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El Nuevo Reino de Granada

El Nuevo Reino de Granada

Entre costas, valles, sabanas, cordilleras, selvas
y ciénagas, se construye el país de regiones

Antecedentes del desmoronamiento del dominio español en América Latina (III)

A la velocidad del caballo y de la barcaza, la vida cambió para los pueblos originarios. Cuando el primer pie invasor, con espada, cruz, y arcabuz, pisó el territorio que hoy es Colombia (hacia 1499, peninsula de La Guajira), se encontró con decenas de pueblos, la mayoría recolectores y cazadores, sin autoridad interna centralizada. Las excepciones eran pocas: los chibchas en la actual región cundiboyasence, los pastos al sur y los arhuacos, koguis y wiwas en la sierra nevada de Santa Marta

Al lado del soldado iba el cura y el jurisconsulto. Con decisión de conquista, los recién llegados fueron imponiendo su doctrina y su voluntad. La resistencia de los nativos fue diversa y las formas de control surgían al paso. A quienes por intermedio de su cacique aceptaron la nueva realidad, los sometieron a encomienda y mita. Quienes resistieron de manera directa (panches, carares, yareguíes, muzos, opones. pijaos) fueron exterminados o reducidos a su mínima expresión. Otros, al comprender la nueva realidad, se replegaron a los puntos altos de las cordilleras.

Desde ese pretérito, un afán de tierra y de prestigio

Procedentes desde España, por el camino de sus vientos, el bravio Océano Atlántico trajo hasta estas tierras, una cultura y un país donde el capitalismo aún no se imponía a cabalidad. Por aquí arribaron cientos, miles de gentes venidas a menos, con la leyenda o soldados de la España imperial, de personas en busca de la tierra y el prestigio, que no obtendrían en su país. Llegaban deslumbrados por los relatos de los primeros y “pérdidos” embarcados, y por el afán de conquista y control de sus reyes como Felipe II y su militar el Duque de Alba, y los Reyes Católicos y Carlos V –que tras un antes de conquista de las Islas Canarias y su pueblo guanche –los primeros esclavos: blancos–, y la anexión de Portugal y sus colonias, y de rendir el 2 de enero de 1492, a Granada el último reino musulmán de Occidente. Y a Navarra después.

Procedían de un Reino donde la tierra no tenía valor ‘mercantil’ –dadas sus aspiraciones hidalgas– que poseía apenas un valor puramente moral, de dignificación personal.  Al llegar aquí, e imponerse a sangre, fuego y verbo, amasan inmensas cantidades de tierra ajena. A pesar de acaparar tanta, demandan a su Rey más y más. Y más y más mano de obra indígena, gratuita. Surge así, el ‘señor’ latifundista, primer personaje de la Colonia hispanoamericana.

Actúan con apetito voraz, con el cual consiguen el ideal de su sociedad y de su época; ascender a la condición de “señor”, de “don”. “En América este señor feudal frustrado e incipiente que es todo español del pueblo, se instala a sus anchas y da rienda suelta a sus deseos reprimidos…” (1). Y al construir sociedad, al lado del latifundista “…crece y prolifera el aprecio desmedido por la burocracia (…)” (2). Una doble realización: el “latifundista-burócrata” doble encarnación –por siglos– del anhelo social hispanoamericano, con la cual  limpia su apellido y sangre, adquiere poder social, prestigio, con simulación de poder hereditario y con remedos de privilegios feudales de gobierno, y el arribo a un vivir en ocio, que eran ideales supremos de aquella sociedad, a los cuales debía subordinarse la riqueza y condicionar el lucro.

Poseer tierras. Así, considerando los oficios mercantiles y fabriles como símbolos de la degradación espiritual y religiosa, el ibérico, penetrado por una concepción ético-religiosa acuñada en cinco siglos de coronas y vida feudal, asume la posesión de la tierra y al señor que la posee, como la llegada a la cima de la vocación humana, en valoración de sus normas de conducta como el camino obvio hacia la libertad, la dignidad y el poder (3). Esta referencia y este valor –la de la tierra– solamente pueden ser equiparados como focos de atracción por la burocracia, el sacerdocio o la milicia.

Así se talló la cultura, las formas de ser y de relacionarse. Los valores que marcarán a la mayor parte de Latinoamérica durante los siglos XVI a XIX. Un tiempo durante el cual “la América Española está poseída por dueños privados que desprecian absolutamente todo intento de racionalización de la producción o del lucro.” (4)

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