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Gustavo Loaiza Chalarca

De familia humilde y arraigada en la fe inquebrantable del futuro y en la trascendencia del ser humano surgió Gustavo. De un hogar atado a la práctica de los valores como el trabajo, la disciplina, el respeto por sus semejantes y el cumplimiento de su deber, emerge el “profe” como lo llamaban sus alumnos. Hombre incansable que hacia presencia en la universidad a todas la horas del día. No he podido borrar de mi memoria su presencia en los pasillos del bloque 4 a las 6 de la mañana, ni su celo religioso por el cumplimiento de las tareas, los programas y la entrega de los talleres para los semilleros de los sábados.


 


De sus padres aprendió a darlo todo sin esperar nada a cambio, especialmente luchar por una causa de manera permanente y sin horarios de oficina. Ya fuera el “plan padrino”, “reciclaje para el Hospital San Vicente de Paúl”, “organización de parqueaderos”, “bienestar estudiantil”, “becas para alumnos del semillero”, “guías de orientación para las admisiones a la universidad”, “cumplimiento de calendarios académicos”, “causas de deserción estudiantil”, “prestamos o intercambio de textos para estudiantes de bajos recursos económicos”.


 


Un programa que también merece destacarse es el de la “lista de los estudiantes que estaban tercereando la materia”. Llevaba con cuidado los nombres, direcciones, teléfonos y el record académico de los alumnos; los asesoraba en tiempo extra clase y casi siempre salían todos adelante.


 


La muerte los sorprendió sin que los alumnos del semillero o los alumnos del programa de matemáticas o los de ingeniería, pudieran darle las gracias.


 


Ese fatídico viernes 16 de junio y los días subsiguientes, alumnos y egresados comentaban; “Al profe Dios le pague, tenemos mucho que agradecerle”.


 


Oriundo de Medellín, del barrio Manrique, de los lados de la Marina y la Calesita –cerca al Parque Gaitán–, inició Gustavo su camino como estudiante compartimos los mismos bancos de escuela y fuimos luego compañeros de trabajo en la universidad.


 


Siempre percibí en él un soñador exitoso. Cuando con el profesor Gilberto Moreno ideamos el semillero en la universidad, él supo aprovechar esta oportunidad, fiel a sus orígenes, no para su haber personal sino para los niños en las comunas, los estudiantes de matemáticas y para el bien de la institucionalidad.


 


La Universidad y en general la comunidad, en cabeza de estudiantes y padres de familia, quedamos en deuda con Gustavo que como Martín Luther King en Washington en 1963, tuvo el sueño de que algún día su lucha por las jóvenes promesas (niños y jóvenes que interactúan en la universidad) se transformaría en un oasis de equidad y justicia social.


 


Por: Gustavo Londoño Bustamante.


Profesor Universidad de Antioquia


 





No estaba en la lista de los amenazados


 


“No estaba en la lista de los amenazados”, ha dicho un alto funcionario de la Alcaldía de Medellín, como si ser uno de los muertos de la lista justificara esa muerte y diera consuelo y tranquilidad a los dolientes del profesor de la Universidad de Antioquia U. de A.), Gustavo Loaiza, asesinado el Viernes 16 de junio, frente a la Universidad, y mientras libaba y compartía con estudiantes y amigos sus acostumbradas cervezas de viernes en la noche.


 


Imposible es para quienes conocimos la labor social de este hombre, a través de los semilleros de matemáticas, de los cuales fue uno de los creadores y el que se apechó de ellos para posibilitar el ingreso a la U. de A. de cientos de estudiantes, mediante la capacitación en matemáticas básicas y razonamiento lógico, labor que favoreció de manera especial a los estudiantes de los estratos más bajos de Medellín, mediante el otorgamiento de becas que lograba financiar, tocando las puertas que fuera necesario tocar.


 


“Ese profesor pedía limosna para darle a los estudiantes”, comentó entre lágrimas doña Pastora, dueña de una de las caferías de la Universidad, el sábado siguiente al asesinato del profesor.


 


Su muerte constituye para las generaciones de estudiantes que aspiran a ingresar a la U. de A., la perdida de una especie de padre doliente y preocupado por que cada vez más estudiantes de los estratos bajos pudieran alcanzar su objetivo y culminar sus aspiraciones de ser profesionales.


 


Todo acto suyo, así fueran sus transitorios regaños, apuntaban a hacer de esta Universidad, un lugar mejor para todos, mediante el respecto de principios y normas.


 


De manera contradictoria, hombres que realizan obras sociales tan trascendentes como el “semillero de matemáticas” y los que éste luego estimuló, biología, Medicina, Lengua materna y otros, no mueren, permanecen en la obra por ellos creada y en la mente y los corazones de tantos jóvenes de la ciudad, muchos ya hoy profesionales útiles a la sociedad, que no hubieran podido serlo sin la ayuda del profesor Gustavo Loaiza, un muerto que “No estaba en la lista de amenazados” pero cuyo asesinato deja profundo vacío y dolor en la institución, en su esposa y sus dos hijos y que constituye una perdida irreparable para la causa social de la educación universitaria de los estudiantes de más bajos recursos de nuestra sociedad.


QEPD


Medellín, 10 de julio de 2006


 




 



Ya no está


          El que siempre anheló que sus alumnos se superarán cada vez más.


          Uno de los fundadores y defensores del programa de semilleros.


          El recogedor y reciclador de papel para favorecer a los estudiantes pobres.


          El que con su forma de ser, a veces irreverente, le sirvió de manera incondicional al amigo y compañero.


          El compañero fanático hincha a morir del medallo.


          El recaudador de dinero para aumentar los cupos de los estudiantes pobres en el semillero.


          El creador de condiciones de trabajo para beneficiar a los demás.


          El que rebosó su corazón a base de servicio a la comunidad.


          El que no usó su derecho de jubilación porque su humanidad estaba atrapada en el amor al trabajo y al servicio a la Universidad de Antioquia.


          El que alcanzó en vida la felicidad y todo lo tuvo, incluso la misma muerte.


          Ese hombre activo, diligente, deseoso de bienestar de los estudiantes, de los compañeros y amigos.


          Quien portaba la camiseta de la U con dignidad, decoro y orgullo.


          El defensor de los derechos de los alumnos.


          El hombre que en vida, donó sus órganos para que su cadáver generara vida en los casi agonizantes vivos.


          El amigo, el compañero, el deportista, el padre de familia ejemplar, el esposo, el maestro, el filántropo, el servidor de servidores.


 


“No son los muertos los que en dulce calma la paz disfrutan de la tumba fría, muertos son los que llevan muerta el alma y viven todavía”


 

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