La humanidad, como nunca antes, requiere que emerjan formas alternativas de habitar la tierra. Experiencias que superen la devastación de la lógica del capital y convoquen con el ejemplo el fervor creador de las comunidades.
Estas alternativas urgen pues las reglas de juego del capitalismo mundial integrado1, hoy imperante, han acercado el mundo a un colapso apocalíptico. En muy pocas décadas la lógica del capital penetró en los últimos rincones del planeta que se habían mantenido a salvo de la codicia. Se apoderó también de ámbitos de la vida social que habían sido resguardados de la degradación que acarrea la ley de la ganancia: salud, alimentación, educación, cultura, etc.
Pocos años de políticas neoliberales fraguaron una política mundial atrapada en las demandas inaplazables de los grupos de presión corporativos, las exigencias de una humanidad no creadora consagrada a la banalidad y la habladuría, los gimnasios, los templos de los diezmos, las redes de cómplices, la estética vacía de los centros comerciales, y gravísimos problemas sin resolver que se enconan cada hora.
Para nuestro asombro –y para cavilar– es necesario tener en cuenta que en apenas un siglo el planeta pasó de albergar mil millones de seres humanos a soportar más de seis mil millones. Miles de millones con necesidades esenciales que cubrir y cientos de millones con falsas necesidades codificadas2 por un sistema de mediático omnipresente y conocedor de los mecanismos capaces de robotizar los cuerpos y esclavizar las mentes con un consumismo imposible de saciar ni con diez planetas más.
Un planeta que sufre la devastación de un sistema patriarcal, económico y político bárbaro y depredador. El calentamiento global alcanza hoy topes sin precedentes en la historia de la tierra. Un fenómeno que avanza a un ritmo incontrolable, hasta el punto de instaurar la desesperanza en millones de seres que contemplan con estupor la fuerza inercial de una dinámica económica arrasadora que nada ni nadie parece poder detener3.
Las fisuras
Al mismo tiempo, en el mundo entero, emerge como lo hacen las plantas después de las lluvias que siguen al verano, una asombrosa diversidad de experiencias moleculares alternas al mercado, o con una hibridación que les permite diversos grados de autonomía al tiempo que una inserción en el mercado.
Entre ellas se manifiestan con enorme fuerza las experiencias de retorno a la tierra. Experiencias que recuperan las potencias de la labor colectiva bajo el signo de la cooperación, y que renuncian de antemano, por principio, a cualquier forma de beneficio económico que les signifique envenenar la tierra.
Una de estas experiencias aflora en la región que reúne a Zipacón, Cachipay y Anolaima en Cundinamarca. Una geografía andina prodigiosa con bosque de niebla tropical, adornada con el esplendor de los ocobos en flor, y ubicada en el costado occidental de la cordillera que desciende desde Bogotá al Magdalena. Sus territorios van desde los 2.000 metros de altitud hasta los 1.500. Son tierras que brindan desde diversas variedades de papa y quinua, hasta la yuca, la guatila y el tomate. Una asombrosa diversidad de frutas y plantas medicinales, y variedades aclimatadas de amaranto, chía y yacón.
En esa región afloran diversos procesos alternativos al desastre de la mega urbe. En Colombia hay una antigua raíz cultural de sentido comunitario de la vida colectiva y amoroso cuidado de la madre tierra. Esta raíz ha resistido durante siglo y ha reverdecido en el siglo XX con la revalorización de las obras y saberes ancestrales. Su significado de vida se ha venido apreciando cada vez más con la creciente conciencia planetaria sobre la imposibilidad de mantener la vida y la dignidad con la organización social y económica que instauró en el mundo la más grande potencia que se ha engendrado en la tierra.
Hay un flujo creciente de personas y pequeñas comunidades de jóvenes que están retornando a la tierra. Reducen en alto grado el consumo en términos de despilfarro de las energías fósiles. Disminuyen su necesidad de moverse de un lugar a otro, y cuando se mueven caminan, utilizan bicicletas, comparten autos o acuden a los transportes colectivos.
No son únicos, forman parte de un proceso planetario: un movimiento cultural de retorno a la tierra. Jóvenes hastiados de la carrera de ratas del capital regresan a habitar los campos, como núcleos familiares o en pequeñas tribus. Ya no quieren hablar en contra del sistema, ni de las mil formas de demoler el poder. Se han decidido a labrar otro mundo, y en ello laboran cada día. Experimentan el placer superior de servir y de recibir ayuda de la comunidad en la que se desenvuelven sus vidas. Comprenden la salud con un acento en la prevención de la enfermedad, como una forma de vida, de nutrirse, de amar y de respirar. Y no como una cuestión farmacéutica.
No soportan más los entornos agresivos de las urbes. No quieren someter su sensibilidad al veneno silencioso de la miseria anímica y material, y la degradación que supura en calles y oficinas. No resisten ya las atmósferas ruidosas y tóxicas. Ni la omnipresencia de una televisión embaucadora, que miente, confunde, aturde y estimula la pasividad social.
Encarnan en sus prácticas cotidianas nuevas formas de resistir y construir que le permiten a unos y otros mirar la ciudad desde el campo y verla, desnuda, en su penosa verdad. En sus discursos prepotentes y sus prácticas devastadoras. En su ser famélico de amor. En sus represiones monstruosas y su decadencia. Con sus muchedumbres solitarias que han perdido el contacto con el misterio y lo sagrado. Que deambulan en universos carentes de sentido. Que han instalado el infierno en la tierra con millones de vidas convocadas por azar sin los anhelos y cuidados del amor.
Estos colectivo se han marchado de la ciudad para volver a escuchar el silencio, alegrarse con la lluvia torrencial que refresca la tierra reseca, o sosegarse con el rumor del viento, el canto matinal de las aves o la polifonía de anfibios y de insectos que saludan el anochecer.
Se han marchado y cada experiencia molecular interactúa con diversas experiencias en una red permacultural en la que hay autonomía y cooperación. Como sucede con Jenny, Juan, Melissa y Adrián en el proyecto Monte Samay, entre Cachipay y Anolaima, donde han construido sus propias viviendas con materiales de la región, con diseños que asombran por sus bajos costos, su respeto al entorno natural, y su extraordinaria belleza.
Rechazan la disyuntiva mortífera de pasar hambre o envenenarse con los productos letales y las dietas de un sistema alimentario controlado por los mercaderes que solo contemplan sus ganancias. Cultivan con sus propias manos en diseños de geometría sagrada, comparten semillas y frutos de la tierra. Varias personas son veganas y sus alimento y sus vestimentas no están vinculadas al sufrimiento animal. Se respetan diversas opciones alimenticias.
Reciben, como Diana y Alejandro en Ecocirco, en la vereda Cayunda en Cachipay, a viajeros de todo el mundo. Gentes que quieren conocer formas alternas de habitar la tierra, aprender las artes circenses y compartir los saberes que traen.
Brindan, como Girasol en el proyecto Gaiacpa, en Cachipay, una amplia y sostenida cooperación amorosa para que la red de emprendimientos que ahora germina pueda florecer. Crean espacios de reunión en torno al ser femenino, su reconocimiento y cuidado. Elevan la capacidad de expresar los deseos y las emociones. Enseñan a reconocer la dimensión femenina en el ser masculino. Desatan los nudos auto represivos que han aprisionado la energía libidinal.
Realizan terapias alternativas basadas en el agua y la luz, los poderes del descanso, la purificación y la fortaleza que brinda la actividad física y la salud que ofrece la nutrición orgánica.
Han creado una red de cultivadores orgánicos y están poniendo en marcha un sistema de mercadeo por internet para que sus frutos puedan llegar de modo directo a los consumidores. Celebran mingas semanales a las que acuden cada miércoles a brindar apoyo concreto a cada integrante de la red en sus huertas, en sus construcciones de tierra, en la elaboración de productos artesanales, alimentos o cosmética natural.
Emprenden como el emprendimiento Riohache Payko, en los límites de la vereda San Cayetano y Laguna Verde de Zipacón, junto con los procesos antes mencionados, dinámicas moleculares de escuela alternativa. Anna Aznar, pedagoga catalana les ha apoyado en un proceso que comprende la naturaleza como educadora y privilegia las potencias de la lectura en los autoaprendizajes. Se han propuesto no olvidar lo que olvida la mayor parte de la educación imperante: un respeto sincero y profundo a la libertad de cada niña, de cada niño, a sus diferentes ritmos de aprendizaje y a los temas que despiertan su interés. Recrean las atmósferas de aprendizaje y alientan a captar el valor de que los padres participen en las jornadas que deseen. Niñas y niños que aprenden a observar, a escuchar, a expresar lo que sucede fuera y lo que acontece dentro. Madres y padres se auto reconocen como aprendices en el proceso educador y están en la disposición de aprender y de compartir saberes. Han creado un espacio periódico para la deliberación conjunta de las diversas problemáticas que afloran en la creación colectiva de una escuela alterna.
También laboran sobre la lectura comprendiendo que es un proceso que exige una delicadeza infinita, que se inicia antes de leer, que comienza con la curiosidad, con el gusto, con el amor, por la lectura y los libros. Organizan pequeñas bibliotecas veredales para que niños y jóvenes puedan disponer de libros y filmes.
Tejen espacios de cooperación entre entidades educativas de la ciudad y el campo, de manera que gesten beneficios para las entidades que están en uno y otro lugar. Así se ha concretado un asombroso proceso de cooperación entre jóvenes del campo y la ciudad entre el colegio veredal Cartagena dirigido por Pedro Castiblanco, y el Gimnasio Los Pinos liderado por Juan Carlos Bayona Vargas, el colegio Agustín Nieto Caballero y la Universidad del Rosario de Bogotá.
Se relacionan con procesos de finanzas éticas como Confiar. Procesos en los que el dinero es medio y no un fin excluyente. Procesos capaces de apreciar los beneficios sociales y ambientales de diferentes emprendimientos permaculturales, y contemplar de manera eficaz la necesidad de apoyarlos.
Sostienen dinámicas de cooperación con procesos ciudadanos de largo aliento como Traficantes de Sueños en Madrid, España. Organización dedicada a la edición y la circulación de textos para la comprensión de los tiempos que vivimos y la gestación de nuevos mundos. Gentes que laboran con el copyleft en lugar del copyright, consideran el conocimiento como un bien común, y valoran las reuniones asamblearias como instancia de decisiones en los rumbos colectivos. Las reuniones energizan, animan, alientan, por la asombrosa diversidad de saberes de vida reunidos.
Algunos, como David, avanzan en la instalación de dispositivos que permiten depurar las aguas que se usan, antes de retornarlas a la tierra. Otros, como Carolina, fungen como formidable fuerza organizativa y dínamo de circulación de saberes permaculturales. Otros como Carlos de Koyawe han gestado la red, comparten plántulas orgánicas de hortalizas y apoyan la circulación de voluntarios. Otras, como Eliana, Juan Sebastián o Zabrina, ayudan a construir baños secos y hornos de barro para el pan, ladrillos de adobe, hacen papel, jabones y dentífricos no contaminantes. Investigan y adelantan para crear moneda local e incorporar la energía solar en la vida cotidiana.
Hospedan artistas de diversos lugares que llegan por temporadas a estos bellos parajes a compartir sus artes y saberes. Reciben grupos de maestros y estudiantes de colegios y universidades que están interesados en acercarse a otras formas posibles de habitar este planeta.
Son cambios en la cotidianidad de unos y de muchos, para vivir mejor. Son formas de actuar soportadas en valores diferentes a los de la apropiación individual. Son otras formas de ser y estar para construir una sociedad diferente, sobre la cual tal vez no esté todo claro, más allá de lo evidente: la necesidad de superar el modo urbano y capitalista de habitar la tierra.
Leave a Reply