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Woody Allen: siempre igual, siempre distinto

Sin ninguna duda Woody Allen es ya una figura mítica en el abigarrado carnaval del cine mundial. Cineasta total. Actor, guionista y director. Más que actor es un personaje, más que personaje es un icono global. Su alter ego cinematográfico es todo un arquetipo o si se quiere un estereotipo, un icono nítidamente reconocible, como el Charlot de Chaplin o el mismo Cantinflas de Mario Moreno; o como los Hermanos Marx. Pertenece, por derecho propio, a esta escasísima y selecta estirpe de comediantes privilegiados que reflexionan con la risa, que seriamente conmueven e interrogan con la sonrisa y que al mismo tiempo divierten con la carcajada del chiste. Se hace inolvidable, entre otras cosas, por su presencia continua a través de los años. En Colombia sigue siendo actual porque últimamente se han exhibido, entre otras, dos películas suyas: “Encontrarás al hombre de tus sueños” y “Media noche en París”. Su obra constituye para mí un orbe entrañable en el que siempre me deleito pero que a veces me exaspera y desconcierta. A propósito de estos nuevos films quisiera rememorar, sintéticamente, algunos aspectos cruciales de su imaginario fílmico.

Parecería que Woody Allen no ha temido repetirse, monótonamente, en su larga filmografía. Mas bien parece que ansia parafrasearse una y otra vez para desentrañar un no se que escurridizo e imponderable que lo impulsa en la reelaboración continua de un discurso cinematográfico, siempre absorto en si mismo y sin embargo sutilmente renovado que se despliega en matices casi imperceptibles, avances ocultos, emergencias inesperadas y algunas variaciones sorprendentes. Después de tres, cuatro o cinco películas emparentadas temática y argumentalmente avanza con un hallazgo renovador como sería el caso de “La rosa purpura del Cairo”.

Como centro estructurante de este corpus se destaca el uso narrativo y simbólico de su propia imagen personal: se trata de un hombrecillo pusilánime y gafufo, enclenque, casi contrahecho, de calvicie incipiente, con su vocecilla nasal, gesticulante y parlanchín que no logra controlar muy bien sus sentimientos y veleidosos deseos. El personaje representa la estampa viva de un anti galán. Sin embargo y contra todo pronóstico funge como un atrevido, atormentado y voluble seductor de éxito envidiable, que a veces se pavonea con ciertas pretensiones de súper galán. La simpatía que despierta deriva del encanto que trasmite todo aquel que se burla de si mismo, y que es consiente de sus precariedades, pero que no por eso renuncia a sus pretensiones, dislates, ilusiones y fantasías.

Vacilante, perplejo y confundido intenta esclarecer sus reflexiones irónicas a través de amargados diálogos y peroratas o de paradójicos soliloquios. Tiene que enfrentar el malestar de su cultura con aquellas pequeñas o grandes neurosis dominantes, discierne el sinsentido de la vida, lo absurdo del mundo y vislumbra la inmensidad de un cosmos inhumano donde no hay presencia divina u orden trascendente. Con esta lucidez reflexiva asciende, por momentos, hasta la cima de una conciencia, o sentimiento trágico de la existencia que lo ennoblece y redime de ser simplemente un mequetrefe chistoso recluido en su mundillo trivial. Pero víctima de sus propias incongruencias y debilidades no alcanza a deducir las consecuencias éticas que supondría semejante conciencia.
No se trata de un héroe que enfrenta un destino adverso o alguna trágica situación humana. Se trata más bien de un anti héroe para quien los grandes conflictos existenciales o los interrogantes metafísicos devienen neurosis intrascendentes de gabinete sicoanalítico o crisis romántico afectivas que fácilmente encuentran solución con el hallazgo de una nueva pareja.

De otro lado, las peripecias de todas sus películas se debaten siempre entre el séquito exclusivo de un grupo de amigos o conocidos que viven eximidos de los conflictos sociales y ajenos a las grandes opciones políticas. Como inconscientes de su contexto real estos personajes se encuentran arropados dentro del confort, los privilegios y el lujo de un nicho social casi hermético, apenas perturbado por las retorcidas crisis del protagonista que siempre dan lugar a un relato con el correspondiente final feliz, o con el hallazgo de una resignación apaciguadora.

En “Encontrás al hombre de tus sueños” se asegura que las falsas ilusiones, por más estrafalarias que parezcan, son legítimas si dan sentido a la vida; aunque este sea un sentido falso. En “Media noche en París” propone olvidar la desolación de un universo vacío para concentrarse en el goce citadino de un Paris repleto de vida festiva y frívolas pasiones mundanas que encandilan con la supuesta ilusión de una Edad de Oro.
Así es como Woody Allen ejecuta una reducción simbólica para convertir lo trágico en humor o apenas en un drama sutil. ¿Esta reducción la hace el guionista-director para edulcorarle al espectador las aristas difíciles de un discurso crítico o es la reducción sofistica e hipócrita que practica el encumbrado mundo social donde se debaten sus personajes? Esta incógnita, no absuelta del todo, es lo que me exaspera y desconcierta en un Woody Allen que camina al filo de un discurso crítico que podría convertirse en un enmascaramiento reaccionario y conservador.

No obstante, algunas veces su discurso si apunta en una perspectiva radicalmente crítica, como en “Crímenes y pecados” o en “Match point”. En estas películas gemelas Woody Allen cuenta, básicamente, una misma historia con la que desarrolla dos planteamientos distintos. En ambas el marido modelo mata a su insumisa y acosadora amante para preservar un matrimonio muy conveniente. Los dos protagonistas de cuello blanco son criminales consumados que impunemente asesinan con premeditación y alevosía en beneficio propio. El protagonista de “Crímenes y pecados” espera el castigo divino pero se libera de toda culpa por que la mano vengadora de Dios nunca lo escarnece. El otro personaje de “Match point”, escapa milagrosamente gracias al oportuno azar que lo libera de la justicia humana. Ni la Policía o Dios castigan. El crimen secreto produce grandes dividendos porque se puede seguir viviendo feliz, sin culpabilidad ninguna, como un ciudadano intachable, en el seno de una familia ejemplar.

Y así, seduciendo al espectador con su destreza formal y maestría de gran prestigitador cinematográfico, Woody Allen duda deslizándose por una ambigüedad, tal vez cínica o quizás sincera. En sus películas no se sabe muy si lo mejor seria integrase dentro de las apariencias sonrosadas de un mundo supuestamente feliz; en vez de afrontar con lucidez los desafíos de una realidad problemática sitiada por un trasfondo de sin razón.

Información adicional

Autor/a: Simón Jánicas
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