Bogotá. En la prodigiosa geografía en la que hoy se asienta la Localidad 19, Ciudad Bolívar, con sus más de 800.000 pobladores, habitaban en el momento del arribo de Gonzalo Jiménez de Quesada los suatagos, los cundai y los usmes. Con la Colonia, las tierras comunitarias y la abundancia compartida fueron convertidas bajo el signo de la espada y la cruz en haciendas privadas.
En la década del 50 del siglo XX, varias haciendas fueron parceladas y se instalaron las primeras ladrilleras, a cuyos trabajadores se les ofreció habitar lotes con sus familias a cambio de su labor. Los primeros asentamientos marginales fueron edificados en ese tiempo en las áreas bajas y medias de la localidad, con sudor y latas y plásticos, por labriegos que huían del exterminio decretado por el régimen en los campos de Colombia.
En la década del 80, bajo el impulso de programas del Banco Mundial que pretendían impedir la dispersión de la pobrecia por toda la ciudad, fueron ocupadas las partes altas de las montañas de la localidad y las zonas de mayor riesgo. Se asentaron allí desplazados internos de la misma Bogotá, familias que vivían en inquilinato, además de algunos núcleos familiares recién llegados del campo, en el interminable destierro que padece este país.
Poco a poco, los medios de comunicación fueron reduciendo el imaginario colectivo sobre la compleja condición social de Ciudad Bolívar a un escenario de violencias, conflicto y delincuencia, paradójico estereotipo si se tiene en cuenta que en la localidad, rural en un 70 por ciento, habita una población trabajadora que día a día y noche a noche cumple extenuantes jornadas de labor con una remuneración que es, cuando más, la mínima legal. Este ritmo agotador de labor imprescindible, en el propósito de reunir lo necesario para sobrevivir, obliga a las madres –y los padres, cuando están presentes– a dejar sus hijos sin cuidado directo la mayor parte del tiempo, y es la calle, con todas las trampas de las megaurbes engendradas bajo el signo de la lógica de dinero como deidad suprema, la instancia que se encarga de instaurar ideas, valores y conductas.
En esta atmósfera –en la que no pocos niños enfrentan la desnutrición y la violencia en sus hogares hacinados, y la mayor parte de los jóvenes no pueden continuar sus estudios, viéndose abocados al desempleo, los oficios mal remunerados, el pandillaje, las adicciones mortíferas, la prostitución– surgió el proyecto de Sueños Films en un difícil período, entre 2000 y 2005, cuando fueron aniquilados muchísimos jóvenes líderes comunitarios.
El proyecto audiovisual nació a partir del encuentro de algunos jóvenes que se habían conocido en otro devenir comunitario: El cielo en la tierra, que procuraba enfrentar la violencia, endémica en las periferias míseras de las capitales latinoamericanas, desde una labor espiritual. El colectivo audiovisual centró sus esfuerzos desde el comienzo, en 2005, en investigar y dar a conocer la asombrosa multiplicidad de iniciativas comunitarias que han florecido en Ciudad Bolívar en torno a los derechos humanos, la soberanía alimentaria, la atención a menores, la educación alternativa, como respuesta solidaria a la violencia enraizada en las duras condiciones de la localidad. El proceso se inició con Historias vitales, la realización de diez cortodocumentales de excelente calidad que hicieron visibles iniciativas asombrosas que han hecho bastante con muy poco, logrando a cada instante que la vida sea posible y que la dignidad no sea una desconocida.
Ciudad Bolívar ha recibido por muchos lustros la población desplazada de diferentes lugares del país. En tal sentido, es un caldero singular en el que se entremezclan diversas culturas y experiencias de destierro. Así, resulta por lo menos paradójico que la educación pública que se le ofrece a la mayor parte de los jóvenes no considere la agroecología como una dimensión esencial. El Colectivo, que ha alentado con dinero y sin dinero, con apoyos y sin apoyos, la creación de una Escuela Popular de Cine y Video Comunitario, se planteó desde el comienzo el propósito de ofrecer espacios educativos de carácter alternativo que respondan a las necesidades y las expectativas de jóvenes que se resienten de un sistema educativo con enorme peso de la dimensión instruccional que los atosiga con toneladas de información sin consonancia con sus problemas y anhelos, además en aulas hacinadas.
Proceso formativo y Sancocho
El Colectivo ha construido un permanente proceso formativo en torno al uso de la herramienta audiovisual, la Escuela Eko, dirigida a niñas y niños de los barrios Jerusalén, Potosí y Lucero Medio, y un diplomado ofrecido conjuntamente con la Universidad Javeriana, en el marco de la Escuela de Cine, dirigido a jóvenes de la localidad con alguna experiencia en el manejo de la herramienta audiovisual.
Una dimensión especialmente valiosa del proceso formativo es que toma en cuenta los variados talentos y las dificultades de los participantes, y acoge a quien no puede asistir con regularidad o debe asistir en compañía del menor o mayor que tiene a cargo. Poco a poco, a lo largo de varios módulos insertos en un proceso indefinido, los participantes aprenden a manejar una cámara, hacer el stop motion, la narrativa, el guión, la animación, etcétera. Quienes van dominando el proceso se hacen guías de los que llegan por primera vez.
En el transcurso se privilegia la capacidad de expresar los resultantes universos interiores de vivenciar los entornos en los que se desenvuelve la existencia, aumentar la comprensión crítica de las propias circunstancias, incrementar el reconocimiento de sus entornos familiares y sociales –disminuyendo la violencia con la que son tratados–, elevar la autoestima de los niños y los jóvenes, y potenciar la capacidad de incidir creativamente en las realidades que se afrontan en la vida cotidiana.
Unida a la dimensión formativa, funciona la productora audiovisual que nutre sus realizaciones en las temáticas propuestas por los participantes, quienes en el proceso aprenden cómo el poder formidable de la cooperación, la imaginación creadora y la pasión hacedora pueden sustituir el dinero para emprender la construcción de las obras que anhelan. Hay un contraste ejemplar frente a la producción audiovisual mercantil y los medios noticiosos imperantes, en la que se gastan recursos colosales para no decir nada, producir cuando más realizaciones que no alimentan imaginación ni corazones, que por tanto aumentan la confusión entre jóvenes y niños, manipulan sin piedad mentes y deseos, y perpetuar los mecanismos de esclavitud ligados al consumismo y la competencia feroz.
En el proceso del Colectivo Sueños surgió la idea de organizar un festival anual que reuniese la producción audiovisual, ligada a procesos comunitarios, ámbito en el que las obras invitadas son proyectadas en lugares donde funcionan valiosos procesos de organización comunitaria, un espacio de encuentro de los creadores y las obras que laboran en comunicación alternativa, un punto de reunión, además, que permitiese el intercambio entre quienes investigan y proponen narrativas enraizadas en nuestras circunstancias. Así surgió hace cinco años la primera edición del Festival Ojo al Sancocho.
Del 16 al 23 de septiembre de 2011 tendrá lugar la V edición del Festival. En esta ocasión vendrán invitados de Brasil, España, Venezuela. La programación del Festival puede ser consultada en la página http://festivalojoalsancocho.wordpress.com/.
En el marco del Festival fue concebida la Ruta del Sancocho: un itinerario ideado para que antropólogos, historiadores, sociólogos y ambientalistas, entre otros estudiosos, puedan conocer los asombrosos procesos de creación comunitaria de dignidad en esta singular localidad en la que cohabitan la fiereza de la vida y el tedio de la muerte engranada a la miseria, el ímpetu creador y la devastación ligada al lucro individual, la adversidad de las injusticias históricas y la potencia comunitaria, el hedor de las más de 600 toneladas de basura que a diario deposita la ciudad y los santuarios ecológicos amenazados por el proceso de expansión urbana.
Daniel, Yaneth, William, Andrea, Natalí, Manuel, Marcela, Zuladi y Esther Nayibe conforman el grupo de impulso de esta Escuela Popular de Cine y Video Comunitario, que, con diferentes tiempos de dedicación y junto a una red de organizaciones de apoyo local, hacen posible que este emprendimiento continúe creciendo, mostrando la cara oculta de Ciudad Bolívar y revelando una manera de hacer posible que la tecnología audiovisual les sirva a la emancipación de las comunidades y su buen vivir.
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