Este no es un libro de historia —si a ésta se le define con un sentido formalista y convencional— sino un ensayo de reflexiones sobre la historia. Por su misma naturaleza, no apunta hacia el descubrimiento original de nuevos y desconocidos hechos relacionados con diversos aspectos de la insurrección de los comuneros o de los levantamientos populares del siglo XVIII, sino hacia otro objetivo: la interpretación coherente de hechos ya investigados y su inserción en el contexto histórico de su espacio y de su tiempo. La tarea emprendida es, entonces, más de integración y de valoración crítica de acontecimientos, procesos y circunstancias históricas, que de nuevas revelaciones acerca de los diversos protagonistas de la revolución y de la contrarrevolución. Se ha buscado precisar aquellos elementos que dan congruencia y sentido a la historia —en un período crítico de la sociedad colonial— y no centrar el análisis en un necio, inútil y renovado procesamiento judicial del Arzobispo Caballero y Góngora, de José Antonio Galán o de Juan Francisco Berbeo. En este propósito, lo que se ha considerado como verdaderamente fundamental es insertar la insurrección comunera dentro del contexto histórico de la crisis del sistema de dominación hispanocolonial y de los profundos cambios ocurridos en el ordenamiento capitalista del Caribe y en la confrontación mundial entre antiguos y nuevos imperios, así como de las transformaciones operadas en la organización económica, en la estructura social, en las formas de pensamiento o en las relaciones de poder al interior de la sociedad neogranadina. La insurrección comunera sirvió para definir no sólo el enorme potencial revolucionario del pueblo raso y las brechas del sistema de dominación hispanocolonial, sino la habilidad política de esa élite —o patriciado criollo— de las clases latifundistas y burguesas neogranadinas que estaban por entonces planteándose el problema del ejercicio autónomo del poder político y que —sin sumarse abiertamente a la actitud insurreccional— diseñaron la trama ideológica de las Capitulaciones. Semejante hecho implica un reconocimiento de que las clases sociales no funcionan como bloques de cemento armado y de que —en la historia de los conflictos sociales— es fundamental la diferenciación de las clases en capas y estratos, en élites perspicaces de vanguardia y en retaguardias pasivas, reaccionarias o conservadoras. Este enfoque conceptual permite comprender —en un momento crítico— tanto la conducta conformista de la aristocracia terrateniente en cuanto clase social con perfiles muy definidos, como la audacia política de esa élite aristócrata o burguesa que participó —en representación de los Cabildos de Tunja y Santa Fe— en la orientación ideológica de las Capitulaciones y en el final desvertebramiento de la insurrección. En última instancia, la diferencia esencial entre la insurrección de 1781 y la revolución de 1810, consistió en que en la primera el pueblo raso tomó la iniciativa y obtuvo el apoyo —desde luego condicionado— de la élite latifundista y burguesa; y en la segunda, fue la aristocracia latifundista y la burguesía de comerciantes criollos la que tomó la iniciativa del alzamiento revolucionario —a partir del escenario de los Cabildos— y sólo posteriormente obtuvo el apoyo y alistamiento del pueblo raso, al modificarse el esquema político de la Independencia y al transformarse la guerra del patriciado en una guerra popular.
Desde el punto de vista metodológico, este análisis podría caracterizarse por la presencia de dos elementos: el empleo de una forma abierta de ensayo crítico y la utilización de la dialéctica como un modo insustituible de conocimiento científico-social. En el siglo XIX, el ensayo sirvió para lograr la integración del saber filosófico en la interpretación de los problemas de una sociedad colombiana situada a medio camino entre el sistema de vida colonial y la insurgencia de las fuerzas protagónicas de una nueva economía y de un nuevo Estado republicano y democrático: éste constituyó el método de pensamiento de las inteligencias más representativas de la época, de José M. Samper, Manuel Murillo Toro, Sergio Arboleda a Manuel M. Madiedo y Rafael Núñez.
La tradición colombiana del ensayo fue restaurada desde finales del siglo XIX y principios del XX por medio de los notables aportes de Carlos Arturo Torres, Diego Mendoza Pérez y Baldomero Sanín Cano.
En las actuales condiciones de la ciencia social en Colombia y en América Latina, la dialéctica ha hecho posible plantear el problema de la reintegración del saber social —fragmentado y desarticulado como efecto del desarrollo separado de las diversas ramas de unas ciencias sociales encapsuladas en compartimientos estancos y sin relaciones entre sí— como único medio de ver y comprender la realidad en su conjunto, en su totalidad y en sus componentes, en sus interrelaciones y en sus conflictos, en su dinámica y en sus fuerzas contradictorias, en sus dimensiones cuantitativas y cualitativas, así como en las posibilidades de preservación o de transformación de esa realidad. En esto consiste, precisamente, la alternativa dialéctica del desarrollo de la ciencia social en América Latina. O en otros términos: el modo dialéctico del conocimiento se ha constituido en la alternativa fundamental de la ciencia social—como ciencia crítica— en la América Latina, en camino hacia la formulación de nuevos proyectos políticos de nueva sociedad.
Este criterio de interpretación de la historia ha sido sometido a un largo proceso de clarificación y de continuo examen, a través de cursos y seminarios impartidos en la Escuela Normal Superior, en la Facultad de Derecho y en el Instituto de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional —a partir de la década de los años cuarenta— así como a través de diversas obras de reflexión social y política sobre la sociedad colombiana. Algunos de estos materiales han sido utilizados, actualmente, en exposiciones hechas en la Radiodifusora Nacional—con el título de Lecciones de Historia— en respuesta a la invitación de su Director Hjalmar de Greiff y a la invaluable cooperación de Cecilia Fonseca de Ibánez.
El ensayo sobre Los comuneros en la prerrevolución de Independencia, forma parte de un proyecto general de análisis e interpretación de los grandes ciclos de la historia colombiana, definidos de acuerdo con las coyunturas de crisis o de ruptura (en lo que hace a los modos de inserción de país en el mercado mundial y en las constelaciones internacionales de poder, así como a los cambios en el sistema interno de dominación social y política) y con la insurgencia y auge de nuevas fuerzas capaces de protagonizar e instrumentar nuevos proyectos políticos y de modificar, en algún sentido, las relaciones sociales, las condiciones de funcionamiento del modelo económico, la naturaleza y el papel de la cultura, los rumbos y aparatos del Estado y, en fin, lo que en términos muy generales podría llamarse el estilo de vida.
Esos ciclos históricos podrían definirse así, a grandes rasgos:
- La revolución nacional de Independencia y la República Señorial (1810-1849).
- La apertura agro-exportadora y la Primera República Liberal (1849-1884).
- La integración nacional y la República Autoritaria (1884-1920).
- La modernización capitalista y la Segunda República Liberal (1920-1946).
- La contra-revolución preventiva y el proyecto militar populista (1946-1958).
- La crisis del Estado Liberal de Derecho y la articulación del modelo de capitalismo dependiente 1958-1980).
Bogotá, noviembre de 1980
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