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Venezuela, junio 5 de 1811. De la conciliación a la independencia

Venezuela, junio 5 de 1811. De la conciliación a la independencia

Un solo territorio. Un destino

 

Bicentenario, hoy. Con un pregón en el Caribe, (Haití-1804) –derrota a tropas de Napoleón–, guerra de independencia en el continente, ayer. El sueño de independencia, y la guerra que la hizo posible, se extendió por toda la región como si fuéramos una sola casa. Invadidos, oprimidos, masacrados, colonizados, negados, como un solo y único territorio, su liberación no podía ser de otra manera.
 
 
En el año 2009 tuvieron conmemoración la constitución de la Junta Suprema en Quito/Ecuador (Real Audiencia de Quito) y las sublevaciones en La Paz, Chuquisaca (hoy Sucre), Potosí, Cochabamba y Santa Cruz en Bolivia, que el virreinato acabó a sangre y fuego. En 1806, el Precursor Miranda fracasó en su intento de sublevar la Colonia al tomar la ciudad de Coro con ayuda de la armada británica. No es de olvidar que en Nueva España (México), el 19 de julio y el 5 de agosto de 1808 el Ayuntamiento pidió autonomía al Virrey Iturrigaray. De inmediato, las conversaciones fueron interrumpidas con violencia y cárcel por los defensores de los intereses imperiales el 15 de septiembre. Un preludio del bando de Miguel Hidalgo y Costilla del 29 de noviembre de 1810 y de la proclama de José María Morelos el 8 de febrero de 1812 artífices de la primera rebelión armada contra el dominio de España. En el 2010 les correspondió a Colombia (Nueva Granada), y Argentina (Virreinato del Río de la Plata). Este 5 de julio de 2011 la memoria nos lleva a Venezuela (Capitanía General de Caracas).
 
Doscientos años después, corresponde mirarnos como la sociedad que éramos, para nuestro caso, un solo y vasto país. Para quienes tratan de encasillarnos simplemente como colombianos, es importante revisar la gesta de liberación que tuvo lugar en Venezuela, que comenzó en Caracas pero que no tuvo concreción feliz sino hasta cuando hubo una unidad de esfuerzos de este lado de los Andes, territorio importante de la otra Nueva Granada. Un destino común, ¿ayer y hoy?
 

La crisis del Imperio

 
La abundancia fue su perdición para el Imperio español. Usurpando y violentando pueblos, se acostumbró a vivir de lo ajeno sin desarrollo de lo propio. De esa manera, el oro, la plata y los otros bienes que desde América trasladó para la Península, satisfacieron el confort de las Cortes (la nobleza) despreocupada por los cambios que se gestaban en la economía, en la ciencia y en la tecnología, con epicentro en Inglaterra y Francia, los imperios que le competían.
 
Desde su abundancia, el imperio español compraba a sus vecinos todo tipo de mercaderías, las que hacía llegar a tierras americanas, con garantía en la compra-venta de grandes dividendos. A partir de la superioridad militar España estableció este tipo de relación comercial, con procura de que ni ingleses, franceses, holandeses y otros establecieran nexos directos y permanentes con sus colonias. Así fue durante siglos, pero nuevos tiempos estaban por venir. Inglaterra multiplicaba su capacidad industrial, los pistones movían las nuevas máquinas que hacían el trabajo encomendado antes a la labor de cientos de obreros. La química y la física lograban importantes avances sintetizados en la nueva producción de textiles y otras mercaderías.
 
Con mayor producción, Gran Bretaña estaba en condiciones de vender a menor costo, y de esa manera amasar de manera directa el oro que les llegaba por el intercambio con los reyes de Castilla. Las leyendas del Dorado también llamaban su codicia y ánimo para dar un paso por estas tierras. Sus colonias en las Antillas le permitían avanzar en esta dirección, dando los primeros pasos a través del contrabando.
 
Los menores precios que ofrecían, estimularon el intercambio clandestino con las colonias españolas. La noticia llegó a las Cortes, que respondieron con la Real orden del 20 de abril de 1799, con prohibición del intercambio con las colonias vecinas de otra nacionalidad.
 
Real orden que no daba cuenta de las causas reales del fenómeno del intercambio comercial que crecía a sus espaldas (incapacidad industrial; fortalecimiento de otras potencias) por lo cual tendría que fracasar. Sus mismos súbditos americanos solicitaron que la retirara, y así fue.
 
El deterioro del imperio español no fue cuestión de pocos días. Al contrario, fue un largo proceso económico, social y político, manifestado en infinidad de contradicciones, en el cual jugaron papel importante sus propios errores como las acciones de sus contradictores.
 
La derrota de la Armada Invencible El primero que presintió tal deterioro fue el Rey Felipe II, quien sintió las debilidades de su imperio frente al nuevo imperialismo económico de la Gran Bretaña. Su reacción no fue pasiva “ (…) para salvar la hegemonía mundial de España envió contra Inglaterra la gigantesca Armada Invencible, último gesto heroico y soberbio de este pueblo que intentaba una vez más someter a la economía con el filo de la espada. Pero la naturaleza se opuso (…). Una devastadora tormenta en las costas de la Gran Bretaña, hundió gran parte de la escuadra y dispersó al resto. Así frustró los sueños imperiales del gran monarca”. No solo ésta, otras derrotas menguarían el amplio dominio español.
 
La reforma protestante rompió su monopolio espiritual o el imperialismo católico de España. Si a esto se suma su incapacidad para producir sus propias mercaderías y las dificultades cada vez más crecientes para comprarlas a los imperios que le competían, se podrá tener la dimensión del callejón sin salida ante el cual se encontró el otrora todo poderoso imperio.
 
Derrotada España en los campos de batalla de Europa, quedó además en la posibilidad de perder su monopolio sobre los pueblos de América, pero al mismo tiempo, ante la creciente urgencia de incrementar sus ingresos para poder cancelar sus obligadas importaciones.
 
Impuestos que exasperaron La primera posibilidad la enfrentó con la prohibición a sus súbditos de comerciar con otras potencias; con precios bajísimos para los pro-ductos de las colonias en los mercados de España; con crecidas y obligadas participaciones para el Estado en todas las explotaciones del Nuevo Mundo y con impuestos casi confiscatorios a la producción americana. Enfrentó el incremento de sus ingresos con acentuación hasta la exageración del sistema de explotación mercantilista y colonial: nuevos impuestos fue la medida más común que aplicó en toda la región. Estas medidas afectaron a toda la población en general. Y la propia burocracia colonial sufrió efectos negativos en sus intereses, en particular, desde 1777 con la introducción de la Real Hacienda, y el incremento en el cobro de todo tipo de impuestos que afectan el intercambio comercial. La inconformidad, incluso entre los más ricos, iría en aumento y el deseo de menos impuestos y mayor autonomía comercial crecería año tras año.
 
Túpac Amaru y Comuneros Son estas las circunstancias que deterioraron los lazos históricos que unían las colonias con la metrópoli. El levantamiento de los Comuneros –con epicentro en la Nueva Granada pero con extensiones hasta Venezuela, con epicentro en San Antonio de Tachira– así como la insurrección de Tupac Amarú, fueron manifestaciones del malestar social que estas medidas produjeron. Malestar que encontraría pocos años después nuevos argumentos y nuevas fuerzas en la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad), así como en la revolución económica que defendía Inglaterra (libertad de comercio).
 
Libertad de comercio si pero no igualdad Fue varia la manera de encarar estos nuevos argumentos según la clase social: diferente para los criollos o “mantuanos” en Venezuela (por el privilegio a sus mujeres de usar “manto”). Como en el resto de la región, eran las gentes acomodadas, los ricos hacendados, los comerciantes, los propietarios de esclavos y dueños de los puestos en los cabildos. Todos miraron con simpatía la «libertad de comercio» que ofrecía Inglaterra, que representaba el fin de las reglamentaciones y monopolios, y la posibilidad de vender los frutos de sus haciendas en mercados más remuneradores; pero no se identificaron con la «libertad», la «igualdad» ni la «fraternidad». Hubo oposición de los criollos a los ecos procedentes de Francia, y al escoger entre Fernando VII y el liberalismo revolucionario, a pesar de sus alardes contra la Metrópoli, muchos decidieron por el rey español.
 
Rebelión de negros Otra cosa pensaban los esclavos negros, los «pardos» y los indios, que oían en las casas de sus amos comentar estos asuntos y sentían poderosa atracción por las ideas francesas, de las cuales esperaban su libertad. En 1794, un intento insurreccional antiesclavista –Conjura de los negros del Centro”–, proseguió en 1795 con el levantamiento de José Leonardo Chirinos en las serranías de Coro; ciclo que cerró en 1798 con el alzar de los negros del oriente venezolano, con epicentro en Cariaco, todos: una advertencia a los «mantuanos» de que una revolución en las colonias podía empezar contra España y terminar contra ellos.
 
Miranda Pocos años después, los “mantuanos” dejaron solo a Miranda en 1806, ofrecieron su apoyo y ayuda a las autoridades y una considerable suma por la cabeza del jefe expedicionario. El temor a una participación cada vez más activa de parte de los esclavos no se dejó esperar.
 
Los sucesos independentistas de Haití (1804) y la circulación de negros libertos por el Caribe así lo hacía presentir. Con ellos iba la tradición oral del momento que estaba en curso en Francia. Para neutralizar el peligroso contagio ideológico, la Corona suspendió la tradición de conceder la libertad a los esclavos de colonias extranjeras que huían a las indias. A principios de 1792, las autoridades, recelosas de la llegada de las ideas revolucionarias a sus posesiones, prohibieron la entrada de naves francesas a los puertos de Venezuela, medida que afectaba los intereses de los hacendados locales, por lo cual fue levantada a los pocos meses.
 
Pero hubo otra vía para la llegada de tales ideas con los esclavos: no pocos llegaron con sus amos que huyeron de Haití hacia Venezuela, o fueron vendidos a los hacendados venezolanos.
 

No a Napoleón y se ahonda la crisis

 

La crisis de la metrópoli tocó fondo en 1808 con la invasión de Napoleón a España, el motín de Aranjuez contra Godoy, el levantamiento popular en Madrid contra Murat y la abdicación de Carlos IV y Fernando VII en Bayona a favor de Napoleón. Destituido el Rey, su defensa toma forma a través de una Junta Suprema en la cual hubo diferencias entre los profranceses (aspiran a reformas políticas dentro de España) y los monárquicos (defensores de la tradición). Dicho conflicto se extendió a sus colonias, y se manifiesta con la aspiración de conformar iguales Juntas Supremas que conserven los privilegios del Rey.
 
Una contradicción se dejó ver con estos intentos: la existente entre los criollos y los españoles residentes en América –quienes gozaban de todos los privilegios y ocupa-ban los más altos cargos en las colonias. Así, los criollos proclamaron desde los cabildos la necesidad de juntas populares soberanas, y los españoles se declararon solidarios con la Junta Superior de España, porque el reconocimiento de la misma dejaba a salvo el vínculo de de-pendencia entre América y la Metrópoli. Política que adelantó la aristocracia española desde las Audiencias.
 
De esta manera, cuando el 15 de julio de 1808 llegó a Caracas un representante del Supremo Consejo de Indias –ya sometido a la influencia francesa–, a exigir el reconocimiento de José Bonaparte como rey de España y del príncipe Murat como teniente general del reino, en la ciudad hubo un motín contra el emisario. Una protesta que adquirió las características de una reacción general de entusiasmo y fidelidad a Fernando VII. Los curas desde los púlpitos denunciaban las sacrílegas teorías políticas francesas. Esa noche, los mantuanos más destacados de Caracas, los Sojo, Toro, Montilla decidieron constituir una Junta Suprema.
 
Y el día 16, el pueblo urbano, instigado por los criollos, pidió la formación de tal Junta. La llegada pocos días después de un emisario de la Junta de Sevilla, don José Meléndez Bruna, que solicitó a los venezolanos el reconocimiento de la misma, enfrió la decisión de los mantuanos.
 
Tal impasse, y el giro en los ánimos de los caraqueños, sirvió para revivir la energía entre los españoles residentes en esta ciudad. El capitán general Casas declaró que, restablecida en Sevilla la autoridad legítima de España, sobraba la Junta propuesta por el Cabildo; ordenó, además, abrir investigación contra los “traidores a España y a la Monarquía”.
 
Tal decisión tuvo efectos desorganizadores entre los criollos más activos o pro Junta. Muchos, para ganar el favor de las autoridades pasaron a denunciar “… el recibo de cartas de don Francisco Miranda, en las cuales les recomendaba trabajar por la constitución de una junta en Caracas y el envío de sus representantes ante el gobierno británico” (1). 
 
La disputa tomó varios meses. Cuando se creía que todo regresaba a su lugar, el 17 de abril de 1809 llegó la noticia de la disolución de la Junta de Sevilla ante el avance de las tropas napoleónicas. En tales circunstancias, de nuevo surgió el problema de si el derrumbamiento de la autoridad en la Península permitía la constitución de Juntas Soberanas, como querían los criollos, quienes, al enterarse actuaron sin dilación por conducto del alcalde de Caracas, don José de las Llamosas, para convocar al ayuntamiento el día 19 con el propósito de pedir la conformación de una Junta Suprema. Para que todo saliera bien no hubo dilación. En otro hecho militar las tropas inglesas de Wellington entraron a un Portugal que perdió Napoleón.
 
El 18 de abril en la noche se reunieron los más animados cabecillas del movimiento: Dionisio Sojo, Mariano y Tomás Montilla, Manuel Díaz Casado, José Félix Ribas, Nicolás Anzola, Martín Tovar y muchos otros, se reunieron en casa de José Ángel Álamo, que acordaron salir de inmediato a los distintos barrios para convocar la participación popular en el ayuntamiento.
 
Llegó el día 19, y desde tempranas horas la gente venía con prontitud. Cuando el capitán general Emparán se dirigió a las Casas Consistoriales para instalar el Cabildo, encontró el re-cinto rodeado de una concurrencia heterogénea, no le fue difícil percibir una marcada hostilidad. Sintiendo la desventaja, al instalar la sesión quiso ganar tiempo. Sustentó que en calidad de capitán no se oponía a la constitución de la Junta Suprema, pero, era necesario esperar el concepto de los comisionados de la Regencia, dicho lo cual, levantó la sesión y procedió a retirarse hacia la catedral, donde se adelantarían los Oficios del Jueves Santo.
 
Sin embargo, cuando consideró que todo estaba decidido, Francisco Salias, uno de los conjurados, salió al encuentro y lo obligó a regresar sobre sus pasos. El silencio de su guardia personal –neutralizados por los criollos– indicó al capitán que había perdido todo el apoyo.
 
Emparán en sorpresa al entrar de nuevo al Cabildo, constató con alarma que allí no estaban solo los miembros del Ayuntamiento sino además otras personas, entre ellas el canónigo José Cortés de Madariaga y el presbítero Francisco José de Ribas, representantes del clero; los doctores Juan Germán Roscio y José Félix Sosa, quienes se titulaban delegatarios del pueblo; y José Félix Ribas, personero de los «pardos». Así la Junta Suprema ambicionada por los criollos, estaba integrada, esperándolo en un silencio cuya solemnidad presagiaba tormentas.
 
“Juan Germán Roscio propuso la constitución oficial de la Junta y la presidencia de la misma para Emparán, y no atreviéndose a romper en total con la tradición del Gobierno colonial, dio por sentado que la Real Audiencia, órgano político del partido español, continuaría en el natural ejercicio de funciones. Esto era la revolución, pero una revolución respetuosa de los intereses y posiciones de aquellos contra quienes se realizaba; una revolución tímida y vacilante, que allí mismo la demagogia de un hombre arrebatado e impulsivo iba a derribar” (2).
 
A pesar de este respetuoso proceso de cambio de la tradición, el capitán se opuso a encabezar la Junta, e inquirió a los conspiradores que si no querían su Gobierno él es-taba dispuesto a irse de inmediato. Acompañó sus palabras de un gesto altanero que lo llevó al balcón para preguntarle al público reunido en las afueras del recinto si estaba contento con su mando. La respuesta, propiciada por la iniciativa de Cortés de Madariaga, que le hizo un gesto a varios de los vinculados en la conspiración para que contestaran con un ¡no!, que se transformó de inmediato en un unánime rechazo que el capitán consideró como la solicitud de su dimisión. Entonces, sentenció: «Pues yo tampoco quiero seguir mandando», Así, entre teatral y cobarde, la autoridad de los reyes de España paso de su representante a los conjutados.
 
El paso siguiente no dio espera: se conformó la Junta de Gobierno, la misma que tomó medidas inmediatas: aprobó viáticos para que el renunciante capitán regresara a la metrópoli; suprimió el derecho de alcabala sobre los comestibles y objetos de primera necesidad; extinguió el impuesto de exportación; dio libre entrada a varios productos de manufactura extranjera para proteger el beneficio de los frutos del país, declaró que los indios quedaban exentos de todo tributo y prohibió el tráfico de esclavos». Además, adelantándose a la reacción del poder peninsular, nombró sendas comisiones que se dirigirían a Inglaterra y Estados Unidos en procura de protección ante España.
 
Rebelión urbana y de minorías. Mientras esto sucedía en Caracas, en el extenso campo venezolano no estaban enterados del curso de los acontecimientos, pero bien pronto saldría de sus profundidades un violento rechazo a la decisión tomada por los mantuanos.
 

La iniciativa de Bolívar

 

Al momento de conformar las delegaciones que marcharían hacia los países mencionados, Bolívar se propuso –como presidente de la misma– para conformar la que iría hacia Inglaterra; su hermano Juan Vicente se embarcaría con la que viajaría hacia los Estados Unidos. El argumento con el cual logró que fueron aceptados fue uno y sólo uno: ellos financiarían el viaje de ambas comisiones. El recorte de los ingresos del fisco venezolano, producto de las medidas tomadas por la recién posesionada Junta, validaba esta oferta.
 
En el Foreing Office A pesar del rechazo que Bolívar despertaba, por díscolo, entre los criollos más adultos, a principios de junio abordó el buque de guerra General Wellington, que las autoridades inglesas facilitaron, acompañado de don Luis López Méndez y don Andrés Bello. Tras un mes, el 10 de julio de 1809, el barco tocó en Portsmouth, y allí funcionarios del Foreign Office les presentaron su saludo; la audiencia les fue concedida para el día 17.
 
La misión de la delegación presidida por Bolívar fue precisa: conseguir el apoyo inglés para neutralizar a España y evitar un ataque, pero sin desconocer al Rey. Bolívar, que no compartía esta idea, sin reparar las cartas que había recibido, y pretendió un apoyo para la independencia, el cual negó de inmediato el comisionado inglés, quien le recordó el mandato que traía escrito.
 
La Gran Bretaña frotó sus manos no podía maniobrar en esos momentos en contra de España. Debía apoyarla en la guerra contra Napoleón, su enemigo común. Un apoyo que le abría de inmediato las puertas del comercio con las colonias españolas. Así convinieron el ministro Canning y don Juan Ruiz de Apodaca desde el 14 de enero de 1809. La llegada de los representantes del Gobierno venezolano proporcionaba una oportunidad magnífica a los ingleses para presionar al Gobierno español a celebrar ese convenio, bajo la amenaza de reconocer, en caso contrario, la libertad de las colonias.
 
Así estaban las cosas, cuando los comisionados venezolanos recibieron una visita esperada con todo deseo por Bolívar: Francisco Miranda, “Príncipe de los Conspiradores”.
 

El Precursor y el Libertador

 

Desde esa primera cita, Bolívar dirigió todo su esfuerzo a convencer a Miranda y su experiencia militar de que en América todo estaba maduro para la rebelión. Que solo faltaba un caudillo prestigioso para dar el grito de independencia. El Precursor, sin embargo, con profundo sentido de la realidad, tal vez por un inmenso escepticismo, alegó que en estas tierras esclavos, pardos y otros estaban con el Rey y solo una pequeña casta estaba a favor de la independencia.
 
Gran Bretaña aliada de España Tras insistir con los ingleses, con la demanda por un desconocimiento del Consejo de Regencia que no fue aceptada, el 30 de agosto, Bolívar y sus compañeros dieron por terminada su tarea sin lograr resultados apreciables. Bolívar siguió entonces los pasos de Miranda en busca de nuevos medios para enderezar al Gobierno británico en favor de la causa de América. En conjunto iniciaron una campaña de prensa destinada a crear en Londres corrientes de opinión favorables a la intervención inglesa en las colonias españolas.
 
La negativa británica debilitó a Miranda en su propósito de no aceptar la invitación de Bolívar para regresar a América. En consecuencia, acordaron que el joven saldría primero en la goleta Saphyr, puesta por el Gobierno británico a disposición de los diputados de Venezuela, y el Precursor vendría después, resuelto a jugárselo todo en la audaz empresa.
 
A mediados de noviembre de 1810 Bolívar llegó a Caracas. De inmediato, dedicó su esfuerzo en neutralizar las prevenciones y oposiciones que despertaba Miranda entre connotados mantuanos, por su origen canario y su identidad con muchas ideas de la Revolución Francesa.
 
El escenario por excelencia para lograr su objetivo, fue crear opinión pública desde la Sociedad Patriótica de Agricultura y Economía, institución creada en agosto de 1810 con el propósito de estudiar los grandes problemas de la República venezolana. La Sociedad no incidía más allá de los jóvenes mantuanos, pero poco a poco fue logrando una mayor aceptación y audiencia.
 
De esta manera, la solicitud del pasaporte de Miranda recibió una respuesta afirmativa, aunque no entusiasta, y la visa necesaria le fue concedida. Sus primeros contactos en Venezuela, con un aire de insolencia, no ayudaron a despejar los temores de quienes le temían.
 
Una curul para Miranda La verdadera batalla entre los partidarios y enemigos de la independencia tuvo escenario en el primer Congreso venezolano, que sesionó el 2 de marzo de 1811, con representantes de las provincias de Cumaná, Barcelona, Mérida, Trujillo, Margarita y Caracas y para el cual Miranda obtuvo, a última hora, una curul por la de Barcelona. El Congreso dio inicio a sus deliberaciones en medio de un ambiente tenso.
 
Los partidarios de Fernando VII esgrimieron como argumento inicial y fundamental para que Venezuela no se separara de la metrópoli el caos que recorrería todo el país. La decisión de la Regencia que declaró a Venezuela en estado de rebeldía, no ayudaba a suavizar los ánimos. A la par del Congreso, sesionó la Sociedad Patriótica.
 
Los debates de los jóvenes que concurrían, estuvieron cargados de un profundo espíritu independentista. La dinámica que ganaron y el eco que encontraron en sectores de la sociedad les valió la acusación de aspirar a convertirse abusivamente en segundo Congreso.
 
El 13 de julio respondió Bolívar a tales acusaciones, animado además por la indecisión del Congreso frente al tema de la independencia: “No es que haya dos congresos –dijo con voz sonora que dominó los murmullos del salón. ¿Cómo fomentarán el cisma los que más conocen la necesidad de la unión? Lo que queremos es que esa unión sea efectiva para animarnos a la gloriosa empresa de nuestra libertad. Unirnos para reposar y dormir en los brazos de la apatía, ayer fue mengua, hoy es traición”.
 
“Se discute en el Congreso Nacional –continuó– lo que debiera estar decidido. Y ¿qué dicen? Que debemos comenzar por una Confederación. ¡Como si todos no estuviéramos confederados contra la tiranía extranjera! ¿Qué nos importa que España venda a Bonaparte sus esclavos, o que los conserve, si estamos resueltos a ser libres? Esas dudas son tristes efectos de las antiguas cadenas. Que los grandes proyectos deben prepararse con calma. ¿Trescientos años de calma no bastan? ¿Se quieren otros trescientos todavía?” (3).
 
La Sociedad Patriótica acogió sin dilación la propuesta de Bolívar y remitió al Congreso una exposición con tal motivo. Al recibirla, pidieron su concepto al Poder Ejecutivo y al recibirlo favorable el 4 de julio, después de un encendido debate sobre las facultades de sus miembros para hacer la «declaración de independencia». Un paso que se efectuó el 5 de julio de 1811 con el Acta famosa, que redactaron Roscio e Isnardi. Venezuela inició así la Primera República.
 
La alegría de este suceso estuvo cruzada por grises presagios. Los encendidos debates del Congreso con respecto a la Constitución, dejaron ver de inmediato las profundas divisiones de la sociedad venezolana. Con soporte en primera instancia en un infecundo federalismo, en el cual cada una de las ciudades importantes se empeñó en constituir un estado independiente, Pero además, con revelación de los odios acumulados por 300 años de coloniaje, todas las ciudades estaban contra el centralismo de Caracas. Demandaban una carta federal que diera a cada una de las ciudades y provincias principales total independencia y soberanía.
 
Una tendencia federalista que nada la contuvo. “El 21 de diciembre de 1811, el Congreso sancionó la Constitución según la cual “[…] cada provincia –como diría Bolívar– se gobernaba independientemente; y con su ejemplo, cada ciudad pretendía iguales facultades alegando la práctica de aquéllas y la teoría de que todos los hombres y pueblos gozan de la prerrogativa de instituir a su antojo el gobierno que les acomode” (4). La catástrofe se veía venir.
 
El levantamiento contra el Gobierno republicano comenzó en Valencia. Los negros y pardos, aliados con los españoles a los gritos de ¡Viva Fernando VIl! ¡Viva la religión católica! ¡Muera la independencia!, rechazaron a los blancos mantuanos de Caracas y el gobierno de la República.
 
Miranda Generalísimo Para contener el levantamiento encomendaron el marqués Fernando Rodríguez del Toro reconquistar la ciudad (hombre símbolo de la vieja generación en cuyas manos la República perdía y quien junto con Simón Rodríguez acompaño a Bolívar en su juramento en el Monte Sacro en 1905), una designación que declinó. Ante esta realidad el gobierno con alarma quedó obligado a tomar la providencia menos deseada: nombrar a Miranda Generalísimo de los ejércitos de la República, con la esperanza de que su prestigio militar restableciera la caída moral de las tropas. Pero Miranda batido por la inexperiencia del joven ejército cayó en un profundo pesimismo.
 
No bien asumió la jefatura, Miranda dio muestras del fatal pesimismo y de falta de iniciativa indigna de un oficial de sus quilates. Si bien avanzó sobre Valencia y sometió a los levantados, no supo sacarle provecho al triunfo. En vez de avanzar sobre Coro y Maracaibo, también en rebelión, regresó a Caracas a presidir los tribunales contra los responsables de la insurrección.
 
En estos primeros combates Bolívar mostró su arrojo e inmensa decisión de combate. El ataque a la colina del Morro guarda los recuerdos de esas primeras armas del futuro Libertador. En esto estaba cuando el 26 de marzo, Jueves Santo, un temblor sacudió Caracas, La Guaira, San Felipe, Barquisimeto y Mérida, dejando bajo las ruinas una parte sustancial del ejército.
 
Como días antes en el Morro, Bolívar mostró de nuevo su coraje e inmensa convicción. Cuenta él mismo que tratando de ayudar a algunas víctimas del tremendo movimiento de tierra cuando: “(…) di de manos a boca con el furibundo españolizante José Domingo Díaz, el que no hace más que verme y echarse a comentar con su acostumbrada sorna: 
 
– ¿Qué tal, Bolívar? Parece que la Naturaleza se pone de! lado de los españoles (…). 
– Si se opone la Naturaleza, lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca (…) –le respondí iracundo”. (5)
 
Las fallas geológicas de la naturaleza no pararon ahí. Con igual o más potencia repitieron e! Sábado de Gloria y el 24 de abril. Tras el tremor las incitaciones de los clérigos realistas fácil se abrieron paso en las temblorosas con-ciencias de la asustada población. Desde entonces la causa republicana decayó visiblemente.
 

La contrarrevolución y Monteverde

 

En marzo de 1812 la contrarrevolución que prepararon Cortabarría desde Puerto Rico y e! capitán general Miyares, en Coro, comenzó. El español Domingo Monteverde salió de Coro al mando de una expedición compuesta de 200 hombres con el propósito de tomar los almacenes de Carora. Fue tal el apoyo de los pueblos que Monteverde después de tomar a Carora ocupó a Barquisimeto y avanzó sobre San Carlos a pesar de las instrucciones de sus superiores, quienes le advirtieron las dificultades de tomar esta plaza con sus escasas fuerzas. “Otra cosa pensaba Monteverde, oficial cargado de todas las cualidades de que carecían los jefes republicanos: astucia, ideas claras, audacia, energía y crueldad para imponer su autoridad y atemorizar a sus enemigos. Cuando tomó a Carora, la población patriota fue pasada a cuchillo y la ciudad entregada al saqueo” (6). Y su optimismo nada tenía de infundado.
 
Frente a San Carlos, donde existía una poderosa guarnición, las más selectas tropas de caballería patriota desertaron para unírsele. Movimiento que decidió la batalla y le entregó la plaza. Algo semejante ocurrió después con Valencia, que abandona-ron los republicanos ante el victorioso avance realista. Miranda cambió entonces de táctica y se dedicó a fortificar los principales pasos de acceso a Caracas, mientras Monteverde avanzó en rápida marcha. Envió a Eusebio Antoñazas, uno de los más enérgicos y sanguinarios de sus capitanes, a levantar los Llanos de Calabozo, de donde esperaba sacar ganado y especialmente soldados. La toma de San Juan de los Morros, el día 23, abrió en la historia de Venezuela la primera y dramática página de actividad de los caudillos populares de España. Boves sería su mayor exponente.
 
Miranda aún en debate Ante al avance de un cuerpo de ejército muy inferior en hombres al suyo, Miranda opta por defenderse. Se retira de campos, cede terreno, y opta por fortificarse. Una actitud muy criticada entonces y aún en debate por la historia. Tal vez como explicación que justifica su opción, está la moral de su ejército, el cual desertaba apenas avistaba las tropas del Rey. Su experiencia al frente de ejércitos ya formados y decididos, en campaña regular, como ‘oficial de carrera’ y no de combate guerrillero en desventaja; debió pesarle.
 

Bolívar sufre derrota en Puerto Cabello

 

Sin la confianza de Miranda, Bolívar por las influencias del marqués de Toro, obtuvo el cargo de comandante de Puerto Cabello, y en los primeros días de junio partió a su nuevo destino.
 
Puerto Cabello fue una plaza compuesta por un fortín llamado Solano. Sus costas estaban guarnecidas por dos baterías. Tenía comunicación con la península de Paria por medio de un puente levadizo, con el islote artillado, que era la plaza propiamente dicha, y donde debía residir su jefe. Como posición avanzada tuvo el fuerte San Felipe en un empeñó en aguas más profundas que la plaza, reducto bien fortificado y que abrigó, junto con los almacenes de armas y municiones, las bóvedas que sirvieron de cárcel. Contaba a su servicio los bergatines Celoso y Argos, la goleta Venezuela y varias otras embarcaciones pequeñas. A su alrededor vivió una población francamente pro monárquica, con la cual mantenían constante comunicación los reclusos, en su mayoría, españoles detenidos en la insurrección de Valencia.
 
Esa relación pueblo-presos, favorecida por la vinculación de una parte de la oficialidad, facilitó la toma del fuerte San Felipe. Bolívar previó que todo podía terminar si no actuaba con prontitud. Vaticinó que pronto llegarían refuerzos desde Valencia por orden de Monteverde, y aunque solicitó refuerzos a Miranda, no obtuvo respuesta alguna.
 
Tal y como previó, los refuerzos realistas llegaron, pero no sólo esto, al finalizar junio desertó el capitán Camejo y otros 120 hombres, un hecho que dejó en muy malas condiciones a los patriotas para proseguir la defensa del fuerte. Así las cosas, el 1 de julio, con apenas 12.000 cartuchos en su haber, Bolívar informó a Miranda de la pérdida de la guarnición. La respuesta de Miranda fue fatalista: «Venezuela está herida en el corazón».
 
El silencio que mantuvo Miranda ante el clamor de Bolívar se ahondó cuando le hizo llegar varias cartas manifestando lo desgraciado que se sentía, y pidiendo un poco de tiempo para reponerse y volver a filas.
 
Esos fueron los sucesos en Venezuela, cuando el 13 de julio los esclavos negros del valle de Barlovento al grito de iViva el rey!, en rebelión marcharon hacia Caracas, incendiaron las haciendas, quemaron las plantaciones y asesinaron con crueldad a los blancos. El ánimo del Generalísimo recayó profundo. Al punto que propuso capitular a sus oficiales y a la Junta.
 
Miranda en armisticio La propuesta llegó a Monteverde quien respondió con exigencias difíciles para un oficial de la experiencia y categoría de Miranda. Sin embargo, aceptó un armisticio en los términos del jefe español que no comentó a sus oficiales de manera oportuna. Motivo por el cual, al enterarse tardíamente exclamaron: ¡Nos vendieron a Monteverde!
 
La creencia de la traición creció cuando se supo que Miranda partiría hacia Europa. Por eso, la misma noche de su llegada a La Guaira, un grupo de oficiales venezolanos, con Bolívar a la cabeza –cuyo odio por Miranda exacerbó en esos momentos–, se puso en contacto con el comandante militar coronel Manuel María Casas y con el gobernador civil, don Miguel Peña, y acordaron detener al Generalísimo para exigir-le cuentas e imponerle el condigno castigo. Bolívar fue destinado para arrestarlo. Y así fue. Bolívar corrió con el encargo.
 
En horas nocturnas informaron a Miranda que estaba detenido. Sin oponerse, marchó con sus captores hasta las prisiones de La Guaira, sin saber que pronto sería entregado a las autoridades españolas –como cumplimiento del armisticio–, para terminar luego preso en Cádiz, donde murió en la mazmorra.
 
Cayó la I República Con la Primera República en pérdida, Bolívar tuvo que salir de Venezuela y salvar la vida. Cuando lo intentó fue informado por sus amigos que si procedía así sería tratado como violador del armisticio, por lo cual optó por solicitar a su amigo Francisco Iturbe, amigo de Monteverde, que intercediera en solicitud de un pasaporte para dejar el país. Y así fue. Sin oposición alguna, Monteverde aceptó la solicitud.
 
El día 12 de agosto de 1812, sin mayores recursos, en el velero Jesús, María y José, Bolívar partió con un pequeño grupo de amigos hacia Curazao, donde embargaron su equipaje no más tocó tierra. Igual suerte corrieron sus bienes en Venezuela bajo la orden de los monárquicos de confiscar las propiedades de todos los participantes en la revolución iniciada el 19 de abril.
 
En el intento de darle cuerpo a sus sueños, meses después, Bolívar viajó con sus acompañantes hacia Cartagena, adonde llegaron a mediados de noviembre de 1813, y de inmediato se puso a las órdenes de don Manuel Rodríguez Torices, alcalde de la ciudad, quien los aceptó de buena gana, al ver en ellos el fiel de la balanza que lo libraría del francés Labatut, un militar que vino a América con Miranda, y que con chantajes ejercía el mando militar en la región.
 
Por tanto, Rodríguez ordenó al oficial francés incorporar a los oficiales venezolanos en el ejército bajo su mando. Viendo en ellos posibles competidores, y habiendo escuchado de boca de Miranda sobre Bolívar, Labatut optó por enviarlo a una guarnición lejana y sin importancia, en Barrancas, pueblo sobre el Magdalena, en diciembre. Allí escribió El Manifiesto de Cartagena, que resume su espíritu para entonces, y desde allí emprendió con 200 hombres –igual que Monteverde– la Campaña Admirable, con la cual dio cuerpo pocos meses después a la Segunda República en Venezuela. (7). 
 
1 Liévano, Aguirre, Indalecio, Bolívar, editorial de Ciencias Sociales, La Habana. 2010, p. 50.
2 op. cit., p. 52.
3 op. cit., pp.63-64.
4 op. cit., p. 66.
5 op.cit., p. 69.
6 op. cit., 70.
7 Ver suplemento bicentenario Nº 5, Mayo 20 – junio 20 de 2010, pp. 6-15, Periódico desde abajo.

 

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