De qué pueden hablar un conservador de rancio ancestro como su señoría, con un comunista, como Manuel Marulanda?
– De lo mismo que hablaba Richard Nixón con Mao Zetung. De la paz, de la reconciliación. Ahora China y Estados Unidos son grandes socios. ¿Entre compatriotas no podemos hablar de lo mismo?
– No, por fuerza. Ese tema lo he trajinado más de 23 años, sin desfallecimiento. Eso ratifica una elogiosa frase –que yo agradezco- de Alfonso López Michelsen: “lo que Leyva se propone lo lleva hasta el final”.
¿Pero las extremas sí se tocan?
– Sucede con frecuencia que cada cual tiene que cargar con un cliché a cuestas, pero los tiempos han cambiado. Ni Marulanda es tan comunista como Stalin, ni Álvaro Leyva navega en las mismas aguas que sus ancestros.
Entonces, ¿en qué aguas navega el Arca de Noé, que usted propone?
– Todo tiene su oportunidad y su momento. Diría yo que tras el diluvio de bala, y como lo pueden constatar en la última encuesta sobre el tema, la opinión se inclina por la negociación política en un 68 y pico por ciento. La encuesta no la hice yo. La patrocinó y la publicó El Tiempo el domingo 5 de marzo. No son aguas tranquilas, pero hay voluntad de salvación colectiva. No de sálvese quien pueda, ni de echémonos más bala corrida.
– Claro está; pero cuando se milita en el bando de los halcones, la propuesta tiene que sonar utópica. Lo que la hace verosímil es que existe un amplio consenso para salir del atolladero. Hay muchas voluntades dispuestas a asumir su responsabilidad en el conflicto y a aportarle una positiva y real contribución.
Esas voluntades también se expresaron en las urnas con la victoria final de Andrés Pastrana y las conversaciones fracasaron.
– De acuerdo, pero fracasaron porque no se asumió la responsabilidad desde
Entonces, ¿esas voluntades deben agenciarse en conversaciones con el poder civil como las que se realizan con el Eln en Cuba, o “en el cuarto de al lado” como se negoció el Tlc?
– Yo le deseo los mejores éxitos a las conversaciones con el Eln y las culminadas con el TLC no me hacen feliz. Pero más que en la mecánica creo más en el insuflo de las voluntades. El símbolo del Arca de Noé es más bien eso: concitar y aunar voluntades de paz de muchos y convertirlas en propósitos eficaces, pero desde el gobierno, desde
No obstante esa voluntad de paz debe manifestarse en las dos partes. Como lo señala aquel editorial de El Tiempo, tras su regreso del monte y de sus conversaciones con las Farc, sobrevinieron los ataques de las Farc a civiles inermes. De contera, le reprochan su silencio.
– Silencio no, porque Caracol y Rcn vocearon mi profundo desacuerdo y condena. La verdad es que la guerra sigue su curso con todas sus atrocidades y eso es lo que se pretende parar. Las condenas de parte y parte a la postre pueden convertirse también en parte del conflicto; pero no lo paran. Inclusive pueden envenenarlo. Ese por lo tanto no es el problema de fondo. El problema de fondo es otro: paramos la guerra o la profundizamos. La opinión pública parece que se inclina francamente por lo primero. Además, yo estoy convencido que las Farc y las mismas Auc o paramilitares, también tienen esa voluntad.
¿Y los paras qué?
– Ese es un tema difícil de una negociación, y mal haría en meterle palos a las ruedas. No obstante creo que puedo aportar algo. Para culminar el proceso se requiere consolidar bases más claras y estables en la seguridad de la justicia. La justicia no puede moverse como una veleta y en particular la extradición. Al fin de cuentas esa es una figura auxiliar de la justicia que se sitúa en torno al iter criminis, o itinerario del crimen. En ese orden de ideas ya tendré la oportunidad de exponer lo que me parece ser una necesidad de reglamentar, de darle unos parámetros más precisos y justos a esa figura.
Volviendo al tema de las Farc, es muy difícil visualizar ese proceso de paz después del despeje del Caguán.
– Claro que es difícil; pero yo no me he gastado 23 años en vano. Creo que Marulanda y su Secretariado tampoco malgastan sus cuarenta o más años de experiencias, debates y análisis internos. Porque parar la guerra en seis meses no significa simplemente cese al fuego o cese de hostilidades o solo intercambio humanitario. Parar la guerra significa mucho más, y no se resuelve con un despeje ni con espectáculos publicitarios. Hay que tener confianza entre las partes y llaves.
Al respecto, quién tiene las llaves: ¿usted o Marulanda?
– Marulanda tiene las de su Estado Mayor y las de las consultas internas. Yo espero tener las llaves mayoritarias de las voluntades que reconocen su responsabilidad en el conflicto y que están dispuestas a contribuir a su solución. Ahora nos vamos por el veredicto final en las urnas. Eso ya no es una encuesta de opinión, es un plebiscito nacional. La propuesta es clara.
Pero sin tratarse de un conflicto internacional, los Estados Unidos están involucrados en el conflicto. Todo no depende de los colombianos.
– Los Estados Unidos están implicados porque el gobierno ha solicitado su apoyo. Tengo la convicción que el gobierno de los Estados Unidos es tan sensible a acudir cuando se le solicita una ayuda militar como cuando se le solicita su concurso para lograr la paz. Siempre, claro está, cuando las solicitudes sean razonables. Esa convicción me nace del no poco trajín en ese país como estudiante, sino además de otras gestiones realizadas en mi exilio que aunque malogradas por razones que no vienen al caso, eran por su parte muy promisorias.
No obstante, doctor Leyva, recuerde que la presencia norteamericana se inició con la guerra contra la droga y se complicó con la guerra contra el terrorismo.
– Perfecto. El conflicto tiene esas dos patas publicitadas, pero tiene muchas más. Por eso hablo de una Arca de Noé. Son muchas las causas enredadas en el conflicto y la droga es una de las connotaciones más grandes. Pero si los territorios de los narcocultivos están controlados por grupos en armas, se requiere su concurso y también el de los norteamericanos que la consumen. Ni a los unos, ni a los otros les falta voluntad para erradicar los cultivos y operar una reconversión económica eficaz. Usar el dinero de una manera o de otra es un problema de escoger con lucidez y decidir con firmeza.
¿Se refiere usted a liberar el “consumo medicado” y quebrar el negocio?
– Esa es quizá una solución ideal, pero muy remota. Los intereses implicados son gigantes e insospechados. En cambio la erradicación de los cultivos con una reconversión económica con los fondos financieros consagrados a la guerra contra las drogas es más sencilla y eficaz. Basta con concitar voluntades a la vista y manos a la obra. Ellos desmontan un problema y nosotros otro.
¿Esa sería una segunda etapa?
– No. Hace parte de la primera. Cuando se pare la guerra, el tema de la droga ya debe estar molido, y por supuesto que también el del intercambio humanitario, el de los secuestros y el de la reconversión económica. Luego tendrá que perfeccionarse unas negociaciones que culminarían en una Asamblea Constituyente.
“Molienda” con cuarto del lado, como en el Tlc.
– Como se dijera en otros tiempos, lo que se requiere es un “mandato claro” en las urnas. No una carta libre. No. Por ejemplo, si se hubiera sometido a las urnas el Tlc, a juzgar por las encuestas de opinión con diferencia de 11 puntos en contra, el plebiscito lo habría perdido el Tlc. Habría sido un mandato claro en contra. Pero se prefirió darle prioridad a la mecánica. Yo prefiero atenerme al mandato para poner en marcha la mecánica.
Y a propósito, ¿qué piensa del Tlc?
– Vamos a ver qué dicen los Congresos, el nuestro y el norteamericano. Vamos a ver qué dice nuestra Corte Constitucional. Las Farc me hicieron notar que viola la prioridad que
Claro que aquí se nos fue la paloma –como se dice- porque con el sobresalto de competir con los subsidios y otras arandelas ventajosas, no hay competitividad que aguante un dumping de ese tamaño. Así que se nos escapó la “industria naciente y por nacer”. Esos bemoles me parecen objetables en un país de ciudades que requieren industrias para el empleo ciudadano y que además tiene que reconstruir el campo para sustituir la droga.
Para concluir, ni el Congreso, ni
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