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Vida de perros. Historias urbanas

Así sucedió por mucho tiempo. Pero ya no ocurre de igual manera para todos los perros. Sin duda la situación ha cambiado. Ahora hay perros de distinta categoría, pudiéndose decir, con toda seguridad, que hay clases entre los perros, o mejor, los perros se pueden clasificar entre los libres y los oprimidos.

Entre los oprimidos hay dos clases: los obreros, que son los más infelices entre todos los perros, no sólo por que tienen que trabajar, sino por que son temidos por grandes y pequeños. ¿Han visto esos animalísimos instruidos para atacar a cualquiera que cruce la raya? Los hay de muchas razas, grandes y fornidos, siempre con una cadena al cuello y con un celador, que en otro nivel, también hace de perro.

Estos canes ya no gozan de la calle ni del cariño espontáneo de nadie, ya no son libres. Ahí, en el puesto designado, mostrando sus poderosos colmillos, cuidan que el transeúnte no entre, no cruce, no levante la mano, no mire, no pregunte, no se siente, no grite, no corra. Su ladrido ya no es para saludar ni para delimitar territorio con sus congéneres, sino para ganarse el balanceado de cada día.

Entre perros celadores hay de toda clase: desde los que esperan detrás de una puerta a que amanezca, los que huelen coca u otras drogas prohibidas, los que hacen lo propio con los explosivos, hasta los que no pueden ver una persona pobremente vestida por que intentan atacarla de inmediato.

Vil vida la del perro alienado. Perro obrero que nos recuerda la importancia de la libertad. Lo sagrado de poder salir cuando se quiere, la alegría de poder compartir con otros, o la de sentirse amado desinteresadamente.

Pero también hay entre esta clase, aquellos que gozan de todos los cuidados. Perros que son más protegidos que un infante. Vestidos, con las uñas pintadas, bañados reiteradamente, despulgados, besados sin descanso, cargados, impedidos, estresados, llevados al psicólogo. Perros que ya no pueden asomar su cabeza a la calle, que no pueden correr sin el ojo avizor de quien dice ser su dueño.

Ya no gozan de lo espontáneo ni del sabor improvisado. Ellos viven bajo el régimen de sus amos, quienes les determinan horas para orinar, defecar, ladrar, comer, saludar. En muchas ocasiones viven hacinados y estresados en pequeños apartamentos, sometidos, al igual que su familia, a la estreches de la “vivienda moderna”, sin espacio público, sin lugares por donde correr con tranquilidad. Así son sus vidas, ahora salen con el infaltable collar y sus amos con la bolsa para recoger sus eses.

El dueño de la calle

En el vecindario donde ahora pasó la mayor parte del día, hay perros de todas las clases, pero los más notorios son los libres. Son los dueños de la calle. Pasan recostados todo el día a la entrada de alguna casa –donde más comida les brinden-, ociosamente viendo pasar gente y vehículos, recibiendo el saludo de unos y otros, detallando al conocido y al desconocido. Destaca entre ellos Natacha, pequeña y peluda, color amarillo y blanco, más larga que alta, siempre con su cola al aire.

Aunque de día descansa junto a una marquetería, de noche recorre las calles del barrio en busca de comida. De día se la brindan dos borrachos y un carpintero. Al caer la noche la cosa se pone difícil y toca moverse. Va a la panadería, donde de cuando en cuando alcanza a “cazar” un pan con jamón o algún otro alimento. Cuando no tiene éxito, va a la arepería o mira a los vecinos con ojos de aquí falta algo, esperando que el uno o el otro satisfaga sus necesidades.

El filósofo, otro perro que siempre descansa a la entrada de su casa, viendo pasar la vida, y ladrando desesperado cuando el vecino saca y prende su moto, no le disputa el territorio. Con todo garantizado, ve pasar a Natacha que bate su cola al viento.

¿Cuándo recuperará plenamente el ser humano su libertad, para contemplar la vida, compartir con sus semejantes, gozar la naturaleza, y recorrer las calles sin el afán impuesto por la dictadura del trabajo? ¿Cuándo el ser humano dejará que los perros gocen sus vidas sin la opresión utilización a que los someten?

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