Una luz para el debate y el aprendizaje de lo no realizado y aún por concretar. El pasado 31 de marzo, en medio de un Consejo de Ministros, el presidente Gustavo Petro aludió a dos de los errores cometidos por decisiones suyas mal tomadas: una, intentar la conformación de un gobierno de coalición, soporte de los acuerdos priorizados por arriba y en procura de gobernabilidad; otra, asumir el pago de la deuda acumulada, y heredada, producto del subsidio sostenido por años al consumo de gasolina y diésel.
“[…] ahora saldrá a la luz pública un error mío,político, por creerme el cuento de que podíamos juntarnos con fuerzas políticas diferentes y hacer un diálogo y un acuerdo, y “ser generosos”. Eso se llamadar la cara de pendejo y ofrecer parte del gobierno a fuerzas que habían perdido, tratando de que hubiera una unidad mayor de la sociedad colombiana y un esfuerzo igualmente mayor para hacer las reformas que la sociedad colombiana necesita”.
En especial, el Presidente se refirió al nombramiento de los ministros de Hacienda –José Antonio Ocampo–, Agricultura –Cecilia López– y Educación –Alejandro Gaviria. En este primer reconocimiento, Petro no es totalmente diáfano, lo que no aporta a propiciar una certera politización de las mayorías nacionales. En particular, ‘olvida’ aclarar con precisión por qué su afán y su prioridad por los acuerdos por arriba, y en qué lugar queda –y por qué– un gobierno desde abajo, con las gentes como prioridad y al frente del mismo.
En su explicación no es preciso al decir que le vieron “[…] la cara de pendejo [por] ser generoso y ofrecer parte del gobierno a fuerzas que habían perdido”. Y no lo es porque, cuando se trata de la presidencia de un país y las decisiones por tomar en relación con sus contrarios y posibles aliados, la generosidad no está presente y sí los intereses y las conveniencias. Es claro que decide maniobrar así porque reconoce que su gobierno es minoría en otras instancias, prueba de ello el Legislativo, elecciones en las cuales los partidos tradicionales suman mayorías. Es decir, sin concertar, sin darles juego a sus oponentes, las reformas por aprobar, como marca del prometido cambio, se ahogarían. Entonces, ¿generosidad o conveniencia? Esa realidad también pasa por renunciar a parte del proyecto que lo llevó a la Presidencia y aceptar la continuidad de políticas neoliberales en los campos económico, agrícola y educativo, al igual que en la dirección en general del gobierno, todo lo cual fue y continúa siendo constante en la experiencia gubernamental en curso. Esa realidad obliga a la Presidencia, en tanto no prioriza un gobierno desde abajo y con los de abajo, a buscar en todo momento votos en el Congreso con los partidos de línea totalmente distinta de la que ilumina al gobierno del cambio. De ahí la dirección durante años del Mintic, como el Mindeporte, en cabeza de un miembro del Partido de la U, así como el nombramiento de funcionarios provenientes de filas azules, rojas desteñidas y otros colores en puestos de dirección en distintas instituciones, algunos de ellos incursos hasta en denuncias por corrupción.
En esa ausencia de claridad del Primer Magistrado en su disertación pedagógica, también se va por las ramas y no educa pero sí confunde al afirmar que “tienen razón quienes dicen que eso pasa por llegar novato a la Presidencia”. ¿Novato Petro en estos asuntos, luego de ocupar una curul en el Senado en dos períodos, además de regir el destino de una ciudad como Bogotá, no solo importante por ser capital del país sino asimismo por su tamaño, las dimensiones de la población que la habita, el presupuesto que administra, es decir, una ciudad con problemáticas de todo tipo y nivel? ¿No conocerá cómo funciona la cosa pública y todas sus triquiñuelas y manipulaciones quien anda en la jauría política por tantos años, asumiendo responsabilidades de primer orden? Si así fuera, eso reflejaría “[…] la pendejada” y algo más, y lo que reconocen políticos profesionales, actores sociales de distinto quilate, así como estudiosos, es la sagacidad de quien hoy ocupa la Casa de Nariño. Así que lo explicado no cumple con el propósito preciso de su disertación, que supuestamente pretende educar.
Tampoco acierta al afirmar que Ocampo lo llevó a que asumiera el inmenso pendiente económico, producto del subsidio a la gasolina y el diésel. Si algo le reconocen los sectores tradicionales a la izquierda, en toda América Latina –y Colombia no sería la excepción–, es su responsabilidad ante este tipo de asuntos, con lo cual –en tanto visión de Estado– administra con toda responsabilidad, poniendo la casa en orden, posponiendo incluso sus propios proyectos, con el riesgo de incumplir lo prometido en la campaña electoral. Un proceder así les abre la vía a sus contrarios, que regresan a la administración de la cosa pública nacional, en este caso, con la casa limpia o más limpia de lo cochina que la entregan, ellos sí ocupados en multiplicar burocracia y negocios, y beneficiarse en provecho propio de lo público: privatización efectiva y mezquina de lo que pertenece a toda la sociedad. De esta manera, y para gobernar con criterio y prioridad por y con los de abajo. según el decir popular, aún falta pelo para el moño.
La crítica del Presidente recuerda y trae a colación un aspecto fundamental de la acción de los movimientos sociales y de los partidos alternativos en general, y la cual hemos reclamado en diferentes espacios como Desde Abajo. Se trata de la necesaria autonomía en la acción política, criticando al gobierno cuando se desvía en su ruta, presionándolo para que ahonde su acción en procura de propulsar a los de abajo como factor fundamental de la acción pública, y signando con criterio político y consecuencia ética una marca imborrable que indique el norte hacia donde nos dirigimos y cómo llegar a él. De esta manera, el silencio guardado a lo largo de estos casi tres años del gobierno del cambio, con errores notables en varios campos, además de los dos resaltados por el Presidente –todo ello por “no hacerle el juego al enemigo”–, desdice y pone en la cuerda floja la construcción de los necesarios e indispensables movimientos sociales y actores políticos alternativos que vayan más allá de lo inmediato, que apoyan al gobierno de turno –tomando distancia del mismo cada que sea necesario–, que lo presionan cuando consideran indispensable hacerlo como forma de acompañarlo y hacerle sentir todo lo más que de él se espera, marcando y mostrando así, ante el país, el camino por seguir para construir otra sociedad posible, que rompe con el capitalismo –algo que el Presidente una y otra vez rechaza–, enfatiza en el valor de lo público como bienes comunes, redobla la pertinencia de lo colectivo en la acción cotidiana, enfatizando en todo momento en la necesidad de la politización de las mayorías, para lo cual un actuar ético es esencial: no se apoya a quien reniega de las mayorías por el simple hecho de ser mi amigo o supuestamente a mi ideario político, y luego sí se critica a mi contrario en el momento de hacer lo mismo que realizó aquel que es de nuestra filas.
Desde aquí pensamos que no se debe perder el rumbo al asumir la administración pública, dejando a un lado lo esbozado, agitado, y comprometido en el hacer cotidiano o las campañas electorales. El proyecto de país es uno y el modo de hacerlo realidad recorre unas rutas claramente acordadas, lo cual no es rígido ni mucho menos pero sí debe estar sujeto a unos mínimos, como corresponde a la esencia de la estrategia y la táctica política, y eso se discute y se resuelve en colectivo, en eventos deliberativos, sujetos a unas agendas, bajo principios y reglas de juego en general. Y en todo ello, la sociedad, así no sea militante activa de tal ideario, debe ser actora fundamental en su realización plena, en lo que no puede actuar como simple convidada formal, que llena formularios de asistencia a eventos de uno u otro carácter, o aplaude mecánicamente en la plaza pública.
Es indispensable ser gobierno con vocación y espíritu de abajo, para que la injusticia, la desigualdad social, la despolitización y el analfabetismo político, y mucho más, lleguen a ser cosas del pasado, de suerte que lo público deje de estar en manos de burocracias especializadas que ante nadie brindan razón de sus actos y, en efecto, ejerzan funciones como funcionarios que se deben al conjunto social, pudiendo, por tanto, ser removidos cuando se desvían de la ruta pública –priorizando el beneficio particular– y olvidan los principios que asumen al posesionarse.
Es una realidad esta de lo reconocido por el Presidente y todo lo que ello explica, como lo de la necesaria autonomía, así como aquello de ser gobierno y poder, además de cómo debe funcionar lo público, todo ello como insumos para citar la realización de un necesario encuentro nacional de movimientos sociales, uno que no se enfoque ni se ahogue en la discusión de lo electoral sino que claramente retome sus agendas estratégicas, conscientes de lo olvidado en estos tres años de administración pública.
Se requiere ese encuentro para mirar el futuro con visión poscapitalista, opción cada vez más urgente de asumir y acometer.

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