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El asesinato del grafitero: La verdad tiene a más de 30 oficiales en problemas

El asesinato del grafitero: La verdad tiene a más de 30 oficiales en problemas

En su habitación, aún están intactas las pinturas que hizo. “Así quedarán”, dice su padre, “es el legado artístico que realizó en familia”. Las otras, las de la calle, están borradas como siempre pasa, es la dinámica de este arte callejero. En busca de la realidad, generó mucha desconfianza que a la escena del crimen llegaron muchos uniformados, alrededor de 35: De la cipol, dijin, sijin, 4 coroneles, 1 mayor, 2 capitanes, 1 teniente y 16 uniformados más. Con las primeras noticias del asesinato, la Policía comenzó una campaña de desprestigio contra Diego Felipe Becerra.

 

Conocimos en forma exclusiva las razones por las cuales la oficialidad de la Policía Nacional encubre al patrullero Wilmer Alarcón, sindicado por el asesinato del joven grafitero Diego Felipe Becerra el 19 de agosto de 2011. El encubrimiento del crimen tiene en lío judicial a dos generales, cuatro coroneles, un mayor, cuatro capitanes, cuatro tenientes y por los menos a 16 patrulleros, además a dos jueces, una de ellas de la justicia penal militar, un fiscal que quiso cerrar los cargos contra el general Patiño, el abogado de la policía, el conductor de la buseta y su esposa.

 

Según fuente de la policía nacional, el patrullero Alarcón estuvo en una zona roja de orden público por mucho tiempo y presentó un desequilibrio mental. Por este motivo fue remitido a Sanidad de la Policía Nacional que diagnosticó que Alarcón sufría estrés postraumático agudo y debía ser internado en una clínica de reposo.

 

La Dirección de la Policía Metropolitana de Bogotá, nunca aplicó la orden médica y el patrullero fue asignado al sector de Bogotá donde perdió la vida el joven grafitero. En otras palabras, le dieron uniforme, un garrote y un arma a un enfermo mental. Un proceder ilegal e inconveniente con pleno conocimiento por parte de sus superiores.

 

Desde el mismo día del asesinato de Diego Felipe Becerra, los documentos que contienen la historia clínica pasaron a manos del general Patiño, incluido el diagnóstico médico del patrullero.

 

Un padre y sus palabras desde el alma

 

Humilde y cariñoso. “Era el ser que cualquier persona quiere tener como hijo: de muy buen humor y festejos con su sonrisa permanente. Era feliz, con gran sentido de responsabilidad, obediente, noble y ahorrativo. Yo viví con él desde que tenía año y medio de edad y siempre nos entendimos. Con dolor en sus ojos, Gustavo Harley Trejos padrastro del grafitero asesinado por la Policía, describe así la relación con su hijastro Diego Felipe Becerra…

 

“El día de su asesinato, junto con él compramos una buena cantidad de pintura fluorescente para los grafitis que hacía en compañía de sus amigos. Diego encontró al fin un almacén donde vendían el tono azul que siempre buscó, pero que era muy escaso.

 

Tenía en mente trabajar en su arte callejero esa noche, pero dos balas disparadas por un Policía, una de ellas a quemarropa, nos arrebataron su vida, y minutos después, la misma Policía le robó su honra.

 

Recuerda con un hablar lento, que su amistad era tal “que desde siempre le prometí que nunca lo dejaría, que siempre respondería por él sin importar nada que pasara”, y hasta hoy, esa promesa la está cumpliendo. Con valor y gracias a sus minuciosas investigaciones, pudo lograr que a su hijo le devolvieran la honra arrebatada después de muerto. Ahora, su pelea día a día está encaminada a que todos los involucrados en su muerte, paguen por la interminable lista de delitos que cometieron con su asesinato.

 

Al atardecer, después de pasar con su hijo el día fatídico, “él quedó en la casa y yo debí salír a recoger a mi esposa. Cuando llegamos, ya Diego había salido con sus amigos para pintar el que sería su último grafiti… un poco después de las diez y media de la noche, recibí una llamada de su amigo y quedé quieto cuando escuché en palabras: ‘pasó algo muy grave’. Al escuchar que pedía detalles con exclamación, tuve que reanimar a mi esposa, quien por segundos, y con desmayo casi perdía el conocimiento”. Al llegar a la clínica, encontraron muchos Policías.

 

Con algo de sigilo, “uno de los vigilantes me advirtió que habían inconsistencias por parte de los uniformados quienes se negaron a firmar la entrega del herido y no cumplieron con tramitar otros documentos”. Como pudieron, encontraron al médico que de inmediato preguntó si el joven estaba jugando billar porque tenía algo azul en las manos. Con afán, don Gustavo explicó el asunto de la pintura. Luego, “sin darnos la fatalidad de golpe, nos informó que Diego Felipe recibió un disparo en la espalda, que comprometió su columna”. –Pregunté junto con un movimiento de manos, que donde estaba.

 

“El médico no pudo contener la angustia y sus ojos se humedecieron. Entonces dijo que había llegado sin signos vitales y que no pudieron hacer nada para salvarlo. ‘Le dieron dos disparos: el primero, fue por la espalda y con el segundo lo remataron’…”

 

En ese momento, apareció un hombre con tarjeta de abogado, Héctor Hernando Ruíz, que alargó al mayor que estaba a cargo. “Con sequedad dijo que era asesor jurídico de la Policía”. Como es común, pasada la media noche la Clínica expidió el parte oficial.

 

En compañía y motivado por un familiar abogado fueron a la escena del crimen donde encontraron varios uniformados. “Dos coroneles y un capitán hablaban con el abogado, mientras que en otro lugar, estaban seis policías y dos asesoras jurídicas. Una de ellas les decía que tenían que ser consistentes en cada palabra que dijeran, que no podían titubear”. Con sorpresa, puso más atención y escuchó que “…por el contrario debían ser certeros en todo”. Después, según sus palabras, dio una vuelta a la zona acordonada y salió.

 

Volvió a la clínica, y uno de los investigadores preguntó “si Diego o alguno de sus amigos portaba armas”. “Respondí que no. Sin atender mi razón, me advirtió que en la escena del crimen había aparecido una pistola”. En ese momento, el padre adolorido cayó en cuenta: “estaban ocurriendo cosas muy extrañas en torno al asesinato”.

 

“Señor abogado: ¿ahora si entiende?”

 

Con los documentos de la muerte de su hijo en la mano, regresó a la escena del crimen. Allí encontró todavía al abogado de la Policía con dos capitanes. Sin demora, entregó una copia de la tarjeta de identidad de David Felipe a los investigadores del CTI. “Al verlo, de inmediato, me presenté al abogado y le dije: –Felicitaciones por la ética con la que está manejando el caso”. El aludido respondió que no entendía… “Hoy –recalca el señor Trejos–, con todos los hechos en transcurso, incluida su captura, creo que ahora sí me está entendiendo.”

 

Ya el domingo, en la velación del cuerpo de su hijo, un amigo suyo sugirió que debían actuar rápido. Denunciar lo sucedido a varios medios de comunicación. Era urgente, los comunicados oficiales aseguraban que el policía disparó contra una banda de criminales que estaban cometiendo un atraco y dio de baja a uno de los integrantes.

 

“Fue lo más doloroso que ha pasado en mi vida, pero eso nos motivó a trabajar más duro”. El lunes, fue a una reunión con una comisión de las Naciones Unidas y el martes realizaron un plantón en el comando de la Policía metropolitana de Bogotá. “En ese momento, la presentadora Viky Dávila de la F. M. transmitió una llamada de un supuesto testigo que describía un atraco en una buseta. Una hora después es la W que llama a mi esposa y pone al aire otra entrevista. Esta vez, con el conductor de una buseta atracada supuestamente por mi hijo. Ella quedó destruida.”

 

Unos segundos después, “La W arremetió por intermedio de Camila, otra periodista que cuestiona a mi esposa, porque David había sido detenido en otra ocasión. Ella reconoció y explicó que fue ‘por estar pintando grafitis’. La periodista dio su estocada final: ‘¡Señora, en ocasiones, uno no sabe qué hacen los hijos!’. Ese último comentario fue aplastante para ella. Por eso, casi nunca sale a los medios”. El conductor tuvo audiencia en todos los medios, “como un trofeo de la Policía”.

 

Al día siguiente, de nuevo Viky Dávila entrevistó al sujeto. Pero, “con el transcurrir de las preguntas, resaltan evidentes contradicciones. Es así como se comienza a desbaratar la estantería de los montajes de la Policía y queda en evidencia la ‘ética del abogado'”.
A los pocos días, resultó que la buseta tenía pico y placa ese día y no podía estar en ruta. Además, ese mismo día fue vendida. También, se descubrió que en el arma que le plantaron al cadáver, “no aparecen las huellas de Diego Felipe, ni la pistola tiene residuos de pintura de las manos de mi hijo”. Quince días después, la Fiscal General de la Nación, Vivián Morales, informó que las pruebas de balística no arrojaron prueba de residuos de pólvora en las manos de Diego.

 

La impunidad de la Justicia Militar

 

Con la trampa al descubierto, la Policía enfocó su trámite en pasar el proceso a la Justicia Penal Militar. “Con esta maniobra nos angustiamos mucho. Todos sabemos la calidad de la justicia que administra. Tanto, que las audiencias que alcanzaron a citar fueron encaminadas a juzgar a la víctima y no al policía asesino. Las preguntas inquirían ¿por qué mi hijo estaba en la calle?, ¿por qué pintaba grafitis?, ¿que educación recibía?, pero nunca, abordaron el asesinato”.

 

Cuando el proceso fue devuelto a la Justicia ordinaria, abrió varios procesos: Uno, por homicidio; otro, por manipulación de la escena del crimen; uno más, por la falsa denuncia que instauró el conductor. “Y debe haber más: ¿Quién trajo el arma, cuántas armas llegaron? Sabemos que fueron dos, una de la misma comandancia de la Metropolitana y la otra, que le implantaron, la llevaron un sub intendente y un patrullero desde el CAI de la Alhambra, que previamente la disparó en un caño cerca y fue entregada al abogado asesor de la Policía quien la puso en la escena del crimen”.

 

“El conductor de la buseta nunca estuvo en el lugar y la esposa respaldó la versión. Ambos, fueron contactados por el coronel Nelson Arévalo, el general Patiño y la teniente Ledy Perdomo. Para el delito, se reunieron en el CAI del 20 de julio. Allí el general pagó, con dos bonos de doscientos mil pesos a la esposa del conductor. Hoy los dos están en la cárcel.

 


 

 

¿Qué hace un general reuniéndose con testigos falsos?

La narración de esta tragedia genera muchas dudas sobre la calidad de la Policía que tenemos.

 

da: Con tanto oficial que protege al policía asesino Wilmer Alarcón, ¿qué cree que esconden? ¿El general Patiño le debe muchos favores al asesino? ¿Estamos frente a una bacrim o a un grupo de “limpieza social” de la Policía?
– Como el día del asesinato de mi hijo, la Policía recibió una condecoración por parte de la Fifa como la mejor organización del mundial, no era bueno que saliera el asesinato de un menor de edad en estado de indefensión. Tenemos una dirección muy corrupta, por eso, actúan así. Son actos sistemáticos de la Policía. Hay fallos recientes de falsos positivos de la Policía, el asesinato de un menor por parte del Comandante de la regional Antioquia, la muerte de una teniente por parte de sus compañeros, el caso de otro joven en Kennedy y, ahora, el caso del policía que fue secuestrado y asesinado por parte de otros policías al norte de la ciudad.

 

da: ¿Conoce detalles de la hoja de vida de los policías inculpados por asesinato y complicidad?
– Todos los involucrados tienen hojas de vida limpias, castas, impolutas, los mejores oficiales, los más condecorados, los mejores patrulleros, entonces uno no puede comprender por qué lo mejores están involucrados en este falso positivo, por qué asesinan a un joven indefenso”. En medio de todo esto, he conocido casos terribles que uno solo sabe cuándo vive estas tragedias. Uno es el de Yuri Neira, perseguido incansablemente. Le hicieron perder su empleo, su esposa tuvo problemas que no pudo superar, le han hecho tres atentados y hoy está asilado. Todo por pedir justicia para su hijo asesinado por la Policía y como éste, otros casos igualmente trágicos.

 

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Autor/a: Guillermo Rico
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