Los aviones de la fuerza aérea alemana volaban tan cerca que desde las ventanas de los más altos edificios de la ciudad se alcanzaba a distinguir su emblema con la cruz macabra de hierro. El ruido de sus motores aturdía la conciencia como el pedazo de una sinfonía anunciando el fin. Sobre las cabezas estallaban las bombas que dispersaban fragmentos de fuego incendiando las azoteas. En la jerga de los habitantes de Moscú a este infierno sobre los edificios altos de la ciudad, se le llamó la guerra en los techos. Caían cortando los silbidos y el aullido de las sirenas de alarma, las bombas incendiarias de cinco y diez kilos. Por la avenida Leningradka, avanzaban los tanques fascistas a punto de tomarse la capital de la URSS. En aquel día 16 del año 1941, Stalin había dado la orden de volar los principales edificios administrativos, el sistema de alimentación eléctrica del metro, previendo que podría suceder lo que con el corazón aterrado todos sospechaban: la evidencia de los aviones nazis en el cielo de la ciudad.
Por la radio como lo contaba uno de los sobrevivientes de aquellos días apocalípticos, el locutor Levitán (famoso por su voz que informaba sobre las decisiones y movilizaciones de la guerra), anunciaba que las tropas alemanas ya estaban en las goteras de la ciudad. La guerra relámpago iluminaba con sus bombas los edificios enmascarados; el rugido de los motores de los bombarderos estremecía los vidrios, las paredes, las puertas. La resistencia en Moscú era desesperada y metódica, la misma noche del ataque sorpresa de la aviación alemana fueron derribados trece de sus aviones por el ejército rojo.
Por orden del Kremlin se habían camuflado con cientos de metros cuadrados de lienzo crudo, edificios históricos de la ciudad, el Bolshoi Teatro estaba cubierto de manera surrealista con una gigantesca sábana de tela cruda y parecía un bloque geométrico amenazante, ante los ojos de los transeúntes. Esto contribuía a acentuar su sentimiento de estar atrapados en una ciudad irremediable y desconocida. Pero también surgía un poderoso sentimiento colectivo de defenderla y de no entregarla a ningún precio. Preventivamente se había dado la orden de evacuarla, pero no se sabía cómo; los que podían iban en bicicletas, al lado de las vacas que huían en manada por las calles. Todos avanzaban, despavoridos animales, hombres, niños y mujeres. Fue más terrible la noche del 15 de octubre en que fue dada la orden de evacuar a la ciudad, los bombarderos alemanes arrojaron miles de bombas que se confundían con las voces de los altoparlantes llamando a los ciudadanos a ocultarse en los refugios subterráneos. No paraban las sirenas de alertar, porque los ataques de las escuadras de aviones alemanes parecían interminables. Los documentales filmados en aquel día, cuando la gente abandonaba la ciudad, muestran a cientos de personas entrando por las ventanas de los trenes eléctricos. Entre los que abandonaron a Moscú el día 16, en medio del caos y el horror de las calles rebosantes de tropas, tanques y el éxodo humano, estaba el poeta Arsenio Tarkovski, acompañaba a su anciana madre y en una maleta llevaba sus libros y sus manuscritos.
La blitzkrieg o guerra relámpago del ejército nazi contra Moscú y lo que ella provocó en la psicología de los habitantes de la ciudad fue contado en un poema de Arseni Tarkovski. Puedo imaginar la desolación de Tarkovski abandonando la ciudad donde en su juventud había iniciado su destino de poeta, atravesando barricadas, y envuelto por el pánico de la multitud que huía entre edificios camuflados, acaso para no regresar o para volver con la profunda marca de la guerra. El ejército Rojo en enero logró retomar la iniciativa y en enero de 1942, las tropas de Hitler estaban atascadas en una guerra que se había vuelto predecible para el Furher, ya no era una guerra relámpago sino la catástrofe.
El poeta Tarkovski, desconocido en Colombia y que presentamos ahora a nuestros lectores, vivió en carne propia horas inenarrables. Entre octubre y noviembre de 1941 Tarkovski, que se encontraba evacuado en Chistopol, una pequeña ciudad del oriente de Rusia, escribió Los cuadernos de Chistopol, ciclo de siete estremecedores poemas surgidos de la experiencia del éxodo de la ciudad y del bombardeo apocalíptico sobre Moscú.
Había nacido Arseni Tarkovski el 25 de junio de 1907. En su juventud desempeñó múltiples profesiones, zapatero, pescador, pero su inclinación por las letras fue su destino, así en 1921 escribió poemas en el fragor de la guerra civil en Rusia, alguno de estos poemas, con tono crítico describían a Lenin. Esto le valió a Arseni Tarkovski su detención. Lo llevaban en un tren y el poeta se escapó de sus centinelas. Estuvo vagabundeando por Ukrania y Crimea en el Cáucaso. Entre 1929 y 1931, el joven Tarkovski con 24 años ingresa con una beca a los Cursos Superiores de Literatura en Moscú. Por aquellos años fue traductor de poetas orientales, y esto dejó una huella en su manera de tratar con sutileza simbólica asuntos cotidianos. Tarkovski escribió libretos para radio, una historia sobre el vidrio que fue duramente criticada por sus procedimientos esotéricos. En Colombia diríamos que no gustaron por parecer mañas del realismo mágico. Tarkovski puso a hablar y a soplar botellas al fantasma del primer fabricante ruso de cristal.
En los primeros meses después de su éxodo de Moscú, el poeta Tarkovski, escribió once cartas a las autoridades del ejército pidiendo ser incorporado como soldado raso. En diciembre de 1941 fue admitido con la orden 0220 como corresponsal de guerra. Era una profesión que en Rusia tenía prestigiosos antecedentes: Tolstoi había escrito sus relatos de la guerra de Sebastopol, novelistas como Víctor Nekrasov “En las trincheras de Stalingrado” y Vasili Grossman, escribieron crónicas y novelas sobre la sangrienta vida épica del frente. El 13 de diciembre de 1943, Tarkovski fue herido en la pierna por una bomba. Sin recibir ayuda médica adecuada, la herida se convirtió en una gangrena. La pierna tuvo que ser amputada.
Tarkovski escribió poemas que leían los soldados rusos del frente oriental. Esto se consideraba una especie de distinción para el poeta, que junto con las fotos y las cartas guardadas en los bolsillos de sus chaquetas, los soldados en el frente de guerra, para darse ánimo, recitaran sus poemas. Tarkovski fue poeta, corresponsal y soldado en el frente. Por su valor y sus méritos como escritor durante la conflagración recibió una Estrella Roja.
En las películas de Andrei Tarkovski, hijo del poeta, los personajes de Stalker recitan los versos de Arseni Tarkovski. El primer libro de poemas después de la guerra, que Arseni Tarkovski presentó para su publicación quedó en el archivo. No había un solo panegírico invocando el nombre de Stalin. El libro, “Antes de la nieve” fue publicado en 1962. Entre los cincuenta y los setenta años de edad, publicó 11 libros de poesía. En 1977 con ocasión de sus 70 años, recibió la Orden de la Amistad por parte del gobierno soviético. Falleció el 27 de mayo de 1989. Sus restos mortales fueron inhumados en una ceremonia religiosa ortodoxa.
Primeros encuentros**
Cada instante de nuestros encuentros
Lo festejábamos como a la magia
Única de la esfera. Eras entonces
Más leve y audaz que un ala de ave,
Por peldaños capaces de vértigo
Tú me llevabas a tus dominios,
A través de húmedas violetas,
Al otro lado insospechado del espejo.
Cuando vino la noche, los dones
Me fueron otorgados y los portales
Dorados fulguraron en la sombra,
Me rozó el cuerpo desnudo,
Abrí los ojos, sólo dije: ¡favoréceme!
Yo susurraba, pues sabía que mi audacia,
Era mi buena suerte, estabas dormida,
Las violetas de la mesa rozaron tus mejillas,
Las manos eran tibias, toqué tu aire.
Y en el cristal los ríos se agitaban,
Se esfumaban las montañas, los mares centelleaban,
Tú sostenías un cuarzo esférico sobre tu palma.
Eras mía y al despertar se transformó
El lenguaje de todos los días,
Con fuerza nueva cada palabra en mi garganta
Inventó para ti un sentido nuevo.
Quedaron transformadas todas las cosas,
Las más sencillas: la jarra, la palangana
Porque el agua con sus ondas
Nos iba cubriendo a los dos.
Fuimos llevados a un lugar desconocido
Y unas ciudades como espejismos se animaron,
Se alzaron los pájaros en vuelo,
Los peces vacilaron en la linfa,
El cielo estuvo tan próximo…
Y el destino acechaba nuestros pasos
Como un loco que llevara en la mano una navaja.
**Versión del ruso: Rubén Darío Flórez Arcila
Al umbral del Señor se abraza
Un ángel de blanquísimas alas,
Apenas la sirena da la alarma
Y retumba por toda la tierra.
Y cuando el alma padece
Y el miedo la piel atenaza,
Sobre la ciudad de muerte se cierne
El sigiloso ángel de la desesperanza.
Surca la maldita tiniebla,
Atraviesa las neblinas azules,
El agente invisible de dios se acerca
Llamado para espiar esta noche.
No tiene miedo el icono divino
Del bloqueo, del francotirador sin tino,
De la escarlata crin desbocada
Que resulta para todos el destino.
En la mirada del ángel no cabemos
Dejados hasta mañana en este infierno,
Los perdidos en el refugio del subsuelo,
Allí donde su celestial pupila vemos.
No subirá hasta Dios la plegaria,
El celestial corazón es de puro diamante,
Cuando la sirena de la alarma
No tendrá Dios oídos para escucharte.
Surca el aire sofocante aquel
Que pasa del lado de la rosa salvaje
Enviado por Dios no la ve;
Es un ángel ciego al ultraje.
No robamos las rosas al señor
Ni apuntamos a las puertas del cielo
El fuego antiaéreo del cañón.
Somos brizna de tristeza y destierro.
¿Somos culpables ante quién?
De bajar al infierno del subsuelo
¿O será ante nosotros culpable
El enviado ángel del cielo?
Tomado de los “Cuadernos de Chistopolskaia”, versión del ruso: Rubén Darío Flórez Arcila
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