Luego de un mes de paro agrario no son pocas las ganancias del movimiento popular, el cual, sin recoger a la totalidad de expresiones sociales y matices políticos ha logrado posicionarse como un actor fundamental de la vida nacional, al tiempo que ha centrado en la agenda mediática varios temas que hoy discuten desde académicos hasta la gente en las cafeterías y calles. Sin embargo la extenuante jornada de movilización saca a flote deficiencias y límites, dejando un manto de incertidumbre sobre el futuro inmediato del movimiento. Veamos:
Las ganancias
- El paro agrario logró, como no sucedía hace mucho tiempo, cubrir en simultáneo varias regiones del territorio nacional y mantener en el tiempo las acciones de movilización. Se presentaron en marchas, bloqueos, plantones, y otras acciones, en 19 departamentos, así: Nariño, Putumayo, Cauca, Huila, Caquetá, Tolima, Valle, Risaralda, Meta, Guaviare, Arauca, Casanare, Boyacá, Cundinamarca, Santander, Norte de Santander, Antioquia, Atlántico y Bolívar, siendo el sur del país la región donde más gente se movilizó y donde también la represión de la fuerza pública fue más brutal.
- A la jornada concurrieron, de forma simultánea, tres expresiones del movimiento agrario, que han tenido dificultades para actuar de manera unitaria y permanente: Salvación Agropecuaria (y con ella Dignidad Cafetera, Arrocera, Papera); la denominada Mesa Nacional de Interlocución y Acuerdo Agropecuario –MIA–, que agrupó a Fensuagro, a la Asociación de Zonas de Reserva Campesina –Anzorc– y a sectores de Marcha Patriótica, otras expresiones regionales del campesinado. y el Coordinador Nacional Agrario –CNA–, proceso campesino articulado al interior del Congreso de los Pueblos que reúne 24 organizaciones de base regionales. Aunque sin una centralización de la dirección del movimiento, entre los tres procesos lograron el suficiente volumen de acciones para que el paro se sintiera a nivel nacional e internacional, a pesar de los intentos del gobierno por restarle perfil.
- Con esta columna vertebral de movilizados, otros sectores vieron la posibilidad de impulsar sus acciones, destacándose la concurrencia de los transportadores agremiados en la Asociación Colombiana de Camioneros –ACC– y los trabajadores de la salud agrupados en Anthoc. El espacio que posibilitó el encuentro de todos estos sectores fue la Coordinación de Movimientos Sociales y Políticos de Colombia –Comosocol–, que hasta antes del paro se había mantenido en un estado de sobrevivencia y sin mayores protagonismos. El movimiento sindical, principalmente la CUT, jugó un papel importante de soporte de esta coordinación al brindar apoyos logísticos para las acciones de los movilizados, aunque fue notoria la ausencia de fuerza laboral en el paro.
- Un hecho significativo de esta jornada fue el posicionamiento del tema agrario en el conjunto social: aspectos tales como la necesidad de revisar los tratados de libre comercio, la reivindicación de la producción campesina, la necesidad de parar la importación de alimentos, se incorporaron a las agendas tanto mediáticas como sociales. Al mismo tiempo, se posicionó la figura del campesino en el conjunto de la sociedad, expresado en solidaridad con el paro a través del uso de la ruana, el poncho y el sombrero, hasta la concreción de manifestaciones políticas masivas de respaldo a la lucha agraria a través del cacerolazo. Sin duda alguna este rápido despertar de la conciencia social pesó al momento de definir las respuestas por parte del gobierno, el cual vio decrecer su credibilidad a la par con la represión y el desconocimiento de las demandas sociales.
- Los medios masivos de comunicación no lograron evadir y desconocer la contundencia de la movilización y durante días el tema del paro, las demandas y pliegos, los enfrentamientos y acciones de lucha ocuparon las primeras imágenes, titulares y planas de noticieros, diarios y revistas. El desabastecimiento alimentario, los cacerolazos, la cercanía de las acciones a las grandes ciudades pusieron contra las cuerdas al gobierno, el cual más torpe que nunca recurrió a la fuerza y persecución como salida a la crisis. Si bien no se puede decir que la renuncia ministerial o la caída en la imagen del Presidente se deban solo al paro, éste tuvo peso como contexto y causante de estos fenómenos.
Los límites y obstáculos
- Las reuniones de coordinación y las interlocuciones entre procesos movilizados se multiplicaron, lográndose un seguimiento del paro a nivel nacional, sin embrago no se logró ir más allá de los comunicados conjuntos y algunos intentos de coordinación de comisiones de trabajo. La diferencia de tácticas y métodos fue alejando la posibilidad de lograr consolidar una dirección unificada del movimiento. Mientras para unos lo central era lograr negociar con el gobierno puntos concretos, para otros se trataba de cuestionar el modelo agrario y presionar un debate nacional. De igual manera, en los puntos de movilización regional los estilos diferenciados fueron separando a sus actores, obligando a que cada cual estuviera solo en lugares específicos.
- No se logró consolidar un pliego unificado. Precisamente los énfasis y diseños tácticos obligaron a pliegos dispersos, así hubiese ejes que todos reivindicaban. Esta separación de las demandas facilitó al gobierno la negociación separada, lo que facilitó desgranar la mazorca a través de acuerdos parciales de orden departamental, sectorial o regional, sin que ninguno de los cuales lograra expresar el espíritu del movimiento y de la sociedad. En este sentido las demandas del paro no fueron resueltas, situación que puede leerse en dos sentido: el gobierno logró desgastar el movimiento, sin dejarse imponer una mesa nacional o, bien. el paro quedó en punta y abierto a nuevas iniciativas y acciones.
- Aunque el paro recogió una confluencia grande e importante de luchas y procesos, es indudable que faltó y falta gente: el movimiento indígena, que ha logrado posicionamientos importantes y pesa en la vida social y política del país no se hizo presente; su expresión se limitó a una importante pero aislada marcha de respaldo al paro que llegó a la ciudad de Popayán y se diluyó. Por otra, el movimiento estudiantil no logró levantar de nuevo la vitalidad expresada en la Mane; otros sectores importantes del mundo sindical tuvieron comportamientos diversos: la USO logró hacer un paro de solidaridad de 24 horas que no pesó en la correlación de fuerzas, y el magisterio se alejó voluntariamente del paro, privilegiando los acuerdos por arriba y de espalda a sus bases.
- Este paro fue más masivo y de más duración que el del 77, pero no logró cuajar en las ciudades. La debilidad de los procesos urbano-populares impidió la participación organizada en la jornada, limitándose a hacer acciones de solidaridad, sin una agenda política propia. Por otra parte, ese déficit de trabajo político y organizativo facilitó las acciones de sabotaje del paro, dejando al vaivén de fuerzas espontáneas o de grupos –no propiamente políticos y populares– la definición de las acciones en el marco de la jornada. Ese mismo déficit impidió que se capitalizaran mejor las evidentes y masivas simpatías sociales con la movilización agraria. El paro fue, en fuerzas organizadas, en lo fundamental rural y regional, cuestionando de nuevo a los procesos sociales y políticos urbanos, y sus métodos y horizontes de construcción.
El cierre: una cumbre para convocar otra cumbre
Por acuerdo de las principales fuerzas agrarias movilizadas en el paro se convocó a una Cumbre Agraria, Campesina y Popular, la cual dejó un mensaje claro contra el Pacto agrario del presidente Santos, pero sin lograr avanzar en recoger los acumulados del paro. Aunque la Cumbe demostró la capacidad organizativa –principalmente de las organizaciones campesinas– al concretar en pocos días la Cumbre, ésta no logró expresar su carácter de popular, por lo cual se asistió –en lo fundamental– a otro escenario del debate de agendas y tácticas entre el Coordinador Nacional Agrario y la MIA.
Un avance de la Cumbre fue la vinculación del movimiento indígena a la agenda política agraria, pero fue evidente la ausencia del movimiento obrero, del estudiantil, del urbano y de los afros, por no mencionar procesos más específicos tales como los juveniles y de mujeres. De igual manera fue grande el vacío generado por la ausencia de Salvación Agropecuaria, automarginados de escenarios más complejos pero más colectivos.
Pero, quizás, esa clarificación de los debates y precisión de las diferencias entre los procesos agrarios sea el mayor aporte de la Cumbre ya que aterriza la perspectiva de unidad popular, develando el camino tortuoso por recorrerse hasta lograr unificar precisamente el campo de lo político y trascender el de las buenas intenciones.
Debates tales como la unidad en diversidad y la necesidad de convivir en un mismo territorio que tienen distintos pueblos y distintos proyectos políticos, la posibilidad de construir direcciones sociales y políticas colectivas –en oposición a vanguardias autoreferenciadas y únicas–, el reconocer que la fuerza de los proyectos no solo está en su magnitud y cantidad, sino también en la justeza de sus luchas, la necesidad de un proyecto de nación nuevo, incluyente, de verdad democrático, y la imperiosa necesidad de paz con justicia social, con amplia participación desde la base, se colaron con fuerza en la larga maratón de intervenciones que caracterizó la Cumbre, llevándola del terreno meramente agitativo al de la batalla de ideas tan necesario hoy para el movimiento popular.
La Cumbre, quizás sensible a estos debates sin resolver, convocará a un nuevo capítulo reflexivo, en el cual se deberá avanzar en brindar respuestas a las viejas y nuevas preguntas que indagan por los caminos de largo plazo para el movimiento popular. Cumbre que, alimentada por la fuerza aún caliente del paro, deberá avanzar en una respuesta integral por la táctica y la estrategia de poder del pueblo colombiano.
* Corporación para la Educación, el Desarrollo y la Investigación Popular – Instituto Nacional Sindical. www.cedins.org
Concierto en Fusa mayor
El alivio de viajar sin tropiezos desde Bogotá hacia Fusagasugá el martes 27 de agosto, el día siguiente al del asesinato del joven campesino Juan Carlos Acosta, empezó a revelar su verdadero rostro cuando llegué a una terminal de transporte fantasma, en la que solamente aparecían de vez en cuando uno que otro taxista. Cuatro o cinco desconcertados pasajeros esperamos en el paradero de buses por pocos minutos, los más decididos o adinerados se embarcaron en taxi y los demás nos encaminamos hacia Fusagasugá, una población andina que sólo asciende y que, abierta en cañadas, impide desplazamientos horizontales. Al llegar a nuestro destino, la avenida Las palmas no difería en mucho de la carretera que habíamos recorrido desde Bogotá: a excepción de taxis, unos pocos carros particulares y peatones, soledad y silencio.
La vida pública quedó congelada sin saberse por cuánto tiempo. A la entrada de la universidad de Cundinamarca un comunicado de la rectoría anunciaba la suspensión de actividades hasta “nueva orden”. El primer diálogo en confianza que este cronista improvisado pudo tener fue acerca de la muerte del joven campesino. Sí, efectivamente habría recibido en su humanidad el impacto de un dispositivo portador de gas lacrimógeno pero lo que habría causado su muerte no fue este golpe sino el golpe en la nuca al caer hacia atrás por efecto del impacto del proyectil portador del gas. Y, además, la soledad y el silencio serían cuestión de pocas horas porque, “ahí nomás, a muy poca distancia, estaría, como habría estado desde siempre, la guerrilla”. La versión era evidentemente sesgada pero servía para explicar el porqué hacia el filo del mediodía de un martes, Fusagasugá se negaba a asomarse a la calle.
A eso de las dos de la tarde apareció el primer síntoma de que algo estaba por expresarse. El hospital municipal se encuentra en un cruce de avenidas por las que ya ni siquiera circulaban los pocos carros de unas horas antes. Unos cincuenta campesinos permanecía en la mitad del cruce, algunos portando banderas de Colombia, mal podría decirse que bloqueando las avenidas. En efecto a unos doscientos metros la policía desviaba los carros. Sin embargo una cafetería situada justamente en el lugar más apropiado para el goce de ver el pasar y pasar de la gente estaba llena. Cuando apareció a lo lejos la marcha, se armó el revoloteo en la cafetería. Apurado el tinto quedaba la alternativa de encerrarse o de salir. Se trataba de un número no mucho más grande que el de unas cien personas, la gran mayoría campesinos, portando el féretro a buen paso, sin la artificialidad ceremoniosa de los urbanos en circunstancias similares. En unos dos minutos se evidenció la dinámica de soledad de los campesinos, de silencio de los citadinos.
Otras dos horas después la plaza central de Fusagasugá estaba rodeada de ejército, en los hechos impidiendo mediante requisas exhaustivas y petición de documentos el paso de los que pretendíamos llegar hasta donde los campesinos se habrían ubicado a acompañar el féretro. Allí permanecieron la noche del martes y la mañana del miércoles. Según me enteré el miércoles por la tarde allí recibieron la oferta de aislarse de los estudiantes –los supuestos promotores de la violencia– y allí mismo con el difunto aún vivo en sus corazones se negaron a semejante sugestión con el argumento de que, por el contrario, los estudiantes habían cumplido un papel moderado y solidario no sólo en los incidentes que dieron lugar al asesinato sino en el proceso que estaban viviendo.
La mañana del miércoles continuó el ritmo anterior, como si nada estuviese ocurriendo. Hasta las dos de la tarde, al parecer la hora de los acontecimientos, cuando en la dirección del terminal de transporte, de nuevo en la avenida de Las palmas, se avizoraron columnas de humo, grupos de caminantes, campesinos la mayoría, que comentaban lo que ocurría unas cuadras abajo. Uno de ellos dijo que “el combate estaba bueno”, desplazándose con la misma prisa de todos, los que ya nos encontrábamos de regreso. Estampidas de motos, de camiones de la policía, de grupos de campesinos que se escabullían por las callejuelas aledañas. Estábamos más rodeados que un ratón en el laberinto. Otro ciudadano nos informó que el terminal de transporte estaba cerrado, que en ese mismo lugar la policía había intentado desviar un grupo de campesinos que venían a acompañar el funeral y de ahí se habían desatado enfrentamientos. Un campesino de edad algo avanzada nos explicó que ellos venían en paz pero que la policía los había agredido. En las carreras la gente se comunicaba, éramos la masa de la retaguardia. Definitivamente no se podía viajar.
Sin embargo el final de esta historia fue sorprendente, por lo menos para mí. Desde la inmensa distancia que se percibe cuando aparecen en los noticieros las señales de un posible arreglo en la mesa de negociaciones entre el gobierno y los dirigentes del Paro Agrario, se justificaba la sensación de que el ruido de cacerolas, que escuché a eso de las ocho de la noche al oriente de la ciudad, era un asunto allí circunscrito, a la vecindad de la salida hacia Pasca. No fue así. En el regreso del jueves pude constatar que las cacerolas habían sonado en buena parte de la ciudad, en evidente respaldo a los campesinos.
Ahora que lo pienso en esas sesenta horas Fusagasugá vivió los avatares de la vida colombiana de los últimos veinte años: la secuencia de muerte, cordones de aislamiento por parte de la fuerza pública y el consiguiente retraimiento y velación por parte de los campesinos, que concluye con una manifestación breve y simbólica pero inolvidable de acompañamiento por parte de una población significativa de citadinos.
Dicen que al morir el individuo revive en unos pocos segundos la vida que concluye. Por el contrario, al renacer, una sociedad recuerda sus orígenes, recrea sus héroes. Las imágenes de estos campesinos olvidados estarán ahí mostrándonos lo que no hemos dejado de ser, solidarios, así en otros momentos cerremos las puertas.
Leave a Reply