En casa del pastor Joel
Joel y Sandra hacen una linda pareja. Él, costeño de convencida raigambre, pastor evangélico, teólogo, lingüista, hijo de un luchador de la vieja Anuc. Ella, delicada e inteligente campesina del nordeste antioqueño, teóloga también, licenciada en educación y especialista en animación de grupos. Fue muy rico estar en su casa hace unos días. Debate, proyectos conjuntos y mesa. Sandra me recibió con un lozano “ya era hora de que almorzara en mi casa un cura católico, por aquí han pasado cargas de pastores evangélicos”. Cuatro hijos, cientos de feligreses y la convicción de que un día “el reino de Dios” se instalará en la tierra. “¡Cura!, me dijo Joel al son de un tinto, yo sé que vos trabajás con diversidades sexuales y eso a mí no me llega…, no, no me llega a la cabeza”. Yo le animé con una figura del mismo talante, “dejá que primero te llegue al corazón” como hacía Jesús de Nazaret con toda la gente y serás capaz de derribar los mitos de la cultura. Conversamos horas, o mejor, yo conversaba, él sólo me escuchaba con el cuerpo, con los ojos, los oídos y con el alma abierta, y me hacía preguntas de todos los tamaños y calados…
La historia del cura parrillero
Con Joel se conversa sabroso porque, siendo, como es, un hombre muy espiritual, es al mismo tiempo un hombre de alta racionalidad, de buen humor y afinado sentido crítico y convencido de que tiene que darse en todo momento una articulación comprometida entre fe y política desde los empobrecidos. Y porque cuando habla deja que la vida le fluya entre anécdotas y experiencias. Discurre despacio pero sin titubeos y celebra con entusiastas carcajadas de costeño lo que va relatando. Me contó, por ejemplo, que cuando hacía una especialización en Estudios Bíblicos en la Universidad de Antioquia, desarrolló una buena y académica amistad con curas católicos. Pero ninguna como la amistad que entabló con el cura Andrés, joven, extrovertido y pobre todavía pues aún no le habían dado parroquia. Un día el cura católico se le acercó resuelto y le soltó “hombre Joel, llevame en tu moto, yo también trabajo en Bello”. Por dos años, el padre Andrés fue el parrillero del pastor Joel. ¡Y nada raro pasó!, ningún templo se deplomó, no chirriaron los techos de sinagoga alguna. Lo triste, remata Joel, fue cuando a Andrés lo nombraron párroco de un santuario grande y emblemático de la ciudad, y a partir de ese momento nunca más quiso abrir a Joel las puertas de su casa parroquial. Tampocó volvió a contestarle al teléfono. Ahí murió lo que el pastor pensaba que era una linda, sincera y “ecuménica” amistad nacida sobre el lomo de una moto.
El síndrome del Padre Andrés
Joel está convencido de que lo de Andrés no es su culpa. Asegura que su amigo de antaño es víctima, como la mayoría de pastores y curas, de dos factores eminentemente políticos y geopolíticos que tienen muchas manifestaciones enfermizas en los comportamientos de las personas de iglesia y en las iglesias mismas, sobre todo en nuestra América Latina, el factor “extra ecclessiam” y el “factor Rockefeller”. La iglesia romana, para justificar sus políticas colonialistas y expansionistas, se fabricó un postulado pseudoteológico que le operó muy bien y favorablemente por siglos –y Joel lo evoca en latín–, “extra ecclesiam catholicam non erit salus –fuera de la iglesia católica no habrá salvación”. Por más que pasaron fenómenos como el concilio Vaticano II de los años sesenta del siglo veinte, la iglesia de Roma no quiso bajarse de ese carro ideológico que le ha dado tantas aparentes victorias y que ha puesto en tanta desventaja a las iglesias no romanas.
El segundo factor es el que empezó a suceder en el continente después de 1969, cuando Nelson Rockefeller vino en “visita de amistad” a Centro y Suramérica. “Y nosotros sabemos bien los muchos males que desatan las visitas de amistad de los gringos por todo el mundo”, anotó Joel con picardía. Como consecuencia de las recomendaciones del gringo al finalizar la “visita”, tomó forma una oleada imparable de multiplicción de iglesias y movimientos contrarios al pacto de las jerarquías católicas a favor de la liberación socio-política de los empobrecidos en el continente, firmado en la asamblea general de obispos en agosto de 1968 en Medellín. Iglesias de todos los pelambres y de todas las alienaciones imaginables, ninguna a favor de la liberación de nuestros pueblos, todas “made in USA” en laboratorios creados para tal fin. Sólo por graficar un poco el problema, lo denominamos “síndrome del padre Andrés”, denominación que no parece muy técnica pero que sí retrata muy bien el fenómeno que se resume en “pastor no junta con cura y cura no junta con pastor”.
Pero es la realidad la que nos junta
Discurriendo, discurriendo, fuimos encontrando la salida que habíamos ido a buscar para precavernos ante las muchas y muy activas amenazas del “síndrome del padre Andrés”: es fatalmente absurdo que, ante los enormes desafíos políticos que vive el pueblo colombiano en la hora actual, nosotros, cristianas y cristianos, sigamos llevando al cuello, inconcientemente, las pesadas cadenas de la división que nos impusieron; por lo demás, haciendo historia de los comienzos de la que llamamos “fe cristiana”, tenemos que reconocer que no fue otro que un campesino pobre de Nazaret el que nos habló de Dios y de sus proyectos para con la humanidad. Ese campesino pobre, Jesús, enseñó básicamente un asunto que se convierte en base y soporte de las luchas libertarias de los pueblos cristianos: que sin hacer justicia a los pobres es imposible conocer a Dios. Y en esa búsqueda de lectura y comprensión de realidades, en la pregunta por el pobre y por quién lo ha vuelto tal, quién lo ha conducido a esa condición de empobrecido, encontramos nuestros caminos comunes, caminos que nos hemos dejado cortar por el “extra ecclesiam” y por el gringo Rockefeller. Quedamos en el compromiso de leer a Jon Sobrino y su tesis de que no es “fuera de la Iglesia” sino “fuera de los pobres” donde “no hay salvación”**. Con ese nuevo equipaje de argumentos volveremos a vernos. Tal vez en mi casa.
Noviembre, oportunidad para saldar deudas
Justamente lo de noviembre era nuestro tema central. Porque en noviembre nos vamos a juntar en Medellín, y por tres días, en el II Encuentro nacional de la “MEP –Mesa Ecuménica Nacional por la Paz”–, unas mil personas provenientes de todas las formas posibles de vivencia religiosa que hoy en día conviven en Colombia. Nos vamos a reunir en ambiente celebrativo, animados por la presencia mística de los muchos hombres y mujeres mártires de la liberación de nuestro pueblo, con vocación de convocatoria amplia y de articulación política plural de todos los sectores, movimientos y fuerzas de base social del país, con varias preguntas obligatorias y urgentes en el corazón y en los debates: 1) ¿Cuál es la praxis política coherente con la fe cristiana que nos demanda a cristianas y cristianos la insostenible ausencia de democracia en Colombia desde hace varios siglos? 2) ¿De qué manera inteligente y dinámica nos vamos a articular por todo el país, en una gran red de veedurías populares al proceso y posibles acuerdos de paz, las organizaciones de creyentes de base? 3) ¿Cuál es la práctica celebrativa que vamos a adoptar para mantener activa la vigilancia crítica a otras trampas divisionistas que podrían pretender contra nuestra fuerza de unidad? 4) ¿Cuál va a ser nuestro papel y compromisos organizados en la propuesta “otra democracia es posible” que ya suena por todos los rincones y luchas de la geografía nacional?
Lo de noviembre 2015 va a necesitar muchos cerebros pensando en sintonía, y muchas manos trabajando en coordinación, y una radical vocación de unidad popular o, si se quiere leer así, de vital e invencible reedición de la camilista propuesta de un “frente unido”.
Tal vez el cura quiera acomodarse de nuevo en la moto del pastor o, sencillamente, asumir un papel y un lugar en la lucha organizada de nuestro pueblo, con vocación de poder popular.
* Animador de “Comunión sin fronteras”, [email protected]
** Sobrino, Jon, “Fuera de los pobres no hay salvación”. En: www.envio
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