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Movimiento social, nuevos aires, viejos problemas

Movimiento social, nuevos aires, viejos problemas

Movilizaciones, protestas, resistencia, propuestas, sueños. Como no se veía desde hace muchos años, el movimiento social colombiano se tomó todos los espacios en el segundo semestre de 2008.

Empleados judiciales, obreros agrícolas de la caña, viviendistas e indígenas se encargaron de marcar la nueva pauta. Aunque sus alcances en materia reivindicativa pueden ser catalogados de dudosos, lo cierto es que el solo hecho de romper el silencio y la unanimidad en que parecía vivir el país es de por sí un inmenso triunfo. Simbólico, pero triunfo. Sobre todo para los indígenas y los obreros agrícolas, habitantes de zonas que han padecido intenso control paramilitar, y sometidos a políticas de guerra, control y explotación descarnadas, que por tanto deberían estar espantados, sumidos en el miedo. Pero no es así. Su voz se escuchó.

No es poca cosa lo hecho por cada uno de estos sectores. Enfrentar, romper el temor, sembrar esperanza en el resto de actores sociales, confrontar el modelo político y económico en boga, hablarle al resto de la sociedad, desnudar la realidad de miseria en que sobreviven, demandar el fin de la guerra, quebrar el discurso oficial, son logros de gran trascendencia. Sin duda, referentes para el devenir mediato e inmediato de los actores sociales.

Logros en 2008

Quebrar el mito Uribe Vélez. Ésta, la mayor consecución del movimiento social, corrió de cuenta de los pueblos indígenas. Emplazar de manera abierta al Gobierno y su propagandeada ‘seguridad democrática’, romper el juego de los ‘consejos comunitarios’, obligar al Presidente a discutir en otro escenario y otras condiciones, evidenciar las mentiras y las dilaciones como argumento sustancial del Ejecutivo, son aportes fundamentales para el nuevo momento que empiezan a recorrer los actores sociales.

Octubre. Con decisión inquebrantable, pese a los disparos, los indígenas aguantaron sobre la Carretera Panamericana. No retrocedieron. Pero no sólo esto: avanzaron, desbordaron el cerco y llegaron a Cali y luego a Bogotá. Aunque con limitaciones geográficas, el mensaje del movimiento es claro: se puede y se tiene fuerza para confrontar al Gobierno, pero también para cimentar una opción de país para todos. Ni siquiera la ‘salida’ uribista de crear una situación con el tema DMG pudo opacar la envergadura del pronunciamiento indígena. En fin, el terreno de la lucha está sembrado.

Desnudar el modelo laboral. Los obreros agrícolas de los ingenios marcaron la pauta entre los trabajadores. Su paro de más de 50 días, y, en el caso del ingenio María Luisa, incluso de más de 80, logró poner ante los ojos de la sociedad el transfondo de un modelo laboral que ataca los derechos de los trabajadores y propicia la acumulación incesante de capital de unos pocos sobre el sudor de los más pobres: ricos que acumulan con la expropiación de vida digna a millones de connacionales.

La decisión de estos trabajadores, potenciada por su articulación, pone en el orden del día la lucha contra el modelo laboral vigente en Colombia e inspira apartes de un programa de corto plazo: reforma a la normatividad laboral, recuperando la justicia, quebrando la llamada flexibilidad en el trabajo, obligando a la contratación directa, etcétera.

Pero el paro de los cañeros evidenció, además, un aspecto escasamente considerado a la hora de reflexionar e hilar las luchas obreras: el factor cultural. Comunidad por excelencia negra, su resistencia también despertó simpatía e identidad entre amplios sectores de lo que ahora se llama afrodescendientes. Es decir, emerge una agenda cultural con raíces históricas, reafirmando sus componentes dentro de cualquier programa de corto o mediano plazo.

Posicionar lo público como eje central de la lucha social. Los responsables de estos avances fueron los activistas del medio ambiente. El Referendo por el Agua, la actividad principal. En una sociedad cuyos sectores dominantes se embriagan con multitud de privatizaciones en curso, donde educación, salud, seguridad social, transporte, telecomunicaciones, y otra cantidad de aspectos centrales y estratégicos para el presente y el porvenir de una comunidad; y, por consiguiente, en una sociedad donde lo comunitario es desvalorizado hasta lo increíble, en un medio así, repetimos, que una agenda reivindique el sentido estratégico de un bien natural, y que además proponga un manejo exclusivamente público del mismo, cerrándoles el paso a los intereses privados, la discrepancia es un triunfo mayúsculo.

Ésta, la conquista. Lo relativo de la misma descansa en la exigua apropiación que sobre el particular hacen actores sustanciales de nuestra sociedad, como trabajadores (Cut) e indígenas (Onic-Cric). Resalta la participación más bien lánguida que en esta lucha han tenido tales sectores, pero sobresale la emergencia de otros, que por su joven experiencia o por su débil tejido social no logran transformarse y transformar en asunto de todos la reivindicación que portan. Esta dicotomía pone en riesgo su esfuerzo y su propósito, lo cual no anula ni desconoce lo que ya se ha conseguido: que lo público retome sentido y fuerza dentro de la agenda social.

Propósito también presente en las demandas de los viviendistas, en las de tierra, en la de seguridad alimentaria implícita en la anterior, en la de justicia y fin a la impunidad. Cuando nuestra sociedad asuma que lo público es sustancial, garantía de la realización de los derechos humanos, en Colombia habremos dado un giro de 180 grados hacia la realización plena de la justicia. No sobra enfatizar: si una persona puede ofrecer un servicio en aspectos sustanciales para la vida humana (por ejemplo, en educación, salud, vivienda u otros), los mismos tienen que ser avalados de manera gratuita e igualitaria para todos por parte del Estado.

Incitar a la unidad social. La marcha de los viviendistas desde la ciudad de Popayán hasta Bogotá, los encuentros de organizaciones sociales (agosto 23, septiembre 13-14), la minga indígena y popular, y la insistencia en la presidencia de la Cut en la necesidad de articular las luchas sociales son evidencia clara de que estamos a las puertas de un significativo viraje en la situación del movimiento social colombiano. Muchos apuntan al mismo blanco, así hasta ahora no hayan coincidido en el tiempo ni en el ritmo.

Si bien algunos esfuerzos aún son formales, urgidos por la realidad y lo imperioso del instante histórico, otros, sin negarlo, evidencian lo procesual del propósito, el mismo que va mucho más allá de la reunión o los acuerdos entre dirigentes. Hay que reabrir discusiones y viejos debates que se creían ya superados, por ejemplo, sobre el supuesto papel de los trabajadores en la dirección de las luchas sociales, el tiempo de lo social-popular y las agendas institucionales, los tiempos de lo político y lo social popular, lo gremial y lo político, el papel del Estado en lo social, etcétera.

Lo importante de este avance, todavía por materializarse, es que anuncia el quiebre o la superación de la dispersión que padece lo social en el país, y que depende mucho de las expresiones políticas por construir o consolidar.

Viejos problemas

La persistencia de las agendas puntuales o particulares, los liderazgos desconectados de lo colectivo, la preminencia del aparatismo en muchas de las organizaciones sociales con capacidad o potencial nacional, el inmediatismo, la debilidad de la visión de gobierno y de poder, la ausencia de ejes transversales que crucen el conjunto de agendas, la inexistencia de un sistema nacional de comunicación independiente, la despolitización de muchas luchas, el localismo de las resistencias barriales o comunitarias,  son algunas de las problemáticas que caracterizan el quehacer social, problemas difíciles de desconocer y que exigen toda la atención de la dirigencia popular más consciente.

Pero hay más. En contrapunto con las relacionadas pero con efectos igualmente perjudiciales, identificamos la desmovilización que producen en distintos procesos sociales las alcaldías regidas por administraciones de ‘izquierda’; la preeminencia de la agenda oficial o institucional, la ausencia de ejercicios de oposición efectiva, movilizadora, debeladora y propositiva, tanto en lo nacional como en lo local; el clientelismo de nuevo cuño que gana espacio en ciudades como Bogotá, reproduciendo viejas prácticas que no hacen más que someter los liderazgos locales e impedir su autonomía y posibilidad de radicalización.

Con seguridad, existen otros muchos problemas, y estos son apenas parte de los más relevantes. Tal vez algunos están en curso de superación, mientras otros están detectados pero todavía ignoramos cómo dar cuenta de ellos; de otros no existe conciencia sobre su realidad y sus implicaciones. En fin, la lista puede ser más larga, pero lo importante es que, en comparación con los años 90 del siglo XX o los primeros de este nuevo, se empieza a romper el ciclo defensivo.

La cabeza busca la luz o ya se siente aire fresco. Puede ser que salgamos del sótano; seguro que sí. Todo depende, además, de persistir en los propósitos, de que todos aportemos de manera desinteresada a ello.

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