido a dos hechos relevantes para la vida de la ciudad: uno, ligado a las propagandas televisivas que promueven el transporte masivo; otro, el anuncio de que se van a cortar, trasladar o mover –no se sabe con certeza qué será– ciento cincuenta árboles, para construir el tramo sur de dicho sistema de transporte. Ambos hechos son el mejor ejemplo del tipo de ciudad que se está agenciando y del pensamiento que la anima.
Así, mientras en las propagandas institucionales aparece la limpieza, la pulcritud y el mensaje profético de que hemos iniciado en Cali, producto del MIO, otro momento de modernización (no de modernidad), de otro lado los anuncios no tan publicitados del corte o traslado de árboles, reafirman cierta idea de progreso urbano y social que la ciudad transpira. Progreso que ha sido connatural a las últimas décadas de urbanismo y urbanización que la ciudad viene sufriendo. Un «progreso» propio de la racionalidad mercantil, ostentosa, globalizadora e indolente.
Pero muchos dirán, sobre el asunto de los árboles y el MIO, incluso citando al «gran» Enrique Peñalosa, que «el proyecto de Metrocali es para una centuria, y los nuevos samanes que se planten en ese o en otro sitio de la ciudad solamente tardaran quince años en convertirse en los imponentes árboles que están a punto de morir de pie, y que ojalá sean pocos pues yo también amo la bellísima Alameda. Así la cosa no es tan grave»1 . Esta es una buena muestra del discurso y acción de cierta opinión pública cínica, que dice amar lo que a la postre ha de ser destruido, que legitima la tala o traslado de árboles por encima de uno de los lugares más hermosos y ecológicos de la ciudad, ya que lo importante es ver pasar los buses articulados sin tropiezos de algún viejo árbol.
Ese es el fondo del anuncio del corte de árboles en el sur de Cali, el síntoma de una ciudad que apela al progreso monumentalista del mercado, el negocio inmobiliario sin control y el cambio físico de la ciudad como signo de un salto «civilizador», que eclipsa las preguntas por un proyecto de ciudad habitable urbanística y socialmente. Y ello como representación de una práctica de administrar las urbes que hace carrera, como ha sucedido con el problemático Metro de Medellín y sus dilemas financieros y urbanísticos, a pesar del orgullo paisa. O las dificultades que el actual Transmilenio tiene en Bogotá, donde las ciudades centran sus esfuerzos en resolver la movilidad urbana por la vía de megaproyectos de transporte que terminan definiendo el rumbo estratégico de su planeación.
Y lo más sintomático, ahora casi todas nuestras ciudades, se dice y comenta, necesitan sistemas de transporte masivo. Pero, ¿por qué en su defecto no se ordena el existente, se amplían las calles yandenes, se plantan árboles y se diseñan las normas para controlar las rutas y el número de vehículos de transporte público?
Cali ha quedado, de esta manera, aferrada al tradicional pensamiento urbano que privilegia la forma ritualizada del ornato, la obra y el asfalto, sobre el ser humano y su relación con la naturaleza, cual tótem contemporáneo al que se le asignan propiedades transformadoras en sí y para sí mismo. Para este pensamiento no importa que la sociedad transite un camino distinto, como ocurre con la opinión negativa sobre el caso de los árboles.
Algunos funcionarios, periodistas, intelectuales y autoridades locales no dejan de repetir: «el MIO es un proyecto de ciudad y cambiará a sus habitantes», pero ¿cuál proyecto de ciudad representa esta osadía (in)humana de acabar con una de las zonas más agradables, estéticas y ‘equilibridas’ de Cali?
Bien dicen algunos arquitectos, que en ocasiones el «ornamento es un crimen» La ciudad hay que pensarla desde la gente, no hacer los planos sin ellos y luego buscarle cabida en el papel. La disidencia que ahora se siente debe expresarse con más fuerza. Están muy bien los carteles colcados en los árboles con la leyenda «no tocar», y las iniciativas de movilización ciudadana que se escuchan por doquier. Pero nos toca ser más agresivos, para lograr con estas acciones llamar la atención e interpelar los designios de este proyecto, y así abrir el camino hacia una participación en los avatares de la ciudad; incluso, signo de una labor de pertenencia que les diga a los administradores que la ciudad también es nuestra.
Jorge Restrepo Potes, “Los árboles mueren de pie”, en: Periódico El País, Cali, 30 de Junio, 2005, pág A9
Leave a Reply