Con gran fuerza social se presentó ante el país el pasado 23 de abril el Movimiento político y social Marcha Patriótica, luego de sesionar durante los días 21 y 22 en su Consejo Patriótico Nacional.
El lunes 23, desde las primeras horas de la mañana, diversos puntos de Bogotá se vieron copados por las delegaciones dispuestas a marchar hacia el centro de la ciudad. A medida que pasaban las horas, decenas de buses y camiones arribaban a la capital con miles de activistas, hasta juntar –según la Alcaldía de la ciudad– no menos de 35 mil personas (70 mil, según los organizadores), quienes colmaron la Plaza de Bolívar hasta bien entrada la tarde.
La movilización, integrada por delegaciones procedentes de los más diversos lugares del país, dejó claro ante propios y extraños que fuerzas sociales de base campesina, indígena y negra raizal, con importantes aliados urbanos, están convencidos de la necesidad de la paz negociada en Colombia: “Marcha Patriótica manifiesta su compromiso ético y político con la búsqueda de una solución política al conflicto social y armado. […] Aunar esfuerzos para transitar caminos que permitan hacer realidad los anhelos de paz de las gentes del común y del pueblo colombiano en general”.
Según sus organizadores, el nuevo movimiento está constituido por no menos de 1.700 organizaciones de base. Esta expresión de fuerza social les recuerda a todos los que habitan Colombia que en su territorio subsiste un conflicto armado sin resolución efectiva, a pesar de las décadas transcurridas en medio de operativos armados para liquidar a la insurgencia, en intentos reiterados y desesperados de los gobernantes por desconocer las causas que han propiciado el alzamiento de miles de personas.
Y esta misma fuerza social, movilizada en Bogotá, compuesta de rostros color de la tierra –como dijera el Subcomandante Marcos de los indígenas de Chiapas–, le recuerda a todo el país que es posible y necesario otro modelo social para que la justicia, la fraternidad, la igualdad y –como síntesis– la felicidad sean factibles en Colombia.
Contradicciones de la propuesta
Miles de pies se movilizaron al son del nuevo país. Pese a su convicción, la nueva fuerza política y social que ha visto la luz en este abril en Bogotá, bienvenida como la que más, pese a su fortaleza humana movilizada deja a lo largo de sus primeras declaraciones importantes vacíos y contradicciones que es necesario retomar, para bien de la propia fuerza como del conjunto social alternativo. Algunas de estas son:
1. ¿Llamamiento retórico?
“Marcha (…) llama a la más amplia unidad del pueblo colombiano y, en especial, a los diferentes procesos sociales y populares existentes […]. Y enfatiza: “Marcha Patriótica considera de vital importancia y de suma urgencia lograr acuerdos entre los diferentes procesos políticos y organizativos del campo popular”. La pregunta es fundamental si esta es la convicción: ¿Por qué no se propició la discusión plural y el proceso de coordinación o unidad durante los dos años que se han tomado sus impulsores para la constitución de la nueva fuerza? ¿Por qué esperar hasta ahora para proclamar tal disposición?
2. ¿Sin claridad de lo que se busca?
El objetivo sustancial del nuevo movimiento es “producir el cambio político que requiere nuestro país, superando la hegemonía impuesta por las clases dominantes; avanzar en la construcción de un proyecto alternativo de sociedad y al logro de la segunda y definitiva independencia”. Si bien el objetivo parece ser nítido, no lo es, ya que en ninguna parte de las primeras declaraciones dadas para la sociedad colombiana se expone la manera como esto se hará realidad. En ninguna parte se explica cómo funcionarán las fuerzas productivas, cuál será el papel del Estado y cómo se concretará, cuál es el papel de la sociedad, cómo hacer vigente la soberanía en momentos en que la misma se redibuja por doquier, cómo llevar a cabo la siempre reclamada y vigente reforma agraria, y cómo hacer realidad “la transformación estructural del Estado, de la economía y de la cultura”. Sobre estos propósitos se puede generalizar en el momento de foros o similares, pero una vez que se dice liderar una nueva propuesta de país es un deber pasar de lo general a lo concreto.
3. Un soporte para el activismo y para el país que no da cuenta de los tiempos que vivimos
El nuevo movimiento, como su nombre lo confirma, reivindica el patriotismo. En su declaración afirma: “En Marcha hemos llegado las y los patriotas para afirmar la existencia de sueños colectivos […]”, reivindicación contradictoria toda vez que, por un lado, desde la izquierda siempre se ha reivindicado la superación de fronteras –el internacionalismo–, consigna con mayor vigencia en la actualidad, cuando se han roto de facto las fronteras nacionales, cuando las multinacionales borran los Estados –dejándolos como simples legitimadores de sus operaciones–, lo que pone a la orden del día la necesidad de una sociedad cada vez más abierta e integrada, en que se reconstruya el concepto de país y de Estado, y, por tanto, en que la patria –y con ésta el patriotismo– pasa al cuarto del olvido. Podemos decir que la reivindicación mínima de país, de parte de alguien que se reivindica de izquierda, es la superación de fronteras, hermanándose como un solo pueblo con sus vecinos. El futuro, que se puede construir en el presente, es sin localismos. La soberanía es regional e incluso más extensa, como sin límites son los negocios de las multinacionales, verdaderos poderes de nuestro tiempo.
4. ¿Forma de lucha como principio?
Desde hace más de un año, en espacios como la Comosocol y otros, los impulsores del nuevo movimiento insisten en la necesidad de llevar a cabo en el país un Paro Cívico Nacional. La respuesta obtenida de parte de sectores sociales y políticos alternativos indica que no hay consenso sobre el particular. Pese a ello, no se desiste. Tanta es la insistencia en el tema, que pareciera que el nombre de la protesta fuera lo sustancial. Ahora se vuelve con lo mismo: “[…] se trata de juntar esfuerzos y de avanzar en la construcción de acumulados hacia la movilización como principal vía del accionar colectivo y tendientes a la realización de un gran Paro Cívico Nacional (PCN)”.
El énfasis en la forma de lucha obliga a preguntar –con el deseo de que algún día se aclare– ¿por qué un PCN? ¿Qué significa y cómo se concreta éste? ¿No hay otras formas de protesta y de tensión de fuerzas que puedan hacer realidad lo que se pretendería con el PCN? ¿Existe alguna explicación sobre por qué las diversas convocatorias que se hicieron en el país para la realización de un PCN (con excepción de aquel de 1977, liderado en buena medida por liberales y conservadores) han fracasado? Todos estos interrogantes son necesarios de aclarar si de verdad se aspira a que la sociedad colombiana se sacuda del yugo que la oprime.
5. La paz. Entre el deseo y la realidad
La paz es una necesidad para nuestra sociedad. Así lo declaran desde hace décadas los diversos actores políticos nacionales, pese a lo cual el tiempo pasa y la guerra continúa.
Conscientes de los tiempos que se viven y de las necesidades y los anhelos de las mayorías nacionales, para la Marcha la paz aparece como objetivo central de su esfuerzo: “[…] manifiesta su compromiso ético y político con la búsqueda de una solución política al conflicto social y armado. En consideración a que ésta debe ser apropiada socialmente, Marcha manifiesta su decisión de impulsar procesos constituyentes regionales y locales por la solución política y la paz con justicia social, tendientes a la realización de una Asamblea Nacional. Asimismo, les propone a todas las fuerzas políticas, económicas y sociales aunar esfuerzos para transitar caminos que permitan hacer realidad los anhelos de paz de las gentes del común y del pueblo colombiano en general”.
Hasta aquí el propósito, que está bien, pero hay signos de interrogación que es bueno resaltar. Por un lado, se identifica la realidad económico-política. Dicen los impulsores de Marcha en su declaración oficial:
“El gobierno de Santos ha venido profundizando el proceso de neoliberalización de la economía y de la sociedad, iniciado hace más de dos décadas.”. Es decir, nos encontramos ante un gobierno con claros intereses y acuerdos con los más importantes grupos económicos nacionales y sus aliados internacionales, los mismos que han impedido por décadas que la paz se cristalice en nuestro país. La pregunta obligada sería: ¿Cómo piensan actuar los impulsores de la Marcha –más allá del deseo– para romper esa llave (poder político-poder económico) y crear las condiciones para una negociación política real, que abarque, más allá de las armas, la transformación del modelo económico-político en auge?
Más urgente es esta respuesta cuando la caracterización que hacen del régimen identifica que éste se integra por “los sectores más guerreristas y ultraderechistas, ligados al narcoparamilitarismo (por lo cual) no se aprecia –más allá de la retórica– el surgimiento de nuevas condiciones que permitan afirmar que se está en camino de superar las estructuras autoritarias, criminales, mafiosas y corruptas que caracterizan el régimen político colombiano”.
El diagnóstico de Marcha es claro: la paz es un asunto social, por lo cual –pudiéramos pensar– no se reduce a un asunto de armas. Si así fuera, la posible negociación política por darse en nuestro país debiera romper tradiciones e historias al abrir una dinámica que centre en los actores sociales esa posible coyuntura, de la cual debiera surgir una nueva coyuntura político-económica que deje a un lado el reino del neoliberalismo, la concentración de la riqueza –entre ella la tierra–, los privilegios cada vez mayores otorgados a las multinacionales, etcétera.
Este reto es inmenso y novedoso ante el cual tienen la palabra los impulsores de la Marcha. ¿Romperán la dinámica histórica o se impondrán las constantes del poder dominante?
6. Las cárceles y quienes las padecen
Un imperativo que tienen ante sí las diversas organizaciones sociales colombianas es el cuestionamiento y la transformación del Código Penal y la visión represiva y carcelera que domina el pensamiento de los grupos de poder en el país. El resultado de tal concepción son los miles de prisioneros políticos, de conciencia y de guerra que abarrotan las cárceles nacionales, las cuales, pese a la construcción de nuevos centros de encierro y destrucción de seres humanos, no garantizan condiciones de dignidad para quienes las padecen, generalmente en hacinamiento.
Por ello, es necesario abrir un debate sobre el pensamiento que rige la ‘justicia’ en Colombia y, de su mano, la creencia de que todo se arregla incrementando penas y castigos. La cárcel no ha cumplido con la misión que la soporta; por tanto, y como un reto para las sociedades modernas y futuras, debe dejar de ser.
El telón da un respiro
Por ahora enfaticemos que Bogotá y Colombia vivieron este 23 de abril un día de esperanza. Para que la misma no se diluya en otro sinsabor, es necesario superar esquemas y acometer de verdad los objetivos propuestos con real vocación unitaria y sentido cabal de los tiempos que corren. Es necesario actuar así para que –por demás– el cambio económico, político y social propuesto y buscado no se quede en estatización –aunque le digan revolución–, como ahora sucede en distintos países de Suramérica.
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