Es posible que lo que está ocurriendo en Occidente sea el descubrimiento, a partir de un itinerario neoliberal, ‘gore’, de lo que descubrió China a partir de un itinerario leninista, ‘gore’
1- Hoy el periodismo es –o debería ser– lo imprevisto a sí mismo. Es decir, no explica lo que está pasando sino que, más bien, explica que no está pasando lo que se explica.
2- Esta dinámica lo cambia todo. Y empezó hace mucho tiempo. Lo que indicaría que la crisis democrática –que no suceda lo que se dice es, ni más ni menos, eso– ha sido lenta, dilatada y sin prisas, pero sin pausas, desde los años ochenta del siglo XX. A mí, personalmente, explicar que lo que se nos dice que sucede no sucede, me ha ocupado el grueso de mi trabajo desde principios del siglo XXI, lo que indica que –ahora que lo pienso– soy un pollo del siglo XXI. Y, en otro orden de cosas, que el siglo XXI es, debe ser, eso: un siglo en el que no tiene por qué suceder lo que parece que sucede. Algo dramático si pensamos que, glups, una parte del siglo anterior, si bien no tanta, se nos fue, de manera sumamente traumática, en eso.
3- Llevamos ya un cuarto del siglo XXI. Lo que es mucho. No sé si los siglos tienen simetría y lógica extrapolable, pero en los años veinte del siglo XX ya se había formulado el siglo XX. Tan solo le faltaba algún preciosismo, como los campos de exterminio, la píldora y Elvis. En todo caso, este cuarto de siglo ya vivido explica el siglo XXI como un fenómeno propagandístico intenso y sin precedentes. Es posible que nunca jamás hubieran pasado antes tantas cosas que no suceden, y que sucedan tantas cosas que, aparentemente, no ocurren. Este articulete repasará los últimos días bajo ese criterio. ¿Qué ha sucedido debajo de lo sucedido?
4- El fin de semana pasado se reunió en Ginebra una delegación China y otra de EEUU. Ambas anunciaron el lunes, 12 de mayo, que se suprimían los aranceles punitivos que habían bloqueado el comercio internacional –ese efecto habitual de las guerras; es decir, está pasando una guerra; que no sucede, como casi todo lo que sucede– durante un mes. Con este pacto, EEUU rebajaba sus aranceles a China. Del 145% al 30%. Y China los suyos a EEUU, del 125% al 10%. Sí, un 30% es un pasote. Pero en este periodo de mal rollo China ha dado muestras de que se lo puede permitir. Ha aumentado un 8,1% sus exportaciones mundiales, y ha reducido las exportaciones a EEUU un 17,6%, aumentando, en contrapartida, sus ventas a la UE y a los BRICS. Además, ha puenteado parte de los aranceles que le cobraría EEUU, domiciliando empresas suyas en Vietnam. Respecto de sus importaciones de EEUU –fundamentalmente, productos agrícolas–, China también las ha rebajado y ha aumentado las compras a países BRICS, como Brasil, gran exportador a China de soja. Tropical.
5- Es muy posible que el cierre de este primer conflicto Trump 2.0 entre EEUU y China haya concluido con victoria china. Por goleada. Algo importante, si tenemos en cuenta que China ha sido el único Estado que se ha enfrentado a Trump en este tema. Que los demás, empezando por la UE, han estado de perfil, dejándose llevar por la época, esa salvaje. Esa derrota la rubrica por todo lo alto el secretario del Tesoro, Scott Bessent, cuando afirma, para valorar los nuevos aranceles, que “estamos de acuerdo en que ninguna de las dos partes quiere una disociación”. Que es lo contrario que afirmaba Trump desde su campaña electoral. Otro indicio de victoria China es que –como pasó en el acuerdo comercial EEUU-UK– China no hace ninguna concesión a abrir su mercado a EEUU. Un último indicio de su victoria es que deja a Trump la posibilidad de exhibir a su electorado que ha levantado a China un 30% de aranceles. ¿Qué ha sucedido debajo de lo sucedido?
6- Básicamente, ha sucedido algo terrible, en tanto explica la época, esa cosa cuyas explicaciones explícitas suelen ser falsas. EEUU y China han protagonizado un combate que ya no es democrático. Un combate entre dos propuestas de no democracia. Un país ya iliberal –un Ejecutivo en conflicto con su Judicial para zanjar, o no, ese asunto; y, muy importante, sin conflicto alguno al respecto con el Legislativo– ha planteado un acto de guerra a través de aranceles. Y ese conflicto lo ha ganado, por ahora, el Estado con otro sistema igualmente iliberal, pero de manera más formal y, por ello, más ágil. Lo que puede indicar cambios a realizar en las instituciones –y en la mentalidad– de EEUU, lo que supondría, a su vez, una suerte de guía política del trumpismo, esa cosa sin guía alguna, tan solo con pulsiones, aparentemente desordenadas.
7- La batalla de los aranceles estaba perdida para EEUU desde el minuto uno. No tanto por tres razones, como por tres metáforas. Metáfora a) el 22A, Scott Bessent, en un discurso para JP Morgan a puerta cerrada pero –ay, que me meo– difundido por Associated Press, explicó a la concurrencia que los aranceles no eran “sostenibles”. Metáfora b). Ese mismo mes de abril, el director del puerto de LA avisó de que, si la guerra arancelaria continuaba, los envíos a la Costa Oeste colapsarían. En mayo, la prestigiosa firma Walmart –siempre aparece en los programas de true crime; son los súpers a donde va el malo a dejarse filmar por una cámara de seguridad comprando lejía y un serrucho para descuartizar un cadáver– ilustró visualmente ese colapso con esta imagen: anunció que en breve sus estantes estarían vacíos. En el bando EEUU, en fin, no hubo disciplina durante el combate con China, sino más bien falta de unidad, nervios, mal rollete o, en palabras del NYT, “tensión económica en empresas y consumidores” contra Trump. Mientras que en China la cosa fue, comparativamente, como la seda. La razón, en palabras de Le Monde, hiela la sangre. Agárrense: “El Gobierno chino consideró que el sistema político de EEUU impone a su presidente un mayor grado de exposición a los deseos, a muy corto plazo, de su población”. Es decir, en el trance de decidir entre aceptar los aranceles de Trump o no, China no evaluó ya las posibilidades democráticas de EEUU, sino tan solo el hecho de que su presi estaría sometido a tensiones que Xi-Jinping ni siquiera conoce. Podían ganar el combate solo por eso.
8- EEUU ha perdido esta batalla, no porque sea una democracia intensa –que como que ya no– respecto a China, sino por el hecho de que su presidencia, aún electa, depende de fluctuaciones de opinión. Donde la democracia fue posible –EEUU, Europa, fundamentalmente–, ya no lo está siendo. La democracia ya no forma parte de las herramientas para enfrentarse a este cambio de época en esos sitios. Y la que queda, sus vestigios, son un engorro en la nueva época. Una época de, otra vez, autoritarismos. De decisiones personales.
9- O dicho de otra forma: el mercado, el comercio, precisan democracia, como se descubrió en el siglo XIX. Pero no mucha, como ejemplifica lo que la democracia del siglo XIX dio de sí. En China, la democracia –entendida, en su forma más obvia y más mínima, como un sistema que permite al Estado estar informado sobre la sociedad, sobre lo que quiere, sobre lo que admite, sobre lo que no admitiría jamás– es un rol que desarrolla el Partido Comunista. Que debe estar bien informado por fuerza, pues los autoritarismos solo son admisibles para sus sociedades mientras sean efectivos y no funcionen en modo DANA. En Occidente, los mecanismos de los gobiernos para estar informados sobre su sociedad son hoy más nebulosos y, parece, menos efectivos. Como ejemplifica en España la crisis habitacional, un fenómeno que en China hubiera costado la vida ya a varios funcionarios, que hubieran tenido que pagar su propia bala. Es de suponer que en breve Occidente descubra el paraíso no electo chino. Si no lo ha hecho ya. Es posible que lo que está sucediendo en Occidente sea el descubrimiento, a partir de un itinerario neoliberal, gore, de lo que descubrió China a partir de un itinerario leninista, gore.
10- Los aranceles de Trump –lo que el trumpismo explicaba de sí mismo– han sido un camelo. Pero el trumpismo son otros frentes. La iliberalidad del Estado y el fin de la democracia operativa, la persecución –meramente racista, sin motivo económico alguno, como se anuncia– de la inmigración, el menosprecio y la penalización del hecho LGTBI, la desaparición del orden internacional y la vuelta a la ley de la selva para solventar conflictos internacionales. Y, muy importante, el cambio de mentalidad, que permitiría todo eso.
11- Sobre el cambio de mentalidad. El Partido Republicano ha ultimado sus presupuestos. Son importantes, al respecto, tres cosas. Las dos primeras serían la reducción dramática de a) la cosa Medicaid –la cobertura sanitaria de las clases más pobres– y de b) la cosa SNAP –los cupones de alimentos–. Millones de personas perderán su cobertura médica y millones de personas se expondrán, más aún, al hambre. Y todo por una razón, que explica Krugman: “Compensar la bajada de impuestos para las clases ricas”. ¿Cómo es posible que una sociedad asuma esto –esto, definición: no se trata tan solo de condenar a millones de ciudadanos, sino del desarrollo de la violencia suficiente para que esa condena se ejecute ante las protestas desesperadas de los afectados–? Krugman lo explica: porque si explicas todo eso a los votantes de todo eso “no se lo creerían”. Algo, por otra parte, propio del siglo XXI, cuando lo que ocurre no solo no se explica, sino que suele ser increíble, literalmente algo-imposible-de-creer. El tercer aspecto importante de los presupuestos lo es no solo porque es importante, sino porque explica el trumpismo.
12- A saber: se penalizan las energías renovables. A pesar –y esta es la originalidad– de su sumamente alta rentabilidad. “MAGA odia las energías renovables más allá de lo económico”, llega a decir, al respecto, Krugman. Por ejemplo, en Texas, donde la energía eólica es sumamente rentable, a pesar de lo cual se va a penalizar, tal vez a suprimir. El trumpismo, como se ve en todo lo que toca, es antieconómico. No obedece a ningún cálculo económico. O social. O, me temo, político. Es, simplemente, una sentimentalización de la derecha.
13- Es la derecha embebida de sí misma, llevando a cabo sus fantasías. Es una venganza. El trumpismo se está vengando de algo que empezó con Roosevelt. Se está vengando, incluso, de algo más lejano. De su propio siglo XVIII. De manera que está escribiendo otro siglo XVIII alejado de la democracia y la laicidad. La gran originalidad de EEUU fue su primer presidente, que asentó una especie de canon. Rechazó ser tratado como un rey, aplazó sus negocios durante su mandato y, finalmente, abandonó su cargo, no haciendo caso a las propuestas de algunos de sus partidarios de que no lo hiciera. Pues bien, se está reescribiendo eso, se está reescribiendo la historia de EEUU. Cuando se haga, EEUU será un Estado americano más, tal vez un mero Estado europeo.
14- Quizás el único punto de claridad del trumpismo sea su búsqueda de la riqueza. Privada. Más allá de la ética y, tal vez, más allá de lo legal. El reciente viaje de Trump a Medio Oriente ha estado precedido por un viaje de sus hijos, que han establecido la habitual agenda que los funcionarios –no los hijos– de un Estado realizan al respecto en todo viaje oficial. Pues bien, esa agenda no solo atañía a intereses del Estado, sino también a particulares, sumamente mezclados ya. El viaje presidencial también suponía, así, la edificación de un hotel de lujo en Dubái, una torre en Arabia Saudí, dos empresas de criptomonedas, un campo de golf en Qatar… Y la aceptación de un Boeing 747, regalado por la monarquía qatarí. Algo que, en la política del siglo XX, se denominaba soborno. Como Hitler, además, Trump ha renunciado a su sueldo –400.000 dólares anuales–. Es decir, solo después de esta guerra sabremos cuánto cobra en realidad.
15– Lo que sucede sucede debajo de lo que sucede. Y lo que sucede son dos cosas: la aludida sentimentalización, que evita tener un programa efectivo, lo que hace ser a esta nueva derecha sumamente incalculable y plástica, en conexión directa con su electorado, que parece admitirlo todo salvo los estantes vacíos en Walmart. Y los negocios privados.
15- Nadie lo sabe. Ni siquiera la propia izquierda. Pero cuando esto acabe nada será igual a como era antes. Ni siquiera la izquierda. La izquierda haría bien en desentimentalizarse, en alejarse del trumpismo, en prescindir de la Guerra Cultural en su caja de herramientas, en describir lo que sucede debajo de lo que sucede. En abandonar cualquier discurso soberanista y patriótico, ya monopolio de la nueva extrema derecha. Y, en el caso español, en evitar que esta nueva extrema derecha con voluntad histórica, con el deseo de reinventar un siglo XVIII sin Revolución Francesa, acceda al poder por aquí abajo. La función de las izquierdas, por aquí abajo, es solamente esa. Conseguir 30 diputados que, simplemente, eviten eso. Y no lo están consiguiendo. La única izquierda del mundo que, en esta época oscura, posee una función clara, no la están cumpliendo.
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