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Nueva Granada.Entre centralistas y federalistas, o proyecto democrático vs. privilegios históricos

Nada acerca tanto
al hombre a la dignidad
como la acción
de mejorar a sus semejantes,
de romper sus cadenas, de enjugar sus
lágrimas y hacer su felicidad.
Antonio Nariño

1809-1810. La disputa entre España y los débiles procesos emancipatorios que tomaban cuerpo en la América española apenas empezaban. Las dirigencias al mando de las incipientes repúblicas, aún no se definían, claras, por romper de manera total con la Colonia.

En la Nueva Granada, sólo dos procesos simultáneos evidenciaron disposición de ruptura: el que lideradon Antonio Nariño y José María Carbonell en Santafé, y el que encabezó la familia Gutiérrez de Piñeres en Cartagena. Sin embargo, para concretar sus aspiraciones, tendrían que vencer a una aristocracia tradicionalista, sólo con preocupación de proteger sus históricos intereses en la tierra y el comercio, prolongar la esclavitud y usurpar los derechos de los indígenas. A la par, y en continuidad del pasado, la Colonia mantenía el control de Santa Marta y Pasto, provincias regidas por españoles, opuestas a las actuaciones de las Juntas en las otras provincias. Un control idéntico en Coro y Maracaibo, donde reconocían la Regencia.

Santa Marta, Pasto, Coro y Maracaibo. En todas estas ciudades, con excepción de Pasto, la explicación de la persistencia del poder español era una: sus intereses comerciales. Como puertos, predominaba el negocio sobre la independencia, la soberanía y la patria. Desde el primer momento, Antonio Nariño, uno de los principales líderes del proceso que llevó a la total independencia de la Nueva Granada, comprendió la existencia de esta contradicción. También tuvo claro, que para conservarlos como colonias, en cualquier instante España invadiría estos territorios. Por tanto, debía garantizar la defensa de la soberanía. Un asunto prioritario sobre cualquier otra finalidad o disputa. Consciente, Nariño obró.

Su plan, desde antes de ser nombrado Presidente (septiembre de 1811), a fin de conseguir la inmediata declaratoria de independencia, era uno solo: crear desde el gobierno una relativa uniformidad de opiniones en la capital y las provincias, y proceder, una vez resuelta, a modificar la estructura social y política de la comunidad granadina. Pero este propósito, lógico para un país que recién emergía como tal, con provincias que apenas lograban comunicarse entre sí, no contaba con apoyo en la tradición y las familias que amasaban las más importantes fortunas de la época, descendientes de los invasores y de los encomenderos.

Su afán, llevó a Nariño a cometer errores. El primero y más sustancial, mantener al frente del ejército, “dándole amplísimas pruebas de confianza, a don Joaquín Ricaurte, don Antonio Baraya y Antonio Ricaurte Lozano”, todos ellos, integrantes de las familias más poderosas de Santafé. Los mismos que, en el momento propicio, se insubordinaron, rompieron el ejército de Cundinamarca y propiciaron su invasión por las provincias confederadas. El otro: considerar que podría convencer a sus contradictores, al insistir desde la razón, como si la Independencia fuera un problema de voluntad.

La Bagatela. Nariño fundó y alimentó sin descanso La Bagatela. Un periódico desde el cual insistió en la conveniencia o la oportunidad de que la Nueva Granada se independizara en forma plena y definitiva de España. Pero no fue sólo Nariño.

Los hermanos Gutiérrez de Piñeres cometieron errores parecidos. A pesar de vencer en noviembre de 1811, en su disputa contra los poderes tradicionales en Cartagena, olvidaron refrendar su triunfo con el cambio de las autoridades administrativas y la disolución de las instituciones construidas por el patriciado criollo. Confiaron en que el alzamiento de los más pobres era todo, permitieron que la misma Junta de Notables siguiera al frente de la ciudad.

Era verdad que en una primera instancia, la Junta tuvo que tomar las medidas exigidas por el Partido Popular –como declarar la Independencia– pero quedó con las manos libres para retomar la iniciativa política. Así, quienes defendieron los derechos de Fernando VII y la Regencia –los García Toledo, los Narváez, los Castillo y Rada, los Díaz Granados y los Ayos– tuvieron la oportunidad de recomponer el poder.

Cartagena fue solidario. Quienes sufrieron las consecuencias de esta reposición, incluso la muerte (al momento de la ‘pacificación’ que implantó Pablo Morillo), fue el pueblo cartagenero, el mismo que se levantó contra la Corona, por la igualdad y la justicia, en la barriada de Getsemaní y en los arrabales del puerto. Esos mismos sectores populares que admiraban el emprender de Nariño en Santafé, transformándolo en referencia para sus luchas. En objetivo, a tal punto que movilizados, obligaron a la dirigencia del puerto a entregarle a Cundinamarca un cargamento de fusiles, que fue decomisado, con claras intenciones de impedir su llegada a los rebeldes.

Este fervor que mostraron los humildes de Cartagena hacia la causa de la emancipación “se fundaba en que esa causa, para ellos, no tenía el precario carácter de un mezquino litigio con la metrópoli, sino que se confundía, en el alma popular, con una gran esperanza de redención”. Si bien para las familias descendientes de los encomenderos la declaración de Independencia se traducía en un calculado negocio, un pierde o gana, para el pueblo era asunto de dignidad; significaba ni más ni menos que dejar de ser un desconocido, un marginado.

“Las clases bajas de la sociedad, sumidas en la ignominia, envilecidas por la política colonial, fueron despertadas en Cartagena precozmente a las nociones de la dignidad humana, y este fenómeno lo favorecieron antecedentes etnológicos e históricos, las clases bajas de Cartagena eran el último resultado de aquellos indios caribes llamados turbacos y malembúes que durante 35 años mantuvieron a raya a los conquistadores, venciéndolos una y otra vez en desiguales batallas; de aquellos negros de África, de las castas ‘Mina’ y ‘Caboverde’, que por su indomable carácter fue prohibida finalmente su importación, y de los altivos castellanos que mezclaron a los de uno y los otros su sangre belicosa”. Al frente de ellos, los Gutiérrez de Piñeres: Celedonio, Germán y Gabriel.

Gabriel era el más popular: “Predicaba por todas partes la igualdad absoluta, ese dogma destructor del orden social. Siempre cercado de negros y mulatos sin educación quería que los demás ciudadanos ejecutaran lo mismo, bajo la pena de ser tenidos por aristócratas”.

Para lograr su propósito independentista, estos hermanos lograron unir pueblo y ejército. Así, en las barriadas de su ciudad organizan cuadros directivos y brigadas de choque para movilizarlos de ser necesario. Una fuerza que tensionaron el 11 de noviembre, al conseguir que la población, acompañada por la milicia, y armada con fusiles, lanzas y puñales decomisados en asalto al arsenal de armas; y que obligó a la Junta Suprema local a hacer su voluntad.

Camilo Torres y Antonio Nariño

Las contradicciones que siguieron a la conformación de las Juntas Supremas subieron de tono, hasta llegar al enfrentamiento armado. Sus manifestaciones iniciales, prolongadas en los años siguientes, fueron las mismas: papel del pueblo en los destinos de las nuevas sociedades o repúblicas, impuestos, derechos sociales, ruptura no ruptura total con España, obligaciones de la Iglesia, predominio de las viejas provincias o surgimiento de otras, prioridad de la defensa contra la contraofensiva española, valores dominantes en la nueva nación. Prioridades económicas: tierra y comercio. Las contradicciones no se presentaron de una sola vez; fueron sucediéndose, y con cada una, el clima político, social y militar se hacía menos estable.

La primera en presentarse se evidenció el 20 de julio de 1810: ¿Convivencia con la Colonia o Independencia? Esta contradicción se mantuvo latente más de dos años. Solo la decisión de Nariño de oficializar la ruptura –que contrarió a la oligarquía– hizo posible que el deseo del pueblo santafereño cuajara de una vez y por siempre. Tal decisión fue tomada el 13 de julio de 1813, en momentos en que cundía el desánimo por la situación del país. Como medida para reforzar el espíritu revolucionario, Nariño propuso al Colegio Electoral de Cundinamarca el “total desconocimiento y separación absoluta de la nación española y de su rey Fernando VII”, moción que fue aprobada por la inmensa mayoría de sus integrantes. El acto, conocido como “ceremonia de las banderas”, se llevó a cabo en el templo de San Agustín, donde precedido de misa, se bajó y se cortó con navaja la bandera del Rey, y se izó en cambio la que sería por años bandera de la Nueva Granada.

En todo caso, el espíritu colonial no se borró de la mente de los criollos dominantes. Se manifestó a la hora de la llamada “pacificación española”, cuando 11 mil soldados al mando de Morillo coparon el territorio de las actuales Venezuela y Colombia. Al momento de llegar estas tropas a Santafé, fueron recibidas con vítores por las “damas de la sociedad”, y los oligarcas sindicados de irrespetar al Rey pidieron clemencia, insistiendo en que nunca desearon separarse de España y en que lo hecho se presentó por “proteger los intereses de Fernando VII”.

El tiempo que tomó la oficialización de esta decisión, resalta la dificultad para resolverla. La oligarquía hizo lo posible por dilatarla, como quedó plasmado en los congresos federales que realizó, dando cuerpo a cartas constituyentes que dejaban el espacio abierto para el regreso de la Corona. Así se deduce de la Carta propuesta por Camilo Torres, en noviembre de 1811, al nuevo Congreso del Reino, que eludía el tema de la Independencia. En el artículo 5, se limitaba a rechazar la jurisdicción del Consejo de Regencia de España.

Tributos e Iglesia. Otro factor de contradicción y disputa se concentró en la política tributaria impuesta por Nariño, que no eximía sino que gravaba más a los ricos de entonces. Como contador de Hacienda, y luego como ministro del Tesoro Público, el responsable fue José María Carbonell. Este nombramiento aumentó “el descontento de los estamentos acaudalados de la capital, dándole motivos adicionales para temer la inmediata ruptura con la metrópoli, lo cual podría traducirse no en la disminución de los impuestos sino en el aumento considerable de ellos, como previsiblemente lo podía hacer prever la financiación de la guerra con España”.

Estas contradicciones se agravaban por el aspecto religioso, no porque Antonio Nariño fuera anticlerical. La razón fue que el nuevo Arzobispo nombrado Juan Bautista, estaba a favor del gobierno de la Regencia española. Unas cartas rotuladas, enviadas por el Arzobispo, confirmaron esa inclinación política. Entonces, el gobierno de Nariño pidió al de Cartagena (donde aún estaba el religioso) que lo embarcara hacia España. La decisión fue mal vista por los obispos y algunos otros religiosos, que atizaron el sentimiento religioso de la población más tradicionalista de Santafé, y aludieron a Nariño como “masón” y “francés”.

Este fue un aspecto de la contradicción, pero el otro, provino del hecho real de que las familias más pudientes –los Pey, los Caycedo y los Mosquera– desempeñaron por turno la dirección simultánea del Estado y la Iglesia, así los intereses se confundían, dificultando un avance hacia los propósitos que potenciaron las acciones del 20 de julio y los días siguientes en el pueblo.

“Estas perniciosas dualidades, que comenzaron a operar tempranamente en nuestra historia republicana, fueron posibles porque nuestro pueblo, en 1810, no estaba preparado para contrarrestar, con la firmeza y regularidad indispensables, el poder social y económico de la tribu de las grandes familias criollas, cuyo peso específico se hizo sentir con intensidad parecida en la esfera civil y en la eclesiástica. De esta manera, la iglesia granadina se convirtió rápidamente, para su infortunio, en un instrumento de resonancia de las tendencias mercantiles, retardatarias y conservadoras de la oligarquía criolla”.

Pero el ambiente de tensión entre el nuevo gobierno y la Iglesia no terminó ahí. La contradicción se incrementó cuando el gobierno de Nariño –siempre previendo y preparándose para la reconquista española– decidió que la Iglesia pagara impuestos en proporción a sus propiedades. Tales contradicciones llevaron a que la Iglesia ‘orientara’ a sus clérigos desde los pulpitos contra Nariño, debilitando su gobierno.
Los valores. Estas dificultades, unidas a la posibilidad de que quien lo desease saliera del control de las viejas provincias –tema que más adelante abordaremos–, permitieron a Nariño comprender que debía reformar la Constitución heredada del gobierno de Jorge Tadeo Lozano, y abocar con decisión la Independencia. En este orden, citó el Colegio Revisor para el 2 de enero de 1812, decoró el recinto con un cuadro donde la libertad era representada por una india. La inconformidad con esta decisión, que bajó la bandera del Rey, no se hizo sentir.

Igual representación, en reconocimiento de los pueblos originarios, significó acuñar una nueva moneda, con las armas reales de España sustituidas por la figura de una indígena. La protesta de Camilo Torres no tardó y mostró sin lugar a duda, su temor a la Independencia.

De ahí que rápidamente concluyó que “el verdadero elemento de la nacionalidad, aquel por el cual valía la pena luchar, no entraba en los estratos epidérmicos de la nación sino en su gleba anónima que nadie había querido representar y cuyas potencialidades circulaban, ignoradas bajo el andamiaje artificial y postizo construido por la oligarquía”.

La economía. Pero, asimismo, la inconsecuencia con el proyecto de nación por hacer realidad, más allá de la ruptura formal con la Corona, se dejó apreciar cuando la Corona española, en momentos de combates en el sur, entre los departamentos del Cauca y Nariño (1813-1814), ofreció libertad a los esclavos que se incorporen a sus fuerzas, o a quien ataque a los criollos.

La decisión de las fuerzas realistas atizó la inconformidad entre la masa de esclavizados y multiplicó sus alzamientos y fugas de las haciendas. Juan del Corral propuso la “libertad de partes”, y obtuvo como respuesta, el rechazo de las provincias de Popayán y Chocó. Pero, además, en Tunja, el Congreso Federal opuesto a los proyectos de Nariño considera y niega tal posibilidad. Así, la hacienda, con ideología y economía a sus pies, prosigue su dominio.

Independencia de las provincias

En la misma Carta propuesta por Camilo Torres en noviembre de 1811 se abordó el tema de las provincias, sin el deseo de muchos territorios que pretendían separarse de los viejos dominios y dirigirse de manera autónoma. Así precisaba el artículo 2 del mismo documento, que reconocía como parte de la Confederación, solo a las provincias reputadas como tales para el 20 de julio de 1810. La propuesta no fue casual. Al proceder así, Camilo Torres, claro vocero de los intereses de su clase, “pretendía perpetuar la vieja estructura administrativa de la Colonia, porque en el marco añejo de la misma era posible conseguir que grandes porciones de población y extensas zonas del territorio fueran sojuzgadas por las villas y ciudades donde el peso específico del patriciado criollo les permitía el rápido control del poder local”.

Se aplazó así la posible superación del despotismo de las Juntas de Notables, que se adueñaron del poder en las principales capitales en 1810, con graves consecuencias para la vida de nuestro país en los siglos XIX y XX, toda vez que los poderes terratenientes se afincaron y el modelo impuesto nos dispuso como productores de materias primas, y la democratización de la economía nunca llegó. Una contradicción que tensionó las relaciones entre las restantes provincias, en especial Tunja, Socorro, Cartagena, Popayán y Antioquia, contra Cundinamarca, y fue motivo de las primeras confrontaciones armadas que conoció el país.

Los ejércitos del Congreso Federal (1813) invadieron Santafé, porque las provincias desconocieron la decisión de algunos de sus territorios de independizarse y adherir como parte integral de Cundinamarca. Así sucedió con Sogamoso, Villa de Leyva, Chiquinquirá, Muzo, Mompox, Mariquita, Purificación, Ambalema, Garzón, Gigante y Timaná, así como Vélez. Y todos miraron hacia Cundinamarca porque era la única provincia abierta al cambio.

Nariño tenía claro el qué hacer: construir un solo país, reconstruir la unidad nacional desde la base anclada en las entrañas del pueblo, para construir un gran Estado. De acuerdo con nuestra realidad, proceder por el camino de la centralización. Nariño entendió el sentimiento de inconformidad que reinaba entre el pueblo contra las camarillas de notables como una reivindicación democrática. Por tanto, su política nacionalista se orientó a convertir el gobierno central, con sede en Santafé, en la gran fuerza revolucionaria cuya autoridad sustituyera “gradualmente a los gobiernos provinciales”. No pensaba igual Camilo Torres ni la clase que representaba, para quienes tal propósito se lograría desde el federalismo.

Con criticas del mal copiado federalismo estadounidense, decía Antonio Nariño: “Nuestras provincias están ahora más mal que antes porque han tomado el camino del norte para llegar al sur”. La oposición oligarca a Nariño no era caprichosa. Temía que “el veloz deterioro de las provincias coloniales [trajera] la repetición, en escala nacional, de los sucesos revolucionarios ocurridos en Santafé el 19 de septiembre de 1811 y que la continuación del proceso de insurgencia democrática [condujera] a que todos los pueblos de la Nueva Granada se emanciparan de los gobiernos de notables organizados a partir de 1810”.

No es casual, por tanto, que el patriciado criollo estrechara filas en Santafé y se enfrentara al presidente Nariño con beligerancia y falta de escrúpulos en este decisivo conflicto, “en el cual debía decidirse si el Estado granadino sería el personero del pueblo y la recia armadura de la unidad nacional, o apenas el instrumento maleable y flojo que serviría de estribo a una oligarquía frondia para cabalgar tranquilamente sobre la cerviz de la gleba desamparada”.

“El congreso de canapé”. La contradicción entre centralismo y federalismo, o entre pueblo y oligarquía, ganó intensidad en la medida en que estos últimos, inconformes con la pérdida del poder en septiembre de 1811, decidieron constituir uno paralelo al del legítimo gobierno de Cundinamarca. La convocatoria de un Congreso Federal concreta esta aspiración, Congreso que se autoconvoca y autolegitima, con sus delegados como arte y parte. Tal instancia, reducida a unas pocas provincias fue ridiculizada como “el congreso de canapé”.

Nariño describía con exactitud este Congreso y a quienes lo integraron: “Unos pocos señores, elegidos por sus compinches y allegados en las Juntas de Notables de la provincia, se declaraban poder constituyente de la Nueva Granada y en tal virtud aprobaron, como lo hicieron el 27 de noviembre de 1811, una constitución con el nombre de “Acta Federal”. Inmediatamente después los mismos personajes, señores Torres, Camacho, Restrepo, Campos y Rodríguez, asumían por autorización del Acta elaborada y sancionada por ellos mismos, el carácter de Supremo Congreso de la Nueva Granada, entidad encargada del gobierno del Reino e investida de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial de la Unión” .

Este poder autoproclamado se abrogaba el control de las rentas y las Fuerzas Armadas de las provincias. “Se trataba, en otras palabras, de obligar a Nariño a entregar nuevamente los fondos del erario de Cundinamarca y sus fuerzas militares a la camarilla de notables depuestos en Santafé el 19 de septiembre y ahora constituida en Congreso de la Unión” .

Baraya en cuestión. Es lógico que Nariño y el equipo administrativo que lo acompañó se opusieran a tales pretensiones. Por el contrario, se decidieron a defender, incluso con envío de tropas, la decisión autónoma de bastas regiones, de romper la organización territorial heredada de la Colonia. Enviaron unidades militares a Socorro, para garantizar la decisión de Vélez, y luego a Tunja para proteger a Sogamoso y otros poblados, al mando de Joaquín Ricaurte y el brigadier Antonio Baraya Ricaurte, miembros de las familias aristócratas de Santafé. Su deserción y puesta a órdenes del Congreso Federal, intenta romper el proyecto en marcha de Nariño, menguar su fuerza militar y arrinconarlo políticamente. Y no sólo actuaron en este campo. Con uso de la que hoy se denomina “propaganda negra”, tildaron de tirano al Presidente de Cundinamarca. Con el favor de la Iglesia, que terció a favor de la tradición y de la riqueza concentrada en pocas manos, difundieron rumores por doquier. La justificación eclesiástica: “Hasta en el cielo hay jerarquías”, “en la mano no todos los dedos son iguales”.

Por último, y ante el apoyo popular que conserva el gobierno de Nariño, en un claro antecedente de los métodos a los cuales siempre ha recurrido la oligarquía criolla para preservar sus derechos, proyectaron su asesinato. Una conspiración que no se concretó al final, a pesar de que el sicario llegó hasta el despacho del Presidente. La disputa prosiguió.

Tunja desconoció el derecho de Sogamoso a independizarse. Entonces, Nariño decidió ponerse al frente del ejército y tomó la actual capital de Boyacá. Su objetivo tiene éxito: ahora tiene la iniciativa militar. Pero cuando garantizó por la fuerza los derechos de un pueblo, llegaron malas noticias de Venezuela: Miranda derrotado por Monteverde. Una situación que lo llevó a reconsiderar sus planes. Como pocas veces se ha visto en la historia nacional, aquí brilló un mandatario, para quien ante todo estaba el país.

Nariño aceptó –urgido por proteger la supervivencia de la independencia nacional– los “Tratados de Santafé” y asumió hasta lo impensable: renunció al régimen centralista. Se incorporó a la Federación y desistió de ver a Cundinamarca como eje de una restauración centralista y democrática de la unidad nacional.

La firma no dejó del todo satisfecho al Congreso Federal, que continúó con presión sobre Nariño. Sabedor de que ya se acercaban tropas españolas provenientes de Venezuela y Perú, Nariño acepta un nuevo tratado (Santa Rosa, 31 de julio de 1812), en el cual reconoció por segunda vez al Congreso Federal, y convino en que Sogamoso continuara en la jurisdicción de Tunja, Aceptó que las armas de Cundinamarca y sus ejércitos quedaran a disposición del Congreso, y se comprometió a que su gobierno no reclamaría a los comandantes Baraya y Ricaurte para su debido juzgamiento por desertores.

Carracos y pateadores. La tensión dentro de la propia Santafé, donde se presentaron constantes confrontaciones entre carracos (oligarcas) y pateadores (el pueblo), propiciaron que Antonio Nariño, a un mes de su primer año de gobierno, presentara su renuncia a la Presidencia (20 de agosto de 1812). Una decisión llena de buena voluntad pero errada. Toda vez, que el Congreso Federal no pretendió un entendimiento nacional sino el sojuzgamiento de la plebe santafereña, cada vez más deseosa de un gobierno sin oligarcas. Nariño dejó el gobierno en manos de don Manuel Benito de Castro, quien prosiguió la administración con espíritu nariñense.

Sinembargo, a pocas semanas de su gobierno, recibió una carta emplazadora desde Tunja, firmada por Baraya, con amenazas de invadir a Santafé y “acabar con el partido revolucionario”. Una misiva que de inmediato, por presión del ministro José María Carbonell, se difundió entre la población y despertó grandes temores y rabia. La alarma fue extraordinaria en toda la ciudad porque todos veían rotos los tratados de Santa Rosa y concluían que la ciudad sería atacada. El ambiente social se caldeó y la reacción popular demandó el regreso inmediato de Antonio Nariño a la Presidencia. Así lo comunicó Manuel Benito de Castro al Congreso, que demandó a Nariño su presencia, como exigencia popular ante el ataque que se cernía sobre la ciudad. Carbonell propuso que el Presidente regresara con poderes de dictador, como sucedió el 12 de septiembre de 1812. Los preparativos para impedir que la ciudad fuera copada son intensos. El 6 de octubre, Santafé fue declarado en estado de alerta. Mientras tanto, en las provincias de Tunja y Socorro hubo los últimos preparativos para el asalto a Santafé.

El Congreso de Villa de Leyva. La alianza de todos los poderes oligárquicos granadinos recibió el espaldarazo para vestir su plan con una fachada de legitimidad. El 4 de octubre e 1812, comenzó en Villa de Leyva, las sesiones extraordinarias del Congreso de las Provincias Unidas cuyos miembros con apuro designaron a Camilo Torres como su presidente.

Delegados del Congreso Federal:
Provincia del Socorro: Miguel de Pombo y José Acevedo Gómez
Tunja: José María Castillo, Joaquín Camacho
Antioquia: José María Dávila, Joaquín de Hoyos
Pamplona: Camilo Torres, Fruto Joaquín Gutiérrez
Casanare: Juan José León
Cartagena: José Fernández Madrid, Juan Marimán
Popayán: Andrés Ordóñez y Cifuentes
Cundinamarca: Manuel Bernardo Álvarez, Luis Eduardo Azuelo (delegados nombrados y enviados antes que se rompieran los acuerdos)

A medida que pasó el tiempo y se tomaron decisiones, fueron más claras las deficiencias del Congreso, que Camilo Torres aspiró a convertir en el eje de gravedad de la política granadina:

–    Formado por escaso número de miembros
–    Autonombrado
–    Excluyente de los poblados que quieren independizarse de sus provincias
–    Protector de los intereses oligárquicos

Y además, en problemas con su ejército a partir del reclutamiento forzoso, ante los cuales por iniciativa de Francisco de Paula Santander, aplicó una política –como diríamos hoy– de legitimación: programar múltiples actividades de espectáculo: corridas de toros, piquetes, etcétera, a fin de despertar la atención y el interés de las gentes. Al mismo tiempo, y de forma paralela, Camilo Torres maniobró para justificar el ataque en marcha y encubrir el conflicto con un manto legalista entre tiranía y orden legal y de las libertades públicas. Para ocultar los motivos de discrepancia social que distanciaron a los granadinos desde el 20 de julio de 1810.

“Con esta habilidosa táctica divisionista comienza a perfeccionase […] la práctica de una política que habrá de adquirir con el tiempo la naturaleza de verdadera institución extraoficial de nuestra historia republicana. Nos referimos a la tendencia, característica de la clase gobernante colombiana, a identificar sus intereses y su hegemonía con la causa del Derecho”. Esta práctica y herencia legalista del “orden jurídico no se ha entendido como una forma de regular el cambio y de tutelar el constante acomodamiento de una sociedad atrasada y en formación a más elevadas pautas de justicia distributiva, sino como el instrumento eficaz para petrificar las situaciones estancadas, como el custodio de la heredad de los poderes y la armadura de los instintos retardatarios y conservadores”.

Es así como podemos compreder que “…los criollos no sustituyeran el orden colonial por un nuevo orden jurídico que permitiera a la sociedad granadina efectuar los cambios exigidos por los desequilibrios e injusticias heredadas de la Colonia, sino que construyeron un andamiaje legal estrictamente acoplado a sus intereses de clase y a continuación procedieron a preparar el mito de la sagrada invulnerabilidad de la ley”.

Es desde este proceder legalista como hemos visto en la historia nacional que la oligarquía renueva su personal, pero mantiene idéntica su filosofía conservadora e inmovilista.

En esta disputa entre la tradición y el cambio, llegó una comunicación procedente de Leyva en la cual, Camilo Torres exigió a Nariño su retiro de la escena. Volver a la situación y la Constitución existentes en septiembre de 1811 y anular las reformas que introdujo en esta Constitución. En caso contrario, el Congreso procedería a declararse libre de responsabilidades para con Cundinamarca y culparía a Nariño de ambicioso y preferir todo antes de renunciar a su poder personal. Nariño presentó el oficio a la asamblea popular para su discusión y se retiró del recinto para que la gente delibera con libertad.

Allí respondieron dos preguntas: 1. “¿Queda el gobierno como está en el señor Nariño o no?” 2. “¿Estamos en el caso de ingresar a la Federación o no?”. La primera fue contestada con unánimidad a favor de Nariño. La segunda, de idéntica forma solicitó la separación inmediata de Cundinamarca de la Federación”. Al tiempo que esto ocurría, en Leyva sesionaba el Congreso Federal, que decretó:

“1. A don Antonio Nariño, usurpador y tirano de la enunciada provincia de Cundinamarca y con todas las personas de su facción, refractarios y enemigos de la unión y la libertad de la Nueva Granada”. Sin duda, el ataque es posible en cuestión de semanas.

El pueblo santafereño prosiguió los preparativos y su Presidente en labor diplomática: convoca a la Iglesia para que intermedie, previo, autorizó la posesión del arzobispo Juan Bautista y su regreso de La Habana, donde aguardaba el desenlace de los acontecimientos neogranadinos.

Nariño y la paz. Al mismo tiempo, y como voluntad innegable de unidad nacional y un inmenso deseo de que a su pueblo no lo afecte la guerra, Nariño ofreció su rendición, que no aceptó el ejército confederado. Sin duda, deseaban destruir el pueblo santafereño. La respuesta pendenciera de los confederados no dejó espacio para nada distinto de las armas.

Nariño retoma su energía de líder. Tomó la cabeza en la defensa de la ciudad. Junto a él, un pueblo en armas: artesanos, mendigos, desposeídos, chusma de los arrabales, convertidos en el gran ejército del pueblo. Y así, con las luces de los primeros días de 1813, enfrentaron al ejército invasor: 800 con armas, contra 5.000 de los confederados.

Una parte del ejército enemigo se acerca por Usaquén, otra por Fontibón, una más avanza por San Victorino y la cuarta se toma a Monserrate. El ‘sabio’ Caldas diseñó el plan: sitiar la ciudad y atacar de manera sorpresiva por cualquiera de sus costados, sin brindar un blanco fijo, de suerte que las pocas fuerzas contrarias se desgastaran poco a poco. Sin embargo, con el ardor de quien defiende su dignidad, el pueblo en armas no dio tregua al contrario.

Multiplicaron los esfuerzos hasta que los confederados atacaron de lleno por San Victorino, pero encontraron una barrera de acero con barricadas y cañones que resiste el ataque y tomó la iniciativa. El resultado fue contundente: el ejército confederado en fuga con más de 2.000 soldados hechos presos y buena parte de su oficialidad –entre ellos Santander– herida y presa. En los días que siguen a este combate también brilla Nariño.

En los días que siguen a este combate también brilla Nariño. A pesar de la demanda popular de someter a los detenidos a prisión, diferenció entre oficiales y soldados y dejó a éstos en libertad con entrega a cada uno de cuatro pesos “para los gastos en su viaje de regreso a sus hogares”. A los oficiales los sometió a juicio, pero en secreto intercedió por penas benignas o dejarlos ir. El triunfo está de nuevo en manos de Nariño. El triunfo militar permite radicalizar la expresión política, hasta el punto que el viernes 16 de julio de 1813 se oficializa el desconocimiento de Fernando VII y por tanto de la regencia y se declara oficialmente la independencia, en reunión de la colegiatura y con la presencia de Nariño. Han pasado tres años desde el grito de independencia y tan sólo en ese momento y después de larguísimas discusiones y muchos muertos se pudo concretar el objetivo inicial de la revuelta: la total autonomía.

Sin dejar de lado los sucesos en la región, valoró el avance de las tropas realistas en la frontera patria. De nuevo ofreció la paz en tales condiciones de quitar al Congreso “todo pretexto para seguir oponiéndose a un arreglo razonable y crearon las circunstancias propicias para la aceptación del plan de operaciones sugerido por Nariño a fin de defender a la Nueva Grana de la inminente amenaza española”. El plan comenzó con la Campaña al Sur contra los realistas en Popayán y en el actual departamento de Nariño, e inclusive avanzar a Quito.

Pero una cosa pensaba el mandatario y otra quienes sólo calculaban sus intereses. Fueron más los obstáculos y contratiempos que Nariño encontró a la hora de hacer realidad este plan, que los de Bolívar, una vez, llegó a Cúcuta para volver a su país. En efecto, lo primero que debió afrontar fue la indisposición de Antioquia, Socorro y de otras provincias para poner esas tropas bajo su mando. La indisposición oligárquica granadina proyectaba sus temores: ¿qué temer más, una victoria de los realistas o un triunfo resonante de Nariño en el sur?

Una vez reunidas las tropas y arrancada la marcha, saltaron otras complicaciones: oficiales que intrigaban con su tropa para su desánimo (motín de La Plata). lo cual le obliga a someter a juicio marcial a varios oficiales; manipulaciones del ejército procedente de Antioquia para hacer fracasar el plan (no cumplir las órdenes impartidas y poner en riesgo las operaciones desplegadas). Pese a todo ello, las fuerzas dirigidas por Nariño logran copar a Popayán, tras la batalla de Calibío, al vencer la resistencia del coronel Asin y sacar en fuga a Sámano.

Ahora sigue la etapa más difícil para coronar la empresa diseñada: cruzar Juanambú. Las fuerzas de Antioquia se rebelan de nuevo, diciendo que no se debe avanzar hasta Pasto. Pero no contentos con su desobediencia, instigan a igual actitud a las tropas de Socorro y de Tunja.

Nariño tiene claro que, si no liquida a las fuerzas realistas acantonadas más allá de Popayán, apenas su ejército salga de la ciudad ésta será retomada. Pero además comprende que el proceso de independencia ha dejado ya la etapa de las pequeñas intrigas urbanas, que dieron origen a las Juntas de Notables en 1810, y ahora presenta todas las características de una guerra general que tiende a desenvolverse en el plano hemisférico.

Con esa claridad, Nariño avanza hacia el Patía y Pasto. Es 1814 en su tercer mes. Las dificultades que tiene con el ejército de Antioquia lo llevan a entregarle la misión de proteger las líneas de abastecimiento del ejército que comanda hacia Pasto, la misma que es desatendida, dejándolo a expensas de los ataques móviles de los guerrilleros patianos.

Así y todo, avanza. Al llegar al cañón de Juanambú, se encuentra con que, además de lo difícil del terreno, éste ha sido reforzado con obras de ingeniería, todo un bloque de trincheras construidas por los indios de la jurisdicción de Pasto, bajo la dirección del ingeniero español Miguel Atero, que lo hace casi infranqueable.

Los intentos por superar de frente la defensa allí extendida no dan resultado. Pero la captura de un soldado enemigo les abre el paso, al brindar éste el dato de un paso poco fortificado. Hasta él avanza una parte del ejército de Nariño y, luego de vencer la resistencia, se adentra cordillera arriba hasta rodear y atacar al enemigo por su retaguardia. La sorpresa es total. Las noticias llegan a Pasto y el ejército realista se apresta a retirarse hacia Quito, lo cual decide que otras de sus fuerzas sean vencidas en Tacines, en las cercanías de la ciudad.

Pero aquí Nariño comete otro de sus errores clásicos: confía parte de sus fuerzas (como antes lo hizo con Baraya, Joaquín Ricaurte y Antonio Ricaurte) a un oficial no digno de confianza, al cual le ordena –dado lo difícil del terreno– seguirlo al día siguiente con la artillería. El Presidente se adelanta y se compromete con fuerzas inferiores a combates con los guerrilleros pastusos, que ahora –aunque sin las fuerzas españolas que se han retirado– son un pueblo en armas. Los enfrenamientos son bravíos pero, pese a su inferioridad, las fuerzas comandadas por Nariño logran sostenerse. Mientras los dos cuerpos se enfrentan, en la plaza principal de Pasto se pasea la Virgen de las Mercedes en procesión solemnísima.

Ha llegado la noche y, comprendiendo que no tiene cómo vencer, Nariño aprovecha para replegarse a Tacines, donde está seguro de encontrar la fuerza principal de su ejército. Pero esto es simple ilusión: los coroneles Gutiérrez y Monsalve, responsables de las fuerzas de Antioquia y Cauca, lo han abandonado, comprometiendo en su empresa a las de Socorro. En estas circunstancias, perseguido y rodeado por las fuerzas del pueblo pastuso, decide entregarse para salvar la vida de los suyos.

En prisión, pese a su derrota, logra convencer al comandante del puesto (una vez conocida la nueva situación, los españoles han regresado) para firmar un armisticio por año y medio, pero la respuesta a su planteamiento por parte del Congreso Federal, encabezado por Camilo Torres, no permite la firma de nada. Es así como termina enviado de nuevo a las mazmorras, esta vez en Cádiz. Solamente el triunfo del ejército libertador en 1819 le permitirá volver a ver la luz.

Desaparecido Nariño, hay que recordar que gracias a su visión y accionar, acompañado de personajes tan importantes como José María Carbonell, “…el poder político había abandonado el recinto de las tertulias de notables para descender al ágora popular y recoger allí las esperanzas y los anhelos de la gleba anónima, sin cuya comprensión la nacionalidad resulta una sarcástica burla y la Patria se parece a un coto de caza para minorías rapaces”. Sin su presencia, el Congreso Federal queda con las manos libres. Ahora  viene en la Nueva Granada “…el reinado de los abogados, de los distingos y disputas, de los sueldos y las prevendas.

Desaparecido Nariño, el Congreso Federal queda con las manos libres. Ahora viene en la Nueva Granada “el reinado de los abogados, de los distingos y disputas, de los sueldos y las prebendas.

En el Atlántico

Una vez Santafé en manos de las familias de siempre, no queda sino Cartagena por ser recuperada. La disputa entre el patriciado y los hermanos Gutiérrez de Piñeres es igualmente intensa. Corre 1814 y el brigadier Manuel Castillo, derrotado en las luchas contra Nariño, recibe el encargo de proteger la principal plaza del país. Rápidamente, el patriciado le habla al oído y lo gana para su causa.

La situación se hace casi insostenible para los Gutiérrez, pero un nuevo factor equilibra en cierta medida las cargas: Simón Bolívar, como refugiado –y con más de mil de sus soldados y oficiales– llega luego de la Campaña Admirable y la toma de Caracas. Su proyecto es llegar hasta el Congreso de la Nueva Granada para reemprender la lucha.

La sola presencia del Libertador ayuda a la familia Gutiérrez de Piñeres. Manuel Castillo entrega la plaza a Joaquín Ricaurte. Aunque el cambio no es muy favorable, es una significativa ayuda. Ahora el equilibro es real: “el bando de los Gutiérrez poseía el gobierno y el bando de García Toledo sólo tenía las armas”. El año de 1814 ya llega al mes de noviembre, momento en el cual se instala el Colegio Constituyente, espacio político en el cual salen derrotados los Gutiérrez de Piñeres, sometidos a juicio y desterrados.

Cartagena pasa a manos de su más acaudalado comerciante, don Juan de Dios Amador. “Así completa la oligarquía el proceso de recaptura del poder en la Nueva Granada, porque dominaba la ‘plebe facciosa’ de Santafé y aplastado el partido liberal de Cartagena, se cerraba el circuito de la hegemonía de los notables, hegemonía que comenzó el 20 de julio de 1810 y sólo interrumpió transitoriamente la gran política democrática de Nariño y la rebeldía liberadora de Gabriel Gutiérrez de Piñeres”.


La ineptitud de unos y otros estará cerca de verse, una vez el ‘pacificador’ Morillo haga su arribo a la Nueva Granada.

Año de bicentenario, año de memoria, en que se celebrarán y se recordarán las batallas más ‘famosas’ y los caudillos más reconocidos. Pero éstas y las ‘no famosas’ batallas estuvieron llenas de miles de desconocidos que entregaron sus fuerzas y sus vidas por lograr Nuestra América libre y soberana.

Sólo su convicción explica esa total entrega a una lucha tan desigual, la cual abarca un período que va de 1809 (revolución de Chuquisaca, La Paz y Quito) a 1825 (meses posteriores a la batalla definitiva de Ayacucho).

Guerra de la Independencia. Las descripciones que nos acercarán a esta gran gesta requieren aproximación a eventos puntuales, sin negar la importancia que tuvo cada uno de los combates en los diversos puntos del continente, desde las “Guerras de Republiquetas” en el Alto Perú (actual Bolivia), las 10 invasiones realistas por la Quebrada de Humahuaca en el Norte (Argentina) y dos “Campañas a la Sierra” en el Bajo Perú, sin minimizar el aporte de la guerrilla transandina del caudillo chileno Manuel Rodríguez o las hazañas orientales de Artigas, Andresito Guacurarí y Fructuoso Rivera.

Enfrentamiento desigual

El ejército español que llegaba a América tenía formación, disciplina y armas (varios de sus integrantes habían peleado contra la invasión napoleónica, 1808), demostradas en sus victorias en las batallas con las fuerzas regulares patriotas. Pero fue en los pequeños enfrentamientos con las guerrillas locales donde no lograron triunfar: “El pueblo americano se volcó a enfrentarlos con denuedo, con porfía lindante con lo increíble, con derroche de valor, peleando hasta el último sacrificio”.

Fue este espíritu de lucha, esa entrega total de los improvisados soldados americanos el que necesitaba amedrentar el ejército español. La represión, el encarcelamiento, los fusilamientos públicos, los incendios de pueblos enteros, las masacres, fueron las formas utilizadas para imponer el terror.

Así, en la batalla de Sipe-Sipe (noviembre de 1815), tras vencer al ejército patriota, los realistas toman 700 prisioneros y los someten a un cruel cautiverio de siete años en El Callao (Perú), liberados posteriormente por San Martín. De igual manera, tras incendiar varios pueblos, Tacón, miembro del ejército español, retorna con lanzas llenas de cabezas de mujeres y niños. Ricafort, famoso asesino, ataca a Cangallo y mata a 1.000 de sus habitantes, incendia las casa y sigue con Huamayo, donde degüella a 500. Ante un nuevo alzamiento en Cangallo (Perú), Carratalá, jefe de tropas españolas, ordena: “Queda reducido a cenizas y borrado el nombre de Cangallo y nadie podrá edificar en el futuro”.

Primeros levantamientos

En mayo de 1809 se produce el pronunciamiento de Chuquisaca. En julio del mismo año se alza La Paz, derroca al gobierno y designa su propia Junta. Quito se levanta en agosto, Buenos Aires en mayo de 1810, Cochabamba se insurrecciona en septiembre, Potosí y Santa Cruz de la Sierra en noviembre, y el Cuzco en noviembre de 1814.

Todos los levantamientos son sofocados, menos el de Buenos Aires. Evidenciadas las tensiones internas, tras la conformación de la Junta, una parte de la población espera mantener y extender sus privilegios, mientras las provincias definen sus propios rumbos. La situación es poco favorable, pues el general Velazco (Paraguay) no reconoce la Junta de Buenos Aires pero sí la de Sevilla. En Córdoba conspira Liniers y mantiene contactos con los jefes realistas del Alto Perú y la Banda Oriental, para derrumbar el movimiento revolucionario. Adicionalmente, la situación en Chile es adversa. Entonces, se decide el envío de varias “expediciones libertadoras”: al Paraguay con Belgrano a la cabeza y al Norte con Castelli, que estuvieron llenas de triunfos: Suipchu (1810), Tucumán (1812) y Salta (1813); y de derrotas: Huaqui (1811), Vilcapugio y Ayohuma (1813), Venta y Media y Sipe-Sipe (1815).

Por su parte, España no está dispuesta a perder sus colonias y organiza expediciones ‘recuperadoras’. Había enviado 33.000 hombres, y armas entre 1811 y 1817, con un gasto de 214 millones de pesos. Los problemas económicos dilatan la llegada y los ataques a Buenos Aires, pero no para Portugal, que decide invadir territorio rioplatense. Lecor parte (el 12 de junio de 1816) de Brasil con un poderoso ejército hacia la Banda Oriental del Río de La Plata, donde son derrotados los patriotas Andresito en San Borja, Artigas en Carumbé y Rivera en India Muerta. Lecor toma a Montevideo. Entre 1820 y 1821, Tacuarembó se constituye en provincia integrante de Portugal.

Después del desastre de Huaqui (Alto Perú), a los patriotas no les queda otro camino que la guerra irregular: para ese entonces, la sociedad está compuesta por 60 por ciento de indígenas, 30 de mestizos y 10 de blancos, lo que revela quienes son los más abundantes combatientes. “El cómo pudieron guerrear 15 años, solamente puede explicarse por el hecho de haber participado una inmensa proporción del pueblo, y de que mantuvo éste una inquebrantable voluntad rebelde”.
Son estas energías desatadas y la convicción de cambio lo que les permite enfrentar grandes ejércitos regulares y posibilita organizar fuerzas para el exterior y combatir en Montevideo, Chile y Alto Perú. Para lograrlo se implementa la “guerra de recursos”, consistente en arrebatarles los víveres a los colonialistas, obstruir los caminos, espiar, interceptar correspondencia, incendiar cosechas, envenenar aguas, no dejar recursos a los enemigos, reclutar gente decidida y propagandizar el pensamiento rebelde.

La guerra irregular del Alto Perú es contemporánea con la del norte argentino, alternando triunfos y derrotas. Son las bases para las grandes batallas donde el ingenio y la valentía de los patriotas están presentes. Pero los triunfos militares no se traducen en triunfos políticos; el cambio siempre se posterga y lleva a desacuerdos internos y destiempos entre las prioridades de las autoridades y las del pueblo.

Proyecto Emancipación L@s Oper@rios del Plan, ¡Libertad, muera el tirano! El camino a la Independencia en América, Ediciones Madres de Plaza de Mayo, mayo 2006, Buenos Aires, Argentina.


Algunos caudillos

Arenales es comandante de armas de la revolución de Chuquisaca de 1809. Toma Salta, y triunfa en San Pedrito (febrero 1814) y La Florida (mayo 1814). En 1815 toma Chuquisaca y Cochabamba. San Martín le ordena realizar las campañas en la sierra baja (Perú 1820-1821).

Padilla es de Chuquisaca. Participa en la revolución de 1809 y en la de Cochabamba en septiembre de 1810. Resulta herido en las batallas de Tucumán (1812), Salta (1813) y Vilcapugio (1813). Pelea junto a su cónyuge, la guerrillera Juana, quien lo rescata luego de ser capturado y sentenciado a muerte en Pomabamba (1814). En enero de 1815, los Padilla triunfan en Presto, Juana le produce seis bajas al enemigo, en El Villar (marzo 1816) mata al abanderado y es ascendida al grado de coronel. En el mismo lugar, en septiembre de 1816, son vencidos, Padilla muere y su cabeza es clavada en la Plaza La Laguna. Medio año después (marzo de 1817), Juana ataca La Laguna, recupera la cabeza de Padilla y muere a los 82 años (5 de mayo de 1862), recibiendo antes recibir la visita formal de Bolívar, que viene a homenajearla y la encuentra en la más extrema pobreza.

Warnes es argentino. Pelea junto a Belgrano en Paraguay, Tucumán, Salta y Vilcapugio.

Muñecas fue sacerdote tucumán, ocupó La Paz y Puno.

Camargo. Indio que acaudillaba a los rebeldes de Tarija.

Cumbia. Indio que dominaba la zona del Chaco.


Capitanía de Venezuela: del Precursor Miranda a Bolívar, Primera y Segunda República

Los episodios del 19 de abril de 1810 en Venezuela, que dan paso a la I República, guardan similitud con los sucedidos en Santafé el 20 de julio del mismo año. A partir de ese día, la inconformidad de los llaneros, andinos, costeños, margariteños y esclavos se acentuó en tanto advertían el menosprecio de los mantuanos a los estratos populares.

Julio 30 de 1812. La I República de Venezuela cayó. Sin modificar la esclavitud, no pudo consolidarse. Aún después de conocer la noticia del ajusticiamiento de los patriotas en agosto de 1810 en Quito, el 5 de julio de 1811 Caracas declaró la Independencia, sin las respuestas del resto de la costa firme, de Maracaibo, Coro y Guayana. Seis días más tarde, comenzó la Guerra de Independencia cuando la ciudad de Valencia se rebeló a favor de los realistas. Como respuesta ante la derrota del Marqués del Toro, a Francisco Miranda lo encargaron del mando del ejército.

Fue una guerra que en su primera y segunda fases –ésta última a partir de 1813, con Bolívar de nuevo en territorio de Venezuela– no fue de confrontación entre venezolanos y españoles –con actuar perentorio hasta el arribo de Pablo Morillo y su ejército expedicionario en abril de 1815– sino de criollos en ejércitos diferentes, una guerra civil con venezolanos oriundos como la mayoría de los contendientes. Guerra atizada por la inconformidad popular.

Tal inconformidad se expresó primero, en actos de inequívoco rechazo a la hegemonía de la aristocracia caraqueña. Que tradujo al final una beligerante adhesión de los oprimidos –los pardos y los esclavos– a los esfuerzos que realizó el partido español para recuperar el terreno perdido en abril de 1810.

Primó, en la primera y segunda repúblicas, la contradicción entre sus clases y grupos sociales, como fueron: Los grandes propietarios de tierras, los llamados ‘mantuanos’ o ‘grandes cacaos’ con control de la exportación agropecuaria, por un lado. Por otro, los comerciantes de la importación y exportación hacia el imperio colonial y Europa, propietarios o arrendatarios de embarcaciones mercantes, o representantes de compañías comerciales peninsulares. Asimismo, los mercaderes con tiendas abierta al público. Y, los bodegueros y pulperos, detallistas en las ventas. En una relación de 1802, de noventa y cuatro mercaderes, noventa eran ‘españoles europeos’ y apenas cuatro criollos.

 Unas contradicciones que llevaron por ejemplo, al desastre en Valencia, donde las tropas patriotas, aunque causaron ochocientos muertos y mil quinientos heridos, fueron derrotadas por francotiradores.

El 10 de marzo de 1812 el realista capitán de fragata Domingo de Monteverde que desde Puerto Rico llega a Coro, comenzó las hostilidades contra los patriotas de Caracas.

Boves reconquista. Bastó que este Monteverde partiera al frente de 200 hombres para constatar el apoyo popular a su causa: en el trayecto de su marcha hacia Caracas vio crecer inusitadamente sus escasas huestes. A este apoyo, y a la acción militar realista, se sumó el efecto del terremoto que el 26 sepultó en los cuarteles a una parte de los patriotas.

No fue ajena a los acontecimientos la situación del mundo, sobre todo la actitud de la Gran Bretaña aliada con la Regencia de Cádiz en la guerra contra Napoleón. Aunque  Bolívar, ascendido a coronel el 6 de junio de 1810, fue designado a la vez, por la Junta de Caracas, como jefe de una misión a Londres con Luis López Méndez y por escogencia suya Andrés Bello como secretario –para solicitar la protección de Gran Bretaña y las buenas relaciones comerciales con su gobierno. El 9 de agosto, el ministro Wellesley prometió a la provincia de Venezuela la protección de la flota contra su enemigo común, Francia, pero a renglón seguido recomendaba a la colonia su reconciliación inmediata con España. En ese viaje, durante una tarde de septiembre Bolívar conoció y convenció a Francisco Miranda –a la postre, mal visto por los mantuanos por ser “hijo de comerciante canario”– para que regresara y asumiera el mando de la revolución. A partir de 1811, los británicos acusaron a los mantuanos de excesiva influencia de Francia, cuando en los hechos el bando afrancesado era el realista.

I República: su Junta no atinó en el aspecto militar ni en el económico. Hubo parálisis del comercio interior y exterior. Puerto Cabello, su plaza fuerte, quedó en poder de los realistas el 6 de junio de 1812. Bolívar, a quien Miranda confió la dirección y protección del Puerto, salió en derrota. Fue la traición de Francisco Fernández Vinoni, quien años después cayó prisionero en la Batalla de Boyacá y fue ahorcado ahí mismo.

Días antes, Patricio Padrón, un miembro de la Junta, escribió a Miranda: “…la escasez de víveres ha llegado a lo sumo y a precios tan subidos que aun las gentes pudientes no pueden soportarlos; muchos de los miembros de la municipalidad destinados para la distribución de ellos, se toman la mayor porción para sí y sus amigos, y no alcanzan para los pobres, y lo peor es que muchos de ellos han hecho granjería vendiendo a más precios…”.

El 14 de mayo, ante la escasez de tropas, Miranda que preveía el fracaso, con desespero decretó ley marcial y ofreció libertad a los esclavos que se alistaran y sirvieran durante diez años en el ejército patriota. Esta medida radical ensanchó el abismo que había entre el Generalísimo y los grandes terratenientes. El patriota Juan Paz del Castillo escribió a Miranda que la libertad de los esclavos: “…ha electrizado a los pardos, abatido a los godos, disgustado a los mantuanos y ha sido un contrafuego para la revolución de los valles de Capaya”.

Miranda, a prisión. El Precursor capituló ante Monteverde el 24 de julio. Días más tarde, sucedió su confusa entrega a la oficialidad realista –y posterior cárcel en La Carraca de Cádiz– por parte de sus propios subordinados con Bolívar entre ellos; un hecho que permitió al futuro Libertador partir hacia Cartagena. Confusa por la situación de contradicción y guerra en la cual la Junta de Regencia en España apoyó al bando realista y pronapoleónico, en vez de considerar al partidario de Fernando VII, que con guerrillas en contra del Emperador Corso inclinó su lucha hacia la Independencia. La tristeza de la derrota acompaña a Bolívar.

En todo caso, vienen los primeros aprendizajes: el “Manifiesto de Cartagena” y su “Memoria a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño”, resumen sus reflexiones. Vislumbran sus propósitos: retomar Caracas: “La Nueva Granada ha visto sucumbir a Venezuela; por consiguiente, debe evitar los escollos que ha destrozado aquélla. A este efecto presento como una medida indispensable… la reconquista de Caracas…”. Sin embargo en Cartagena, no hay mucho espacio para esta voluntad y estas ideas.

La preocupación y disputa fundamental era entre los independentistas consecuentes (Familia Gutiérrez Piñeres) y los criollos tradicionales, preocupados éstos, en cómo sólo conservar y ahondar sus riquezas y en la defensa frente a Santa Marta que estaba en manos de los realistas. En estas circunstancias, el apoyo que recibe Bolívar es poco.
Queda bajo las órdenes de Pierre Labatut para guarnecer con otros 200 hombres un puesto de avanzada sobre el río Magdalena: la localidad de Barrancas, hoy Calamar.

El mandato fue pertinente: no moverse de su guarnición.

Pero en Bolívar su fuerza interior era el proyecto que delineó en sus primeros escritos. Una fuerza suficiente para desobedecer al mando.

La Campaña Admirable en movimiento

Sin decir una palabra, sin informar a nadie, armó una pequeña flotilla con los flotables que pudo encontrar: canoas de pescadores, piraguas de combada cubierta pajiza, esquifes y balandros. Así, embarca sus huestes, y el 22 de diciembre se presenta frente a Tenerife, protegido por una fuerza de 500 soldados. El asalto por sorpresa dejó deshecha la fuerza enemiga.

Cuatro días después cae Mompox. En toda la provincia, era la más importante ciudad, después de Cartagena y Santa Marta. El día 28 salta sobre El Banco, donde el realista Capdevilla se apresuró a escapar con destino a Chiriguaná. En su forma guerrera, Bolívar simuló deternerse, pero, a cubierto de la noche, emprendió un movimiento fulminante y cayó sobre el fugitivo y desprevenido enemigo, en el amanecer del año nuevo de 1813. Sin descansar apenas, volvió al río, y ocupó Tamalameque donde sorprendió y derrotó al capitán Capmani, y cayó el 6 sobre Puerto Real, hoy Gamarra. En tan solo 15 días barrió de enemigos el río.

La rápida sucesión de victorias alcanzó ribetes estratégicos. Abrió las comunicaciones de Cartagena con el interior de la Nueva Granada y rompió el bloqueo virtual que, en los puntos fuertes que tenía el enemigo, establecieron para controlar la navegación. Como fruto de esta lucha, la moral de la población fue recuperada.

El ímpetu de Bolívar no se calmó con estos triunfos. Caracas es su obsesión, y ahora el turno para el copamiento y derrota del enemigo correspondió a Ocaña, adonde entró entre el 9 y el 11 de enero de 1813. Mientras tanto, por el oriente de Venezuela, desde Trinidad y la isla Chacachare desembarcaron en pie de lucha los patriotas Mariño, Bermúdez, Piar y Sucre.  

Tras estos triunfos, ahora el nombre de Bolívar es conocido, no sólo por el gobierno de Cartagena, sino también por el de Tunja. Mientras avanza, lo propio hacen las fuerzas realistas al mando de Monteverde, quien se apresta a invadir la Nueva Granada. Al efecto, concentra en Barinas, una fuerza compuesta por 3.000 infantes y 1.700 jinetes. Otras fuerzas del ejército realista, consideradas en no menos de 1.300 hombres, ya distribuidas en territorio granadino entre San Cayetano, Salazar y Alta de la Aguada, con su centro de gravedad en Cúcuta y sus valles adyacentes. Por su parte, el congreso federal apenas contaba en la zona amenazada con 850 hombres al mando del coronel Manuel del Castillo.

La Campaña Admirable avanzó a marcha forzada. En la semana del 20 al 26 de enero, copó diversos puntos de la avanzada del enemigo y se abrió camino hacia Cúcuta. El 27 cruzó el río Zulia. Y el 28 al amanecer, Bolívar se presentó ante la ciudad de Cúcuta y tomó dominio de la altura principal del valle. Los realistas –bajo comando del brigadier Don Ramón Correa– intentaron un ataque por la retaguardia sin lograr envolver a los patriotas. Luego de tres horas de combate, Bolívar lanzó una carga impetuosa por el centro enemigo que rompió en dos sus líneas y obligó su retiro hacía el occidente del territorio venezolano.

El efecto sicológico de la victoria se extendió. Bolívar escribió al congreso federal para pedir autorización de avance sobre Venezuela, y con la autorización en mano, llegar hasta Trujillo, con su ascenso al grado de brigadier de la Unión. Para entonces contaba los 29 años. El Congreso también, se hizo presente con dos divisiones (860 combatientes de lo más granado de la juventud santafereña) y alguna artillería.

Las rencillas hacen su aparición. El coronel Castillo no somete sus fuerzas al joven Bolívar. Sin embargo, la persuación logra un primer efecto, y Castillo acepta la misión de conquistar el enclave de La Grita (Táchira). El coronel cumple su misión y despeja de realistas ese flanco.

El 10 de marzo, Bolívar entra en San Antonio. Allí arenga a sus soldados: “En menos de dos meses habeís terminado dos campañas y habéis comenzado otra, que empieza aquí y debe terminar en el país que me dio la vida… corred a colmaros de gloria, adquiriendo el sublime título de Libertadores de Venezuela”. Mas para que esta gloria llegara, este pequeño ejército que no tiene ni con qué suministrar el socorro diario de los soldados, deberá superar a Monteverde y a su dispositivo militar:

  • Sobre las estribaciones occidentales de la serranía de Mérida, el brigadier Don Ramón Correa reagrupó sus fuerzas con cerca de 800 soldados.
  • En Barinas, el marino Antonio Tíscar mandaba tres batallones de infantería y siete escuadrones de caballería que cubrían el flanco de la ruta del Ande, camino natural de aproximación hacia Caracas.
  • Al norte, con base en Maracaibo, Miyares dirigió 1.000 hombres.
  • En Trujillo, una guarnición de 500 hombres tenía mando del capitán Cañas.
  • El comandante Oberto, con 1.000 hombres ocupaba Barquisimeto, protegía a Valencia y la ruta natural de aproximación a Caracas.
  • En San Carlos, como parte de la protección de la capital, se hallaba una fuerza regular de 1.200 hombres con órdenes del coronel Izquierdo.
  • Finalmente, Monteverde ocupaba Caracas y Puerto Cabello. En la capital su guardia personal de tropas selectas con 700 hombres, se apoyaba en la inexpugnable posición que Bolívar perdiera opacamente el año anterior.

Con Caracas en los planes

El 17 de mayo, Bolívar concentró su fuerza en La Grita, del siguiente modo:

  • Una vanguardia integrada por los batallones 3, 4 y 5 de la Unión, que comandaron a su turno el Coronel antioqueño Atanasio Girardot, con 22 años de edad, el capitán santafereño Luciano D’Elhúyar y el Mayor venezolano Rafael Urdaneta. Entre todos sumaban unos 560 hombres.
  • La retaguardia, con apenas 300 combatientes tenía órdenes de José Félix Ribas, tío de Bolívar y quien autotitulado “representante de los pardos” habían expulsado de la Junta de Caracas, cuando llegó a Venezuela la noticia de los fusilamientos de los rebeldes de Quito

Una situación en la que por cualquiera de sus dos flancos, las fuerzas del rey podían avanzar y aniquilar a los patriotas en cualquier momento. Pero Bolívar sabe que no atacarán. Sabe y anticipó la ofensiva que preconizó en Cartagena. Es la intuición del guerrero la llama de aquella inconmovible fe en la victoria. Es la audacia, la decisión, la rapidez de movimientos y el efecto determinante de la sorpresa, los factores que se impondrán a la hora de la batalla.

Bolívar arriesga. Arribó con sus primeras tropas a la ciudad de Mérida el 18 de mayo. El 23, debió decidir entre descender hacia Barinas, proseguir hacia Trujillo –la vía más directa y rápida hacia Caracas– o, descolgar hacia el norte por la zona baja de los valles meridenses. Cualquiera de las tres opciones ofrecía riesgos considerables.

Decidió al final arriesgar. Confiar el avance por la vía norte al joven Coronel Girardot, mientras el permanecía en Mérida con parte de sus fuerzas.

Al dividir su tropa, corrió el riesgo de fracasar en el ataque a Caracas, por la línea exterior del norte, y en simultáneo ser batido por un avance imprevisto de los realistas. Ni lo uno ni lo otro sucedió. Girardot cumplió con su cometido y el 10 de junio, coparon Trujillo.


El decreto de “guerra a muerte”

El 14 Bolívar fijó su cuartel general en Trujillo. Cuatro días después, expidió el polémico decreto para obligar al pueblo venezolano a optar por el ejército realista o por el ejército libertador. Proclamó dicha medida, obligado por la indecisión de los venezolanos. Se trató de un decreto con pretensiones psicológicas, que no dejó dudas sobre el destino fatal de fusilamiento de quienes, como hasta ese momento, apoyaban a los realistas, o del júbilo y saludo de quienes dieran el paso de uno a otro ejército.

La etapa decisiva

En Trujillo, de acuerdo con el oficio del Congreso de la Nueva Granada, Bolívar debería esperar nuevas autorizaciones, pero las circunstancias de la guerra no daban pausa. Allí, el 25 de junio, escribe y hace saber: “Mi resolución, pues, es obrar con la máxima celeridad y vigor; volar sobre Barinas y destrozar las fuerzas que la guarnecen, para dejar de este modo a la Nueva Granada libre de los enemigos que puedan subyugarla”. Y prosiguió las maniobras.

Encomendó a Girardot, una nueva misión: batir al comandante Cañas sobre las heladas estribaciones de la Sierra Nevada de Mérida y despejar el camino para el combate siguiente. La misión tuvo éxito y abrió el camino hacia las planicies de Barquisimeto, al norte, y San Carlos al sur, en la ruta directo a Caracas. También tenía una tercera opción. Descender por Boconó hacia Guanare. Una maniobra que aislaba en Barinas a los realistas de Tiscar.

Decidió al final por la ruta de Boconó, que dejó abierta la posibilidad de un ataque posterior sobre Barinas.

Para reunir fuerzas, ya en desarrollo de su plan, ordenó a Ribas desplazarse desde Mérida. Obediente, su segundo partió el 26 de junio y llegó a Guanare donde se reunió con Urdaneta. Tres días después, partió Bolívar y en su primera jornada quedó a espaldas de Ribas, 90 kilómetros al norte.

En tales posiciones, una columna realista con 800 hombres –el doble de la fuerza al mando de Ribas– que procedía de Barinas ocupó Niquitao, avanzó y se interpuso entre las dos fracciones patriotas, en pérdida de todo contacto. El 1ero de julio, Ribas sin vacilar, ordenó la contra marcha y a pesar de la inferioridad, acomete contra las posiciones ocupadas por el adversario. Dispuso su fuerza en tres destacamentos: Ribas en el centro, el capitán granadino José María Ortega por la derecha y Urdaneta por la izquierda. El combate fue empecinado y sangriento.

Las fuerzas libertadoras maniobraron de manera vigorosa y envolvente. Impregnadas del espíritu de su mando, derrotaron al adversario. Medio centenar de prisioneros y fusiles con 26 mil cartuchos y un cañón con sus pertrechos, quedaron bajo su poder, y tres oficiales realistas fueron fusilados. La “guerra a muerte” comenzó a dar sus trágicos frutos. Aunque la victoria de Ribas aportó efectos tácticos importantes, como contraparte, desarticuló el plan estratégico del Libertador, que consistía en tomar Guanare, reunir allí las dos divisiones de su ejército y, una vez en acople, maniobrar sobre Tíscar.
Sin contar con estas fuerzas, Bolívar decidió atacar a Tíscar, quien sin ofrecer resistencia buscó repliegue sobre Nutrias, a orillas del Apure, con abandono de su artillería y pertrechos mayores en Barinas, todos los cuales pasaron a engrosar el parque de las fuerzas libertadoras.

Sin pérdida de tiempo, Bolívar destacó en su persecución a la división Girardot. El impetuoso coronel granadino no dio descanso al enemigo. Con sus armas hizo 400 prisioneros y el resto de las fuerzas realistas se dispersó en plan de fuga. Una fuerza superior fue batida por la rapidez y la audacia de un adversario espiritualmente superior. El flanco sur del enemigo quedó libre, y abierto el camino hacia Caracas.

Mientras tanto, con 800 infantes, cien jinetes y cuatro piezas de artillería, los realistas rehacen fuerzas al norte. Operaba allí el gobernador González de Fuentes, los restos del batallón al mando del comandante Cañas que batió Girardot y las fuerzas del comandante Oberto en retroceso desde Araure, a raíz de una revuelta patriota en esa ciudad.

Destaca Ribas como guerrero. Al mando de sus escasos 500 hombres y desobediente de la orden de Bolívar, de no dejar la ruta Tocuyo-Sanare; Ribas se lanzó contra esas fuerzas. En fieros combates batió a su enemigo. No detuvo su avance. A la cabeza de la persecución contra las fuerzas realistas en fuga, llegó hasta Barquisimeto, donde rehizo fuerzas, y con el mandato del Decreto a Muerte, fusiló toda la oficialidad española.

El inesperado triunfo de Ribas dejó San Carlos a merced de Bolívar sobre la ruta sur de aproximación a Caracas. El éxito militar es así, y el disgusto que con seguridad tenía Bolívar por la orden desobedecida, debió quedar entre labios. Cosa distinta hubiera sucedido si la derrota hubiera sido para el desobediente militar, uno de los once generales de la Independencia. Así las cosas, Bolívar avanzó sobre San Carlos, localidad que el coronel Izquierdo evacuó para concentrar fuerzas con Monteverde y Oberto, y de esa manera taponar la ruta hacia la capital.

El coronel Izquierdo parece que intuyó las reales intenciones de Bolívar, y recomendó a Monteverde la reunión de estas tres fuerzas en el centro de la provincia de Caracas. Aunque oportuna, Monteverde la ignoró y permitió que las fuerzas estuvieran dispersas. Así, Oberto fue batido por un ataque sorpresa republicano, sin alcanzar el refuerzo de Monteverde, que llegó tarde. Él e Izquierdo prosiguieron con sus fuerzas desunidas.

Taguanes y el arte militar. Bolívar tomó nota de la ubicación en Teguanes de éste último y decidió ir al combate sin esperar los refuerzos de Ribas. Un ataque muy riesgoso. En dos jornadas se situó a distancia de batalla. Sin ignorar la situación, Izquierdo  decidió avanzar hacia la llanura de Taguanes para librar una acción decisiva. El choque fue un típico combate de encuentro. Girardot, siempre a la vanguardia, atacó de inmediato. Bolívar, más atrás, empeñó la caballería por la derecha y generalizó la lucha. Fue la primera batalla de verdaderas proporciones que libró desde su salida de Cúcuta. Izquierdo sintió el peso del ataque.

El español empezó un repliegue ordenado sobre las alturas a su espalda, bajo la presión de las fuerzas rebeldes que no lograron romper su orden. Bolívar comprendió la intención de su contrario, y montó una compañía en la grupa de un escuadrón de caballería, que pudo poner la fuerza combinada a la espalda de las férreas líneas españolas. Formación que atacó de manera sorpresiva y combinada, y rompió por fin su dispositivo. La mortandad fue terrible y el propio comandante español pereció en la refriega. Taguanes fue la acción decisiva de la Campaña Admirable.

Por primera vez, Bolívar contó con unas fuerzas superiores a las de su enemigo, que no supo o no alcanzó a concentrarse. Monteverde se enteró del fatal desenlace en las llanuras de Carabobo. De inmediato, se enrutó hacia Valencia, el mismo lugar hacia donde se dirigía Bolívar. Monteverde pensaba resistir allí con su millar de soldados.

Bolívar reunió 1.500, sin contar con las fuerzas de Ribas que aún se hallaban en Barquisimeto. Ante este cuadro, Monteverde buscó refugio en la plaza fuerte de Puerto Cabello, donde encerró su fuerza y a una considerable migración civil, perseguido de cerca por la vanguardia de Girardot.

La guarnición de Caracas, con una fuerte proporción de españoles peninsulares, se deshizo. Ocurre lo propio con el destacamento que ocupaba La Guaira. La noticia de la derrota cundió y sembró el pánico en los realistas.

En medio del desconcierto, las autoridades realistas buscaron un acuerdo con Bolívar, para salvar a la ciudad de la destrucción. El 4 de agosto Bolívar aceptó en La Victoria la capitulación. Sus términos contrastan con la letra del decreto de Trujillo, en evidencia del verdadero sentido de tal medida.

Admirable, Bolívar cumplió. El 6 de agosto de 1813, Simón Bolívar a la cabeza de sus tropas, entró en su ciudad natal e instituye la II República. Puerto Cabello, en sitio por las fuerzas republicanas, quedó vengado. Caracas concedió a Bolívar el título de Libertador, y la historia recordará siempre ésta su primera gran gesta, con otras victorias hasta febrero de 1814, con brega por la unión y la colaboración total de los libertadores orientales: con la luz de su genio militar y político, la Campaña Admirable.

Triunfo que no pudo refrendar con la toma de Puerto Cabello, fuerte y ciudad a los que sitió desde el 26 de agosto. Ya saldrán de allí las fuerzas resguardadas, fortalecidas por otras que llegaron por mar el 16 de septiembre, y que en operación simultánea con tropas de pardos y esclavos, y hordas provenientes del llano bajo el mando de Boves, estaban cargadas de odio contra los mantuanos. Boves retomó a Caracas el 8 de julio de 1814 con un poder político y militar total, que desconoció incluso a Juan Manuel Cajigal como capitán general de la Colonia.

Tras otros episodios de batallas y exilio en Las Antillas, tocó a su fin la II República. Habrá que esperar más de seis años para que Bolívar regrese con posibilidades de triunfo a su tierra natal.

Bibliografía

Izard, Miguel, El miedo a la revolución. La lucha por la libertad en Venezuela 1777-1830. Edición, Colección Bicentenario. Fundación Centro Nacional de Historia. Fondo Editorial Tropycos. Caracas, 2009.
Valencia Tova, Álvaro, El ser guerrero del Libertador, Instituto Colombiano de Cultura, 1980.


Decreto de guerra a muerte

Simón Bolívar
Brigadier de la Unión, General en Jefe del Ejercito del Norte,
Libertador de Venezuela
A sus conciudadanos

Venezolanos: Un ejército de hermanos, enviado por el soberano Congreso de la Nueva Granada, ha venido a libertaros, y ya lo tenéis en medio de vosotros, después de haber expulsado a los opresores de las provincias de Mérida y Trujillo.

Nosotros somos enviados a destruir a los españoles, a proteger a los americanos, y a restablecer los gobiernos republicanos que formaban la Confederación de Venezuela. Los Estados que cubren nuestras armas, están regidos nuevamente por sus antiguas constituciones y magistrados, gozando plenamente de su libertad e independencia; porque nuestra misión sólo se dirige a romper las cadenas de la servidumbre, que agobian todavía a algunos de nuestros pueblos, sin pretender dar leyes, ni ejercer actos de dominio, a que el derecho de la guerra podría autorizarnos.

Tocado de vuestros infortunios, no hemos podido ver con indiferencia las aflicciones que os hacían experimentar los bárbaros españoles, que os han aniquilado con la rapiña, y os han destruido con la muerte; que han violado los derechos sagrados de las gentes; que han infringido las capitulaciones y los tratados más solemnes; y, en fin, han cometido todos los crímenes, reduciendo la República de Venezuela a la más espantosa desolación. Así pues, la justicia exige la vindicta, y la necesidad nos obliga a tomarla. Que desaparezcan para siempre del suelo colombiano los monstruos que lo infestan y han cubierto de sangre; que su escarmiento sea igual a la enormidad de su perfidia, para lavar de este modo la mancha de nuestra ignominia, y mostrar a las naciones del universo, que no se ofende impunemente a los hijos de América.

A pesar de nuestros justos resentimientos contra los inicuos españoles, nuestro magnánimo corazón se digna, aún, abrirles por la ultima vez una vía a la conciliación y a la amistad; todavía se les invita a vivir pacíficamente entre nosotros, si detestando sus crímenes, y convirtiéndose de buena fe, cooperan con nosotros a la destrucción del gobierno intruso de España, y al restablecimiento de la República de Venezuela.

Todo español que no conspire contra la tiranía en favor de la justa causa, por los medios más activos y eficaces, será tenido por enemigo, y castigado como traidor a la patria y, por consecuencia, será irremisiblemente pasado por las armas. Por el contrario, se concede un indulto general y absoluto a los que pasen a nuestro ejército con sus armas o sin ellas; a los que presten sus auxilios a los buenos ciudadanos que se están esforzando por sacudir el yugo de la tiranía. Se conservarán en sus empleos y destinos a los oficiales de guerra, y magistrados civiles que proclamen el Gobierno de Venezuela, y se unan a nosotros; en una palabra, los españoles que hagan señalados servicios al Estado, serán reputados y tratados como americanos.

Y vosotros, americanos, que el error o la perfidia os ha extraviado de las sendas de la justicia, sabed que vuestros hermanos os perdonan y lamentan sinceramente vuestros descarríos, en la íntima persuasión de que vosotros no podéis ser culpables, y que sólo la ceguedad e ignorancia en que os han tenido hasta el presente los autores de vuestros crímenes, han podido induciros a ellos. No temáis la espada que viene a vengaros y a cortar los lazos ignominiosos con que os ligan a su suerte vuestros verdugos. Contad con una inmunidad absoluta en vuestro honor, vida y propiedades; el solo título de americanos será vuestra garantía y salvaguardia. Nuestras armas han venido a protegeros, y no se emplearán jamás contra uno solo de nuestros hermanos.

Esta amnistía se extiende hasta a los mismos traidores que más recientemente hayan cometido actos de felonía; y será tan religiosamente cumplida, que ninguna razón, causa, o pretexto será suficiente para obligarnos a quebrantar nuestra oferta, por grandes y extraordinarios que sean los motivos que nos deis pare excitar nuestra animadversión.

Españoles y Canarios, contad con la muerte, aun siendo indiferentes, si no obráis activamente en obsequio de la libertad de América. Americanos, contad con la vida, aun cuando seáis culpables.

Cuartel General de Trujillo, 15 de junio de 1813.
Simon Bolívar.
Es copia.
Pedro Briceño Méndez,
Secretario


América Insurrecta (1800)

NUESTRA tierra, ancha tierra, soledades,
se pobló de rumores, brazos, bocas.
Una callada sílaba iba ardiendo,
congregando la rosa clandestina,
hasta que las praderas trepidaron
cubiertas de metales y galopes.

Fue dura la verdad como un arado.

    Rompió la tierra, estableció el deseo,
    hundió sus propagandas germinales
    y nació en la secreta primavera.
    Fue callada su flor, fue rechazada
    su reunión de luz, fue combatida
    la levadura colectiva, el beso
    de las banderas escondidas,
    pero surgió rompiendo las paredes,
    apartando las cárceles del suelo.

    El pueblo oscuro fue su copa,
    recibió la substancia rechazada,
    la propagó en los límites marítimos,
    la machacó en morteros indomables.
    Y salió con las páginas golpeadas
    y con la primavera en el camino.
    Hora de ayer, hora de mediodía,
    hora de hoy otra vez, hora esperada
    entre el minuto muerto y el que nace,
    en la erizada edad de la mentira.

    Patria, naciste de los leñadores,
    de hijos sin bautizar, de carpinteros,
    de los que dieron como un ave extraña
    una gota de sangre voladora,
    y hoy nacerás de nuevo duramente
    desde donde el traidor y el carcelero
    te creen para siempre sumergida.

    Hoy nacerás del pueblo como entonces.

    Hoy saldrás del carbón y del rocío.
    Hoy llegarás a sacudir las puertas
    con manos maltratadas,con pedazos
    de alma sobreviviente, con racimos
    de miradas que no extinguió la muerte,
    con herramientas hurañas
    armadas bajo los harapos.

Surgen los hombres

Pablo Neruda

ALLÍ germinaban los toquis.
De aquellas negras humedades,
de aquella lluvia fermentada
en la copa de los volcanes
salieron los pechos augustos,
las claras flechas vegetales,
los dientes de piedra salvaje,
los pies de estaca inapelable,
la glacial unidad del agua.

         Arauco fue un útero frío,
         hecho de heridas, machacado
         por el ultraje, concebido
         entre las ásperas espinas,
         arañado en los ventisqueros,
         protegido por las serpientes.

Así la tierra extrajo al hombre.

Creció como una fortaleza.
Nació de la sangre agredida.
Amontonó su cabellera
como un pequeño puma rojo
y los ojos de piedra dura
brillaban desde la materia
como fulgores implacables
salidos de la cacería.

Los Libertadores
AQUÍ viene el árbol, el árbol
de la tormenta, el árbol del pueblo.
De la tierra suben sus héroes
como las hojas por la savia,
y el viento estrella los follajes
de muchedumbre rumorosa,
hasta que cae la semilla
del pan otra vez a la tierra.

         Aquí viene el árbol, el árbol
         nutrido por muertos desnudos,
         muertos azotados y heridos,
         muertos de rostros imposibles,
         empalados sobre una lanza,
         desmenuzados en la hoguera,
         decapitados por el hacha,
         descuartizados a caballo,
         crucificados en la iglesia.

Aquí viene el árbol, el árbol
cuyas raíces están vivas,
sacó salitre del martirio,
sus raíces comieron sangre
y extrajo lágrimas del suelo:
las elevó por sus ramajes,
las repartió en su arquitectura.
Fueron flores invisibles,
a veces, flores enterradas,
otras veces iluminaron
sus pétalos, como planetas.

         Y el hombre recogió en las ramas
         las caracolas endurecidas,
         las entregó de mano en mano
         como magnolias o granadas
         y de pronto, abrieron la tierra,
         crecieron hasta las estrellas.

Éste es el árbol de los libres.
El árbol tierra, el árbol nube,
el árbol pan, el árbol flecha,
el árbol puño, el árbol fuego.
Lo ahoga el agua tormentosa
de nuestra época nocturna,
pero su mástil balancea
el ruedo de su poderío.

        Otras veces, de nuevo caen
        las ramas rotas por la cólera
        y una ceniza amenazante
        cubre su antigua majestad:
        así pasó desde otros tiempos,
        así salió de la agonía
        hasta que una mano secreta,
        unos brazos innumerables,
        el pueblo, guardó los fragmentos,
        escondió troncos invariables,
        y sus labios eran las hojas
        del inmenso árbol repartido,
        diseminado en todas partes,
        caminando con sus raíces.
        Éste es el árbol, el árbol
        del pueblo, de todos los pueblos
        de la libertad, de la lucha.

Asómate a su cabellera:
toca sus rayos renovados:
hunde la mano en las usinas
donde su fruto palpitante
propaga su luz cada día.
Levanta esta tierra en tus manos,
participa de este esplendor,
toma tu pan y tu manzana,
tu corazón y tu caballo
y monta guardia en la frontera,
en el límite de sus hojas.

         Defiende el fin de sus corolas,
         comparte las noches hostiles,
         vigila el ciclo de la aurora,
         respira la altura estrellada,
         sosteniendo el árbol, el árbol
         que crece en medio de la tierra.

Pablo Neruda,
Canto General

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