I. Miranda y Bolívar
El generalísimo Francisco de Miranda había puesto al coronel Simón Bolívar al mando de Puerto Cabello, la plaza fuerte marítima más importante de Venezuela. El 30 de junio de 1812 el coronel Bolívar fue sorprendido por la traición del teniente venezolano Francisco Fernández Vinoni, que soltó a los prisioneros realistas y comandó la revuelta para retomar el puerto por los hombres del rey, mientras que Bolívar apenas tuvo tiempo de ponerse a salvo con parte de los suyos, después de combatir hasta el seis de julio, no solo contra los realistas, sino contra la misma población, deseosa de que las cosas volvieran al estado anterior a la revolución del 19 de abril de 1810. El revés gravísimo de Puerto Cabello ocasionó la caída de la República. Miranda intentó por todos los medios agrupar a los patriotas y conducirlos a enfrentar unidos la feroz arremetida de las tropas de Domingo Monteverde; pero Miranda estaba rodeado de patriotas que, si no traidores, eran cobardes llenos de vacilaciones. Viendo inevitable la derrota a manos de Monteverde, Miranda consideró, con la serenidad del hombre de experiencia y del estadista acostumbrado a atisbar el horizonte, que ofrecer resistencia a Monteverde significaría sacrificar la generación de jóvenes patriotas y privar con ello a la revolución de las cabezas que deberían continuarla hasta la victoria. Miranda, ya viejo aunque no envejecido (sesenta años, veinte por encima del promedio de vida de la época) consideró lo correcto sacrificarse él para salvar a los jóvenes. En consonancia con ese pensamiento generoso, y acatando el mandato del congreso, propuso negociaciones a Monteverde para una capitulación honrosa. La intención de Miranda no era la de entregarse al enemigo, sino escapar a Santafé, donde obtendría el apoyo “de mi amigo Nariño”, presidente de Cundinamarca, reorganizaría el ejército venezolano y emprendería a una con Nariño la liberación de Venezuela y la creación de una patria común: Colombia.
Los biógrafos, tanto de Miranda como de Bolívar, coinciden en que la prisión del generalísimo constituye una “página oscura en la vida de Bolívar” por la participación que tuvo en el “complot de los coroneles” para detener a Miranda y entregarlo a Monteverde, a cambio de pasaportes que les permitieran salir de Venezuela, sanos y salvos. Es verdad que hubo ese complot de coroneles, y es verdad que Simón Bolívar capturó y entregóa Miranda, y no es menos verdad que por ello Monteverde le facilitó el salvoconducto; pero ninguno de los biógrafos ha examinado qué hay detrás de esas verdades aparentes, ni hecho la autopsia de las circunstancias que produjeron aquellos acontecimientos y que determinaron el final de la carrera del Libertador Francisco de Miranda y el comienzo de la del Libertador Simón Bolívar, por común acuerdo entre ambos.
II. Detrás de las apariencias
El único que discrepa de la creencia en la “página oscura en la vida de Bolívar” es el historiador colombiano Julio Hoenigsberg, biógrafo del general Santander y miembro de la Sociedad Bolivariana del Atlántico. Hoenigsberg, en un ensayo bien documentado (La prisión de Miranda, Barranquilla, 1959) demuestra que la idea de entregar a Miranda fue del Marqués del Toro, del abogado Miguel Peña (que luego sería el artífice venezolano de la destrucción de Colombia) y del coronel Manuel María Casas. La participación de Bolívar en esa trama no tuvo otro motivo que “el de un ardiente patriotismo”, concluye Hoenigsberg. No hay duda sobre las intenciones traicioneras de Peña y Casas, ni sobre los motivos patrióticos de Bolívar, en el asunto de la prisión de Francisco de Miranda. No obstante, si hacemos una disección de los documentos de Hoenigsberg, y los cotejamos con el contexto de la Carta de Jamaica, que Bolívar escribiría tres años después, y con las circunstancias inmediatamente anteriores a la caída fatídica de Puerto Cabello, e inmediatamente posteriores al desastre de la primera república, llegaremos a conclusiones mucho más interesantes para esclarecer la verdad de los hechos.
Entre las familias Miranda y Bolívar existía una amistad de años antes del nacimiento de Simón. En 1772 la élite venezolana auspicia el viaje de Francisco de Miranda a Europa con miras a que aprenda las artes militares y haga relaciones que puedan ser útiles en un futuro movimiento independentista. Miranda se aplica a ello, como lo registra, casi día por día, en su archivo. En 1784 recibe una carta de sus compatriotas de Caracas, entre ellos Juan Vicente Bolívar, padre de Simón (nacido el año anterior), que lo apremian a activar el movimiento revolucionario. Las cosas en el Nuevo Reino, del que hace parte la Capitanía General de Venezuela, “están insoportables”. El veterano ideólogo de la Independencia (que tiene en su cabeza el pensamiento de crear con los pueblos liberados una poderosa nación llamada Colombia, que se extienda de punta a punta del continente suramericano), editor en Londres de un periódico llamado El Colombiano, recibe el 14 de julio de 1810 la visita de una comisión de tres jóvenes provenientes de Caracas: su pariente Luis López Méndez, Andrés Bello, secretario de la Comisión, y Simón Bolívar, quien le lleva varias cartas de parientes y amigos. Uno de los corresponsales, el cuñado de Miranda, don José María Fernández, le dice que el portador, Simón Bolívar, “de los caballeros Bolívares”, es uno “de los que más han manifestado su aprecio” por “la memorable persona” de Francisco de Miranda. El aprecio es correspondido de inmediato. Bolívar, para preparar la llegada de Miranda, inicia viaje a Caracas el 16 de septiembre, no sin desembolsarle dos mil libras “para que nada le falte” y asegurándole que serán pagadas por la Junta de Caracas, si la verdad es que salen del bolsillo de Bolívar, así como los gastos del viaje y el sostenimiento de sus dos compañeros de comisión, López Méndez y Andrés Bello. Con esa seguridad, Miranda acepta las dos mil libras. Veinte días después de la partida de su joven amigo, se embarcade regreso a Caracas. En La Guaira, una cabalgata de ciudadanos, encabezada por Simón Bolívar, le tributa una recepción triunfal y lo acompaña hasta Caracas, donde entra el 10 de diciembre, treinta y nueve años después de haber salido de allí, y se aloja en la casa de Bolívar. Pasado el júbilo hipócrita de los oportunistas, Miranda se va a encontrar en Caracas con las mismas contrariedades inesperadas con que topó en Santafé su amigo Antonio Nariño.
Le salen a Miranda mal querientes que lo ven como a un intruso, un “extranjero”. Los intrigantes maniobran para impedir que Miranda sea proclamado presidente, se esfuerzan por hacerlo a un lado, y al fin, ante el peligro de un ataque inminente de las tropas realistas, sus opositores en la Junta de Gobierno agachan la cabeza. Miranda es nombrado Generalísimo y comandante supremo de los ejércitos de la República. Simón Bolívar ha permanecido firme a su lado en la difícil tarea de evitar que las disensiones promovidas por la ambición de algunos, no pocos, sea la causa de que se pierda la República. Es uno de los que más influyen en convencer a la Junta de que sólo Miranda tiene las capacidades para organizar la resistencia contra un enemigo más y más amenazador. Miranda le confiere al joven Bolívar el grado de Coronel y lo nombra Comandante de la Plaza de Puerto Cabello.
Cuesta trabajo pensar que la estrecha amistad y la comunión ideológica entre dos hombres geniales, diferenciados por la edad, pero identificados a la perfección en un mismo ideal, se hubiera roto de repente y de una manera tan drástica, que el joven termina entregando al viejo a sus enemigos comunes, como nos lo muestra la apariencia; pero detrás de la apariencia tenemos que buscar las verdaderas causas del suceso, detrás de la apariencia estamos obligados a verificar si el lápiz que se ve quebrado dentro del vaso de agua, realmente está quebrado, o aparece así como efecto de una distorsión visual común a los objetos que se observan a través del agua. Si sacamos el lápiz, veremos la realidad: no está doblado. Si indagamos detrás de las apariencias, que son como el agua, veremos la realidad de la ruptura entre Miranda y Bolívar: no hubo tal ruptura.
Lo que se infiere de los documentos revelados por Hoenigsberg admite deducir que Miranda y Bolívar estaban al tanto de la conspiración tramada por los enemigos de aquél, para asesinarlo. Miranda, resuelto a evitar el sacrificio de la joven generación de oficiales y patriotas en quienes fundamenta la esperanza de librar una guerra victoriosa por la independencia y la libertad de Venezuela, le confía su plan a Bolívar. Lo convence de que la capitulación es indispensable y de que él, Bolívar, debe ser quien les entregue a los españoles la codiciada presa que han perseguido por cuarenta años; pero le hacer prometer, a Bolívar, que la nación que habrá de surgir de la victoria, se llamará Colombia, y que si no es posible conformarla con todos los pueblos del continente sur, sí deberán integrarla Venezuela y la Nueva Granada. Le recomienda que acuda al presidente Nariño, en quien encontrará apoyo firme e incondicional. Bolívar le empeña su palabra. Y lo primero que hace, cuando medita en el exilio la campaña de independencia, es reiterar en su Carta de Jamaica esa palabra de honor: “La Nueva Granada se unirá con Venezuela, si llegaran a convenir en formar una república central, cuya capital sea Maracaibo, o una nueva ciudad, que con el nombre de Las Casas, en honor de este héroe de la filantropía, se funde entre los confines de ambos países, en el soberbio puerto de Bahíahonda. Esta posición, aunque desconocida, es más ventajosa por todos aspectos: Su acceso es fácil y su situación tan fuerte, que puede hacerse inexpugnable. Posee un clima puro y saludable, un territorio tan propio para la agricultura como para la cría de ganado, y una grande abundancia de maderas de construcción. Los salvajes que la habitan serían civilizados, y nuestras posesiones se aumentarían con la adquisición de la Goajira. Esta nación se llamaría Colombia, como un tributo de justicia y gratitud al creador de nuestro hemisferio”. Son, casi calcadas, las de la última frase, las palabras empleadas por Miranda, muchos años atrás, para explicar por qué deseaba bautizar la nueva nación con el nombre de Colombia. Y Colombia se llamará la nueva nación que, a instancias del Libertador Simón Bolívar, será instituida entre Nueva Granada y Venezuela, por el Congreso Constituyente de Cúcuta en 1821, que deja abiertas las puertas para la incorporación del Ecuador tan pronto quede liberado.
III. La carta de Jamaica
Los enemigos de Miranda le han propuesto que se embarque en una goleta inglesa fondeada en La Guaira, y que huya a Londres. Miranda se niega. Piensa que, si la fuga es exitosa, el jefe español Domingo Monteverde descargará su ira sobre la población venezolana y habrá una degollina. En apariencia, ningún obstáculo ajeno le impide a Miranda abordar la goleta. Su decisión es cumplir los términos de la capitulación con Monteverde, y Bolívar le advierte que los antimirandistas, que invitan al generalísimo a ponerse a Salvo, han tomado la capitulación como pretexto para, a sus espaldas, tildarlo de traidor. Se proponen asesinarlo en el momento de embarcarse (si les hubiera aceptado la invitación) o antes de la entrega a Monteverde. Bolívar acepta arrestarlo él mismo para cuidar la vida de Miranda. El glorioso jefe libertario estará más seguro en las manos de Monteverde.
Bolívar sigue en un todo las indicaciones de Miranda. Pasa a la Nueva Granada a solicitar la ayuda del presidente de Cundinamarca, pero en Cartagena la encuentra enseguida y gana el tiempo precioso que le demandaría el viaje a Santafé. Escribe un manifiesto (conocido como El manifiesto de Cartagena) que da a la publicidad el 15 de diciembre de 1812. Sus análisis certeros, y su elocuencia convincente, le procuran la simpatía de los cartageneros, que vibran al compás de las últimas palabras del manifiesto: “¡Corramos a romper las cadenas de aquellas víctimas que gimen en las mazmorras, siempre esperando su salvación de vosotros; no burléis su confianza; no seáis insensibles a los lamentos de vuestros hermanos. Id veloces a vengar al muerto, a dar vida al moribundo, soltura al oprimido y libertad a todos!”.
Una brillante campaña militar adelantada por Bolívar despeja las amenazas españolas que por varios puntos se ciernen sobre Cartagena. Se sabe que una gruesa fuerza realista viene por Venezuela con el ánimo de atacar Cartagena. Bolívar sale a combatirla al mando de un contingente patriota. Toma por sorpresa a los españoles y los hace retroceder. Ya en territorio Venezolano se le ocurre adelantar la campaña de liberación de Venezuela (La Campaña Admirable de 1813). Comprueba que le faltan hombres y recursos para una empresa de esa magnitud y envía a su primo José Félix Ribas a solicitar la ayuda del presidente Nariño. Ribas es recibido con júbilo en Santafé y Nariño, de inmediato, le reúne considerable suma de dinero y le suministra un batallón de jóvenes granadinos para apoyar la acción libertadora de Bolívar en Venezuela.
Con esos refuerzos humanos y económicos, Bolívar emprende la campaña. Victoria tras victoria recupera primero Mérida, donde le confieren el título de Libertador, y después Caracas, que le reconfirma el título. La reacción española, comandada por los sanguinarios e implacables José Tomás de Boves y Francisco José Morales, que diezman sin compasión a los republicanos, obligan a Bolívar a salir de Caracas y a declarar la guerra a muerte en respuesta a la que adelantan Boves y Morales. Bolívar sale de Venezuela derrotado y los españoles quedan dueños del noventa por ciento del territorio venezolano. El Libertador se pone a las órdenes del Congreso de las Provincias Unidas, que sostiene un enfrentamiento con el Estado Libre e Independiente de Cundinamarca. Bolívar, con el ejército del Congreso, ataca Santafé, la toma y la somete. Marcha a Cartagena con los refuerzos enviados por Santafé para la defensa de la plaza. En Cartagena, el jefe de la ciudad, Manuel del Castillo, les niega la entrada a Bolívar y a sus hombres. Bolívar resigna el mando del ejercito y resuelve exiliarse en Jamaica. Llega a Kingston el 14 de mayo de 1815. Su actividad en la isla es febril en la búsqueda de contactos y auxilios para la causa de la independencia. El 10 de julio escribe al presidente del Congreso de Nueva Granada una explicación detallada de los motivos que lo indujeron a separarse del ejército y salir del país. Entre mayo y septiembre medita y escriba la que se conoce como Carta de Jamaica. Dice al comenzar que se “apresura a contestar la carta de 29 del mes pasado” recibida de su corresponsal, un ignoto, y con seguridad inexistente, caballero de Kingston. Tal afirmación nos induce a pensar que Bolívar escribió la carta (de algo más de treinta páginas impresas, en letra apretada) en los nueve días que corren del 29 de agosto al 6 de septiembre. Si ese tiempo le demandó la redacción, no es posible creer que un documento de naturaleza tan compleja haya sido fruto del apresuramiento. No hay duda que la Carta de Jamaica fue el producto de una larga y profunda reflexión, que debió comenzar el día mismo de su llegada a Kingston, con muchos borradores, a los que dio forma definitiva en los días mencionados.
La Carta de Jamaica (Contestación de un Americano meridional a un Caballero de esta isla, como aparece publicada en inglés en una de las gacetas de Kingston, a finales de septiembre) tiene varios fondos, como el cajón de mago. Lo primero que vuelca en ella el Libertador exiliado, es el análisis crítico del carácter de los americanos del Sur, y específicamente el de los granadinos y venezolanos. Sus comentarios, no por cítricos menos realistas, consideran que el enemigo principal de la libertad de América no son los españoles sino los propios americanos, que ponen sus ambiciones personales, sus querellas mezquinas, sus egoísmos y sus envidias, sobre el interés de la patria. Sin explicitarlo, la carta es un reproche a la actitud de los intrigantes que, por dañar al general Miranda, destruyeron la libertad de Venezuela; pero también es una exposición apoteósica de la lucha que los pueblos mantienen contra el invasor, y una censura a la indiferencia con que las potencias contemplan la heroica resistencia de las antiguas colonias españolas contra su “madrastra” desnaturalizada. “…nosotros esperábamos con razón que todas las naciones cultas se apresurarían a auxiliarnos para que adquiriésemos un bien cuyas ventajas son recíprocas a entrambos hemisferios. Sin embargo, ¡cuán frustradas esperanzas! No sólo los europeos, pero hasta nuestros hermanos del Norte se han mantenido inmóviles espectadores en esta contienda, que por su esencia es la más justa, y por sus resultados la más bella e importante de cuantas se han suscitado en los siglos pasados y modernos, porque ¿hasta dónde se puede calcular la trascendencia de la libertad del hemisferio de Colón?”. No es necesario insistir en que esa indiferencia inhumana anotada por Bolívar ha trascendido hasta nuestros días, transformada en un interés de los europeos y de nuestros hermanos del Norte, por la América Latina, que no es precisamente humanitario.
La Carta de Jamaica ha sido calificada, con justicia, de “profética”. Los augurios que Bolívar formuló en ella, han venido ocurriendo y repitiéndose tercamente en los dos siglos que hace que fue escrita. La conclusión del mensaje está en la Unión: “Seguramente la unión es la que nos falta para completar la obra de nuestra regeneración. Sin embargo, nuestra división no es extraña, porque tal es el distintivo de las guerras civiles formadas generalmente entre dos partidos conservadores y reformadores. Los primeros son por lo común más numerosos, porque el imperio de la costumbre produce el efecto dela obediencia a las potestades establecidas; los últimos son siempre menos numerosos, aunque más vehementes e ilustrados. De este modo, la masa física se equilibra con la fuerza moral y la contienda se prolonga, siendo sus resultados muy inciertos. Por fortuna entre nosotros la masa ha seguido a la inteligencia.
“Yo no diré a usted lo que puede ponernos en aptitud de expulsar a los españoles y de fundar un gobierno libre. Es la unión, ciertamente, mas esta unión no nos vendrá por prodigios divinos, sino por efectos sensibles y esfuerzos bien dirigidos. La América está encontrada entre sí, porque se halla abandonada de todas las naciones, aislada en medio del universo, sin relaciones diplomáticas ni auxilios militares, y combatida por la España, que posee más elementos para la guerra que cuantos nosotros furtivamente podemos adquirir.
Cuando los sucesos no están asegurados, cuando el Estado es débil, cuando las empresas son remotas, todos los hombres vacilan, las opiniones se dividen, las pasiones se agitan y los enemigos las animan para triunfar por este fácil medio. Luego que seamos fuertes bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su protección, se nos verá de acuerdo practicar las virtudes y los talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia las grandes prosperidades a que está destinada la América meridional; entonces las ciencias y las artes que nacieron en el Oriente y han ilustrado la Europa, volarán a Colombia libre, que las convidará con un asilo”.
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