Porque a veces pareciera que el asunto
de la paz o de la guerra es solo
de los poderosos o de quienes los confrontan, porque a veces parecemos dormidos,
con pesadillas, pero dormidos o sordos
o abstraídos, porque a veces el demonio
del tedio, de lo inevitable, como el sino
de la tragedia griega nos arrastra,
nace este canto para que lo visible se nos
enrostre y como un mosquito nos zumbe
y nos obligue a buscar un remedio…
o una excusa.
No estoy allá y sin embargo…
¿El grito?
¡Nadie lo oye!
Solo se presiente
Un ejército de fríos cuchillos
recorre la piel
Y luego se evapora tras
Un irascible movimiento de la testa
coronada por indecibles pensamientos
Pero el grito no cesa
No del todo
El eco avanza entre farallones cotidianos
Y a veces
Nos mira de frente
Con la dignidad de quien ha sobrevivido
A un cataclismo
Hay eco en las húmedas y recónditas pupilas
En las espaldas corvas
En los temblores del cuerpo
En los pies descalzos
En los colores de fiesta
Que suavizan los raídos vestidos
De quienes deambulan
Como minúsculos espíritus chocarreros
Por una ciudad gris que desconocen
Desolados, solos
Borrados de los ojos y los oídos
Sacados de la piel
Y a veces maldecidos.
El grito del mortero feroz
Se repite, se repite, se transporta
En buses somnolientos
Que recorren las calles de esta
Mi ciudad, fecunda y terrible.
El grito se repite
En la voz desdentada
De quien vende un dulce
A cualquier precio
-voluntario-
El eco se ensancha
En la palabra temblorosa
De la mujer encinta
Que narra historias
-“a cambio de una moneda”-
Que le contaban sus abuelos
A la luz de acrisolados leños
Cuando ella aún soñaba
Con la grupa de un caballo al galope.
El grito se repite
En el jadeo de quien intenta
Convencerse que la ciudad
“no deja morir a nadie de hambre”,
El eco estalla
En el canto-ruego
Que antes acompañó a manadas
De vacunos en los llanos prodigiosos
Y que se aleja cada tanto
Del arpa que le acompaña
Para rozar el corazón de quien le escucha,
El grito cálido y casi acariciante
Se aposenta
En el dulce roce de las manos
Y la voz de aquel muchacho
Que intenta
Sacar chispas de rap o de hip hop
En un acento de “vos” y “eh avemaría”
Que lo delatan
El eco horada
En el remolino de indignación
Que revuelve mi pecho
En cada encuentro
Pero el grito del mortero
Ese que tiende cada tanto
Cuerpos en el campo de cosecha
que ahora es camposanto
Ese grito
Nadie lo escucha
Solo lo presienten
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